domingo, 24 de noviembre de 2013

Ésta te la debía

Ni idea de cómo llegaste hasta mi blog. Rastrearlo era difícil porque hasta hace poco, mi perfil no indicaba la dirección de aquél. Probablemente fue casualidad. Tampoco sé cómo te animaste a escribirme directamente a mi correo sin antes dejar un comentario. Recuerdo que hasta tres días antes de recibir tu correo no había puesto la dirección en la columna lateral. También fue casualidad, si tu intención era la de escribirme. El caso es que recibí tu correo y me hizo mucha ilusión. A veces pienso que escribo para mí solo. El contador de visitas no ha avanzado mucho desde que comencé esta aventura y aunque tengo mis comentaristas habituales (mi agradecimiento a todxs vosotrxs!!), tengo la sensación de que lo que escribo es más para autoconsumo que para una supuesta legión de seguidores que jamás tendré. Si bien esto último no me preocupa, estoy satisfecho con lo que hay, y, evidentemente, recibir tu correo me dio mucho ánimo para continuar.

Como bien sabes, estaba fuera del país haciendo mi trabajo. En tu correo me decías que te gustaban mis historias, que te gustaba como escribía y toda una colección de halagos que no sé si merezco realmente. Fue como un chute para mi autoestima. Contesté inmediatamente e iniciamos una relación, digamos, epistolar. No recuerdo si fue al segundo email cuando me hablaste de lo que buscabas y de todos los condicionantes que había en tu vida y que no te dejaban disfrutar plenamente. Fue un correo largo, a veces turbador, de una confianza inusual en este medio y que me acercaba, de forma intrépida, valiente o inconsciente, hacia ti. Toda esa confianza me dio alas para confesarme, para desnudarme metafóricamente ante ti, para contarte cosas que muy pocas personas conocen y que aún siguen siendo para mí motivo de turbación y desasosiego. Poco a poco, a través de los correos, fuimos abriéndonos más y más, compartiendo confidencias, destapando curiosidades, compartiendo canciones y gustos literarios. Cada día volvía del trabajo buscando un nuevo correo tuyo, y cuando lo encontraba, me sentía dichoso.

Antes de regresar, recibí un último correo. Me decías que por tus circunstancias, desaparecerías un tiempo para atender a tus nuevas obligaciones. Entendí y dejé pasar el tiempo, respeté tu espacio y seguí con mi vida. En este tiempo, apenas he podido escribir y cuando lo he hecho ha sido, o bien para lamentarme o bien para no perder la soltura al escribir. Regresé a mi ciudad y me encontré con las mismas dificultades que dejé al partir, la misma propensión a meterme en líos y todo lo que ello conlleva. Pasaron más de tres meses y un día, revisando el correo, me topé con toda la correspondencia que habíamos entablado. Recordé cuál era tu propuesta, así como cuál fue la mía ante tu ofrecimiento. Te dije que nos fuéramos conociendo y que con el tiempo veríamos cuál sería el desenlace. Aceptaste y ese fue nuestro pacto, conocernos y que el tiempo nos sorprendiera, que si teníamos que ser amigos, que lo fuéramos y si tenía que pasar lo otro, nos dejaríamos fluir aceptando los condicionantes y sin ningún tipo de exigencias. Supongo que el hecho de haber dejado la historia inconclusa, me animó a escribirte.

No tardaste en responder, quizás, sorprendida. Creo que habías comenzado a pensar, como yo, que esta historia se había terminado. Desde luego, tu vida había cambiado, pero no el entusiasmo con el que de nuevo me escribías. Tras las sucesivas actualizaciones de nuestros estados y recuperada la ilusión de meses atrás hicimos por conocernos en persona. Fue difícil encontrar el momento y el lugar. Tu nueva vida, y quizás, la vida que yo me encontré al volver a casa, hicieron imposible los varios intentos. Aún así, no quisimos perder la ocasión de poder conocernos más allá de las letras. Fue un lunes, por la mañana, en sitio neutral. Quedamos para desayunar en una cafetería cualquiera. Te las arreglaste para dejar tus ocupaciones y yo busqué alguna excusa para posponer por unas horas las mías. A la hora acordada te esperaba en la puerta de la cafetería fumando un cigarrillo y con el libro de Stanislav Lem que te iba a prestar bajo el brazo. Así podrías reconocerme. Tú vendrías al lugar con el libro de Lois McMaster Bujold del que me hablaste.

Cuando apareciste te sorprendiste de lo alto que soy. Al menos eso me dijiste, a pesar de que te lo había advertido previamente. De ti, me sorprendió tu preciosa carita. Debo reconocer que no me la imaginaba por mucho que me la describieras. Tu cuerpo, ya lo conocía por las fotos que me enviaste. Lo que tenía delante no tenía nada que ver con lo que conocía. Adoro las tres dimensiones, los volúmenes y dimensiones que te adornan. Tras los dos besos de rigor, saludos y mutuos exámenes visuales pasamos a la cafetería, aún repleta pues era la hora del desayuno. Tuvimos suerte de encontrar una mesa vacía y aunque yo soy más de desayunar de pie, nuestro encuentro se merecía el estar sentados. Café solo, con hielos, y una porra para mí y un capuccino con barra de pan y tomate para tí. Comenzamos a hablar. Del tiempo, del blog, de tu nueva condición, de libros... Aunque suene a tópico, parecía que nos conocíamos de mucho tiempo, aunque la realidad es que comenzamos a escribirnos en julio. Ambos nos mostrábamos receptivos y se notaba en el hecho, tan íntimo, de tocarnos las manos. Una de las primeras cosas en las que me fijo de una mujer, quizás sean las manos. De las manos se puede obtener mucha información. Y no, no es que me pusiera a analizar tus manos, es que realmente me encantaba sentir el contacto de tu piel con la mía. Esos dedos largos y finos... me imaginaba como sería recibir tus caricias en la cama. En esos momentos ya estaba muy excitado. No podía dejar de mirarte a los ojos y a los labios. Quería comérmelos en ese instante pero no me atrevía aún, no fuera que mi osadía acabara con tan ese clima de confianza. Mi polla hacía bastante rato que pedía guerra bajo la ropa. Hay que ver qué efecto tienen hasta las más inocentes caricias. O a lo mejor soy yo, que soy muy sensible o impresionable...

Dos horas más tarde y con la cafetería ya casi vacía, seguíamos hablando. Naturalmente, hablamos de sexo. No sé cómo llegamos al tema, pero de alguna manera era algo que nos unía y que nos motivaba. También le debía motivar al camarero, que no paraba de acercarse para plantar la oreja y escucharnos. O quizás fuera por tu escote. Sí, probablemente fuera eso. Confieso que yo tampoco dejé de mirártelo aunque de manera más discreta. Supongo que te darías cuenta. Las mujeres siempre os dais cuenta de esas cosas, ¿verdad?. Creo que la presencia del camarero moscardón nos incomodó a ambos y decidimos marcharnos del lugar. Pagué la cuenta y salimos a la calle.

Aún faltaban horas para volver a nuestros compromisos y obligaciones. Buscar otra cafetería no tenía sentido, pues probablemente encontraríamos lo mismo que en la otra. Ir a nuestras respectivas casas era imposible. Y quedarnos en la calle, con ese frío, no era plan. En momentos así, hay que decidir rápido. La emoción del momento, quizás la excitación, me hizo proponerte irnos a uno de esos apartamentos por horas donde van las parejas a hacer sus cosas. Que si estoy loco, sabes de sobra que sí. Como siempre dijimos en nuestros emails, no habría obligación de nada. Tan sólo haríamos por conocernos. Lo demás, lo iríamos viendo sobre la marcha y si surgía algo, sería de forma natural. Pareciera que la propuesta iba con segundas intenciones, y desde luego, las había. Me dejaste embobado desde el primer momento en que te vi, sentí una especie de atracción no ya por lo evidente (estás buenísima, cariño), sino por todo lo demás (tu personalidad, tu forma de ser, lo que me hacías sentir con cada uno de tus emails). En ese momento sólo hacía falta saber qué opinabas tú. Temí haberme precipitado, haberla cagado con todo el equipo por mi osadía, pero prefiero decir las cosas que quedarme callado. El que te lo pensaras me hizo pensar lo peor, pero cuando me dijiste que sí, me tranquilicé de alguna manera.

El lugar estaba cerca de donde nos encontrábamos. Un lugar discreto donde llegas, pagas por el tiempo que vas a estar y no tienes que dar más explicaciones. Lo que más me gustó fue la decoración, bastante moderna y sugerente, con todo tipo de comodidades. Quizás fuera un poco pronto para el vino, pero no dudamos en servirnos un par de copas tras supervisar la pequeña nevera bien surtida que había en el apartamento.Tomamos posesión del sofá, brindamos y continuamos con la animada charla sobre sexo que manteníamos en la cafetería. Las copas iban y venían mientras seguíamos hablando. Tu mano acariciaba mi brazo que estaba apoyado en el respaldo del sofá mientras me contabas tus fantasías. De nuevo volví a sentir una fuerte erección que se hacía evidente bajo el pantalón vaquero. Lo viste, sonreíste y me preguntaste si todo ello lo provocabas tú. Evidentemente, sí. Hubiera sido el momento de besarte, pero antes de que lo intentara, te levantaste del sillón para recoger el mando a distancia de la gran pantalla de plasma con que contábamos. "Veamos una peli" - me dijiste. Mientras elegías la película me dispuse a sacar otra botella de vino blanco de la nevera y rellenar las copas. Me senté en el sofá y te recostaste sobre mí desplegando tus piernas por el sofá. Agarraste una manta (los del apartamento piensan en todo!!) y nos cubriste. No sé qué película habías elegido, pero al ver la avioneta sobre el paisaje nevado del principio me dí cuenta de que era "9 songs". Ya la había visto, lo confieso, pero no dije nada porque quería saber hasta dónde nos llevaba tu elección, en mi opinión, nada inocente. Mi mano yacía sobre tu cadera bajo la manta. Conforme iba pasando la película, seguíamos bebiendo e íbamos cogiendo más confianza. Acariciaba tu cintura y tu cadera, mientras tú hacías lo mismo con mi brazo que ibas guiando suavemente.  No recuerdo qué canción sonaba cuando decidí ser un poco más osado y meter mi mano por debajo de tus leggings. Mis dedos se toparon con la cinta de tu tanga y comencé a jugar con ella. Al no haber oposición por tu parte, me adentré un poco más y empecé a masajear tus piernas. Tal vez mi atrevimiento te animó a ti a tomarte la justicia por tu mano devolviéndome las caricias. Al siguiente cruce de miradas no pudimos resistirnos y nos fundimos en un cálido y húmedo beso.

