martes, 21 de agosto de 2012

Qué más quisiera yo

Sin duda los últimos encuentros han sido geniales. La semana pasada vimos una película en su casa y después dimos un paseo. El sábado no pude ir a su encuentro porque estaba demasiado agotado. Ella se entristeció y me lo recriminó. Alerta. Ya ha pasado otras veces, y me siento fatal. Me encuentro mal porque no puedo satisfacer a todos sus reclamos, no quiero volver a lo mismo de siempre. Al final, ellas sufren, pero quien sale perdiendo soy yo. El domingo, fue un día duro, mi remordimiento de conciencia no me dejó dormir, ni hacer nada. Tuve que ir yo a su casa. Me estaba esperando. Yo quería decirle las cosas claras, lo que no me gustaba. Finalmente, no pude. Me derrumbé y volví a caer en su cama.

Qué más quisiera yo que cumplir con todos sus deseos, qué más quisiera yo que poner fin a mi tristeza, pero no puedo. Me siento mal y no puedo dar más de mí. Me torcí el tobillo la semana pasada y apenas puedo caminar. Me cita para pasado mañana y no sé si voy a poder. Ya me comprometí y tendré que estar ahí. No sé si quiero esto. Ella me gusta, me lo paso bien con ella, pero no quiero formalizar una relación. No estoy totalmente curado y es poco lo que le puedo ofrecer. Yo le he dicho lo que hay, ella me dice que me quiere ayudar, pero no quiero que me ayude nadie. Sólo quiero estar, disfrutar de su compañía, tener una amistad.

Por otro lado, el viernes salí con un amigo. Estaba destrozado por un fracaso sentimental y qué mejor que salir a tomar aire fresco para disipar los malos pensamientos. Quiso la casualidad que nos encontráramos con su ex-pareja en la calle cuando íbamos a tomar copas a otro local. También quiso la casualidad que estuviera acompañada de otra chica. Mientras mi amigo y su ex, hablaban de lo que tenían que hablar, decidí retirarme unos metros con la acompañante, la cual sabía de qué iba la historia. Tenía que entretenerla, mientras mi amigo le decía cuatro cosas a su ex. Tenía que hacerle la cobertura. No fue difícil establecer conversación. Preguntas tontas como a qué se dedica, desde cuándo conoce a mi amigo y a su ex. Compartimos una cerveza que compramos a un vendedor ambulante. Le ofrecí un cigarrillo, pero me dijo que sólo quería darle una calada. La chica me preguntó por mi ocupación y le conté toda la historia de mis últimos cuatro años. Parecía fascinada. Evidentemente omití detalles que tampoco venían a cuento. No sé, parece que conectamos enseguida y créanme, empecé a sentir las ganas de besarla, cosa que ocurrió. Primero fue un pico, después estábamos enrollándonos en plena calle, mientras mi amigo discutía con su ex. Cuando todo parecía que iba bien, llegó mi amigo, me tocó en el hombro y me dijo que nos marcháramos, que ya había hablado con su ex y que todo había terminado. Miré a la chica con la que me había estado besando y le dije con los ojos, que ya nos veríamos en otro momento. Me tomó la mano, agarró un marcador y me pintó su número de teléfono. Llámame, me dijo tras darme un último pico.

Mi amigo me dijo, no te conviene. Tiene novio y vive con él. Sé que mi amigo no iba a mentirme, pero quizás la curiosidad, el morbo o cualquier otra cosa, me hizo que apuntara el número en mi celular. Eso sí, me costó mucho quitarme lo que me había escrito en la mano. Hubiera sido difícil de explicar el domingo a la otra chica, qué hacía con un número escrito en la mano. Finalmente, con algo de alcohol y un algodón, pude quitarme las marcas. He estado fantaseando desde entonces, hasta que ayer, cuando regresaba a casa, decidí llamarla.

