jueves, 7 de julio de 2016

Escrito a cuatro manos

No, ni siquiera está escrito a dos manos. Tengo tendencia a escribir a una sola mano cuando recuerdo mis experiencias, mientras la otra, la tengo ocupada. Y es que cómo no excitarse con el recuerdo. Un recuerdo tan vívido en mi memoria que puedo sentir el tacto de esas cuatro manos que me hicieron alcanzar el mayor de los placeres. Todo multiplicado por dos, ya que fueron dos quienes completaron el número impar de aquella noche en mi habitación...


La hospitalidad era un rasgo distintivo de aquellas tierras. Lo que no sabía era que pronto, quizás demasiado pronto, tuve que corresponder a aquella invitación que me hicieran un mes antes en el ejercicio de mi profesión. Una compañera de la compañía local me ofreció una cama en su casa para que no tuviera que sufrir la incomodidad del hotel local. Ni qué decir del trato exquisito con el que me trataron durante mi corta estancia en el lugar, ni las atenciones que me brindaron durante los días que anduve allá.Todo dentro del marco estrictamente profesional. Si bien, tres semanas después y una vez alojado en mi domicilio habitual, tocó recibir a la delegación de aquel lugar en la capital de la provincia donde yo me encontraba. Y favor por favor, tuve que alojar, no sólo a mi anfitriona sino también a su compañera en la que era mi casa.

 La compañía local apenas cubría el desplazamiento y la alimentación de las dos empleadas para un único día. Sin embargo, el trabajo nos ocuparía varios días. Las dos compañeras, me indicaron el problema y les ofrecí pagar de mi bolsillo el alojamiento para esos días. Cosa a la que se negaron rotundamente, rogándome que si podrían quedarse en mi casa. El problema era que mi pequeño apartamento sólo contaba con una cama (tampoco necesitaba una casa más grande) y así se los hice saber. Las dos empleadas me dijeron que no tendrían ningún problema y que ya nos arreglaríamos en la noche. Así, dicho esto, nos dispusimos a trabajar para poder terminar cuanto antes. Encargamos la comida para que la trajeran a la oficina y no perder el tiempo. Tuve la delicadeza de invitarlas a comer, para que no tuvieran que gastar nada de la asignación. Era consciente de que ese dinero ahorrado, les sería muy útil, conociendo como conocía la economía del país.

Ya entrada la noche y siendo consciente de que la neurona no iba a trabajar más, decidí poner punto y final a la jornada laboral a pesar de que, aún teníamos que trabajar un poco más durante el día siguiente. De manera cortés, las invité a cenar en uno de los pocos restaurantes decentes de aquella ciudad. No escatimé ni un centavo en la cena, que fue regada con sus correspondientes botellas de vino blanco. Qué menos que después de un duro día de trabajo, poder disfrutar de una excelente cena y de unos tragos. Los tragos vinieron inmediatamente después de cenar. Descubrí que mis acompañantes eran aficionadas a tomar el licor sin combinarlo con un refresco, costumbre, que desde luego yo, no tenía y que si hubiera imitado, hubiera terminado fatal aquella noche.

Una vez terminadas las copas, entre ellas se bebieron una botella de whiskey, y yo un par de gin-tonics, nos dirigimos hasta mi apartamento. Las chicas, a las que ahora presentaré, estaban un poco perjudicadas. Les ofrecí el baño, sendas toallas y ropa para dormir (unas camisetas de algodón mías) para que pudieran ponerse cómodas. Primero entró Silvia, la más joven y según me enteré, la pasante (becaria) de la compañía. Menudita, como las mujeres de aquella región, tenía un buen trasero que se adivinaba debajo de la formal falda que formaba parte de su traje ejecutivo. Mientras tanto, me puse a buscar mi saco de dormir ya que les ofrecería a ellas, las camas. Durante ese tiempo en que removía las cosas del armario, Azucena, quien me ofreció hospedaje en mi visita a su localidad, me daba conversación con un evidente estado de embriaguez. Le ofrecí un café para que se le pasara la borrachera, pero me preguntó si no tenía algo más fuerte. Recordé que guardaba la botella de aguardiente con la que me agasajaron en mi visita y le ofrecí un vasito. "No se debe beber sola, me tienes que acompañar" - sentenció Azucena que había abandonado ya en la cena el tratamiento de Ingeniero para tutearme. Serví dos vasitos, brindé mirándola a los ojos, llevamos el trago a nuestras bocas y tragamos ese licor. Acto seguido, Azucena me dio un pico y me guiñó un ojo. Azu, a partir de ahora, era mayor que Silvia, más o menos de mi edad. Tenía más cuerpo de mujer, con caderas anchas, buen trasero y un lindo escote al que sabía sacar partido. Al pico no le di importancia, a pesar de que mi cuerpo reaccionó, y seguí con mi búsqueda del saco de dormir. Finalmente lo hallé al fondo del armario y lo saqué, momento en el cual, Silvia salió del cuarto de baño con mi camiseta de cierto grupo de rock puesta. Le quedaba enorme y en lugar de camiseta parecía camisón. Acto seguido, Azu, se metió en el baño y se puso a tomar una ducha.