Quizás no era tan difícil pensar que esto podría pasar. Sabíamos que podría pasar. Deseábamos que ocurriera. Si no, ¿por qué después de tantos meses te busqué? ¿por qué después de tanto tiempo contestaste a mi email? ¿Por qué razón quedamos en vernos en aquella cafetería? ¿por qué se me ocurrió que fuéramos a los apartamentos por horas? ¿por qué accediste a mi evidente provocación? ¿por qué narices pusiste esa película tan mala a la que no hacíamos ni puto caso? Y la verdad es que hacía un rato que no le hacíamos caso a la película. Habíamos cambiado de escenario y la cama era el lugar donde, ya desnudos, explorábamos nuestros cuerpos. Al final pude comprobar a qué sabe tu sexo, inquietud y curiosidad que alguna vez te escribí en uno de mis correos buscando provocarte. Y no me quedé en ello, también me deleité con el resto de tu cuerpo de diosa. Besé y lamí cada centímetro de tu anatomía. Tú tampoco te quedaste atrás. Hiciste que me derritiera con tus caricias. Tu boca me condujo al borde del éxtasis en más de una ocasión. Sabías perfectamente cuando detenerte para prolongar mi placer. Y así, revueltos entre las sábanas de aquella cama, estuvimos follando hasta que llegó la hora de abandonar el apartamento.

¿Qué más puedo decir? Fue un sueño el encontrarte, el conocerte. Compartir contigo esa complicidad, esa curiosidad y ese sentimiento. No sé si volveremos a vernos de nuevo. La vida es lo que tiene. Muchas veces nos debemos tanto a la vida que tenemos, que es complicado apartar unos instantes para satisfacer las propias fantasías. Otras veces, la vida te va llevando hacia lugares y situaciones que dificultan el  materializar los deseos. Confío en que a nosotros no nos pase eso. Insisto, no sé si volveremos a vernos, ni si tendremos un delicioso momento como el que compartimos en aquel lugar. Sea como fuere, agradezco a la vida el haberlo propiciado, y así como la vida nos va llevando de un sitio a otro, quién sabe si no lo volverá a hacer...

domingo, 3 de noviembre de 2013

Lo que me pasó

Creo que ya pasó suficiente tiempo como para contarlo sin que me salten las lágrimas. He sufrido mucho. Bastante, diría yo. Dicen que con el tiempo las heridas tienden a cicatrizar, aunque algunas tardan mucho, mucho tiempo. Quizás aún siga rondándome la cabeza el por qué de las cosas y en cierta medida, lo que aconteció ha determinado mi comportamiento posterior.  Tal vez todas esas idas y venidas por las más diversas camas que aquí he relatado no sean más que una forma de tratar de borrar ciertas huellas, pero hay manchas que no se pueden borrar ni con el disolvente más potente. Y créanme, he probado de todo. Ésa ha sido mi cruz y mi tormento desde hace 3 años, aunque como dije antes, ya no me afecta tanto el recordarlo. El tiempo tiende a recomponer las cosas. El tiempo, las sentencias judiciales, los abogados y los especialistas de la salud mental. Hoy escribo desde la necesidad de analizar qué es lo que me pasó.

Para ponerles en antecedentes, estaba trabajando en otro país para un organismo internacional. La vida me iba genial, ganaba bastante dinero y unas buenas perspectivas de futuro. El trabajo me gustaba y también el país donde trabajaba. Era feliz. Sucedió que en una de esas fiestas de expatriados conocí a la que luego se convertiría en mi esposa. Fue un flechazo inmediato. Tres copas y varios bailes después estábamos en mi casa follando como fieras. Había química entre nosotros desde el primer momento. A partir de ahí comenzó una relación que con el paso de los meses se fue afianzando y terminamos por casarnos.

La vida de casados no cambió ni un ápice todo lo que habíamos vivido de novios. Raro era el día que no hacíamos el amor. Cualquier excusa era buena para meternos en la cama o hacer nuestras cosas en cualquier parte de la casa, en la playa, en el cine o en todo lugar que nos diera morbo. Si en el terreno sexual había mucha afinidad, en lo demás también lo había. Podía decir que era muy feliz y que había encontrado a la compañera que me acompañaría por el resto de mi vida.

Un día, en el trabajo, tuve una reunión con mi jefe. Quería proponerme una cosa. Los proyectos que estaba llevando habían tenido excelentes resultados y me habían propuesto como nuevo coordinador de la región, lo cual implicaba un aumento considerable de mi salario, un coche de la organización a mi disposición y algunos beneficios más. Lo mejor de todo es que no tendría que moverme del país ya que el lugar donde trabajaba se convertía en la oficina referente para toda la región. Sólo tenía que aceptar para que el nombramiento se materializara. No había mucho que pensar. Obviamente acepté la oferta e inmediatamente me convertí en el nuevo coordinador regional de los proyectos de aquella organización. Mi jefe me dio la enhorabuena y me dijo que me fuera a casa para celebrarlo con mi esposa. Obviamente tendría que ser por la tarde, cuando ella saliera de su trabajo, también en un organismo internacional.

Salí de la oficina realmente feliz y satisfecho. Decidí no llamar a mi mujer para darle la sorpresa en la cena especial que pensaba prepararle. Me fui al mall a comprar la comida y la bebida para tan especial momento. También me pasé por la tienda de lencería para comprarle un baby-doll sexy con el que aderezar la noche. De camino al carro, pasé frente a una joyería y vi un precioso collar de perlas. Era muy caro, pero en aquel momento, consciente de todo lo que iba a ganar, decidí que a partir de ese instante, le haría regalos de ese tipo. Dejé la cuenta del banco a cero, pero no me importaba. Ella lo merecía...

De camino a casa, iba pensando en lo que ocurriría en la noche. En cómo iba a disfrutar de ese cuerpo de diosa que tenía mi mujer, en cómo me comería esos pechos deliciosos y en las miles de posiciones en que me la follaría. Al doblar la esquina de mi calle observo el carro de ella aparcado en la puerta de mi casa. Era extraño, pues ella no salía de trabajar hasta las cinco, y como era viernes, a veces se quedaba a tomar un café con las compañeras del trabajo con lo que no se la esperaba hasta las siete. Vaya, pensé, la sorpresa se adelantaría. No me importaba, estaba bien caliente y quería celebrarlo por todo lo alto, y cuánto antes, mejor. Parqueé detrás de su carro y entré por la puerta trasera con sigilo. Quería sorprenderla.

Entrando de esa manera, recordaba como en una ocasión, para cumplir una de sus fantasías, planeé un secuestro ficticio. Me puse una máscara y entré en la casa y la agarré por detrás. La até de manos y le puse un antifaz en la cara para que no viera. La metí en una furgoneta que alquilé para la ocasión y me la llevé a un motel donde la obligué a follar con su secuestrador, que era yo. Ella se dio cuenta desde el primer momento de quien estaba detrás de todo eso era yo, pero me siguió el juego y pasamos uno de los fines de semana más deliciosos que recuerdo.

Entré al salón y descubrí que se había despojado de la blusa y también del brassier. La falda y el tanga habían corrido la misma suerte y yacían en el suelo. Era normal, con ese maldito calor húmedo que hacía en ese país, nos pasábamos el día desnudos o con poca ropa en la casa. También escuchaba el zumbido característico del dildo que le regalé por su anterior cumpleaños.  Era evidente que se estaba masturbando, incluso la oía gemir. Todo ello era perfecto, porque al igual que yo, también ella estaba caliente y la tarde prometía muchas cosas buenas.

El mundo se me cayó a los pies cuando comencé a escuchar la voz de un hombre en nuestra habitación.

- Ah, sí mami, qué rico me la chupás...
- ¿Te gusta?
- Me encanta como me comés la verga, seguí así, no parés...

No podía dar crédito a lo que escuchaban mis oídos. Mi propia esposa le estaba comiendo la polla a un tipo en nuestra casa... en nuestra cama!!! Por un momento pensé que mis sentidos me estaban traicionando, y me acerqué al quicio de la puerta para comprobar que la que me estaba traicionando era mi mujer. La hija de puta de mi mujer le estaba haciendo una señora mamada a un tipo mientras se introducía el dildo por el coño. Veía la cara de placer del individuo mientras la zorra de mi esposa le succionaba los huevos. Me quedé de piedra al mismo tiempo que el tipo la levantaba y la ponía a cuatro patas insertándole la polla por el coño provocándole un intenso gemido que me destrozó el alma.

- ¿Te gusta, zorra?
- Me encanta... ah!
- ¿Te gusta la verga, zorra?
- Me encanta la verga... síiiii!!
- ¿Sós una puta?
- Síiiiiiiii, soy una puuuuta!!!
- (El tipo le propinó un azote fuerte en la nalga) No te oí, repetí!!!
- Soy una puuuuta!!!
- (El tipo repitió la operación) Decíme, ¿qué eres?
- Soy una puuuta, soy una puuuta, soy tu puuuuta!!
- ¿El cabrón de tu marido te coge como yo?
- No, no sabe coger...

Me hacen gracia todos esos relatos de gente cuckold que se excitan cuando se están follando a sus parejas e incluso participan de los juegos. Vaya por delante que respeto todo tipo de acuerdos entre adultos y que no entro a juzgar ninguna práctica. Lo que yo sentí en ese momento no sé cómo explicarlo. Sentía rabia, furia, celos y si hubiera tenido a mano el machete me los hubiera cargado en ese momento. Sin embargo me quedé petrificado. No fui capaz de asimilar lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos. Veía como mi mujer ahora cabalgaba sobre el individuo en cuclillas jadeando como una perra en celo.

Lo normal hubiera sido dar un portazo o pegar un grito, pero me quedé allí, parado, seco. Tenía ganas de gritar, de liarme a hostias, de llorar al mismo tiempo. Pero no, me quedé allí de pié contemplando como estaban follando los dos. Por mi cabeza pasaban miles de ideas, de recuerdos, de pensamientos. Intentaba buscar la razón para aquello, pero nada tenía sentido. Inexplicablemente mis pies tomaron la dirección del salón mientras de fondo se oían los gritos desenfrenados de ambos.

Me senté en el sofá a esperar después de prepararme un vaso de ron. Sería el último que tomara en mi vida. ¿Qué podía hacer? Quizás muchas cosas, pero juro que no fui capaz. Me quería morir cuando escuchaba a mi mujer correrse. Ese "me vengo, me vengo, me vengo" quedó grabado a fuego en mi mente y ha sido una pesadilla recurrente durante todo este tiempo. En el lapso que va de las 14:30 en que llegué a casa hasta las 17:30, lo escuché un total de seis veces, cada una de manera distinta pero con el mismo mensaje, muriéndome un poco más en cada ocasión.