"Te estaba esperando", me dijo. "No me atreví a hacerlo hasta ahora, pues me dijo mi amigo que no estabas sola, no quisiera meterte en problemas", contesté. "No me gusta que me dejen a medias y los problemas, me los busco yo solita". Me dio una dirección que apunté en un papel y me dijo que nos encontráramos hoy a las 20:00 allí. No tengo perdón, y otra vez vuelvo a caer en el rollo de las relaciones paralelas, a pesar de que no he formalizado nada con nadie. Pero en cierta medida, sé que alguien se está ilusionando conmigo y puedo hacerle mucho daño. Me tomó mucho tiempo decidirme. Tal vez con ésta sí, pero con la otra sé que no. Tal vez, como dice mi amigo, no me conviene y puedo meterme en un lío. El caso es que mi cerebro automático funcionó de nuevo y allí me presenté a la cita, en el lugar y a la hora convenidos.

"Pensé que te ibas a rajar", me soltó al entrar en la casa, abrazándome y comenzando a besarme. Al parecer, el novio estaba de guardia esta noche. No sé si me dijo que era militar o médico, o qué sé yo. Yo estaba más pendiente de quitarle la ropa, de besarla, lamerla y tocar su piel. Hay gente que no para de hablar cuando está teniendo sexo, quizás para contextualizar, quizás para justificarse. No tengo ni idea. Me llevó hasta su cuarto y encima de su cama comenzamos a follar. Sus tetas se balanceaban al compás de mis envestidas. De una postura, cambiamos a la otra. No paraba de gemir, de gritar, de decirme cosas obscenas. Es una constante en mi vida, a casi todas las mujeres con las que he estado, les gusta hacer ese tipo de cosas. Cambiamos al 69, mientras yo le comía su concha, ella se dedicaba a lamer toda la longitud de mi rabo. Mis manos agarraban sus nalgas dejando al descubierto el agujero de su culo, con el que empecé a jugar con mis dedos y mi lengua. Eso la excitó todavía más y se metió uno de mis huevos en la boca y después el otro.

Introduje un segundo dedo en su chiquito y me dijo que la quería dentro. Me incorporé y me puse detrás de ella. Se la metí poco a poco. Me preocupé, pues los gritos eran todavía más fuertes. De dolor, de placer, yo qué sé. Le tapé la boca con la mano y me mordió. "No pares, cabrón". Cuántas veces habré escuchado eso ya. Seguí bombeando hasta que empezó a venirse, no una, sino varias veces. No sé cómo aguanté, pero el caso es que no eyaculé. Qué sorpresa tuve, cuando después de un momento de descanso, ambos tumbados en la cama, se incorpora y se mete de nuevo mi verga en la boca. Me la chupó a pesar de haber estado antes en un lugar poco higiénico y cómo lo hacía, como una posesa, parecía que me la quería destrozar. Finalmente me vine. Solté leche a borbotones y caímos de nuevo, rendidos en la cama. Hacía mucho calor y estábamos sudados. Las sábanas estaban muy mojadas. Me propuso que tomáramos una ducha y así hicimos. Ya en la ducha, seguimos tocándonos, y llegamos a follar otra vez. De nuevo volvimos a la cama y seguimos haciéndolo. A las 23:00, me dijo que me vistiera que de un momento a otro iba a aparecer su novio. "Otro día vienes y seguimos con lo que estábamos", me dijo.

De regreso a casa, me sentí mal. Me sentí fatal. Otra vez volvía a las andadas. Qué más quisiera yo que todo fuera más fácil, qué más quisiera yo que no hacer daño a los demás.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Estoy abrumado

