sábado, 30 de junio de 2012

Lejos de cualquier sitio III

Me hice para un lado de la hamaca, tratando de mantener el equilibrio y ella se recostó también tras apagar la bombilla. Continuaba lloviendo y hacía calor. Estaba sudando mucho y me quité la camiseta. Los truenos y relámpagos eran continuos y el ruido era ensordecedor. Iba a ser difícil dormir en aquella hamaca en compañía de la joven, pues pensaba que en cualquier momento podíamos caernos. Traté de cerrar los ojos, pero era imposible quedarse dormido. Ella pareció quedarse dormida enseguida y yo traté de imitarla.

En mitad de la noche, y con el mismo panorama de lluvia, relámpagos y truenos, ella se acurrucó sobre mi con su cabeza sobre mi hombro y su mano sobre mi pecho desnudo. "Tiene usted mucho vello", me susurró. "Mi compañero no tiene nada de vello. Se ve que es usted todo un hombre". Lo cierto es que esa mano sobre mi pecho despertó en mi una tremenda erección que traté de disimular colocando mi miembro entre las piernas. Al rato comenzó a acariciarme todo el pecho. "Es usted fuerte, se nota que hace ejercicio", continuó susurrándome. Lo cierto es que por aquel entonces estaba más delgado ya que acudía al gimnasio y lo primero que se desarrollaron fueron mis pectorales. Continuó con las caricias por mi abdomen, momento que aproveché para acariciar su espalda, gesto que agradeció con un breve y quedo gemido. Sus traviesas manos comenzaron a jugar con la goma de mi slip mientras yo subía su camisón y dejaba al descubierto su ropa interior. Ella continuó con el juego y metió la mano dentro de mi slip encontrando mi polla que estaba a punto de reventar. "Qué verga más grande tiene, papi, debe tener contenta a su señora", me dijo entre susurros cada vez más sensuales. Lo cierto es que no tenía señora, ni nada que se le pareciera. Lo que me estaba haciendo aquella muchacha me excitó sobremanera y también introduje mi mano en sus ya húmedas bragas. Ella alzó la cabeza ofreciéndome su boca que no tardé en devorar, mientras ella me estaba, como dicen allá, jalando la turca. Los susurros se convirtieron en gemidos, mientras me pedía que siguiera acariciándole su sexo. A continuación, se incorporó, se bajó de la hamaca y se desprendió del camisón y de toda la ropa que llevaba, mostrándome unos pechos coronados por dos pezones oscuros y una mata de bello púbico negra como el azabache, que pude distinguir gracias a la luz natural que ofrecía la interminable tormenta eléctrica que estaba teniendo lugar fuera de la casa. Me indicó que me colocara en mitad de la hamaca y se subió encima de mi clavándose mi polla hasta el fondo de sus entrañas. "No sabe cuánto tiempo llevo sin coger, papito. Ya tenía ganas, mi amor", decía entre suspiros y gemidos mientras me cabalgaba. El vaivén de la hamaca me hacía temer lo peor y que de un momento a otro acabáramos en el suelo. "¡Hijueputa, la tenés más grande que el cabrón!" gritaba recordando a su pareja, mientras le agarraba de las nalgas y chupaba y mordía sus deliciosos pezones. Ella también me chupaba y me mordía mis pezones, me arañaba y aullaba de placer. "Me vengo, papi, me vengo... ahhhhh!!", gritaba mientras se corría. Yo también sentía que me iba a correr de un momento a otro y me salí de ella para evitar cualquier tipo de complicación. Ella se recostó en la hamaca, mientras yo me pajeaba para terminar soltando una gran descarga, que me limpié con la camiseta que me había prestado. Ambos estábamos reventados y muy sudados por el sofocante calor y por la humedad del ambiente. Continuaba lloviendo afuera, pero parecía que la tormenta se había ido para otro lugar. Nos abrazamos y quedamos dormidos un rato.

Ya bien de madrugada, volvimos a hacerlo, esta vez yo levantado y ella tumbada en la hamaca. Me pedía, me suplicaba y me imploraba que le diera más verga. No sé cuantas veces más se corrió y yo terminé, ahora sí, encima de ella, cayendo mi lefa por su vientre y sus pechos. Después volvimos a quedarnos dormidos hasta que amaneció. Con la luz del día, pude observar su cuerpo menudo y su piel trigueña. Era un verdadero ángel. Seguía durmiendo. Miré por la ventana y vi que el 4x4 seguía allí donde lo había dejado la noche anterior. Había dejado de llover.