En algún momento tendrían que parar e irremediablemente tendrían que salir al salón donde esperaba yo, inerte. El momento llegó. Oí los pasos del sujeto que avanzaba por el pasillo mientras aún seguía vistiéndose. Detrás, mi mujer, aún desnuda le seguía. "Buenas tardes" - dije de manera ridícula con una voz casi de ultratumba. Ambos quedaron de piedra. Me levanté del sofá y me dirigí a la habitación mientras escuchaba a mi esposa decir el tan manido "No es lo que parece, amor". Y a mí qué me importaba si no era lo que parecía, lo vi todo. Lo escuché todo. Llegando a la habitación abrí el armario, cogí la maleta, la abrí sobre la cama deshecha y empecé a meter mi ropa en ella. Quizás lo correcto hubiera sido meter la ropa de ella y echarla de la casa, pero no. En mi cabeza sólo estaba el largarme de allí. No quería saber nada de ella, no quería verla más. Me daba asco. Todo mi mundo de felicidad se había ido a la mierda. No quería estar más allí. La cínica de mi esposa me decía que por favor reconsiderara aquello, que me amaba y que todo aquello había sido un accidente. El individuo, que debió quedarse a cuadros observaba la escena desde el pasillo. Cuando terminé de hacer la maleta, salí de la habitación. Me crucé con el tipo que me miraba como un panoli y le metí un cabezazo contra la nariz, lo que le tumbó en el suelo sangrando. Seguí mi camino y salí por la puerta, sin atender a los ruegos de la que había sido mi compañera, mi amante, mi esposa.

Agarré el coche, no sabía dónde ir. No tenía dinero pues me lo había gastado todo en el collar de perlas y el baby-doll. Tomé camino de la oficina y me instalé en una pequeña habitación acondicionada para las visitas de los técnicos de otros países de la región. Suerte que el guarda de seguridad tenía una llave. Apagué el móvil que no paraba de sonar. Eran llamadas de mi mujer, que trataba de reparar lo que ya no tenía arreglo. No me moví en todo el fin de semana de la cama, llorando. El lunes, a la hora en que los compañeros se incorporaban al trabajo, fui a mi despacho a redactar la carta de dimisión que presenté de inmediato ante mi superior. Mi jefe no era capaz de entender por qué razón rechazaba la oportunidad de mi ascenso. Ni siquiera mi relato de lo sucedido le hizo comprender. "Olvidáte de ella y rehacé tu vida acá. Tenés un buen puesto, una carrera impresionante. Sós un buen prospecto, las mujeres se tirarán a tus piés. Reconsiderálo". La decisión estaba tomada y la dimisión era irrevocable. Al final desistió y me deseó buena suerte. Pasé por caja, recogí mi finiquito y me dirigí al aeropuerto. Regresaba a casa, volvía a mi país.

Esto es, a modo de resumen, todo lo que me pasó. Obvio, naturalmente, los detalles que considero más escabrosos del momento de mi partida, que los hubo. Como dije arriba, con el tiempo las heridas se van curando. Ya no lloro. Quizás se me secaron las lágrimas de tanto llorar o quizás con el tiempo me he ido deshaciendo de la pesada losa que llevaba a cuestas. Sirva, el textualizar como forma de conjurar los viejos fantasmas de un pasado que no quiero recordar y que no quiero repetir. Las imágenes que acompañan al relato son parte del extenso archivo fotográfico íntimo que aún poseo de aquella época. Las he modificado un poco con el objetivo de que no se reconozca a la susodicha. Tenía pensado poner otras fotos donde se la reconociera, pero para qué. Como dicen allá en su país. "Me vale verga".


domingo, 6 de octubre de 2013

Sabemos que está mal...


No me sorprendió verte en el balcón después de que yo saliera a fumar. Aunque no fumas habitualmente, sé que gusta echar una caladita si hay tragos de por medio. Y sí que los hubo, bastantes, diría yo. Sé que a tu marido no le gusta que bebas, pero hoy no estaba él y tú pediste que lleváramos algo de beber a la "reunión", y como siempre, fuimos generosos. Te acercas a mi lado y yo ya te estaba ofreciendo un cigarrillo. Con tu mano izquierda apartaste el paquete, y con la derecha agarraste el que yo me estaba fumando. Aspiraste el humo y lo sacaste por la nariz con esa tos de aquellos que no fumáis habitualmente.

"¿No tienes frío?" - me preguntaste mientras posabas tu mano sobre mi hombro. La verdad es que se ha echado muy pronto el otoño, pero aún no hace tanto frío. Se podía soportar. Agarré tu mano en mi hombro y cruzamos las miradas. Aún no había pasado nada, pero éramos conscientes de que algo pasaría. A veces una mirada no dice nada, pero otras veces... otras veces lo dice todo, aunque sólo lo entendiéramos tú y yo. Salieron al balcón un par de invitados más para echar un pitillo y tú volviste para adentro para buscar algo de abrigo.

Terminado el cigarrillo, volví para dentro. Los invitados estaban ya algo afectados por la bebida, riendo, pasándolo bien. Me senté a tu lado en el sofá. No sé de qué estabais hablando, pero parecías muy animada. Bastante más locuaz y desinhibida que de costumbre. Serían los tragos. Poco a poco te arrimabas más a mí y en más de una ocasión deslizaste tu mano por mi muslo. No pude coger el hilo de la conversación pues ya estaba bastante nervioso desde que me tocaste en el hombro en el balcón, consciente de que esa noche pasaría algo que habíamos buscado desde hacía mucho tiempo. No sé cómo, pero la conversación fue derivando hacia el sexo, las parejas liberales, las aventuras de una noche... Hacía un rato que no te cortabas un pelo, y acariciabas mi mano con descaro. En otro momento no me hubiera preocupado, es más, me agradaba, me excitaba que hicieras eso; pero estábamos en tu casa, con tus amigos y los de tu marido y aunque te hubiera follado allí mismo delante de todos, pensaba en que esa situación era bastante comprometida para ti. De todas formas, nadie prestaba atención a lo que me hacías en la mano, estaban todos pendientes de la conversación, incluso una pareja estaba a otras cosas, levantándose y yendo al baño juntos. Supuse que no sería para rezar el rosario.

Con la mano izquierda acariciabas mi espalda y con la derecha me agarrabas la mano mientras escuchabas a una de tus amigas como comentaba el tamaño y desempeño de un negro que conoció en una de esas escapadas consentidas por su pareja a una isla del Caribe. Luego comenzaste tú a hablar de las parejas que habías tenido antes de casarte, de cómo la tenían, de cómo lo hacían y de que a pesar de que querías a tu marido, no te importaría "echar una canita al aire" clavando tus ojos en los míos. Me empecé a poner más nervioso y acalorado, así que me salí a fumar otro cigarrillo al balcón, cruzándome por el camino con los dos recientes usuarios del baño que ya se retiraban, supuse que para culminar el calentón que llevaban encima en otro lugar más cómodo.

Fuera, no podía dejar de pensar en tu marido, al que le tengo mucho cariño, y sé que él me lo tiene a mí. No podía dejar de pensar en lo mucho que te quiere y en el daño que podría hacerle si me acostaba contigo. Quizás no lo conociera tanto, pero tenía la sensación de que por muy moderno que fuera, a él no le iba el rollo liberal. Por otro lado, pensaba en lo mucho que me atraías y en las ganas que tenía de follarte. Menudo dilema tenía en la cabeza mientras apuraba el enésimo trago de la noche y encendía otro cigarrillo... "Te vas a congelar, amigo" - me dijo uno de tus invitados, que salió a despedirse pues ya se marchaba. Entré y parecía que todos se iban a ir. No sabía qué hacer, si quedarme o imitarles, pero ahí estuviste hábil y me pediste que le echara un vistazo a tu ordenador antes de irme. Me despedí de todos y me fui hacia la habitación donde tenías el ordenador, mientras tú despedías a todos los que se iban en la puerta.

Encendí el ordenador aún sabiendo que no le pasaba nada. Era una forma de hacer tiempo, de esperar algo que sabes que va a pasar, pero no sabes cómo va a ser. Sentí que pasó una eternidad y los momentos de duda o atrevimiento se sucedían. Ganas había, por supuesto. Dudas, todas las del mundo. Ya estaba jugando al buscaminas cuando regresaste a la habitación y me sorprendiste con un beso en la boca. Decidida y con determinación, me hiciste levantar de la silla. "Tengo ganas de coger" - dijiste. No hizo falta decir más. Fuimos directos a tu habitación mientras nos comíamos a besos y nos metíamos mano.

Ya en tu cuarto, sentado en la cama y abrazándote de la cintura, comencé a quitarte la blusa. Tú hacías lo mismo con mi camisa. Nuestras lenguas jugaban y nuestras manos no dejaban ni un lugar por recorrer de nuestros cuerpos. Con dificultad, nos deshicimos de los pantalones. Mi polla, que llevaba bastante tiempo dura, asomaba por la ranura de mis bóxers. Te diste cuenta, me miraste a los ojos relamiéndote y me quitaste la prenda. Agarraste mi polla firme, pero suave y comenzaste a masturbarme con delicadeza. Tu mano me acariciaba los huevos y la otra bajaba por mi espalda. Me mordiste el hombro. Te volví a mirar a los ojos, te acercaste y me besaste. "Quiero verga" - dijiste con voz de zorra en celo. Te pusiste en cuclillas arañando mis piernas con tus manos, acariciaste mis huevos  y después recorriste toda la extensión de mi polla con tu lengua. Comenzaste a mamármela con gran deseo, con la maestría de una diosa del sexo. Yo me volvía loco y movía mis caderas al compás de tu mamada. Tus labios rodeaban el perímetro de mi polla, y con tu lengua jugueteabas con mi capullo. Te anuncié que de seguir así no aguantaría mucho más, te levantaste, te quitaste el tanga y te encaramaste sobre mí para agarrar mi polla y clavártela en tu sexo húmedo y depilado.

Sentados en la cama empezamos a follar. En ese momento ni nos acordábamos de tu marido. Realmente no tuvimos consideración por él. Él es un tipo encantador, según yo. Un buen marido y un buen padre, según tú. Descartado, pues, de la ecuación por razones evidentes, tan sólo quedaban nuestros cuerpos desnudos en esa cama que aguantaba nuestras acrobacias. De costado, desde atrás, encima de mí, gemías a cada una de mis embestidas. La cosa, desde luego, no tenía nada que ver con él. Éramos tú y yo los que estábamos allí follando. Eras tú la que entre gritos me decías: "Dame más verga" y yo, más empalmado que nunca, bombeaba desde atrás descargando toda el ansia contenida desde que cruzamos miradas por primera vez. Porque sí, porque desde la primera vez que te vi he tenido ganas de follarte, de comerte el coño. Y reconócelo, tú también ardías en deseos de comerme la polla desde que nuestra amiga común nos presentó. No es que me lo tenga creído, es que nuestra amiga común me tiene al tanto de vuestras conversaciones. No se lo reproches. Si estabas en la cama con las piernas sobre mis hombros explotando en un largo y placentero orgasmo, se lo debes a ella. Si ella no me hubiera dicho nada, yo no me hubiera atrevido a llegar hasta donde he llegado. Nunca hubiera tenido la oportunidad de conocer el sabor de tu coño como lo hice esa misma noche.