Estoy abrumado. Estoy más que abrumado. Nunca antes me había dicho cosas tan bonitas y no creo que las merezca en absoluto. Soy consciente del daño que puedo hacer y también del daño que puedo recibir. La soledad es muy mala consejera y caí en lo que no debería haber caído. Mientras mi cabeza vuela hacia otra ciudad, mi cuerpo está en esta. Sé que lo que tengo en otra ciudad se perdió para siempre y lo que tengo en ésta... no sé adonde me llevará. Prefiero no pensarlo y dejar que todo fluya, pero es imposible. Me está ganando con sus palabras, con su dulzura, con su afecto. Es como cuando conocí a la mujer que vive en otra ciudad. Un verdadero ángel. Me enamoré de su dulzura, su afecto, sus palabras dulces y amables. También me enamoré de su vida trágica, de su fortaleza ante las dificultades, de su completa devoción por mí y de su cuerpo. Maldito de mí que andaba con otra al mismo tiempo (también me enamoré de lo exótico, de la vida desgraciada y por un momento creí que podía rescatarla). Maldito de mí que elegí a la que menos me convenía. El tiempo y la vida me castigaron. Sufro cada día del mismo remordimiento, de no saber elegir, de no haber sido valiente y haber parado a tiempo. Ahora, su indiferencia, totalmente merecida, me tortura y me golpea con fuerza.

Cuando peor estaba, aparece otro ángel en mi vida. Su dulzura, su afecto, sus palabras dulces y amables. Una devoción indescriptible, con una belleza interior extraordinaria. Otra historia trágica, la misma superación ante las dificultades. Siempre los mismos ingredientes que me hacen fijarme en una mujer, o quizás es un imán que tengo para que se me acerque este tipo de mujer. No sé por qué se fijan en mí. Creo sospechar por qué me fijo en ellas. Me gusta ser protector, me identifico con los desamparados y con las historias tristes. Me creo que pongo un poco de luz en sus vidas y no me doy cuenta de la oscuridad que llevo dentro. No merezco nada. Me siento fatal. No sé qué hacer. Escribo porque me consuela, pero no puedo evitar sentirme fatal. Otra vez la he vuelto a fastidiar.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche

Hoy rondaba por mi cabeza ese bello y triste poema de Pablo Neruda. Quizás tenga asumido que he perdido para siempre a varias personas queridas, amadas en el pasado. Una, la que fue mi mujer; otra, la que fue mi novia durante muchos años, otra, la que fue mi amante; otra, la que fue mi amiga y otra, de la que me encapriché. Tampoco tengo claro si la persona con la que me estoy viendo, va a convertirse en alguien importante en mi vida. Siento que estoy repitiendo los mismos patrones que me han llevado a esta sensación de tristeza y de soledad. No quiero repetir los mismos errores. No quiero cortar mis alas, que tantas veces he cercenado

En mi vida, han pasado mujeres excepcionales. A todas ellas las quise, las deseé, las amé. Por alguna razón o por otra, siempre fracasé. Tal vez por darme en exceso, quizás por dejar que las cosas fluyeran, tal vez todo sea mi culpa...

Si de algo me arrepiento es de haber mentido. De haber mentido para proteger, de haber mentido para sacar ventaja, de haberme mentido a mi mismo. Parte de mi fracaso ha sido la mentira, repercutiendo de manera negativa en todas mis relaciones.

Soy dependiente de que me quieran. Necesito que alguien me quiera por cómo soy. Necesito que me abracen, que me digan cosas bonitas, que estén pendientes de mí. A cambio, yo me entrego en cuerpo y alma, muchas veces negándome a mi mismo, mintiéndome a mi mismo, esperando que las cosas cambien para mejor.

Sería injusto decir que ellas tuvieron la culpa. Lo acepto, la culpa siempre fue mía. Amo mi libertad sobre todas las cosas y elegí mal. No supe hacer ver que mi libertad era también la libertad de ellas. Me convertí en dependiente y de ahí mi infelicidad.

Hoy estoy triste, mañana también lo estaré. No creo que salga de esta.