Aproveché y me vestí, y salí a inspeccionar si había habido algún daño. Parece que la rueda delantera había quedado un poco dañada y habría que cambiarla por la de repuesto. Entré en el coche y puse en marcha el motor. Arrancaba perfectamente y encendí la radio para avisar que estaba bien a la oficina del proyecto. No parecían muy preocupados por mi, así que les dije que llegaría en la tarde. Regresé a la casa y encontré a Itzel (no es su verdadero nombre) preparando café y tortillas para el desayuno. Me enseñó a palmear la tortilla y a prepararla en el comal. Desayunamos y nos duchamos fuera de la casa con ayuda de un barreño, mientras nos enjabonábamos mutuamente. Volvimos a hacer el amor de nuevo, esta vez de forma más suave y relajada, pero igualmente satisfactoria. Nos secamos, nos vestimos y fuimos a buscar al vecino para que nos ayudara a sacar el coche de donde estaba atrancado y a cambiar la rueda. Con ayuda de un caballo, don Guadalupe (tampoco es su verdadero nombre) nos ayudó a sacar las ramas de entre las ruedas del 4x4. Su hijo, me cambió la rueda de repuesto. En agradecimiento les di unos 20 dólares, que probablemente se gastarían en guaro.

Llegaba la hora de marcharme de aquel lugar, lejos de cualquier sitio y no podía más que mirar a Itzel, que estaba comenzando a llorar. Nos abrazamos y le prometí que volveríamos a vernos. Aún debería permanecer más tiempo en aquel país, ya que debía visitar más proyectos.

Al finalizar mi misión y como quedaban unos cuantos días hasta que saliera mi vuelo de regreso a mi país. Decidí alquilar un todoterreno y visitar a aquella bella mujer, que me había salvado la vida aquella noche de tormenta cerrada y con la que gocé de una de las experiencias más hermosas de mi vida. Llegué a la casa de Itzel y vi que estaba cerrada. Recordé dónde vivía don Guadalupe y fui a preguntarle dónde se encontraba la muchacha. El viejo me dijo que al día siguiente de regresar a la oficina, llegó su pareja del extranjero con bastantes billetes, vendieron la casa y fueron a recoger a sus niños, para irse a trabajar a los Estados Unidos donde él, había conseguido el permiso de trabajo y los papeles para llevarse a su familia allá. No fue la primera vez, ni la última en que una mujer con la que había estado, desapareció así de mi vida. En el fondo me hubiera gustado volverla a ver pero también me alegré de saber que ya no estaba sola y que probablemente pudiera llevar una vida mejor que la que le ofrecía aquel lugar, tan lejos de cualquier sitio.

Ser inmigrante, y lo dice uno que lo ha sido, no es nada fácil. Supongo que la vida de Itzel y su familia en los Estados Unidos, tampoco lo sería. Sin embargo, y eso es un consuelo, estaba con toda su familia y podría afrontar todas las dificultades en compañía.

No me marché del lugar sin antes visitar la comunidad donde había sido agasajado en la fiesta del "quinceaños". Les prometí que volvería con material escolar para la escuelita y así hice. De nuevo, y en agradecimiento, volvieron a sacrificar otro cabrito que prepararon con yuca y otros tubérculos que no supe identificar. Una vez terminado el banquete, me despedí de ellos y me fui por donde vine, no fuera que me volviera a sorprender otra tormenta...

Lejos de cualquier sitio II

No me hacía mucha gracia abandonar el 4x4, pues quién sabe qué podría ocurrir. Me lo podían robar o con la fuerza que llevaba el torrente que se había formado, quizás se llevara el coche a cualquier otro lado. Por otro lado, estaba mi propia seguridad. Si quedaba en el coche y éramos arrastrados por la fuerza del torrente, quizás podría perder la vida. El ofrecimiento de aquella mujer, de llevarme hasta su casa, se convirtió en la única opción razonable tras mi error de no haber salido antes de aquel lugar. A través de la ventana podía ver que a menos de 50 metros se encontraba una luz encendida, y según me contaba la mujer, allí se encontraba su casa. Traté de asegurar como pude el freno de mano, cerré el vehículo y traté de hacer cuñas bajo los neumáticos con piedras y ramas que encontré alrededor. Acto seguido, seguí a la mujer del chubasquero bajo una intensa lluvia. De lo que le pasara al coche, ya tendría que dar cuenta a la organización que me había prestado el vehículo. Tenía miedo por lo que pudiera ocurrirle al coche, pero antes estaba mi seguridad personal.

Subimos la cuesta donde se encontraba la casa de la señora. El concepto casa, varía de un lugar a otro dependiendo de las costumbres o de la situación económica. La comunidad que había visitado era una comunidad bastante pobre y las casas, si se les podía llamar de esa manera estaban construidas de materiales que los propios habitantes encontraban en su entorno. Caña de bambú, madera, placas de cinc, en algunos casos plásticos y quizás las mejor preparadas, tenían una base de ladrillos de adobe bastante rústicos. La casa de la señora del chubasquero estaba construida de bloques de ladrillo, procedentes de algún proyecto de desarrollo en la zona, y el tejado era de láminas de cinc. En aquellos momentos, lo importante era estar bajo techo y tampoco me fijé en nada más. Una vez dentro de la casa, el ruido de las gotas sobre el tejado, era ensordecedor. En el centro del habitáculo había una hamaca y una bombilla era toda la iluminación que había. Ni que decir tiene que la instalación eléctrica era bastante precaria. Al parecer estaba enganchada de manera ilegal al sistema eléctrico, cosa que era bastante común en aquel lugar. Toda la decoración de la casa eran unos cuantos marcos con fotos, un calendario antiguo con la imagen de una virgen y unos utensilios de labranza.