Después de tu orgasmo, me salí de ti pese a tus protestas. Besé una de tus piernas que aún colgaban de mis hombros, seguí hasta tus muslos. Subí rápidamente hasta tu coño y empecé a chupártelo con frenesí, más salvajemente. Mientras lo saboreaba, tú querías más. Estabas cada vez más loca, más excitada y gemías poco a poco más alto. Tu respiración se agitaba cada vez más y con tus manos apretabas más fuerte mi cabeza contra tu vagina. Pasaba mi lengua por tus labios, por tu clítoris y eso te hacía retorcerte de placer. "Me vengo, me vengo, papi..." - anunciabas de nuevo tu orgasmo. Me bebí todos tus deliciosos jugos, que me supieron a gloria. Seguí lamiendo, chupando y metiéndote la lengua hasta adentro. Me implorabas que parara, que no podías soportarlo. De arriba a abajo y de abajo a arriba, mi lengua iba explorando toda la longitud de tu coño. En una de esas exploraciones descendentes, mi lengua traviesa llegó hasta la estrechez de tu ano. Te estremeciste, se te erizaron los vellos. Ante mi pregunta de si te gustaba aquello, tu respuesta fue afirmativa. Ni qué decir tiene que probamos llegar hasta el fondo del asunto. Quizás por el cansancio o por los tragos, no pudimos concluir la investigación. No contenta con el resultado de 2 a 0, intentaste una prórroga con tus manos que manejaste con una particular destreza y que consiguieron, finalmente, maquillar el marcador, aunque no hiciera falta. No se trataba de una eliminatoria, ni de una final. Aquí no había trofeos. Podríamos perfectamente acordar un nuevo encuentro "amistoso" en cualquier otro momento.

Sabemos que está mal. Ambos lo sabemos. Pero he de reconocer que me gustó mucho. Si quieres repetir, estaré encantado. Si por el contrario, decides que esto quede como nuestro secreto y no volver a hacerlo, lo respeto. Seré discreto. No te quepa la menor duda.

martes, 24 de septiembre de 2013

La chica del balcón

Lunes, vuelta a la oficina, miles de emails por contestar. Tengo pereza, estoy cansado del fin de semana y me ha costado levantarme. Transito por las páginas de los diarios en ésa, mi tendencia por la procrastinación que hace que deje para el martes, lo que debería hacer el lunes. No tengo problemas con ello. Mis jefes saben que al final de la semana, todo el trabajo estará realizado. Es algo que tengo que cambiar, lo sé, pero gasto muchas energías durante el fin de semana. Me llega un whatsApp: "Estoy por la zona, ¿tomamos un café?" Y hasta me daría un paseo, pero tengo que trabajar o hacer como que trabajo. No obstante, no estoy haciendo nada y quizás un café me despierte. Contesto el mensaje y voy cerrando el ordenador. "Bajo a tomar un café, enseguida vuelvo".

Me encuentro con R., antiguo amigo de los tiempos en que estudiábamos en la universidad y proyectábamos cómo dominarlos a todos. Conspiraciones de salón que nos entretenían y nos siguen entreteniendo. Nunca llegaremos a nada, lo sabemos, pero no perdemos la ocasión para soñar despiertos, cambiarlo todo tomando café, cerveza o cualquier bebedizo. La mañana es soleada, es una temperatura ideal para tomar el desayuno en una terraza. Café con leche y porras, por mi parte. Café solo, zumo de naranja y una barrita de pan tostado con tomate y aceite, para R. Le pregunto por su trabajo y me cuenta que las cosas están mal, que no le van a renovar, que a partir de año nuevo estará en el paro. Conozco esa situación, pienso en todo el tiempo en que he estado desempleado. Le animo, le digo que no se preocupe y que vea la situación como una oportunidad. Es la misma terapia a la que me sometieron cuando estaba parado. Me doy cuenta, no quiero hundirlo más y cambio de tema. Los resultados de las elecciones alemanas parece un tema con el que calmar la ansiedad. R. comienza con su análisis pormenorizado y sinceramente, tampoco estoy con la cabeza muy allá. Le escucho, asiento con la cabeza, miro a los edificios, a los balcones y de repente... ¡zas! veo que alguien sale al balcón de una casa, es una mujer, pero hay algo raro, no veo ropa. Me doy cuenta de ello porque sus pechos están descubiertos, y al girarse sobre sí misma veo un precioso y bien torneado trasero al aire. "Mira, una tía en pelotas" - digo a R. mientras me explica la consolidación de mayorías en el Bundestag. Sigue a lo suyo, que si el SPD podría formar coalición con los Verdes y Die Linke, que si Steinbrück ha dicho no sé qué. Yo sigo a lo mío, la chica del balcón. Parece que está hablando por el móvil. No sé si se ha dado cuenta de que está desnuda y que la pueden ver, como yo, desde la calle. Tampoco creo que le importe mucho, la verdad. La sigo mirando como conversa despreocupadamente por el móvil...

Y no sé por qué me sorprende ver a una mujer desnuda. No sé por qué me genera esos sentimientos. La desnudez es lo natural y todo lo demás son tonterías que nos hemos marcado los seres humanos a lo largo de la historia. Quizás este desnudo sea poco habitual, quizás esté descontextualizado. Pero me sorprende, me excita, me calienta sobremanera. Mi mente no atiende a los escaños, las coaliciones ni a las mayorías cualificadas que me refiere R. en su exposición. Mi mente está en otros lugares, en la anatomía dulce y delicada de esa preciosidad que asoma desde el balcón y que acaba de encenderse un pitillo. En sus pechos pequeños pero bien puestos, en esas piernas divinas, en su sexo que adivino ligeramente depilado. Son las 11 de la mañana de un lunes, y ella sale al balcón desnuda. Pienso que acaba de despertar, que con la legaña aún en los ojos se está preparando café. Que está acompañada, que hay alguien también desnudo en su cama y que ese alguien soy yo. Imagino que acabamos de follar. No hay forma mejor de comenzar la semana que con un polvo mañanero. En realidad, no hay forma mejor de despertar.

R. me habla de la ley fundamental de Bonn, del pacto federal. De un momento a otro ha cambiado el escenario y me habla del Estado de las Autonomías, del derecho a decidir... yo sigo mirándola mojando la porra en el café. Pura semiótica. Vuelve a coger el teléfono, habla de nuevo, otea el horizonte y cruzamos miradas. Creo que la he cagado, miro para otro lado. El espectáculo ha terminado. R. sigue a lo suyo y habla de la salud del monarca y de que no existe una ley orgánica sobre la Corona. Intento retomar el hilo de la conversación, pero mi mente está en otro sitio. Vuelvo a dirigir mis ojos hacia el balcón y allí continúa, mirándome. Creo que me ha guiñado un ojo o eso es lo que me gustaría a mí. De repente, abre la puerta y se mete en el interior de la casa. Ahora sí que ha terminado la sesión. R. también ha terminado su desayuno y se despide de mí. "¿Te pasa algo? Te noté algo distraído" - me pregunta R. Pienso, el distraído es él que se ha perdido la deliciosa visión de la chica del balcón. Nos levantamos de las sillas y nos damos un abrazo, quedando para otro desayuno. El tira para un lado de la calle y yo voy hacia el otro. Vuelvo a mirar hacia el balcón. Allí sigue, desnuda, la chica del balcón. En sus manos, una tablet y en la pantalla, a modo de marquesina el siguiente mensaje: "¿Quieres tomarte el aperitivo conmigo? 2º D."

Son las 11:30, quizás sea un poco pronto para el aperitivo. Sé que debería ir a la oficina y tal, pero ¡qué demonios!, a quién quiero engañar. No voy a dar ni clavo. Es lunes y no tengo el cuerpo para contestar los emails. Además, sería descortés si rechazara la invitación, ¿no creeis? Subo.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Llévame a casa II

"Así no te vas a comer una rosca en la vida", con esas palabras, totalmente premonitorias, rondándome por la cabeza, terminé la aventura de, digámosle, Nicole. Ya bien amanecido después de la noche de autos, desperté por los gritos de la susodicha, quién en medio de una resaca horrible, no recordaba nada de lo ocurrido y se extrañaba de mi presencia en su habitación. "¿No me habrás follado, cabrón?" - esa era la única preocupación de la chica, que amenazándome con un bate de béisbol (o era de softball?) me invitaba a largarme de aquel lugar. Ni tan siquiera un gesto de agradecimiento por haberla llevado sana y salva hasta su casa. Antes de recibir un golpe en la cabeza o de que llamara a la policía, me fui de allí cagando viruta.

Como decía la canción: "Al inocente lo linchan, al son de la calumnia". Eso fue un poco lo que me pasó a mí. Quizás tuvo lo que llaman la resaca moral, que es cuando te arrepientes de haber bebido tanto y todas las locuras que hubieras podido cometer en estado de embriaguez. El no saber cómo había llegado hasta allí, con pijama y todo y encima encontrarse a un tipo dormido en un butacón de la habitación, debió indicarle que algo había pasado, y lo primero que se le había ocurrido es que yo me había aprovechado de ella. Tal vez se tenia en tan alta consideración, que pensaba que lo lógico hubiera sido que estando ella tan buena como estaba, yo me la hubiera beneficiado. Supongo que ni tan siquiera se acordaba del hecho que había generado todo aquello, y que aún se veía de novia con aquel individuo. ¿Quién sabe? Lo único que sé es que por hacer una buena acción casi salgo apaleado literalmente...

Hubieron más ocasiones en que tuve que ejercer de héroe, y bien me cuidé de ir acompañado por otra persona o de abandonar el lugar del crimen una vez depositado el cuerpo del delito en su respectivo domicilio. También procuraba evitar compañías que bebieran mucho más que yo. Quien evita la ocasión, evita el peligro, dicen. Es cierto que eran otros tiempos, era más joven y esas situaciones se daban con bastante frecuencia. Con los años y con las medidas cautelares, esos episodios se van dando menos.

Lo que me motivó a escribir el anterior relato, fue algo que me sucedió la semana pasada. Recibí un email de alguien con quien ya tuve un affaire tiempo atrás, cuando vivía en otro país. Fue la típica historia del "choque y fuga" como le dicen allá. No hubieron víctimas, pasamos un buen rato y cada mochuelo a su olivo, lo cual no fue impedimento para que construyéramos una bonita amistad con el tiempo. Digámosle, Vicky, era una paisana que trabajaba como expatriada en el mismo país donde yo residía. Nos conocíamos de las fiestas que organizaba el personal internacional allí presente. Esas pequeñas burbujitas de oxígeno en medio de un ambiente hostil y de duro trabajo, donde lo normal es buscar algo de cariño, algún consuelo, hasta que por fin te das cuenta de que te has liado con casi todas las chicas disponibles. En esas estábamos mientras las copas caían una detrás de otra. No lo recuerdo bien pero debieron ser unas manos que se encuentran, miradas que no se rehuyen y el calor, el dichoso calor que todo lo trastoca. Cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos los pantalones por los tobillos, follando en uno de los aseos de la casa. Al día siguiente, tras la resaca, un vago recuerdo y a otra cosa, mariposa. Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.

