lunes, 17 de junio de 2013

Viaje...

Faltan horas escasas para mi viaje. Ya he repasado varias veces el equipaje y creo que estoy listo. Bueno, nunca se está completamente listo para un viaje. Siempre se olvidan algunas cosas, siempre surgen situaciones imprevistas para las que no se está preparado. En mi vida he tenido que viajar en muchas ocasiones y en la mayor parte de las veces, siempre eché de menos algo que dejé en casa. También las expectativas surgidas en torno al viaje puede que hagan que lleves exceso de equipaje. Nunca se está lo suficientemente preparado para un viaje. Desde luego no es mi caso.

Recuerdo mi primer gran viaje. Era la primera vez que salía a trabajar al extranjero. Hasta el momento siempre había vivido con mis padres. Era el momento de volar, de ser independiente. En mi maleta llevaba de todo lo que pensé que me podría ser necesario. Incluso me llevé una bolsa llena de condones con el pensamiento de que los gastaría en los 6 meses que estaría allí. Salía con ilusión, con ganas de vivir, con grandes esperanzas de hacer y deshacer a mi antojo. Obviamente no estaba completamente preparado. Al menos llevaba exceso de equipaje, o no.

Llegando a mi destino e instalado en la que iba a ser mi casa en los siguientes meses, llegaron las primeras complicaciones. No había llevado sábanas por lo que la primera noche dormí sobre el plástico de un colchón recién estrenado. Aquel contratiempo lo solucioné al día siguiente comprando unas sábanas nuevas. Curiosamente tenían un estampado de leopardo bastante estrafalario y que por algún motivo compré pensando en el morbo que podría causarle a las posibles invitadas. Menudo hortera que estaba hecho. La inexperiencia, quizás. Pero las putas sábanas fueron el motivo del segundo contratiempo. No sé de qué material estarían hechas que al usarlas me picaba todo el cuerpo y me salieron ronchas. Fue a partir de esa segunda noche cuando empecé a dormir en el incómodo sofá. Con miedo a repetir la experiencia, renuncié a comprar unas tradicionales sábanas blancas. También renuncié a llevarme a nadie a la casa, no fuera que la posible invitada acabara con erupciones en su cuerpo. Ahora me río de aquello, ya que bien podría haber devuelto las sábanas a la tienda y comprarme otras "hipoalergénicas". Todo fue un problema de idioma y que no quería gastar dinero en cosas que entonces entendía superfluas.

Lo del trabajo fue otra experiencia, ya que al no hablar el idioma local, tenía que comunicarme en inglés, lo cual estaba bien para aquellos que comprendían ese idioma, que no eran todos. Con el resto me tenía que comunicar por gestos, y hay gestos que en tu país pueden significar una cosa, pero que en otros lugares significan la contraria o pueden ser ofensivos. A mi me tocaron los gestos ofensivos, lo cual provocó no pocos conflictos con mis interlocutores. Poco a poco fui aprendiendo palabras, frases, expresiones y me fui haciendo entender. Tampoco sabía que en cada contexto las cosas se piden de una manera o de otra. Acostumbrado a un ritmo de trabajo frenético, donde el trato humano se restringe a la mera emisión de instrucciones, el reproducir ese esquema de trabajo en mi nueva ubicación fue motivo de retrasos en los primeros meses. Aprendí que en los distintos lugares tienen sus formas de hacer, sus ritmos y sus pequeñas parafernalias, y que dónde fueres, haz lo que vieres. Al final me mimeticé tanto con la cultura del lugar, que al regreso me costó volver a las costumbres de mi país de origen. Para eso, uno nunca está preparado.

Los siguientes problemas surgieron en tanto que quise hacer la primera limpieza general de la casa en la que vivía. Soy bastante ordenado y me encanta la limpieza, sin embargo no contaba con los utensilios necesarios para tener mi casa como los chorros del oro. Compré los productos necesarios, pero no hubo manera de encontrar una fregona. No tuve más remedio que aprender a limpiar por inundación, como allí se acostumbra. A parte de los problemas logísticos del hogar, estaban las costumbres del país como por ejemplo la prohibición de las bebidas alcohólicas o la extrema dificultad para hablar con las mujeres. La religión era uno de los handicaps más difíciles con los que tuve que lidiar, pero aún así, tenía mi bolsa con condones y la esperanza de que los gastaría todos en los siguientes meses.

Encontrar un grupo de personas con las que relacionarme fue también complicado. Con la gente del trabajo nunca hubo la suficiente confianza como para salir. Tampoco conocía allí a nadie, así que tuve que buscarme la vida yo solo. Cuando salía del trabajo buscaba entretenimiento paseando. Creo que en el primer mes me patee toda la ciudad, pero no conocí a nadie con quien salir y divertirme. Un día, caminando, escuché a un compatriota blasfemando a voz en grito. Se me pusieron los pelos de punta, me giré, le hablé y allí conocí a mi primer amigo en aquel lugar. Él estaba trabajando allí desde hacía un par de años y se conocía todos los secretos de aquella ciudad. También me presentó al grupo de expatriados y con ellos y ellas también establecí una amistad. Ya tenía con quien salir y si acaso, alguna posibilidad de utilizar el contenido de la bolsa de condones.

