domingo, 6 de octubre de 2013

Sabemos que está mal...


No me sorprendió verte en el balcón después de que yo saliera a fumar. Aunque no fumas habitualmente, sé que gusta echar una caladita si hay tragos de por medio. Y sí que los hubo, bastantes, diría yo. Sé que a tu marido no le gusta que bebas, pero hoy no estaba él y tú pediste que lleváramos algo de beber a la "reunión", y como siempre, fuimos generosos. Te acercas a mi lado y yo ya te estaba ofreciendo un cigarrillo. Con tu mano izquierda apartaste el paquete, y con la derecha agarraste el que yo me estaba fumando. Aspiraste el humo y lo sacaste por la nariz con esa tos de aquellos que no fumáis habitualmente.

"¿No tienes frío?" - me preguntaste mientras posabas tu mano sobre mi hombro. La verdad es que se ha echado muy pronto el otoño, pero aún no hace tanto frío. Se podía soportar. Agarré tu mano en mi hombro y cruzamos las miradas. Aún no había pasado nada, pero éramos conscientes de que algo pasaría. A veces una mirada no dice nada, pero otras veces... otras veces lo dice todo, aunque sólo lo entendiéramos tú y yo. Salieron al balcón un par de invitados más para echar un pitillo y tú volviste para adentro para buscar algo de abrigo.

Terminado el cigarrillo, volví para dentro. Los invitados estaban ya algo afectados por la bebida, riendo, pasándolo bien. Me senté a tu lado en el sofá. No sé de qué estabais hablando, pero parecías muy animada. Bastante más locuaz y desinhibida que de costumbre. Serían los tragos. Poco a poco te arrimabas más a mí y en más de una ocasión deslizaste tu mano por mi muslo. No pude coger el hilo de la conversación pues ya estaba bastante nervioso desde que me tocaste en el hombro en el balcón, consciente de que esa noche pasaría algo que habíamos buscado desde hacía mucho tiempo. No sé cómo, pero la conversación fue derivando hacia el sexo, las parejas liberales, las aventuras de una noche... Hacía un rato que no te cortabas un pelo, y acariciabas mi mano con descaro. En otro momento no me hubiera preocupado, es más, me agradaba, me excitaba que hicieras eso; pero estábamos en tu casa, con tus amigos y los de tu marido y aunque te hubiera follado allí mismo delante de todos, pensaba en que esa situación era bastante comprometida para ti. De todas formas, nadie prestaba atención a lo que me hacías en la mano, estaban todos pendientes de la conversación, incluso una pareja estaba a otras cosas, levantándose y yendo al baño juntos. Supuse que no sería para rezar el rosario.

Con la mano izquierda acariciabas mi espalda y con la derecha me agarrabas la mano mientras escuchabas a una de tus amigas como comentaba el tamaño y desempeño de un negro que conoció en una de esas escapadas consentidas por su pareja a una isla del Caribe. Luego comenzaste tú a hablar de las parejas que habías tenido antes de casarte, de cómo la tenían, de cómo lo hacían y de que a pesar de que querías a tu marido, no te importaría "echar una canita al aire" clavando tus ojos en los míos. Me empecé a poner más nervioso y acalorado, así que me salí a fumar otro cigarrillo al balcón, cruzándome por el camino con los dos recientes usuarios del baño que ya se retiraban, supuse que para culminar el calentón que llevaban encima en otro lugar más cómodo.

Fuera, no podía dejar de pensar en tu marido, al que le tengo mucho cariño, y sé que él me lo tiene a mí. No podía dejar de pensar en lo mucho que te quiere y en el daño que podría hacerle si me acostaba contigo. Quizás no lo conociera tanto, pero tenía la sensación de que por muy moderno que fuera, a él no le iba el rollo liberal. Por otro lado, pensaba en lo mucho que me atraías y en las ganas que tenía de follarte. Menudo dilema tenía en la cabeza mientras apuraba el enésimo trago de la noche y encendía otro cigarrillo... "Te vas a congelar, amigo" - me dijo uno de tus invitados, que salió a despedirse pues ya se marchaba. Entré y parecía que todos se iban a ir. No sabía qué hacer, si quedarme o imitarles, pero ahí estuviste hábil y me pediste que le echara un vistazo a tu ordenador antes de irme. Me despedí de todos y me fui hacia la habitación donde tenías el ordenador, mientras tú despedías a todos los que se iban en la puerta.

Encendí el ordenador aún sabiendo que no le pasaba nada. Era una forma de hacer tiempo, de esperar algo que sabes que va a pasar, pero no sabes cómo va a ser. Sentí que pasó una eternidad y los momentos de duda o atrevimiento se sucedían. Ganas había, por supuesto. Dudas, todas las del mundo. Ya estaba jugando al buscaminas cuando regresaste a la habitación y me sorprendiste con un beso en la boca. Decidida y con determinación, me hiciste levantar de la silla. "Tengo ganas de coger" - dijiste. No hizo falta decir más. Fuimos directos a tu habitación mientras nos comíamos a besos y nos metíamos mano.