Habían pasado varios años de aquello. Seguíamos en contacto, y en más de una ocasión habíamos trabajado juntos, pero nunca se hizo mención a lo ocurrido. La correspondencia era habitual, como la que tienes con alguien a quien aprecias mucho y le felicitas el cumpleaños o las fiestas. Recibir su email no era algo extraño. La sorpresa era que después de muchos años en aquel destino, regresaba a nuestra ciudad como estación intermedia para un nuevo destino. Quería reunirnos a todos aquellos viejos conocidos que estábamos disponibles en la ciudad, para vernos, charlar, cambiar impresiones.

Reunión agradable, viejos amigos, compañeros de fatigas y fiestas allende los mares. Vicky, a pesar de los años, no ha cambiado. Siempre con una sonrisa en la boca, siempre de tan buen humor. Es una tía estupenda, divertida y algo alocada. Me recibió con el mejor de los abrazos y dos besos bastante apretados. Una vez todos reunidos, fuimos a dar una vuelta por una zona de bares bastante conocida de la ciudad. Resulta que eran las fiestas del barrio, así que decidimos dar una oportunidad a la verbena y nos fuimos hasta la plaza principal donde habría un concierto. Se trataba de una de esas bandas que tocan en los pueblos repitiendo el mismo repertorio que va desde la típica canción del verano hasta el más rancio tema de folclor patrio. Los vasos de litro ayudaron a que nos lo pasáramos bastante bien. Cuando terminó el concierto, después de varios bises, nos dirigimos a otra zona de bares para terminar la noche.

Tuve oportunidad de hablar con varios de mis antiguos compañeros y compañeras. De la vida, de cómo nos encontrábamos en aquel momento, del pasado. Quizás con quien menos hablé fue con Vicky, a la que le perdí el rastro en algún momento entre las 3 y las 4 de la madrugada. Suponía que habría ligado y que se habría ido a su casa a follar con cualquiera que hubiera conocido, como tenía por costumbre. Llegó la hora del cierre del bar y decidimos finalizar la reunión. Cada uno se iría a su casa. Aprovechando que hacía buena temperatura y por no esperar al autobús nocturno, pensé que la mejor opción era ir caminando. Nada más doblar la esquina me encuentro a una chica vomitando en una papelera. No era sino Vicky, que de nuevo se había pasado de copas y estaba pagando las consecuencias de su exceso. Obviamente, fui en su ayuda y le pregunté por su estado. "Llévame a casa" - me dijo. La misma vieja canción. Parece que tengo un imán para estas situaciones. Pronto me hice cargo, llamé a un taxi que pasaba por ahí y la metí en el coche. No hizo falta preguntarle la dirección, nos dirigimos a mi casa. Ella estaba alojada en casa de sus padres y no era plan de llevarla en ese estado allí. Por suerte nos tocó un taxista poco hablador, cosa de agradecer. Llegamos a mi casa y la llevé al baño para que pudiera lavarse. En lugar de hacerle un café con sal, opté por hacerle una manzanilla para asentarle el estómago. La hice que se lo tomara y parece que entró en reacción. También le di una bebida isotónica para que recuperara los minerales y el líquido que había perdido. Tantas veces haciendo de enfermero, que ya conocía los pasos a seguir. No como cuando eres un crío y haces las barbaridades que oyes por ahí. Cuando se encontró un poco mejor, le ofrecí darse una ducha, toallas y una camiseta para utilizar como pijama. Entró, se duchó, se puso el pijama y la ayudé a meterse en mi cama. Yo me iría a dormir al sofá.

No sé si sería el cansancio, pero tampoco se me pasó por la cabeza nada sexual. La situación era morbosa, sí, pero tantas veces me ha ocurrido y nunca ha pasado nada, que mi mente descartó automáticamente cualquier posibilidad. Además estaba agotado, quizás algo pasado de copas pero manteniendo el control. Lo mejor era dormir. Así hice, me quité la ropa y me quedé en calzoncillos, me eché en el sofá, cerré los ojos y me quedé frito al momento. La mente es extraña y a veces te sorprende con sueños que tienen que ver con lo que estás viviendo. Soñé cuando vivía en el extranjero, una de esas fiestas de expatriados. Estaban todos los compañeros con los que acababa de estar en la verbena, y algunos otros que por "h" o por "b" están trabajando en otros lugares. También andaba por ahí mi ex, con sus amigas estúpidas que me sacaban de quicio. Soñar con mi ex se está volviendo algo cotidiano en los últimos meses. Parecía que se iba a convertir en pesadilla. Fue la visión de Vicky la que salvó el sueño. Vestía la misma ropa que un rato antes de ponerse mi vieja camiseta de los Maiden sin mangas. Se acercaba a mí, y me decía: "Por favor, llévame a mi casa". No estaba borracha, al menos no lo parecía. Lo mejor de los sueños es que no tienes que tomar taxis y al momento estábamos llegando a mi habitación de aquellos tiempos. Me besaba. Y cómo me besaba. Besos húmedos, todo lo húmedos que pueden ser los besos en los sueños. Me besaba con dulzura, con avidez, con ganas. Era uno de esos besos largos, sin pausa, donde las lenguas se entremezclan de forma delicada. Ya saben, esos besos... No contenta con eso, se dispuso a desabrochar la hebilla del cinturón y a bajarme lentamente los pantalones, agachándose para restregar su cara por encima de mis boxers que ya formaban una tirante tienda de campaña. Sus manos se introducían por debajo de la tela de algodón preparada para despojarme de tan sutil prenda. En el momento en el que iba a comenzar la esperada mamada, un fuerte ruido de cacharros contra el suelo me despertó de tan plácida ensoñación.

Debían ser las 11 de la mañana. Vicky se había levantado y quería preparar un desayuno para los dos. Al no conocer mi cocina, se lió con los cacharros y acabaron en el suelo.

- "Siento haberte despertado" - dijo Vicky con algo de rubor en su cara.
- "No te preocupes, no pasa nada. ¿Has dormido bien?" - contesté aún con legañas en los ojos.
- "Sí, tío, muchas gracias. Eres un sol" -
- "Sólo espero que no tengas resaca. Si eso, tómate un ibuprofeno. Los tienes en el baño"
- "Eso me vendrá bien, gracias"

Fui al baño y saqué del botiquín un par de ibuprofenos para que se los tomara. Yo opté por una sal de frutas.

- "¿Te acuerdas del jugo de papaya?" - le pregunté recordando aquel remedio tropical contra la "goma".
- "Sí, jajajá" - rió - "Santo remedio, no jodás, jajaja" -
- "La cantidad de esa mierda que bebimos, ¿recuerdas?"
- "Y las güirilas con cuajada en aquel caramanchel..."
- "Joder, ¡cómo nos lo pasamos!"
- "Sí, a huevo..."

Recordamos viejas anécdotas de nuestro pasado en común en aquel país, mientras preparaba un desayuno a base de huevos revueltos, bacon, tostadas, café y zumo de naranja. En cierto momento de la conversación surgió el tema de nuestra aventura fugaz.

- "¿Y dices que se enteraron todos?" - pregunté
- "Lo cierto es que no fuimos nada discretos" - contestó con una sonrisa pícara.
- "¿Tú crees?"
- "¿No recuerdas el cachondeíto cuando salimos?"
- "¿Cachondeíto? No, la verdad es que no recuerdo nada. Tengo algunas lagunas de lo que pasó esa noche"
- "No me extraña, estábamos bien pedo..."
- "Pero, ¿cómo pasó? ¿Cómo llegamos a ello?

Vicky se sentó a mi lado y me tomó de la mano. Empezó a hacerme un relato exhaustivo de lo que ocurrió aquella noche. Resultó que llegamos a la fiesta, que empezamos a beber y que en un momento de la noche empezamos a jugar a "la botella". Dichosa botella... Después de varias rondas, de picos en bocas conocidas y alguna que otra desconocida, la cosa empezó a desmadrarse y los besos ya no eran tan castos. En una de las tiradas, me tocó con una chica que estaba dormida de la tremenda cogorza que llevaba encima. Me tocó repetir y me tocó Vicky. Con ella nunca había pasado nada, y debo reconocer que a mi me gustaba un poco. Comenzamos a besarnos tímidamente, hasta que la cosa pasó a más y tuvieron que pararnos porque aquello ya duraba varios minutos. Nos sentamos juntos cogidos de la mano mientras los demás seguían con el juego. Ella recostó su cabeza sobre mi hombro por los efectos del alcohol, yo giré la cabeza y comenzamos a besarnos de nuevo. A esto que ella se subió encima de mí y los compañeros del juego empezaron a aclamarnos. Vicky se levantó, me agarró de la mano y salimos de la sala para buscar algún lugar más íntimo. El único sitio desocupado era el baño y allí nos metimos. La urgencia de la calentura nos hizo olvidarnos de los preliminares, le bajé los pantalones mientras ella hacía lo propio con los míos. La puse de espaldas frente a mí y se la metí por detrás mientras se agarraba del lavabo. A partir de ahí, los recuerdos se hacían borrosos para Vicky, que sólo recordaba la ovación del público cuando salimos del baño. Yo sé que eso no se dice, pero le pregunté si había disfrutado. Ella contestó que no se acordaba, pero que había sido muy excitante. Vicky me confesó que yo le atraía mucho y que fue una pena no haber repetido durante el tiempo en que coincidimos en aquel país. En eso coincidíamos.

- "Jo, ¿te imaginas? - dijo ella
- "Vaya, pues sí... de haberlo sabido..." - contesté yo.
- "De haberlo sabido, ¿qué?" - preguntó Vicky

Se hizo un momento de silencio.

- "Pues de haberlo sabido... hubiéramos hecho algo..." - agregué yo
- "Y sí..." - dijo Vicky mirándome con ojos juguetones.

No hicieron falta más palabras, Vicky se lanzó a besarme, igual que en el sueño (supongo que igual que cuando nos enrollamos, pero la verdad, no me acuerdo). Mi vieja camiseta de los Maiden sin mangas voló por los aires mientras lamía sus dos voluminosos pechos. Ella hacía lo propio por encima de mis boxers. De ahí a la cama no tardamos ni un minuto. Besos, lamidas, chupadas. Nos devorábamos como en la antigua canción de salsa. Liberado de mi ropa interior, Vicky me regaló la mamada que me había perdido en mi sueño mientras masturbaba su chorreante coño. Cuando no pudo más, me ordenó que se la metiera de perrito. Supongo que eso fue lo que tuve que sentir hacía años, salvo que no estábamos de pie y no había pantalones en los tobillos que dificultaran la maniobra. Cambiamos la postura y se subió encima de mí, cabalgándome con fuerza hasta que llegó a su orgasmo. Al rato se bajó y comenzó a comerme la polla hasta que me vine en su boca.

Una vez recuperados, en el momento de los cigarrillos, mientras la acariciaba, le pregunté por qué no lo hicimos más veces por aquél entonces.

"Recuerda que conociste a aquella chica y te casaste con ella..." - contestó.

Otra vez la hija de puta de mi ex. No dejo de acordarme de ella.

jueves, 22 de agosto de 2013

Paula

- "¡Hola!" -
- "¡Ey!, hola, ¿qué tal?"