La señora se quitó el chubasquero y resultó ser una joven de unos veintitantos años. Sus rasgos eran indígenas y vestía una camiseta de algodón y una falda hasta los tobillos. Según me contó, era la casa que compartía con su pareja, que se había ido de "mojado" a los Estados Unidos. Hacía ya varios años que él se había marchado y la última noticia que tenía de él fue una encomienda que alguien le trajo con algo de dinero. La muchacha se ganaba la vida haciendo tortilla de maíz y vendiéndola en la comunidad que acababa de visitar. También tenía un pequeño huerto donde sembraba frijoles, maíz y alguna que otra hortaliza que utilizaba para su propio consumo. También me contó que tenía dos hijos, pero que estos estaban viviendo con sus padres en otra comunidad tierra adentro. No podía mantenerlos y se los dejó a sus padres, mientras ella cuidaba la casa que tenía con su pareja.

Antes de continuar hablando, me hizo quitar la ropa mojada y me ofreció una toalla para que me secara. Sacó de un cajón una vieja camisa de algodón que había pertenecido a su pareja. "Es usted muy grande, pero seguro que esto le quedará", me dijo. Me puse la camiseta y en verdad, me cabía, pero me quedaba muy ajustada. La muchacha colgó de una cuerda mi camisa y mis pantalones y salió a la parte posterior de la casa, donde tenía un fuego en el que estaba preparando café. Me ofreció una taza y me hizo sentar en la hamaca. Después me pidió que no mirara, momento que aprovechó para ponerse una especie de camisón largo y seco y se sentó a mi lado.

"Seguro que tendrá hambre, ¿verdad?", me dijo. No quise ser grosero, y aunque la verdad es que no tenía hambre, pues en la fiesta comí demasiado, acepté su invitación. Volvió a la parte de atrás y sacó un plato con arroz y frijoles con una tortilla encima. Lo cierto es que me sentía mal, porque probablemente le estuviera comiendo lo poco que tenía para ella. Por no hacerle el feo, comí sólo la mitad. "¿No va a querer más? Con lo grande que es usted, debería comer un poco más", me dijo. Le agradecí y le dije que estaba bien, que no tenía más hambre. Ella recogió el plato y se lo llevó atrás de la casa, donde también tenía un lavadero. La miré y ví como se comía el resto. Lo cierto es que me sentí fatal por haber comido su comida dejándole un poco a ella, pero entendí que era parte de la hospitalidad de estas gentes y me sentí muy agradecido. Al poco volvió y me ofreció más café.

Se sentó a mi lado y seguimos hablando. Me contó que había sido madre por primera vez a los 17 años, y que el segundo vino a los 21, que los dos hijos eran del mismo hombre, con el que se fue a vivir cuando se quedó embarazada del primero, dejando los estudios en la escuela. La situación de pobreza, hizo que su hombre emigrara a los Estados Unidos como ilegal. Ella se quedó cuidando la casa, que era la única propiedad que tenía. Incluso me enseñó el título de propiedad en la que figuraba ella con su pareja. Abandonar la casa hubiera significado que otros la hubieran ocupado y les habrían arrebatado la propiedad. También me contaba que probablemente su pareja estuviera allá con otra mujer, lo cual era muy típico en aquella cultura. Que desde que se fue, varios hombres la habían pretendido, pero que nunca había tenido nada con ellos por respeto a su pareja. Contaba que otras vecinas en su misma situación, se prostituían a cambio de alimentos, bebida o dinero. Me señaló un machete el cual no dudaría en utilizar si algún hombre se propasaba con ella.

No dejaba de llover, y de vez en cuando miraba por la ventana para ver si el 4x4 seguía en el mismo sitio o ya se había ido con la corriente. Ella me decía que no me preocupara, que por la mañana dejaría de llover y que llamaría a un vecino amigo suyo para que nos ayudara a sacarlo de allá. Lo cierto es que ya era tarde y a pesar del café, empezaba a tener sueño. Ella lo notó por mis bostezos y me dijo que me recostara en la hamaca. Yo le pregunté que dónde iba a dormir ella y me dijo que en el suelo. No podía permitir eso, y le dije que dormiría yo en el suelo. Me dijo que de ninguna manera y que lo más que podía hacer era compartir conmigo la hamaca.