Craso error. Las mujeres del grupo estaban o emparejadas o bien no estaban por la labor. Y mira que lo intenté, pero quizás fui demasiado obsesivo con el tema y por eso no era capaz de comerme ni una rosca. Lo pasé genial con las fiestas de expatriados, conocí a un montó de gente interesante con los que compartía muchas cosas. Eran fiestas hasta altas horas de la noche, con mucho alcohol (que conseguíamos de contrabando), muchas risas y sobre todo muy buen rollo. Sin embargo, el denominador común de tanta fiesta es que siempre regresaba a casa solo. Ni qué decir tiene que la mencionada bolsa adquirió tintes de leyenda, tanto por su volumen como por mi dificultad a la hora de encontrar compañera con los que compartir su uso, y surgieron, no pocas bromas con respecto a ello.

Una semana antes de regresar, decidí hacer una fiesta en mi casa para despedirme del grupo con el que había entablado amistad. Decidí hacer una fiesta de disfraces. Compré todo lo necesario para que la fiesta fuera un éxito, incluso encargué un catering especial para agasajar a mis invitados. Decoré la casa con adornos para dar un ambiente diferente y festivo. Incluso utilicé las famosas sábanas de leopardo que al final encontraron un uso distinto para el cual fueron diseñadas. No conseguí localizar globos, con lo que recurrí a la famosa bolsa de condones apenado y consciente de que no los podría utilizar de otra manera. Los inflé todos y la decoración fue completa. Los invitados fueron llegando con sus respectivos disfraces y comenzó la fiesta. Yo me disfracé de sultán como no podía ser de otra manera. Llegaron muchos invitados y algunos añadidos que me fueron presentados. La fiesta discurrió entre risas, bailes, juegos y muchos tragos. No faltó el juego de la botella, en el que rehusé participar ya que tenía que atender a la gente que iba llegando. Todos estaban encantados con los globos improvisados, que eran el símbolo de mi derrota y buena parte de las risas de aquella noche.

Fue pasando la noche y las botellas reduciendo su contenido. El alcohol estaba comenzando a hacer estragos. La gente comenzaba a desfasar y temía que en cualquier momento se me fuera de las manos, y que la policía hiciera acto de presencia. Logré contener un poco el entusiasmo colocando un karaoke y proponiendo que la gente cantara. Fue muy divertido. Ahí es donde te das cuenta de que las canciones que consideras una horterada, son las mejores para este tipo de eventos, y sobre todo, que por muy lejos que estés de tu casa y por muy bien que lo estés pasando, siempre echas de menos las cosas de allá. Es muy especial porque además es algo que compartes con tus compatriotas, a pesar de que a mí, el nacionalismo, me toca mucho las pelotas.

No tardó en llegar la primera vomitona. Se trataba de una chica gringa que había venido con un grupo de invitados. La chica se pasó de copas y me la encontré agarrada del inodoro. La chica estaba en un estado lamentable y había que atenderla. Como buen anfitrión, me correspondió ocuparme del asunto, ya que sus acompañantes estaban fuera de cobertura (luego me enteré del uso y disfrute de mi habitación por parte de parejitas, cuando al hacer la limpieza encontré los restos de su pasión). Como era imposible atenderla allí y preocupado por su estado, decidí sacarla a la calle para que pudiera respirar aire fresco. Ni me quité el disfraz, aunque tampoco desentonaba porque precisamente esa era la forma de vestir de los lugareños. Tras unos minutos en la calle y viendo que no mejoraba, decidí llevármela al hospital que estaba a tres cuadras de mi casa, dejando al cargo de la fiesta a mi primer amigo. Así que con la gringa en brazos, me las apañé para llevarla a urgencias. Por aquel entonces ya conseguía hacerme entender en el idioma local y no me costó que la atendieran. Aunque los casos de intoxicación etílica son poco frecuentes en el lugar por el tema religioso, el médico que la atendió, supo hacer diligentemente su trabajo (resulta que había estudiado en el extranjero y sabía como proceder ante una borrachera). Para evitar problemas con su trabajo por las implicaciones que pudiera traerle un ingreso en el hospital por abuso de alcohol, en cuanto se repuso, pedí el alta voluntaria y me la llevé hasta su casa. Allí la metí en la cama y me quedé con ella por si necesitaba algo.

Cuando amaneció, le hice el desayuno y me fui para mi casa. Suponía que la fiesta habría terminado y cual fue mi sorpresa, cuando al regresar, me encontré a unos cuantos que todavía seguían bebiendo. Allí se quedaron hasta la hora del almuerzo. La casa había quedado hecha un desastre y tuve que emplear toda la tarde para dejarla mínimamente decente. La fiesta fue un éxito según me dijo mi amigo, y allí ocurrieron cosas que jamás sabré... pero desde luego que la gente se lo pasó genial. Estaba satisfecho.