Era Paula, la compañera de piso de mi ex. Andaba de farra con mis amigos y fuimos a coincidir con ella en el mismo bar. Tras los dos besos de rigor, las preguntas de reconocimiento, las actualizaciones y todo lo demás, la invité a tomar una copa. No sería la última. Estuvimos dándole a la lengua por más de dos horas y mis amigos terminaron por marcharse dejándome sólo con aquella mujer. También nosotros cambiamos de escenario y acabamos en aquel antro oscuro donde los tragos eran baratos, la música muy alta y había que acercarse más de lo necesario para poder escuchar las palabras del otro. La cercanía propició el contacto físico que ninguno de los dos rehuíamos. La estratégica mano en la cadera y el alcohol en sangre hicieron todo lo demás. Al rato ya estábamos comiéndonos la boca.

A ella la conocía de las veces que me quedaba a dormir en el piso de mi ex. De trato cordial y amable, siempre me saludaba con dos besos bien cercanos a las comisuras de los labios. Yo me hacía el despistado, no fuera a darse cuenta la celosa de mi ex, entonces mi novia. No quería enturbiar la convivencia entre ambas. En más de una ocasión coincidimos en ropa interior en el pasillo yendo hacia el baño. "Esta noche tenéis juerguecita, ¿eh?" - me dijo una vez, plantándome un pico en la boca, como por accidente. Seguirle el juego hubiera sido contraproducente. Era evidente que quería algo conmigo y yo, pillado por mi novia, no quería ningún problema y desde luego, no le iba a dar pie. Desde aquel incidente trataba por todos los medios de evitarla. Un día me llegó a decir: "Tranquilo, que ella no se va a enterar", guiñándome un ojo. Tiempo después, cuando la cosa se calmó, me enteré que mi novia me ponía los cuernos con un tipo de su universidad. Rompí con ella, la mandé al carajo y no regresé más por aquel lugar.

Varias copas más tarde, y después de magrearnos todo lo que quisimos, pagamos la cuenta y nos fuimos de aquel lugar. "¿Adónde vamos?" - pregunté. "Vamos a mi casa" - constestó ella. Me quedé pensando. "Tranquilo, ella no está". Volver al lugar del crimen no me hacía ni puta gracia, pero estaba con un calentón que... en fin, nos fuimos a su casa. Cuando llegamos, nos metimos en su cuarto, un cuarto mucho más grande que la habitación donde vivía mi ex. La cama, también lo era. Ambos caímos en ella para continuar besándonos, ella subida a horcajadas encima de mí. Tardé poco en deshacerme de su blusa y aparecieron ante mi esos dos enormes pechos sostenidos por un delicado sujetador negro de encaje, que tuvo la amabilidad de desabrochar. Una vez liberados de su prisión, me dediqué a lamer esas enormes tetas con pezones del tamaño de una galleta. Eso la puso a mil por hora y comenzó a agarrarme de la polla por encima del pantalón. Me recostó sobre el colchón y comenzó a desabrocharme la bragueta, bajarme los pantalones y los calzoncillos, metiéndose mi verga en la boca. Parecía que llevaba mucho tiempo sin probar una por el empeño que le ponía. "Si sigues así, vas a hacer que me corra" - le imploraba viendo como se acercaba el clímax. "Déjame hacer a mí" - le dije agarrándola de los brazos y levantándola para luego, quitarle el pantalón, el tanga (también negro y de encaje) y dedicarme a explorar con mi lengua lo más profundo de su sexo.

No eran gemidos, sino alaridos lo que salía por la boca de Paula. Aquello me recordaba a las sesiones de sexo con mi ex, que tampoco se cortaba en aquellos menesteres y que traía fritos a los vecinos, que me miraban con mala cara cuando los encontraba en los espacios comunes de la finca. Paula, desde luego, nos tenía que oír. Las habitaciones daban pared con pared y la dichosa cama rechinaba con cada una de mis embestidas. Según me dijo Paula, en una de sus insinuaciones, solía masturbarse como una loca cuando nos oía a mí y a mi ex follar del otro lado. Ahora era ella quien tampoco se privaba del concierto estereofónico en dolby sorround, que aumentó en volumen e intensidad en cuanto se la metí por el coño, previamente enfundado con un condón. A diferencia de mi ex, Paula era más expresiva y comentaba la ejecución de la jugada indicando sus preferencias en cuanto a profundidad y dureza. También hubo referencias a Nuestro Señor, a todos los ángeles del cielo y cuando llegó al orgasmo, profirió un sonoro "Joder" que debió oírse más allá de nuestras fronteras. Para no dejarla sola y debido al ímpetu de la señorita en sus artes amatorias, me uní a ella en los gritos, los alaridos y la banda sonora. La cama, que debía ser nueva, no acompañó en el dueto.

Finalizado el primer round, exhaustos y bien sudados, caímos rendidos sobre el colchón. "¿Tienes un cigarro?" - me preguntó. En algún bolsillo de mis pantalones debía tener el paquete. El asunto es que tuve que levantarme a buscarlos y los hallé debajo de la cama. Saqué un cigarrillo y le ofrecí fuego, cosa que rehusó por el momento. Alargó la mano hacia la mesilla de noche, sacó una bolsa con un librillo de papel de arroz, una china de hachís y comenzó a liarse un porro. "Después de follar me gusta fumarme un peta" - me aclaró. Lo encendió, le dio una calada profunda y me lo pasó. Hacía mucho que no fumaba un porro. Mi ex era bastante reacia al uso recreativo de la resina del cáñamo y a causa de ella lo dejé por un tiempo. Tomé una segunda calada y le pasé el humo con mi boca. A ella le pareció divertido el juego y seguimos jugando hasta que se terminó el cigarrillo aliñado. El efecto nos puso cachondos de nuevo y volvimos a follar, ahora entre risas. El segundo polvo fue más tranquilo, menos acelerado que el primero. Disfrutábamos del contacto, de nuestras pieles, de como iba introduciéndole mi polla poco a poco, del ritmo pausado y firme, de las diversas posturas. Volvió a alargar la mano hacia la mesilla y extrajo una bala vibradora con la que empezó a estimular su clítoris. Momentos después me pidió que se la metiera por el culo. Con mi ex eso nunca fue posible. Solía decir que "por ahí, ni el rumor del viento". Ahora Paula me pedía que le practicara sexo anal. Esta chica sí que molaba. Se colocó a cuatro patas mientras yo comencé a comerle el coño desde atrás. Ella seguía con su bala vibradora, pero debió saberle a poco y sacó un nuevo juguete de la mesilla. Un dildo de color rosado que fue introduciéndose en su vulva. Yo seguí con los lengüetazos subiendo más allá de su perineo y acercándome más al objetivo. Con un dedo envuelto en sus jugos y algo de crema lubrificante comencé a rodear su entrada trasera. De nuevo comenzó el concierto y conforme iba introduciendo un segundo dedo, y hasta un tercero. Cuando el orificio estaba lo suficientemente dilatado, dejé entrar la cabeza de mi polla y poco a poco fui introduciéndosela. Una vez dentro, dejé un tiempo para que su cuerpo se adaptara al intruso y comencé a bombearla suave, pero de manera firme. Podía sentir la vibración del dildo a través de sus paredes.

Y allí estaba yo, dándole por el culo a la compañera de piso de mi ex. Aquella que me vacilaba y me ponía en un compromiso cada vez que coincidíamos en la casa. Aquella que había sido objeto de alguna de mis pajas y que era espectadora de excepción de aquellos polvos sonoros que tenía con mi ex. Aquella que me juraba en arameo con cada una de mis embestidas, mezcla de dolor y placer. Aquella que... De repente se oyó la puerta de la casa, era mi ex. Me puse nervioso, no sabía si seguir o salir de allí corriendo. Paula me dijo que continuara, que ahora le tocaba a mi ex escuchar cómo se la follaban. Aquello me supo a venganza, y reconozco que me excitó sobremanera y se me puso bien dura. Aumenté el ritmo con lo que subió el nivel de los decibelios. Mi ex debía estar flipando con aquello, se encerró en su habitación y apagó la luz. Nosotros seguimos con lo nuestro durante un rato más, hasta que terminé corriéndome abundantemente encima de su espalda.

Tras el segundo round (Paula contó unos cuantos más, según me confesó), quedamos dormidos. A la mañana siguiente, cuando desperté, Paula no estaba en la cama. La oí hablar con mi ex. "Vaya fiestecita te pegaste anoche, rica" - dijo mi ex. "Sí, la verdad es que no estuvo mal" - contestó Paula. "¿Y quién es el afortunado? Tienes que presentarme a ese portento..." - añadió mi ex. "Nada, un viejo amigo" - respondió Paula. "¿Le conozco?" - insistió mi ex. Yo estaba acojonado por si se le ocurría mencionar algo a Paula sobre mí. La verdad es que me daba igual si se enteraba mi ex, pero me daba algo de palo por Paula. No quería que tuviera una movida. "A lo mejor..." - fue la respuesta de Paula. "¿Y dónde vas con toda esa comida? - volvió a preguntar mi ex. "Me voy a encerrar todo el fin de semana con él, nos vemos el lunes..." - concluyó Paula, quien se metió en la habitación y cumplió su palabra.