lunes, 13 de agosto de 2012

Besos II

Quedas con la otra persona, ya tienes un plan prefijado que se va transformando de forma consensuada conforme se va pasando la tarde. Acabas viajando por los aires sobre la ciudad, nunca llegas al concierto de jazz al que pensabas llegar, terminas en el cine viendo una película a las 0:00, sales del cine a las 3:00. Entre tanto, eres consciente de la cantidad de veces que te has besado con esa persona. Cada vez te sientes más atraido por ella. Al salir del cine y llega la hora de marchar a casa, ella no te deja que lo hagas. Le da miedo que me pueda pasar algo y me invita a la suya que está al lado. Entras en la casa, más besos, entras en la habitación, muchos más besos. Acabáis desnudos en una cama besándoos continuamente. Se repiten patrones que has vivido antes y que te llevaron a la tristeza posteriormente. Pero quieres vivir el momento. Siguen los besos, las caricias, las caricias más íntimas. Susurros, hablas porque no tienes sueño, no puedes dormirte. Sigues besándote con ella. Hacéis el amor. Hace mucho calor y abres la ventana. En la calle mucho ruido, pero te da igual, estás en el cielo o en algún lugar muy parecido. El cansancio cierra tus ojos, duermes. Cuando la luz del sol llega a tus ojos, despiertas, ya la cama no está vacía. Estás acompañado. Besas la frente de ella. Ella responde el cariño con otro beso en los labios. Buenos días. ¿qué más puedo pedir?

Todavía quedan más besos, más momentos, no sé dónde nos llevarán, pero lo estoy disfrutando. Tengo miedo, pero el miedo es lo que nos mantiene vivos, vivos para sobrevivir, vivos para disfrutar. Suerte de haberte encontrado, suerte de haberme buscado, suerte de haber compartido contigo tu cama. Que todas las noches, sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel. Que en paz descanses, Chavela.

viernes, 10 de agosto de 2012

Besos

En esta ocasión no les hablaré de una historia pasada, sino de una cosa que me acaba de ocurrir, de forma inesperada. Cuando menos te lo esperas te encuentras con una sorpresa, en este caso agradable. Llevaba un tiempo bastante triste, quizás por los últimos acontecimientos aquí narrados y también por los restos del naufragio que supuso mi última relación. De pronto, en el sitio menos esperado, aparece alguien que en principio no te llama la atención, pero con quien conectas enseguida tras cruzar varias palabras. El siguiente encuentro, vuelves a coincidir con esa persona que no te dice nada, pero que por una razón o por otra, sigues manteniendo el hilo de la conversación. La tercera vez, ya buscas a esa persona para seguir hablando. Los temas se multiplican y los hilos se abren hacia otras conversaciones. Se crea empatía y quien no te llamaba la atención, consigue llamártela. El cuarto encuentro te das cuenta de que existe cierta complicidad, pero resulta que esos encuentros llegan a su fin en ese lugar concreto y te despides de la persona con un "ya nos veremos".

La semana siguiente, cuando ya no hay más encuentros, recibes un email de esa persona invitándote a una actividad. Resulta que ese día no puedes ir y te disculpas. "Tal vez en otra ocasión". Al día siguiente, recibes contestación invitándote a almorzar el fin de semana siguiente. La insistencia de la otra persona te parece un atrevimiento, pero quizás la soledad y la tristeza te hace cuestionarte sobre si merece la pena aventurarse y acceder a la invitación. Aceptas. Vas a la comida, hay más gente reunida y de la vergüenza inicial, comienzas a integrarte como uno más. Sabes perfectamente que quizás no volverás a ver a esas personas, sin embargo te das cuenta de que quieres seguir viendo a la persona que te invitó. Al regresar a casa, escribes un email de agradecimiento por la invitación y por el buen momento vivido.

La contestación no se hizo esperar y ya al día siguiente te invitan a dar un paseo por la ciudad. Desafortunadamente tienes otros planes, aunque desearías cancelarlos por poder dar ese paseo y ver qué es lo que pasa. Te disculpas y vuelves al "Tal vez en otra ocasión". Al día siguiente, insiste. Quizás no tenga excusa y la verdad, tampoco pasa nada por salir a dar un paseo con alguien que acabas de conocer y que te apetece conocer un poco más.