jueves, 28 de junio de 2012

Lejos de cualquier sitio

Les comentaba que por mi trabajo debía visitar muchas partes del mundo. Una vez tuve que visitar un proyecto en un lugar apartado de cualquier atisbo de civilización. Se trataba de una comunidad donde estaban haciendo unas obras para mejorar el riego de los cultivos, además de la construcción de un centro comunitario. El proyecto había concluido y mi misión era hacer la evaluación de cómo se había desarrollado el mismo. Al ser un lugar de difícil acceso, mi empresa me facilitó un vehículo de doble tracción y un chófer, por motivos de seguridad. Para mi desgracia, el chófer había contraído dengue y no podía moverse de la oficina central. El viaje lo tendría que hacer yo sólo por esos caminos de tierra, que nunca se sabe qué peligros aguardan. Ni siquiera me pude ayudar de un GPS porque la zona no estaba identificada en el programa del aparato, así que me tuve que servir de las indicaciones de los técnicos del proyecto, que tampoco me pudieron acompañar porque habían caído enfermos también. Ni corto, ni perezoso, me lancé a la aventura y agarré el 4x4 y me fui para allá. En una de las trochas, tuve que preguntar a un lugareño dónde quedaba la comunidad, y me indicó que estaba en lo alto de un cerro. La suerte que tenía es que ya había conducido esta clase de vehículos y el que me habían otorgado era muy potente. No tuve dificultad en llegar a la comunidad y pude hacer mi trabajo. Una vez concluido y como las medidas de seguridad impedían que condujera tras la caída del sol, decidí regresar. La gente de la comunidad, me pedía que me quedase porque iban a celebrar una fiesta de "quinceaños" para honrar a una jovencita que acababa de cumplir esa edad. No les costó convencerme, ya que quería vivir esa experiencia y compartir el momento con aquellas gentes. La celebración fue distinta a las que se hacen en las ciudades, pero fue igualmente emotiva. Ver a la muchacha vestida como si fuera una novia, a pesar de la pobreza de la comunidad, fue algo precioso. El convite fue muy humilde, pero igualmente delicioso. Tortillas de maíz, cuajada y habían sacrificado un cabrito como plato fuerte. Me sentí como en casa disfrutando de la fiesta, con canciones, baile y toda la hospitalidad de aquellas gentes.

Eran las cinco y en media hora iba a anochecer. Por prudencia decidí marcharme no fuera que tuviera un accidente en esos caminos por la falta de visibilidad. Los lugareños me advirtieron que habría tormenta, que me quedara en la casa comunal, que me ponían una hamaca y podría salir por la mañana temprano. Como no veía ninguna nube, les dije que era mejor marcharme. Les agradecí sus atenciones y la invitación a la fiesta. A la muchacha le regalé un cuaderno y un bolígrafo que llevaba para la evaluación y que finalmente no utilicé. Ella me lo agradeció, porque eso le servía para poder ir a la escuela. Era una comunidad tan pobre, que apenas tenían para comprar material escolar. Les prometí que cuando regresara, traería más material para la escuelita.

Así que inicié la marcha, apenas estaba oscureciendo, pero los faros de mi 4x4 eran bastante potentes y podía ver perfectamente el camino y los obstáculos que se ponían en mi frente. Iba todo lo despacio que podía, para evitar cualquier peligro. De repente un par de gotas cayeron sobre el parabrisas. Al principio no me preocupé, pero conforme iban pasando los minutos, esas gotas se multiplicaron y comenzó a llover de forma torrencial mientras bajaba la colina. Los habitantes de la comunidad llevaban razón, estaba cayendo una tormenta. Vi un fuerte rayo que partió un árbol frente a mi, y este cayó delante de mis ruedas delanteras y se quedaron encalladas, con lo que no podía proseguir la marcha. Salí del coche para ver si podía mover el árbol, pero yo sólo no podía. Estaba ya lejos de la comunidad y no podía volver hacia atrás. También era responsable del carro y no podía dejarlo allí. Me metí empapado dentro del mismo y traté de utilizar la radio que llevaba dentro. Imposible comunicarme con nadie, no había señal y de pronto la batería del coche se apagó. Tenía la impresión de que me iba a quedar a dormir allí toda la noche.

De repente vi la luz de una linterna que se acercaba hacia el coche. Tal vez alguien me vio y venía a ayudarme. De pronto tocaron la ventana de mi carro, bajé la ventana y vi a una mujer que llevaba un chubasquero. Me preguntó que qué me pasaba y le dije lo que había ocurrido. Le dije que no debía abandonar el coche porque lo podrían robar. Ella me dijo que vivía al lado y que fuera a su casa, que me podía enfermar. Quizás fui imprudente haciendo caso a la mujer, pero también era cierto que iba a estar solo en aquel lugar y prefería estar acompañado. Tampoco me podía imaginar lo que me encontraría después...

martes, 26 de junio de 2012

Despedida III

Tres copas después la camarera nos avisó de que si queríamos una última consumición deberíamos pedirla en ese momento, porque iban a cerrar la caja. Miré a la chica sin nombre y ella me dijo que nos acabáramos la última y que nos fuéramos a otro sitio. Y así hicimos. Durante el tiempo que estuvimos bebiendo en el pub, estuvimos hablando de cosas místicas, de lugares que habíamos conocido y de lo que habíamos aprendido en esos sitios. Ninguna referencia personal. Parecía que quería permanecer en el anonimato y que no supiera más que sobre ella que lo que estábamos hablando.