lunes, 19 de agosto de 2013

Llévame a casa I

- "Llévame a casa, por favor" - me dijo, digámosle, Nicole, en un estado bastante lamentable.
Ese tipo de fiestas siempre acaban de la misma manera, con alguna baja por exceso de alcohol. Y si a eso le sumamos el empeño de la interesada de beber para olvidar, la cosa puede terminar muchísimo peor.
Lamentándolo mucho, pues la noche acababa de ponerse interesante cuando me presentaron a una chica preciosa que trabaja para una organización internacional, tuve que ejercer de héroe de la jornada y llevarme a, digámosle, Nicole, hasta su casa. ¿Y qué pasó con sus amigos? ¿acaso no vino acompañada? ¿Por qué tenía que ser yo quien cuidara de ella si apenas nos habíamos conocido hacía un par de horas? El alcohol, y vete tú a saber qué sustancias más, habían causado estragos entre los que se decían sus amigos. Una pandilla de niñatos que intentaban aprovecharse de sus horas más bajas. Y allí me encontraba yo, el pringado, el apestado, el infeliz, sosteniendo los apenas 50 kg. de aquella insensata al borde del coma etílico, arrastrándola por la calle en la búsqueda de un taxi.
- "¿Dónde vives?" - le pregunté.
- "No sé, por ahí" - contestó
Mal empezábamos. No era capaz de articular palabra y lo peor de todo es que me había hecho responsable de llevarla sana y salva hasta su casa. Otro en mi lugar hubiera pasado, sin embargo un servidor es incapaz de abandonar a una dama en apuros y haciendo de tripas corazón, porque la chica que me habían presentado hacía un rato era muy, pero que muy interesante; me hice cargo de la situación. Como no tenía referencia de dónde se hallaba su domicilio, eché mano de su bolso y busqué su identificación. Lamentablemente, el lugar era bastante lejos. Afortunadamente, conocía la zona donde residía porque era cerca de mi casa. Tomé un taxi, le indiqué la dirección y nos dirigimos para allá.
- "Ha bebido mucho tu amiga, ¿no?" - preguntó curioso el taxista.
- "Sí, la verdad es que sí" - contesté sin mucho ánimo.
- "Vaya, vaya... eso les pasa por no saber beber" - continuó el taxista con la conversación
- "Sí, será eso" - contesté educadamente. No soporto que los taxistas me den la brasa con sus moralinas.
- "No sabes la cantidad de chicas que recojo por las noches en ese estado." - siguió el taxista hablador.
- "Supongo" - contesté secamente para ver si captaba la indirecta de que no tenía ganas de hablar, mientras, digámosle, Nicole, hacía el gesto de querer vomitar.
- "Cuidado, que no me manche la tapicería" - dijo el conductor, parando a un lado de la calle.
Salió, dio la vuelta al taxi y abrió la puerta donde se encontraba la chica.
- "Mejor dejarla que vomite" - sugirió el taxista mientras la ayudaba a salir del coche.
Estaba siendo injusto con el tipo, se estaba portando genial y yo andaba de borde. Salí del coche a ayudarle con, digámosle, Nicole, a sujetarla mientras echaba hasta la primera papilla. A todo esto, saqué tabaco y le ofrecí al taxista. Aceptó y mientras sujetábamos a la chica, continuamos con la plática. Le conté que la había conocido hacía varias horas en la fiesta. Que había llegado con un grupito y entre ellos, uno que parecía su novio. Me los presentó un amigo que tenemos en común. A ella le saludé con los preceptivos dos besos y a él, que parecía que me miraba perdonándome la vida, le estreché la mano sin mucho entusiasmo. Con ella intercambié algunas palabras. A él, la verdad es que ni le hice ni puto caso. Se me hizo el típico chulito gilipollas que se cree la última Coca-Cola del desierto. Un puto mono con zapatos. Un par de risas tontas, dos comentarios frívolos y pronto les perdí de vista. Demasiado divinos para mi gusto. La noche continuaba, caras conocidas, música muy fuerte, salidas a la terraza para echar un pitillo. Entre pitillos, un gran estruendo se hizo en el salón. La parejita divina estaba discutiendo a grito pelado. Digámosle, Nicole, recriminaba al "primate" el haberle sorprendido liándose con otra. El otro negaba lo que había sido evidente y habían visto muchos ojos. Mal asunto. Gritos, golpes, bofetadas, arañazos, brazos que separan a los que se pelean, lágrimas. El conflicto terminó con el homínido dando un portazo y abandonando la fiesta acompañado de la colaboradora necesaria del delito y con, digámosle, Nicole, llorando en una esquina.

Después de haber vomitado hasta el alma y haberle limpiado un poco la cara con un pañuelo desechable que le dejó el amable taxista, la volvimos a meter en el coche. Se la veía pálida, frágil, incluso hasta hermosa. La verdad es que era una chica muy atractiva. Ciertamente atractiva. Si no fuera porque a mi me gustan más las chicas morenas. Qué narices, la chica estaba bastante buena y daba igual que tuviera los ojos azules y fuera rubia. Tenía un cuerpazo, unas piernas largas y bien torneadas rematadas en un delicioso culito respingón. Y qué decir de su escote, una maravilla... Una nueva arcada de, digámosle, Nicole, me sacó de la ensoñación.

- "Vaya cogorza que se ha cogido la señorita" - exclamaba jocoso el taxista.

Podría haber utilizado otra expresión menos castiza, pero sí, digámosle, Nicole había pillado una borrachera de campeonato. Tras el espectáculo con el humanoide de su novio, y después del llanto incontenible se acercó a la mesa donde estaban las bebidas y comenzó a beber. Los tragos fueron cayendo uno tras otro. En su desesperación por borrar el mal recuerdo, comenzó a beber de la botella. Como por arte de magia, decenas de buitres se le acercaron para sacar provecho de la pieza malherida. No tuvieron mucho éxito, el alcohol iba a ser su pareja esa noche. Una hora después, en estado de calamidad se acercó a mí y me pidió que la llevara hasta su domicilio.

- "Así que la llevas a casa, ¿eh? - dijo el taxista - Qué cabrón, con lo buena que está. Seguro que te lo agradece..."

Otra vez me volvía a caer mal el tipo. Dudaba de mis honestas intenciones, de mi solidaridad. Dudaba de mi condición de héroe y aunque la situación podría inducir a pensar que ocurriría algo, no iba a ser yo quien lo iniciara. Creo en el fair-play, en la igualdad de oportunidades. No me parece justo sacar ventaja de una situación así, ni tan siquiera ser el objeto del polvo de la venganza, que puede ser infinitamente satisfactorio por el empeño de la vengadora. "Así no te vas a comer una rosca en la vida" - me decían algunas personas conocedoras de mi quijotesca ética personal. Creo que no me ha ido mal comportándome como un caballero.

Al llegar a nuestro destino y tras pedirle insistentemente al taxista que dejara de tocar las pelotas (el tipo comenzó a hacer proposiciones deshonestas), salimos del taxi e iniciamos el camino a pie hasta la casa de, digámosle Nicole quien continuaba con una tremenda borrachera. Llegamos hasta el portal. Por suerte llevaba la llave, así que entramos en su casa, la ayudé a sentarse en un sofá y entré en la cocina para prepararle un café con sal con la intención de que vomitara todo lo que llevaba dentro. No es lo más recomendable por el peligro de deshidratación, pero habida cuenta del momento y de mis ganas de salir de allí corriendo, opté por aplicarle la "medicina" tradicional. La ayudé a llegar al baño y le di el mejunje para que echara la papilla. No tardó en hacer efecto el remedio y comenzó a vomitar. (Sé que hay géneros en la literatura erótica que abundan en lo escatológico, no es esa mi intención). Tras haberlo soltado todo, digámosle, Nicole, quedó abatida y apoyada en el retrete. Con la cantidad de líquido que había perdido había que tratar de hidratarla. Fui a la cocina mientras ella seguía soltando bilis y busqué con qué asentarla el estómago. Encontré una sopa de sobre y se la preparé. Le ayudé a tomársela y parece que entró en reacción, aunque seguía bastante débil. Su vestido estaba hecho un desastre con restos de vómito y no sé qué otras cosas más. Quizás si se echaba una ducha y se cambiaba la ropa sería lo apropiado, pero en el estado en el que se encontraba, dudo mucho que hubiera sido capaz.

Quitarle el vestido no fue difícil, ¿se imaginan? Lo más difícil fue hacerla entender que aquello no tenía nada que ver con el sexo. Aún medio inconsciente interpretó que al bajarle la cremallera del vestido buscaba algo más, y dispuesta a cumplir venganza contra las afrentas del macaco del novio, se lanzó como posesa a besarme la boca. Aunque lo consiguió, preferí esquivarla y seguir con la "operación ducha". Seguía en mis trece con lo del fair-play, y así, aunque me sobó repetidamente la polla por encima del pantalón conseguí meterla en la ducha desnuda. Y créanme, uno no es de piedra y tener a semejante portento de la naturaleza desnuda y a tu merced, hace que tu naturaleza crezca exponencialmente y la mente se nuble. El agua tibia recorriendo toda su extensión, sus pechos firmes, puntiagudos, desafiantes, su pubis perfectamente delineado en una magnífica interpretación de la depilación caribeña, mis manos que hacían de esponja con el gel dibujando todas sus curvas. Les juro que a punto estuve de saltarme mis propias reglas. Maldito fair-play!!!

Ya duchada, la sequé con una toalla y la llevé hasta donde me dijo que era su cuarto. Debajo de la almohada encontré su pijama y la ayudé a ponérselo. Estaba medio dormida, lo cual era mejor que el estado en el que se encontraba apenas una hora antes. Levanté la colcha y las sábanas y la metí en la cama. Me quedé observándola un momento hasta que se quedó dormida. Era el momento de marcharse y cuando salía por la puerta, con la voz aún ronca y entre sollozos me dijo: "No me dejes sola, por favor". La otra parte del fair-play, la de la caballerosidad, salió a relucir. En lugar de irme a casa como había planeado, me quedé allí, sentado en un sofá, velando el sueño de, digámosle, Nicole, por si me necesitaba. "Así no te vas a comer una rosca en la vida" - repicaba en mi cerebro...

jueves, 11 de julio de 2013

Roommates

Hace más de dos semanas que emprendí este viaje y  tanto en lo laboral como en lo personal está siendo de lo más satisfactorio. En lo laboral porque por fin se reconoce mi labor en el equipo, enviándome como representante de la empresa con plenos poderes para negociar contratos y licitaciones. En lo personal, por toda la gente maravillosa que estoy conociendo, nuestros socios locales, el personal del hotel, Carla (la chica que conocí en el avión), la gente de la embajada, mis paisanos expatriados. En estos días he podido disfrutar de una apretada agenda social, con fiestas, cenas, reuniones, a las que había de asistir pues era el homenajeado o el invitado especial. También he podido socializar con Carla que ha sido mi acompañante en algunas de estas citas. Una bella mujer, interesante, inteligente, con carácter, muy bonita y sensual. Todo lo que pueda decir de ella es poco. Con ella he hecho muy buenas migas, nos llevamos de maravilla. Estoy convencido de que será uno de mis mejores recuerdos de este país y que mantendremos la amistad por muchos años. Ni que decir tiene que el sexo con ella es excelente. Parece mentira, pero es difícil encontrar a alguien con la que te compenetres bien en la cama. En este caso, debo decir que estamos en la misma sintonía y en el mismo nivel de exigencia y ofrecimiento.
 
Para no ponerles los dientes largos, les comunico que mañana viajo al interior del país, a visitar una de las nuevas sucursales que nuestros socios han abierto en el último mes. Estaré allí por una semana y me alojaré en casa de una de nuestras expatriadas, responsable del proyecto en la zona. Por segunda vez en mi vida, compartiré casa con una mujer (salvo cuando me casé, o mientras anduve en casa de mi madre). Todo ello me ha llevado a recordar la época tras la universidad cuando me independicé y entré a vivir en un piso con otra gente, todos varones. Soy un poco especial, más bien estricto, con la limpieza y tras varias semanas de convivencia en aquella pocilga, decidí cambiar de aires y me puse a compartir casa con una chica.