Ya en tu cuarto, sentado en la cama y abrazándote de la cintura, comencé a quitarte la blusa. Tú hacías lo mismo con mi camisa. Nuestras lenguas jugaban y nuestras manos no dejaban ni un lugar por recorrer de nuestros cuerpos. Con dificultad, nos deshicimos de los pantalones. Mi polla, que llevaba bastante tiempo dura, asomaba por la ranura de mis bóxers. Te diste cuenta, me miraste a los ojos relamiéndote y me quitaste la prenda. Agarraste mi polla firme, pero suave y comenzaste a masturbarme con delicadeza. Tu mano me acariciaba los huevos y la otra bajaba por mi espalda. Me mordiste el hombro. Te volví a mirar a los ojos, te acercaste y me besaste. "Quiero verga" - dijiste con voz de zorra en celo. Te pusiste en cuclillas arañando mis piernas con tus manos, acariciaste mis huevos  y después recorriste toda la extensión de mi polla con tu lengua. Comenzaste a mamármela con gran deseo, con la maestría de una diosa del sexo. Yo me volvía loco y movía mis caderas al compás de tu mamada. Tus labios rodeaban el perímetro de mi polla, y con tu lengua jugueteabas con mi capullo. Te anuncié que de seguir así no aguantaría mucho más, te levantaste, te quitaste el tanga y te encaramaste sobre mí para agarrar mi polla y clavártela en tu sexo húmedo y depilado.

Sentados en la cama empezamos a follar. En ese momento ni nos acordábamos de tu marido. Realmente no tuvimos consideración por él. Él es un tipo encantador, según yo. Un buen marido y un buen padre, según tú. Descartado, pues, de la ecuación por razones evidentes, tan sólo quedaban nuestros cuerpos desnudos en esa cama que aguantaba nuestras acrobacias. De costado, desde atrás, encima de mí, gemías a cada una de mis embestidas. La cosa, desde luego, no tenía nada que ver con él. Éramos tú y yo los que estábamos allí follando. Eras tú la que entre gritos me decías: "Dame más verga" y yo, más empalmado que nunca, bombeaba desde atrás descargando toda el ansia contenida desde que cruzamos miradas por primera vez. Porque sí, porque desde la primera vez que te vi he tenido ganas de follarte, de comerte el coño. Y reconócelo, tú también ardías en deseos de comerme la polla desde que nuestra amiga común nos presentó. No es que me lo tenga creído, es que nuestra amiga común me tiene al tanto de vuestras conversaciones. No se lo reproches. Si estabas en la cama con las piernas sobre mis hombros explotando en un largo y placentero orgasmo, se lo debes a ella. Si ella no me hubiera dicho nada, yo no me hubiera atrevido a llegar hasta donde he llegado. Nunca hubiera tenido la oportunidad de conocer el sabor de tu coño como lo hice esa misma noche.

Después de tu orgasmo, me salí de ti pese a tus protestas. Besé una de tus piernas que aún colgaban de mis hombros, seguí hasta tus muslos. Subí rápidamente hasta tu coño y empecé a chupártelo con frenesí, más salvajemente. Mientras lo saboreaba, tú querías más. Estabas cada vez más loca, más excitada y gemías poco a poco más alto. Tu respiración se agitaba cada vez más y con tus manos apretabas más fuerte mi cabeza contra tu vagina. Pasaba mi lengua por tus labios, por tu clítoris y eso te hacía retorcerte de placer. "Me vengo, me vengo, papi..." - anunciabas de nuevo tu orgasmo. Me bebí todos tus deliciosos jugos, que me supieron a gloria. Seguí lamiendo, chupando y metiéndote la lengua hasta adentro. Me implorabas que parara, que no podías soportarlo. De arriba a abajo y de abajo a arriba, mi lengua iba explorando toda la longitud de tu coño. En una de esas exploraciones descendentes, mi lengua traviesa llegó hasta la estrechez de tu ano. Te estremeciste, se te erizaron los vellos. Ante mi pregunta de si te gustaba aquello, tu respuesta fue afirmativa. Ni qué decir tiene que probamos llegar hasta el fondo del asunto. Quizás por el cansancio o por los tragos, no pudimos concluir la investigación. No contenta con el resultado de 2 a 0, intentaste una prórroga con tus manos que manejaste con una particular destreza y que consiguieron, finalmente, maquillar el marcador, aunque no hiciera falta. No se trataba de una eliminatoria, ni de una final. Aquí no había trofeos. Podríamos perfectamente acordar un nuevo encuentro "amistoso" en cualquier otro momento.

Sabemos que está mal. Ambos lo sabemos. Pero he de reconocer que me gustó mucho. Si quieres repetir, estaré encantado. Si por el contrario, decides que esto quede como nuestro secreto y no volver a hacerlo, lo respeto. Seré discreto. No te quepa la menor duda.