Quedas con la persona y paseas. Disfrutas del paseo y de la compañía. Te cuenta su vida y tú le cuentas la tuya. Sus mejores momentos y los peores. Mis éxitos y mis fracasos. Te das cuenta que la vida te va llevando por caminos en los que encuentras personas con las que tienes una especial conexión. Se va haciendo de noche y te das cuenta, por sus zapatos, que el camino se le dificulta. Le ofreces tu brazo para que se apoye en ti. Sigues caminando y ya no es el brazo lo que le ofreces, sino la mano. Seguís hablando de todo y de nada, de la vida en general mientras os vais acercando a su casa. Eres un caballero y la acompañas hasta el portal. Llega la hora de despedirse y os abrazáis. Ese abrazo tierno se convierte en dos besos en la mejilla. Miras a la otra persona a los ojos y el beso llega a los labios. Por un momento te olvidas de todas las tristezas del corazón, de todo lo recorrido hasta allá. Un beso que puede dar lugar a otros besos. Un beso que puede ser el inicio de algo. Te separas, das las buenas noches y la otra persona desaparece por el portal. De camino a casa te preguntas cosas... ¿estás dispuesto a una relación? ¿hacia dónde vas con esta persona? ¿realmente te gusta? Todo esto me lo estoy preguntando durante esta semana. No sé qué pasará al final, pero quiero ver qué pasará... estoy intrigado.

lunes, 6 de agosto de 2012

Cama vacía

Desde que abrí este blog, he podido disfrutar de las historias que he relatado. Siempre desde el respeto a las protagonistas y con encuentros inesperados que me han hecho repensar acerca de lo que estoy haciendo. La historia con Sherezade no fue más que el pique entre dos viejos amigos, que alguna vez compartieron algo más que la amistad. Lamentablemente, confundí esa picardía y esa complicidad, y llegué hasta el extremo de querer repetir algo que pasó en el pasado. Confundí la receptividad de Sherezade con otra cosa y aquello terminó de mala manera. Creí ver señales donde no las había y metí la pata. He tratado de disculparme con ella y ella me ha pedido que la deje su espacio. Remover cosas del pasado, en un contexto completamente diferente, no hizo sino poner las cosas fatal. Creer que se puede, cuando la realidad dificulta las cosas, no es más que un exceso de confianza por mi parte. Que me haya salido con la mía muchas veces, no quiere decir que todas las veces vaya a funcionar de la misma manera. Si sirve de algo este post es para pedirte disculpas y para recordar, que mi cama sigue vacía...

No se puede vivir eternamente del recuerdo, ni tampoco pensar que lo que antes era un juego, ahora puede ser algo más serio. Comencé este blog recordando aquella vez que me dejaron y que tuve la suerte de encontrar un alma gemela que se entregó a mi de la forma más natural. También recordé aquel viaje por motivos de trabajo en que pude disfrutar de la naturaleza simple de las cosas. El juego de dos personas que se atraen y que pueden llegar a perjudicar a un tercero. La historia de una atracción del pasado y la continuación de la historia en el presente, en el que las dos personas ya han crecido y viven vidas distintas. Todas estas experiencias siempre tienen un denominador común, cuando terminan, mi cama queda vacía. En cierta medida, mi cama vacía puede ser el reflejo de mi alma. Un alma rota que ha buscado en la cama el dar contenido a su soledad. Porque en el fondo, se trata de la soledad compartida. Ese abrazo que necesitas para sentirte bien, ese beso que te indica que por un momento eres el centro de atención de otra persona, esas caricias que te llevan hasta donde ningún ser humano ha llegado jamás y el sexo, esa bendición que nos convierte en uno, pero que como todo lo bueno, tiene su fin, a veces de forma gloriosa y otras de manera ridícula. Finalmente, lo que queda es el recuerdo, la experiencia, los aromas, las palabras, los jadeos, los orgasmos y por supuesto, una cama vacía.

He tenido relaciones largas. La primera terminó mal, quizás porque crecimos en sentidos contrarios y las necesidades de cada uno se volvieron incompatibles. La segunda, tuve que huir lejos. La otra persona supeditaba su felicidad frente a mi bienestar. Se equivocó, pero yo fui quien tuvo la culpa de esperar a que cambiara, y desgraciadamente, las personas no cambian, aunque las situaciones sí. No me arrepiento por no haberlo intentado, tal vez no puse demasiado empeño o todo lo contrario. Fallé y esa es mi condena. De nuevo, la cama vacía.