Lo bueno de compartir casa con chicas es que son mucho más ordenadas que los chicos. No me gusta
hacer generalizaciones, pero en este caso creo que encontré un equilibrio bastante grande compartiendo piso con Paula. Limpia, ordenada, independiente. Estos eran unos de los requisitos fundamentales para la convivencia, y ella los cumplía a rajatabla. No tenía queja alguna de ella y sobre todo había la ventaja de que por su trabajo apenas coincidíamos en la casa. Era divertido, cuando yo me iba a trabajar, ella volvía del trabajo y cuando yo regresaba, ella salía. Eso era la mayor parte de los días, ya que muchas semanas trabajaba desde casa y se quedaba encerrada en su habitación. ¿Que cómo era? Paula era una chica alta y delgada, que hubiera podido pasar como modelo de pasarela. Su forma de vestir era elegante cuando salía a trabajar, y gustaba de ir muy ligerita de ropa cuando estaba en casa, al menos así la vi las pocas veces que coincidimos en casa. Se la veía una mujer muy ocupada, sin apenas tiempo para nada. A pesar de ser muy atractiva, nunca intenté nada con ella. Era la compañera de piso perfecta y no quería perderla por nada del mundo, y menos por intentar llevármela a la cama. Por otro lado, y por aquel entonces, amiguitas no me faltaban. De hecho las ausencias nocturnas por motivos laborales de Paula eran la excusa perfecta para llevar visitas a mi casa.

Realmente nunca supe a qué se dedicaba Paula hasta que un día, por motivos que no vienen a cuento, no fui a trabajar porque desperté muy tarde con una resaca tremenda. Dicen que tomar sal de frutas ayuda a pasar la acidez y el mal cuerpo, y con ese motivo, me dirigí a la cocina para prepárame el mencionado remedio. De camino a la cocina, al fondo en el pasillo, desde la habitación de Paula oigo un gemido. Al momento, escucho un segundo gemido acompañado de un: "Oh, sí, papi, dame duro con ésa, tu verga, oh, sí, papi, mmmmm, papi, mmmmm, me estoy viniendo, me estoy viniendo, ahhhhhhhh". Parecía que Paula tenía compañía. Quizás había aprovechado para traerse a algún amigo mientras me creía en el trabajo. Nada reprochable, a fin de cuentas, yo hacía lo mismo con mis amigas. Lo que tenía curiosidad era por ver cómo era el tipo con el que estaba, qué clase de tipos le gustaban a Paula y por qué no decirlo, cómo era ella en la cama. Por lo escuchado, tenía pinta de ser una fiera, sin embargo, no se escuchaba ningún crujido de muelles ni toda la parafernalia que una buena sesión de sexo tiene. Claro, que a lo mejor practicaban sexo tántrico de ese y no tenían que moverse para nada. Pero tampoco tenía mucho sentido aquello de "Oh, papi dame duro con ésa, tu verga". Los tántricos no dicen esas cosas. O sí...

El caso es que tras beberme la sal de frutas, me eché un momento en el sofá del cuarto de estar, tratando de recuperarme de la resaca. La cabeza aún me daba vueltas. Los domingos no son para irse de farra hasta las tantas con los amigotes. Di no a los cubatas domingueros después del partido de fútbol. Di no a "nos tomamos la última y nos vamos". Siempre di no a "venga, tío, no seas nenaza, tómate la penúltima". Y sobre todo, huye cuando te digan "vamos a ver qué hay abierto a estas horas". Quien busca, encuentra, no digo más. Bien, pues estando en ese estado calamitoso, de repente tengo una maravillosa visión. Mi compañera Paula vestida únicamente con un tanga se dirigía a la cocina. Al verme, se asustó y quedó paralizada, casi al borde de gritar. Yo, aún convaleciente, pero igualmente agradecido por la visión de aquella preciosa mujer casi desnuda frente a mí, sólo acerté a decir que no gritara, que estuviera tranquila. Rápidamente ella agarró un cojín y llena de vergüenza tapó su desnudez pudorosamente y se volvió a su cuarto en carrera y a voz en grito.

Pensé en el tipo que pudiera estar con ella en aquel momento. Ver a tu chica (proyecto de, rollete, novia, o lo que sea), entrando en la habitación corriendo y gritando hace sacar a uno el cavernícola que lleva dentro y en algún momento, el proceso evolutivo se detiene y regresa a la edad de piedra para saltar como un energúmeno a partirle los morros al presunto invasor. Pero allí no se escuchaba nada, ningún ruido. Quizás no hubiera nadie, pero ¿y Papi? Ella había mencionado al tal Papi mientras se corría en un estruendoso orgasmo. Si había un tal Papi, lo mejor era no aparecer por allí, no fuera a reventarme a puñetazos. Pero seguía sin escucharse nada. Avancé, poco a poco, a través del pasillo, como tanteando el terreno, con la visión en la puerta de salida por si tenía que salir por piernas. Llegué a la puerta de la habitación de Paula y eché un vistazo por la rendija de la puerta. No se veía nada, así que toqué la puerta como pidiendo permiso y entré. Me volví a encontrar a mi compañera de piso de la misma guisa, frente a una pantalla con una video-cámara. Ahí entendí todo, creí.

Aún faltaban años para la irrupción de Skype, pero ya eran posibles las video-conferencias con otros programas de mensajería instantánea. Supuse que estaba teniendo una conversación erótico-festiva por video-conferencia  con el susodicho Papi y en medio de la conversación, salió a tomar un vaso de agua y como pensaba que andaba sola en la casa, no le importó salir medio en cueros a la cocina. Cuando me encontró en el cuarto de estar tumbado en el sofá, se pegó un susto y salió disparada hacia la habitación. En ese sentido, tenía suerte, pues el supuesto Papi no saldría de la habitación para meterme una paliza. Sin embargo, podría vivir cerca y venir hasta el apartamento para propinarme un par de hostias bien dadas. Seguía con mis cavilaciones en el sofá del cuarto de estar, cuando Paula, ya enfundada en un escueto batín de seda roja, se sienta a mi lado y me dice que me tiene que contar una cosa. Por un momento pensé que me quería hablar de Papi, pero no, me equivoqué. Tenía algo que ver, pero no era sobre Papi.

Era acerca de su trabajo. Ya de por si los horarios eran bastante raros. Siempre supuse que tenía algo que ver con el ocio nocturno. Pensé que era relaciones públicas de alguna discoteca, quizás camarera o puede que trabajara de gogó. La verdad es que Paula tiene un cuerpazo que no deja indiferente a nadie. Ella comenzó a hablarme de que las circunstancias en su vida no siempre habían sido buenas, que hubo un momento en que se vio en graves problemas económicos. No sé dónde quería llegar con todo esto y qué relación tenía todo ello con su trabajo. Ella continuó relatando que conoció a alguien que le propuso trabajar en una línea caliente (esos servicios telefónicos donde uno puede tener una conversación de contenido erótico con otra persona). Al principio no le hizo mucha gracia, pero urgida por los problemas económicos, accedió. En aquellos años fue el boom de aquel tipo de negocios y Paula ganaba un buen dinero que le permitía sobrevivir, pagar parte de sus deudas y seguir estudiando. Tiempo después a alguien se le ocurrió la idea de que además de escuchar una voz sexy también se pudiera ver a la persona. Fue el nacimiento de las webcams eróticas. Habida cuenta del espectacular cuerpazo de Paula, pronto recibió ofertas para pasarse al nuevo negocio y urgida por la falta de dinero aceptó de inmediato. La cosa era sencilla, una conexión de internet, una vídeo cámara y calefacción en la casa ya que se pasaría la mayor parte del tiempo desnuda. No le fue difícil hacerse un hueco entre las más solicitadas. Meses después le llegó una oferta para trabajar como modelo en un catálogo de lencería y al mes siguiente, querían que participara en una película para adultos. Las ofertas eran tentadoras, podría ganar mucho dinero, pero no tenía nada claro si quería abandonar el anonimato que en cierta medida le permitía la webcam. Finalmente declinó. Durante un tiempo siguió ofreciendo espectáculos eróticos a través de la webcam compaginándolos con sus estudios de Ciencias Empresariales. Ninguno de sus compañeros sabía de su trabajo y podía llevar una vida más o menos cómoda, además de pagar poco a poco su deuda y darse un capricho de vez en cuando.

Su vida se complicó cuando un día, su acreedor, le pidió que saldara su deuda de inmediato, amenazando de muerte a uno de sus familiares más directos. Presionada y queriendo evitar el mal a su ser querido, fue a buscar a aquellos que le habían ofrecido trabajo haciendo el catálogo de lencería y la película porno. Estas personas ya no estaban interesadas en ofrecerle dichos trabajos, sin embargo, si le recomendaban otra posibilidad de hacer dinero de forma rápida. Le propusieron que trabajara como escort para una agencia especializada. Ellos se encargarían de hacer los contactos y ella, de todo lo demás. En principio se vio afectada por el dilema moral de aceptar un trabajo de esas características, pero la urgencia del momento y la posibilidad de que hicieran daño a su ser querido, la empujaron a ejercer dicha profesión.



A estas alturas de su relato, la historia me sonaba bastante familiar. No sabía si había visto la película o había leído esa historia en algún sitio. Qué casualidad que esas historias siempre sean iguales, como cortadas por el mismo patrón. Me podía creer lo de la webcam, que es una forma de ganar un dinero rápido y sin exponerse. Me podía creer hasta que se hubiera metido a escort por falta de dinero, pero siempre tenía que aparecer el elemento trágico para darle verosimilitud a la historia. No me lo tragaba, así que le dije a Paula: "Menos lobos, caperucita". Me miró con cara de estar flipando por mi reacción durante unos segundos y acto seguido comenzó a partirse de risa. Posteriormente me confesó que sí, que vio que aquello era una forma rápida y fácil de conseguir dinero y que gracias a ello podía llevar una vida cómoda y darse sus caprichos, que no la juzgara y sobre todo que fuera discreto. Por supuesto, fui una tumba. Había confianza, incluso los días que coincidíamos en la casa no había problema en que se paseara desnuda (su cuerpo era su herramienta de trabajo y era una delicia verla así). En cuanto a los clientes, nunca los llevaba a casa. Debía tener algún lugar especial (una apartamento, un hotel...) donde los llevaba. Alguna que otra vez fuimos a cenar fuera de casa, y siempre me invitaba ella. De alguna manera comenzamos a tener una amistad. Compartíamos casa, la nevera, confidencias, algunos gustos y gastos y sobre todo mucho, mucho respeto.

Si me preguntan si alguna vez tuve algo con ella, la respuesta inmediata será: "Defíneme algo". Las relaciones no están cortadas por el mismo patrón ni tienen el mismo alcance. Nosotros comenzamos a ser amigos, muy buenos amigos. Es cierto que en un par de ocasiones, copas y otras sustancias mediante, acabamos en la cama, lo cual no modificó en absoluto los términos en los que se había basado nuestra amistad. Seguimos siendo grandes amigos y eso era lo que importaba. Lamentablemente, tras dos años de convivencia, tuvimos que separarnos. Ella se marchó a Hungría a trabajar. No me dijo de qué, pero intuyo que tendrá que ver con la industria del entretenimiento adulto (hay cierta actriz de por allí que tiene un aire bastante parecido). De vez en cuando me escribo con ella. Sé que está bien y que es feliz y yo me alegro mucho. Así es como lo recuerdo, como una experiencia positiva. A saber qué me deparará en la casa de esta chica del trabajo. Ya os contaré...