La noche de antes de mi partida, nos reunimos unos cuantos amigos para cenar en plan tranquilo. A la cita acudió la gringa borrachilla del día de la fiesta. Cuando me vio, no paraba de agradecerme que la atendiera y  de decirme "my hero". La verdad es que tampoco me costó nada hacerlo y actué simple y llanamente como hubiera querido que hicieran conmigo en tales circunstancias. La cena fue un momento entrañable, recordábamos, entre risas, las anécdotas vividas, los mejores momentos de la fiesta hasta cuando me fui al hospital, y los mejores momentos durante mi ausencia. Tras el postre, la gente se fue yendo poco a poco y al final quedamos mi primer amigo, la gringa y yo. Mi amigo tampoco tardó en recogerse y así fue que acompañé hasta su casa a la gringa. Ya en la puerta, volvió a agradecerme la ayuda y me dio un dulce y tierno beso en los labios. Sabiendo como se las gastan los locales con ese tipo de manifestaciones de afecto, nos metimos en su apartamento y seguimos besándonos.

Los besos fueron acompañados de caricias cada vez más atrevidas. Hubo un momento en que ella me sentó en un sofá y me dijo que esperara. Se metió en su cuarto, puso música y se me presentó vestida como una odalisca bailando la danza del vientre. Era precioso ver a aquella chica rubia y menudita danzando de esa manera tan sensual y quitándose la ropa al compás de la música. En un momento dado, me hizo levantar para bailar con ella y poco a poco desnudarme. Una vez desnudos continuamos besándonos y metiéndonos mano. Ella, con mi polla en la mano, se agachó y se la introdujo en la boca. Jamás había visto tanto ímpetu en una mamada. Chupaba y lamía con desesperación y se la tragaba hasta la garganta, ayudándose de sus pequeñas manos. En reciprocidad, la llevé hasta el sofá y comencé a comerme su húmedo y depilado coño rosadito. Qué bárbaro, como gemía. Me decía groserías en inglés, lo cual me ponía cada vez más cachondo.
Mientras la chupaba, le metía dos dedos en su coño y otro en su ano. Se puso bien arrecha y comenzó a implorarme que me la follara. 

Había un pequeño detalle, no tenía condones ya que los había gastado todos como globos para la fiesta. Así se lo hice saber. Nunca sabe uno si va bien preparado y cuando uno menos se lo espera, la necesidad apremia. Ella se rió y me dijo en carcajada: "My hero, the guy of the condoms". Cría buena fama, y échate a dormir, pensé. Siempre admiré la capacidad logística de las empresas norteamericanas y en aquella ocasión, su empresa le había provisto de una caja de preservativos "just in case". Me puse uno y se la metí desde atrás de un empujón. "God bless America", le dije mientras se la metía una y otra vez haciendo un "doggie style". Después, se colocó encima de mi cual amazona y estuvo cabalgándome hasta que se corrió en un violento y estruendoso orgasmo con squirt (la primera vez que vi uno). Seguí dándole fuerte hasta que se vino nuevamente en varias ocasiones. No satisfecha con eso, me pidió que siguiera follándola pero en esta ocasión por el culo. Maravillas de la logística yankee, tenía un bote con lubricante que esparcí por su ano rosadito e introduje uno de mis dedos para abrir camino. Dos dedos más después y habiendo dilatado lo suficiente, le metí la verga por el mismísimo. Mientras, se clavaba, la masturbaba con una mano. Los gemidos eran gritos ahogados por un cojín. Cuando estaba por correrme, se la saqué, me quité el condón y me corrí abundantemente en su cara.

Aquel no fue el único condón que gasté en el viaje. A lo largo de la noche gastamos unos cuantos más. Las maravillas del té de menta y sus poderes afrodisiacos ;-). Aquella ocasión fue un aprendizaje para mí. La previsión no nos hace infalibles ante los diversos acontecimientos, pero nunca hay que bajar la guardia y darlo todo por sentado. Me voy con una sonrisa en los labios, con las expectativas siempre en alto, pero preparado para cualquier eventualidad. Afortunadamente ya sé pedir condones al farmacéutico en el idioma del lugar de mi destino. Salud, y la próxima vez escribiré desde lejanas tierras. Abrazos!!!

2 comentarios:

  1. No se por qué tu perfil no me lleva tan fácilmente hasta tu blog y no había husmeado en él. Realmente tienes un arsenal de historias que contar, sean reales, inventadas o sugeridas. Prefiero siempre ni saber dónde acaba la realidad y comienza la ficción, dónde acaba la persona y empieza el personaje. Lo que puedo decirte es que sólo por tu minuciosidad en el modo de comunicar lo que quieres contar, se ve que no eres vulgarmente normal. Cuídate y ánimo en la ausencia.

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  2. Amigo Rick, gracias por los piropos
    Os sigo en la distancia ;-)

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