Desde mi última ruptura, he ido dando tumbos por el mundo, buscando ese abrazo, esa complicidad, los besos, cambiar esa tristeza que llevo arrastrando desde hace mucho, por una sonrisa, por sentirme querido, por sentirme amado. De eso se trata, pero miro a mi izquierda, desde donde estoy escribiendo y veo esa cama, fría, solitaria.

Quisiera rellenar este espacio de experiencias que me han enriquecido como persona y como amante. Creo que en esto del sexo se tiene que dar la justa reciprocidad. El disfrute del uno, debe ser el disfrute del otro y así es como me he comportado siempre. Siempre he tratado de honrar todo lo que he hecho, quizás no de la mejor manera, pero la intención es lo que cuenta.

El último relato quedó sin terminar. Ingrid y yo pasamos tres días geniales descubriendo nuestros cuerpos y gozando del único placer que nos es dado por naturaleza. Desafortunadamente, los padres regresaron para llevársela. Habían visto cosas en internet, vídeos protagonizados por ella y los amantes ocasionales que tuvo durante su estancia. También se dieron cuenta de que aquellos amantes ocasionales habían pagado por gozar de ella. Si hubo un momento de verdad en toda esa historia, quiero creer que fue lo que compartimos en esa cama. El día en que llegaron los padres por sorpresa, nos sorprendieron en su cama. A ella le costó una bofetada y que se la llevaran arrastrándola de los pelos. A mi me costó una denuncia y la pérdida de mi empleo. El padre era socio de mis jefes y me despidieron ipso facto. Para más inri, quienes me alquilaban el apartamento, eran amigos íntimos de la familia y tuve que salir con lo puesto para no regresar jamás. Nunca supe qué pasó con Ingrid. No creo que aprobara las asignaturas que le quedaban para septiembre. Tampoco creo que la volvieran a dejar sola. En cuanto a mi, regresé a mi ciudad. La ciudad donde nací y crecí, donde tuve mis primeras experiencias. Una ciudad grande en la que me encontraba solo y en la que ya apenas conocía a nadie. Todas las noches, al acostarme, seguía viendo la cama vacía...

viernes, 3 de agosto de 2012

La vecina de enfrente II

Los días iban pasando y la tranquilidad de la urbanización en la que estaba viviendo había desaparecido. Quizás para la mayoría de los vecinos la vida continuaba tranquila, pero para mí no, ya que cada noche observaba, escuchaba y sentía lo que ocurría en el apartamento de al lado. La vecina inocente que había llegado allí para estudiar cada noche traía visita distinta a su casa y a mí me estaba dejando sin sueño. Lo cierto es que comenzó a convertirse en una obsesión, hasta tal punto que tenía controlados los movimientos de Ingrid cada noche. En las tres semanas que llevaba instalada allí, habrían pasado como unas 30 personas, entre hombres y mujeres. A veces venían en grupos, otras veces quedaban a solas con Ingrid. Siempre la misma rutina. Ella salía a las 23:00 de la casa. Cada día vestía un conjunto distinto, la verdad es que tenía buen gusto para elegir el modelo y una percha inmejorable. Salía hasta la puerta de la urbanización donde la esperaba un taxi. A partir de las 3:00 de la mañana solía entrar por la puerta de la urbanización subida en algún carro. El tipo de la aguja nunca le ponía problemas, quizás porque le pagaban alguna propina. Luego, subían al apartamento. Algunos días de forma discreta, otras veces se oían risas, generalmente cuando eran más de dos personas. Entraban en la casa y abría las puertas de la terraza para que entrara la brisa. Pero desde el incidente con el chico de la primera noche, nunca se atrevía a salir si no era para fumar o charlar con alguien. Dentro, siempre se oía algo de música, muy bajita y los hielos que caían en los vasos. Después, gemidos, jadeos, palmadas, palabras malsonantes, y orgasmos descomunales.