Salimos del pub y nos dirigimos por unas callejuelas hacia un parque que estaba iluminado por una farola, bajo la cual, había un banco. Ella sacó de su bolso un librillo de papel de fumar, una china de hachís y comenzó a liarse un porro. Mientras tanto yo le contaba el origen de la palabra asesino, que procedía de la misma raíz que la palabra hachís. El asesino, sería el consumidor de hachís según la etimología de la palabra. "Mira que eres cursi", me dijo con un cierto tono guasón. "Bueno, sé hacer cosas mejores, pero si no quieres que te cuente la historia, no te la cuento", le dije en plan desafiante. Ella terminó de enrollar el porro, lo encendió, le dio una calada profunda y me lo pasó. "Por favor, cuéntamela, no me hagas caso, estoy un poco achispada", me dijo recordando los 4 gin-tonics que nos habíamos bebido juntos. Quizás yo también estaba un poco achispado, pues le llevaba uno de ventaja, amen de las cervezas que me había tomado antes. "Pues con esto vas a estar un poquito más achispada", dije mientras soltaba el humo del porro al que acababa de darle una fuerte y profunda calada.

Le conté la leyenda de los nizaríes, aquellos asesinos mercenarios que eran inducidos al asesinato selectivo de personas importantes, tras hacerles consumir grandes cantidades de hachís y hacerles creer que veían el paraíso lleno de huríes que satisfacían sus deseos carnales. Ella escuchaba embobada mis historias sobre los nizaríes y en un momento, dando un sorbo al porro, y acercándose a mi boca, me dijo "Esta noche te haré ver el paraíso", introduciéndome el humo que acababa de inhalar. Tras eso, no pude evitar besar sus labios y el beso fue correspondido. Quien sabe el tiempo que estuvimos allí besándonos hasta que me agarró la mano y me hizo acompañarla a la vuelta de la esquina. Sacó las llaves y abrió una puerta. Llegamos al tercer piso y volvió a abrir la puerta. Era una de esas casas antiguas, con apenas unos cuantos muebles antiguos y en el salón 2 maletas cerradas, signo de que ella partiría al día siguiente, como me había dicho.

Entre besos, caricias, abrazos, nos fuimos desprendiendo de la ropa hasta llegar a lo que debía ser su habitación. Tampoco estaba decorada, tan solo había una cama con un cubrecamas, una mesilla de noche y una lámpara. Metió la mano en un cajón y sacó tres pañuelos. De la excitación yo no dejaba de acariciarla, pero me obligó a permanecer quieto. Encendió la lámpara y puso uno de los pañuelos sobre la pantalla. Era de color rojo y le daba un toque sensual a la habitación. Agarró otro pañuelo y ató mi muñeca izquierda al cabecero de la cama y con el otro pañuelo, hizo lo mismo con mi mano derecha. Atado y a merced de la mujer desconocida, vi como salía de la habitación. Al volver, estaba solo vestida por un tanga negro y llevaba otro pañuelo en las manos. Me tapó los ojos y se subió encima de mi. Poco a poco me fue despojando de las pocas prendas que aún me quedaban hasta dejarme completamente desnudo. Sin visión, noté como ella se restregaba por todo mi cuerpo. Olía a romero, probablemente había sacado de alguna parte algo de aceite de romero. Yo me sentía en la gloria y ella me ofrecía uno de sus pechos para que los besara, los chupara y mordiera. Repitió la acción con el otro, mientras con su mano izquierda me acariciaba la polla de forma suave. Como estaba atado, no podía tocarla pero me dejé llevar por los movimientos de aquella diosa Shakti que acababa de conocer. Poco a poco fue besándome el cuello y restregando sus pezones erectos sobre mi pecho. Me hacía cosquillas con su pelo. Sus besos llegaron a mi pecho entreteniéndose con mis pezones, luego bajaron a mi abdomen hasta llegar a duro y enhiesto lingam. Shakti sabía como satisfacer a Shiva introduciéndose mi polla en su boca. Chupó y lamió toda su extensión, ayudada de su mano. Con la otra me acariciaba el pecho. No sólo se conformó con hacerme la mamada más deliciosa que me habían regalado nunca, sino que además se introdujo mis huevos en su boca, llevándome al nirvana.

Yo gemía de placer por lo que aquella diosa me estaba haciendo. Al momento, cuando pensaba que me iba a correr, paró y cambió de posición. Se quitó el tanga y puso su sexo rasurado sobre mi cara. Estaba caliente y húmeda y con mi lengua trataba de agradecer todo lo que había hecho ella antes por mí. Le estaba comiendo el coño como si estuviera devorando uno de esos deliciosos mangos que ya están maduros. Ella respondía con leves suspiros, que fueron convirtiéndose en gemidos y tomaron forma de gritos de placer. "Sigue, sigue, no pares, hijo de puta", me dijo en un arrebato de pasión. Mientras seguía dándole placer oral a la diosa ella me masturbaba con una de sus manos, hasta que se volvió hacia mi polla y adoptamos la posición del 69. Ahora ambos estábamos gritando de placer y nuestros gritos ahogaban el rechinar de los muelles de la vieja cama que se había convertido en el paraíso. Un gran chorro de flujo inundó mi cara, mientras ella se corría. "No pares, por favor, no pares", me dijo mientras le iban llegando uno a uno varios orgasmos. Inexplicablemente dejó de comerme la polla mientras se concentraba en las descargas que inundaban todo su ser. "Si es que eres cursi hasta escribiéndolo", me dijo. Yo no comprendí nada de lo que me hablaba hasta ahora en que estoy relatando esto que me ocurrió.

Tras su tremenda corrida, cayó rendida sobre mi. Estaba agotada. Me quitó el pañuelo de los ojos y me besó en los labios. Estábamos sudados. Me liberó las muñecas y me hizo abrazarla. Estuvimos así un rato hasta que recuperó el resuello. "Ahora te toca a ti", me dijo. En ese momento en que había recuperado la visión y que podía moverme libremente, observé que había encendido una barrita de incienso. Se subió sobre mi y comenzó a menearme la polla hasta que se puso bien dura de nuevo. Se la metió y empezó a cabalgarme como si le fuera la vida en ello. De un momento a otro conseguiría que me corriera, pero decidí que era mejor cambiar de postura. La coloqué a cuatro patas y se la inserté por detrás, comenzando con un rítmico bombeo que iba cada vez más deprisa y que logró sacarle más gritos. "Me vas a matar, cabrón, sigue, sigue", me decía ella presa del placer. Noté de nuevo que iba a acabar y volví a decirle que se pusiera encima de mi. Sumisa, obedeció. Le agarré de las nalgas y continuamos con nuestro frenético vaivén. Uno de mis dedos se introdujo en su culo, lo que la excitó más hasta llegar a un orgasmo todavía más potente que los anteriores. Seguí bombeando hasta que terminó de correrse por tercera vez. Entonces cayó sobre mi y volvimos a abrazarnos.

No sé como había aguantado tanto, pero aún no me había corrido. Mientras nos besábamos, ella agarró mi polla y me masturbaba. "Quiero que te corras en mi cara", me ordenó. Me puse en pie y comenzó a chupármela todavía más deprisa, cuando noté que me iba a correr, la avisé para que dejara de chupármela y solté una tremenda descarga sobre su cara, su boca, y sus pechos. Con la mano se fue limpiando mi lefa y cuando la tuvo toda sobre la mano la lamió, me enseñó la boca y se lo tragó. Nunca antes nadie se había tragado mi semen, ni tan siquiera la hija de puta con la que había cortado horas antes. Ni tan siquiera me acordaba de ella. Quedamos abrazados durante unos minutos recuperando la respiración. Ella se levantó, salió de la habitación y volvió con su bolsito. Sacó otro papel y enrolló otro porro. Nos lo fumamos tranquilamente hasta que se acabó. Nos quedamos dormidos y abrazados, desnudos.

Horas más tarde, empecé a sentir calor y una fuerte luz cegaba mis ojos. Me incorporé y vi que estaba solo en aquella habitación. Salí al salón y habían desaparecido las maletas. En su lugar, había dejado una nota en la que decía:

"Las cosas suceden porque sí. No trates de buscarme ni de buscarle ninguna explicación. El apego nos lleva al sufrimiento y es mejor dejarlo así, porque podríamos enarmorarnos y sufrir. Piensa que una noche conociste el paraíso... yo también me quedo con eso. Quizás nos volvamos a encontrar en otra vida..."

Me vestí, y salí de aquella casa, dejando la llave en la puerta que me condujo al paraíso. Tardé un tiempo en aceptar que lo que pasó aquella noche, no volvería a pasar. Me di cuenta, que el apego, de verdad, llevaba al sufrimiento. Sufrimiento que había experimentado aquella noche, cuando mi novia me dejó por un compañero de trabajo, y sufrimiento por haber conocido el paraíso sin la posibilidad de regresar con aquella chica misteriosa con el tatuaje de Shakti. Volví a ser Shiva otras muchas más veces, pero algo había cambiado en mi esa noche. Ya no habría más apego, tan sólo disfrutaría del momento...

Despedida II

La noticia de mi ruptura me cayó como un jarro de agua fría. No sabía qué hacer y me dio por irme a un bar a emborracharme. Necesitaba no pensar.

A esas horas, lo único que había abierto era un pub y allí me fui. Entré, aún con lágrimas en los ojos, pasé al baño y me eché agua en la cara. No quería que nadie me viera llorando. Aunque tampoco me importaba, no conocía a nadie allí y los que estaban allí estaban lo suficientemente borrachos como para percatarse de que lo estaba haciendo. Me senté al lado de la barra y le pedí un gin-tonic cargadito a la camarera. Aquel trago me entró como una cuchilla en la garganta. Pero me daba igual. El sabor amargo de la bebida contrastaba con la amargura de verme engañado, de verme solo, de saber que había vivido una mentira y que la hija de puta  a la que había entregado mi corazón, ahora se habría ido con el otro y probablemente estuvieran follando, riéndose del imbécil de mí.

Al tercer trago, me di cuenta que había terminado con mi paquete de cigarrillos. Le pedí a la camarera cambio para la máquina y saqué un paquete. Lo abrí y me saqué otro cigarrillo. Apenas había pasado una hora desde que me dio la noticia y me había fumado un paquete entero, tal vez de la ansiedad. Mientras buscaba el mechero, alguien se me acercó y me pidió un cigarrillo. Aún con los ojos húmedos, no pude distinguir quién era, sin embargo, de forma automática le ofrecí un cigarrillo y encontrando el mechero me ofrecí a encendérselo.