Mi situación de lisiado con escayola me impidió ver lo que allí dentro se cocía. Me tenía que conformar con lo que se percibía desde un espejo grande apoyado en la pared de la terraza y que mostraba un poco lo que ocurría en el interior. A eso de las 11:00 de la mañana, los visitantes solían desalojar el edificio, no sin antes echar el último polvo. A las 11:30 ella bajaba a la piscina, se daba un par de largos y se tumbaba en la tumbona haciendo topless. Sobre las 13:00 se daba un duchazo y se metía otra vez en el apartamento. Me imagino que para dormir y no para estudiar, como se suponía que debía hacer.

Qué envidia me daba Ingrid. Tan joven y con posibilidad de tirarte todo lo que te de la gana en tu propio apartamento. A su edad, para lo mismo, me las tenía que ingeniar y buscarme la vida en partes traseras de coches, alguna pensión barata y alguna incursión a la casa de alguna chica cuyos padres estaban de vacaciones. Teniendo yo, como tenía, en aquel momento, un apartamento, tampoco es que hubiera hecho mucho uso y disfrute de él. Reconozco que pasaron algunas mujeres, incluso estuve conviviendo un par de meses con una chica, pero nunca tanto como mi, ahora idolatrada, Ingrid.

Conversando con el jardinero, me enteré que los padres llegarían a finales de semana para recoger a Ingrid y llevársela a su país. La verdad es que durante todo este tiempo he tenido muchísimas ganas de tener algo con ella y si no hubiera sido por la maldita escayola, lo hubiera intentado algún día. Por suerte, pasaron los 15 días que debía llevar la escayola y ya podía bajar a la piscina mientras Ingrid se bañaba y tomaba el sol. Como buen vecino, un día la saludé y me preguntó que qué tal con mi esguince y que le parecía extraño no haberme visto durante estos días por la urbanización. Le expliqué que me había llevado el trabajo de la oficina a casa y que había estado muy ocupado. Le pregunté que si había estudiado mucho y ella me dijo que sí, que había avanzado mucho en sus estudios. Me imaginé que a lo que se refería era a anatomía humana. Con algo de picardía le propuse salir a cenar esa misma noche a lo que contestó que esa noche prefería estudiar, pero con gusto saldría al día siguiente conmigo.

Esa misma noche esperé hasta las 23:00 para ver si salía, pero cinco minutos después, ella estaba llamando a mi puerta. Me dijo que le dolía la cabeza y que se sentía fatal, que si tenía algo para quitarle el dolor. Me imaginé que tantos días de farra, terminan por agotar el cuerpo y lo curioso es que se la veía bastante mal, incluso tenía algo de fiebre. Le dije que si quería que la llevara al médico. Me contestó que se encontraba muy débil y que no quería molestarme. Insistí, pero ella se negó. Le ofrecí unos analgésicos y le preparé una manzanilla para su estómago. Al rato comenzó a vomitar y a sentirse mucho peor. Le preparé un café con sal para que terminara de vomitar todo lo que llevaba en el estómago y le hice otra manzanilla para asentarla. Tenía fiebre y preferí llevarla a mi cama y ponerle unos paños fríos en la cabeza para que le bajara. También puse el ventilador del techo para refrescar la habitación. Ella iba vestida sólo con una bata y la parte inferior del bikini. Le aconsejé que se quitara la bata porque así tendría menos calor. También le ofrecí una bebida isotónica para evitar que se deshidratara. Cuando se quitó la bata, yo me puse de espaldas caballerosamente para que no tuviera vergüenza. Me preocupaba que pudiera pasarle algo. Y estuve con ella cambiándole los paños de la cabeza hasta que quedó dormida. Pudiera haberme aprovechado de la ocasión, pero un cierto sentido de responsabilidad me hizo desistir de esa posibilidad. Me levanté de la cama para ir a la hamaca de la terraza y dormir allí. Justo cuando iba a salir por la puerta, me pidió que compartiera la cama con ella, que tenía miedo. Así que me metí en la cama con una mujer semidesnuda e indefensa, pero con la que no tenía nada que hacer. Mi rabo estaba a punto de reventar, pero esa noche traté de calmarme y no hacer nada de lo que me pudiera arrepentir.