Me dio las gracias y me dijo que nada en este mundo merecía la pena para que un tío tan grande como yo estuviera con los ojos llorosos. "Quizás si no me hubieran quitado la vida de un golpe, no estaría así", contesté yo. "Pues yo te veo muy vivo", me dijo ella. Me sequé las lágrimas de los ojos y pude verla. Era una chica, delgada, con el pelo largo teñido de morado y una coleta en forma de rasta que le llegaba a la altura de la cintura y acababa en un cascabel. Tenía un par de piercings en la cara. Uno encima del labio, que parecía un lunar y otro en la ceja izquierda. Llevaba una camiseta de tirantes a rayas y no llevaba sujetador por lo que se le notaban los pezones de unos pechos pequeños pero bien formados. Tenía un tatuaje muy bonito sobre el brazo izquierdo.

"Es Shakti, la diosa que representa el principio femenino de la creación para los hindúes", me informó con una sonrisa. "Entonces te hará falta un Shiva, para completar el círculo", agregué yo, mientras abría los ojos sorprendida por mi conocimiento. "Conozco a poca gente que sepa sobre eso", me dijo. "El problema es que no estamos en India, allí no pasarías desapercibida". Se rió y su risa me contagió. Empecé a reír. "Mira, es la primera vez que te veo reír desde que te vi entrar en el pub. Tienes una bonita sonrisa y acabas de llenar de energía este sitio".

"Muchas gracias por hacerme sonreír", le dije. "Muchas gracias por regalarme tu sonrisa", contestó. La verdad es que por un momento olvidé lo que me había llevado a estar sentado en la barra de ese pub. "¿Quiéres tomar algo?", le pregunté. "Lo mismo que usted, amable caballero", me soltó con desparpajo. Pedí dos gin-tonic más y nos los sirvieron. "A todo esto, me llamo ...", traté de decir mientras con su dedo índice me tapaba la boca mientras trataba de decirle mi nombre. "No quiero saber tu nombre·. Aquello me dejó desconcertado. "Sabes que en el budismo se busca la iluminación a través del abandono de aquellas cosas por las que tenemos apego, saber tu nombre y que tú sepas el mío, sólo nos puede traer sufrimiento", explicó con su interminable sonrisa. "Sólo vive el momento, mañana no sabemos dónde estaremos", concluyó.

La joven desconocida de la camiseta de tirantes a rayas alzó su copa y preguntó "¿Qué celebramos hoy?". Yo le dije que el habernos conocido en el día de hoy. "Tal vez nos hayamos conocido en otra vida, creo que mejor brindaremos por el reencuentro". Cada vez me tenía más desconcertado, pero me estaba empezando a gustar aquella conversación tan extraña. "Por el reencuentro y por los próximos reencuentros, espero", brindé yo. Me dijo que tendría que ser en otra vida, que aquella era la última noche en la ciudad y que al día siguiente partía hacia otro lugar...

lunes, 25 de junio de 2012

Despedida I

Quizás si tuviera que empezar por alguna de esas mujeres que me han marcado, sería por la chica que conocí una noche en un bar, un día en el que me sentía la persona más desdichada del mundo. Les contaré.

Tras una relación de varios años con mi primera novia, recibo la noticia de que quiere hablar conmigo. Ya saben, el fatídico "Tenemos que hablar". Era consciente de que algo pasaba ya que las cosas no eran como antes. De la pasión de los primeros tiempos de la relación, se pasó a la falta de interés por parte de ella, cuestión que llevaba con resignación, ya que uno comprende que todo el mundo pasa por diversas fases en las cuales no se encuentra con el mismo humor para según qué cosas. Coincidió con una época en la que mi novia cambió de trabajo, un buen trabajo, que la mantenía ocupada y estresada durante la mayor parte del tiempo. Comprendía que no debía agobiarla con mis peticiones y entendía que aquello sólo era una fase y que pronto volvería a la normalidad.

Un día, tras el trabajo, me citó en un pequeño bar, al que solíamos ir cuando salíamos a tomar algo. Un sitio con mesas, tranquilo y con la música no muy alta para poder conversar tranquilamente. Yo no era consciente de lo que me iba a decir. Reconozco que me mosqueó el "tenemos que hablar", pero tampoco le di tanta importancia. Quizás me fuera a hablar de algún proyecto, o del hecho de que nos fuéramos a vivir juntos de una vez. Sería eso, me decía a mi mismo y la verdad es que yo también tenía ganas de avanzar en la relación. La amaba como a nadie he amado en este mundo y hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa para complacerla. Cuán equivocado estaba.