El sol salió a su hora y los primeros rayos me despertaron. Me di cuenta que estaba solo y que ella se había marchado, no sin antes, dejar una nota de agradecimiento y la confirmación de la cita para esa noche. Salí de mi habitación y fui a buscarla a su apartamento, pero no estaba. Así que tuve que esperar hasta la noche para verla. El hecho de haberme comportado como un caballero durante la noche creí que me restaba cualquier posibilidad de tener algo con ella. Así que aceptando que no pasaría nada más allá de la cena, me puse la ropa más cómoda y fresca que tenía y fui a buscarla a la hora convenida a la puerta de su apartamento. Ella me recibió con el vestido blanco que la había visto aquella noche en la discoteca cuando se estaba follando a aquel negro, con el pelo recogido y con unas gafas que la hacían parecer una niña buena.

Agarramos el coche y me la llevé cerca del puerto, a un lugar donde servían sardinas asadas. No era el sitio más glamouroso de la ciudad, pero sí donde me sentía más a gusto. Durante la cena estuvimos conversando de muchos temas. De cómo era la vida en su ciudad, de qué lugares conocía, de mi trabajo, de sus estudios, de la suerte que tenía con que sus padres la dejaran estar sola en aquel apartamento. Parecía que éramos dos amigos que charlaban tranquilamente. A eso de las 23:00 le dije que ya era hora de que volviéramos a casa, que ella necesitaba dormir y yo debía madrugar para ir de nuevo a la oficina. La dejé en la puerta de su casa y me despedí de ella dándole dos besos en la mejilla, prometiéndole una nueva cena tranquila antes de que volvieran sus padres.

No hice más que ponerme el pantalón del pijama cuando oigo sonar el timbre. Salí y me la encontré allí. Ingrid me agarró del cuello y me plantó un beso en la boca. Me empujó para dentro de mi apartamento y mientras me besaba se iba quitando la ropa. Me llevó hasta el sofá y me dijo que tenía unas ganas enormes de follarme. Se subió a horcajadas encima de mi, mientras me besaba y me lamía el cuello. Yo hacía lo mismo con sus pequeños pero bien formados pechos que terminaban en unos desafiantes pezones. Sus manos me acariciaban los brazos, el pecho y cada vez iba bajando más y más hasta que me tocó la polla. Se puso de rodillas frente a mis piernas, me quitó los pantalones y empezó a chupármela como se la había visto chupar a tantos y tantos durante esos días. Le puso mucho esmero porque me corrí enseguida sobre la cara y las tetas de Ingrid. Luego se incorporó y siguió dándome besitos por todo el cuerpo, se subió encima de mis hombros y puso su coño rasurado delante de mi cara. Empecé a devolverle el favor. Los gemidos debían escucharse en todo el edificio. Mis manos separaban sus nalgas y empecé a estimular su ano con mi dedo. A ella parecía gustarle todo lo que le estaba haciendo incluso se corrió dos veces en mi cara. Sus fluidos caían sobre mi cara y otra vez la volvía a tener dura como un canto. La llevé hasta mi cama y la puse a cuatro patas. Comencé a chuparla desde atrás, desde su rajita hasta el culo. Ella me pedía a gritos que le rompiera el ojete, el cual preparé con esmero y gracias a la crema lubricante que tenía en la mesilla de noche de otro encuentro con otra mujer. Cuando estuvo preparada, se la inserté por detrás suavemente, introduciendo cada centímetro de mi polla hasta llegar a la base. Comencé con movimientos suaves que iban creciendo conforme ella me pedía más verga. Estuvimos así por más de diez minutos y los gritos de ella y mis jadeos impregnaron todo mi apartamento. Pensé por un momento que algún vecino nos escucharía. Finalmente nos corrimos, nos abrazamos y nos quedamos dormidos en mi cama...