Al salir del trabajo, me dirigí al bar. Sabía que tendría que esperar, pues ella salía más tarde que yo, y me imaginaba que pasaría antes por casa para arreglarse, como siempre acostumbraba. Llegó al bar a la media hora, como siempre, tan elegante, tan bonita, tan dulce. En su mirada vi tristeza, nerviosismo, tanto nerviosismo que yo empecé a ponerme nervioso también. Yo iba por la segunda cerveza, me levanté y fui a darle un beso en los labios, que ella evitó, lo cual me extrañó, porque siempre nos saludábamos de pico. Algo no iba bien, y no tardaría en descubrir que la razón de aquel gesto tan hostil. Me dejaba. Ya no quería estar conmigo. Me dijo que se sentía infeliz y que no quería prolongar más su angustia. Hacía tres meses que había conocido a alguien. Alguien de la oficina con el que había comenzado una relación. Mi rostro se desencajó. No podía creer lo que me estaba contando. Ella continuó con su relato. Decía, entre lágrimas, que sentía mal por tenerme engañado durante tanto tiempo, que no lo podía soportar y que había reunido todo el valor que tenía para afrontar la situación y decírmelo. Que no quería hacerme daño y que quería seguir con su compañero de trabajo.

No pude contestar. Estaba bloqueado. Ella seguía hablando. Que se había liado con él en la cena de navidad de la empresa y que estaba enamorada de él. Que habían tenido varios encuentros. Ahí supuse que esos momentos eran todos aquellos días en los que se quedaba hasta tan tarde en el trabajo, o aquellos fines de semana en los que se llevaba trabajo a casa y estaba tan ocupada que no podía quedar conmigo. Qué tonto fui de no haberme dado cuenta antes. Quizás ella fue tan inteligente como para mantenerme engañado todo ese tiempo. Ella me dijo que me tenía mucho cariño, pero que no soportaba más la situación. Se iba a vivir con él y a mi me dejaba. Honestamente, mi pensamiento pasó de la sorpresa hacia el odio más profundo. Sólo cabía en mi cabeza la imagen de ella follando con el otro. Pensaba si el otro, la tendría más grande, si era mejor amante... yo qué sé, todas esas tonterías que pensamos los hombres cuando las mujeres te dejan por otro.

Aguanté todo lo que pude para no llorar. Había que mostrar dignidad, ya que el engañado era yo y la culpable de la infidelidad era ella. Intenté guardar la compostura y educadamente le ofrecí que un día se pasara por mi casa para recoger todas las cosas que tenía allí (cepillo de dientes, ropa, libros, discos). La desee buena suerte, pagué las consumiciones y salí del bar como alma que lleva el diablo. Ella trató de seguirme, pero no hice caso ni a sus llamadas, ni a los mensajes que me dejó en el teléfono.

Caminé y caminé, me habían destrozado el corazón y me dolía el alma. Tenía tanta rabia que me hubiera puesto a romper cualquier cosa. Me contuve. No sabía que hacer. De repente me comenzaron a salir lágrimas en los ojos. Empecé a llorar amargamente. Me senté en un banco que había en una plaza, mirando el teléfono que no paraba de sonar. Era ella, pero no iba a contestar. En un momento de rabia agarré el teléfono y lo tiré contra el suelo. El teléfono quedó destrozado. No me di cuenta de que el teléfono no tenía la culpa y que allí guardaba muchos teléfonos. Como pude, recuperé la tarjeta sim y me la metí en el bolsillo.
No tenía a quien llamar, pues me cargué el teléfono. Quizás hubiera podido hablar con algún amigo, pero siempre me pudo la rabia y en vez de pensar, actué de manera irracional. A casa tampoco podía volver. Demasiados recuerdos, demasiadas imágenes de ella, de toda nuestra relación, fotos, sus regalos, esa cama donde habíamos hecho tantas veces el amor, el sofá, la cocina, el baño...

Necesitaba salir de allí, ir a algún lado. Necesitaba un trago, o dos, o tres. Necesitaba beber para olvidar... y me fui a un bar.

Me presento

Soy un treintañero bastante normal, cuyos vicios se limitan al tabaco y a los libros. No soy lo que se dice por ahí un Don Juan, ni tan siquiera el típico guaperas que consigue todo lo que quiere de las mujeres. Soy un tipo normal, al que por alguna razón, se le han acercado mujeres estupendas y ha podido disfrutar de su compañía, amistad, cariño y por supuesto, sus cuerpos. Por mi trabajo he podido recorrer muchos lugares del mundo y he vivido situaciones que otras personas de mi misma edad, ni tan siquiera han podido experimentar. Algunas de esas situaciones tienen que ver con las muchas mujeres que he conocido en mis viajes y eso es lo que voy a relatarles aquí. Tal vez un caballero no debería hablar de según qué cosas, sobre todo a lo que se refiere a sus relaciones con las mujeres. Sin embargo, el recuerdo de noches apasionadas y el homenaje a aquellas mujeres que me hicieron vibrar y hacerme sentir el más dichoso de los hombres, hacen que hoy, me atreva a escribir sobre ellas. Por supuesto que salvaguardaré su honor, sus identidades y algunos detalles que pudieran comprometerlas (como lugares, tiempos, y contextos). Algunas de ellas eran casadas, algunas solteras, otras divorciadas. A todas ellas va dedicado este blog, y a todas aquellas que puedan sentirse identificadas con las situaciones que aquí se describen. Es un homenaje a la mujer y al sexo femenino, mi mayor inspiración.

Espero que les guste.

Saludos, el Sultán.