Silvia vio la botella de aguardiente en la mesa, y achispada aún como iba, me pidió que le sirviera un vasito. También me obligó a brindar con ella y tras el trago, me rodeó el cuello con sus brazos y me dio un beso con lengua. Si ya me había empalmado con el piquito de Azu, el morreo de Silvia terminó por desquiciarme. La agarré de las nalgas y seguimos besándonos hasta que sentimos que la puerta del baño se abrió y salió Azu vestida con mi camiseta de Bob Marley. Tratando de disimular la erección con la toalla, me metí inmediatamente en el baño para echarme una ducha y así refrescarme. Podía escuchar a las dos compañeras que seguían bebiendo la botella de aguardiente, y según el ritmo que llevaban, podría adivinar que se la terminarían antes de que saliera. La ducha fue muy relajante y pude calmar mi ímpetu. Salí de la ducha, me sequé y me puse la ropa con la que suelo dormir, un short y una camiseta de algodón (normalmente, duermo sin camiseta, pero teniendo en cuenta la visita, decidí que lo más adecuado era dormir tapado esa noche).

En la calle, como es costumbre en esa época del año, había una fuerte tormenta, lo cual agradecí porque quizás refrescaría y podríamos dormir a gusto. Una vez salí del cuarto de baño, ya con los dientes limpios y enjuagados, y comprobando que la botella de aguardiente había sido consumida, me dirigí a las dos compañeras para desearlas una feliz noche, ya que ellas ocuparían mi cama. En aquel momento, ambas se negaron a que hiciera tal cosa y me dijeron que había sitio para los tres en la cama. Lo cierto es que era verdad, la cama era bastante grande. Una king size, como tenían costumbre de llamarla por aquellos lugares. Pero no quería incomodarlas, y teniendo en cuenta los besos anteriores, no quería causar ningún problema entre las dos compañeras. Insistí con dormir en el saco, pero se negaron. Si dijera que hice de tripas corazón, mentiría, pues si bien, he dormido en lugares peores, tampoco me hacía mucha gracia el dormir en el suelo, así que acepté y quedando en el medio de la cama, apagué las luces y procedimos a dormir.

Había sitio más que de sobra en la cama para los tres y el contacto se hubiera podido evitar muy fácilmente. Sin embargo, pasados los minutos, desde el flanco derecho comienzo a sentir el pie de Azu acariciando mi pierna. Estando como estaba, decúbito supino, empecé a sentir como la sangre comenzaba a regar los cuerpos cavernosos de mi polla. Si no hubiera sido porque al otro lado estaba Silvia, hubiera intentado algo, pero tampoco quería líos. Azu se acercó un poco más y comenzó a acariciarme, ya con la mano, mi muslo, cuidándose de no hacer ruido. Como tampoco soy de piedra, alargué mi brazo y agarré de la cadera a Azu, cuyas manos se acercaban poco a poco a los límites de mi short. Acariciando las nalgas de Azu ya por debajo de la camiseta, noto que desde el flanco izquierdo recibo el ataque de Silvia siguiendo la misma estrategia de su colega. Mi verga ya formaba una perfecta tienda de campaña con los pantaloncitos que utilizaba como pijama. Azu, envalentonada y quizás excitada porque ya tenía mis dedos introducidos en su sexo, metió la mano por debajo de la pernera. Silvia, que se acercaba más a mi, comenzó a acariciar mi muslo siguiendo el camino trazado por Azu, aunque fue un poco más atrevida y tomándome del cuello, comenzó a meterme la lengua en la boca, lo cual aproveché para tocarle el culo también. Rezaba para que Azu no se diera cuenta, pensando que de hacerlo, el juego se habría acabado, pero la cosa continuó y el avance por debajo de mis shorts continuo hasta que ambas manos se encontraron en un punto sobresaliente de mi anatomía. 

No hubo el rechazo que yo hubiera imaginado y ambas mujeres siguieron acariciando mi pene y mis testículos al mismo tiempo, mientras se turnaban para besarme la boca. Aquella situación estaba al rojo vivo y el calor empezaba a ser muy grande, así que decidí despojarme de mi camiseta, que cayó al suelo, así como la de mis dos acompañantes que mostraban sus pechos más que generosos (en el caso de Azu, mucho más). Sólo quedaba una prenda que molestaba y eran mis shorts. Ambas mujeres me ayudaron a desvestirme y quedé desnudo ante ellas. La primera que se abalanzó para besarme fue Azu, quien introdujo su lengua en un húmedo beso, mientras Silvia comenzaba a hacerme una deliciosa paja. No contenta con ello se incorporó y colocó su sexo sobre mi rodilla sobre la que se acariciaba con un suave bamboleo. Inclinó su cabeza hacia mi polla y comenzó a chuparme los huevos, mientras Azu, que seguía besándome, agarró mi verga y empezó a masturbarme. Sintiéndome en la gloria y con una erección tan dura que hacía tiempo no tenía, las dos compañeras se turnaban para mamármela y besarme. Tras varios cambios, ambas decidieron comerme la polla a la vez, lo cual permitía que sus lenguas conectaran en varias ocasiones, terminando en un morboso morreo de ambas que me excitó en demasía.

Si ya antes había participado en un trío, nunca antes había experimentado tal grado de interacción entre las participantes, las cuales no sólo me daban placer a mí, sino que también se lo daban entre ellas. Según me confesaron luego, aquella no era la primera vez que lo hacían y que desde hacía ya bastante tiempo compartían algo más que oficina. En cierta medida, me alegraba de que las mujeres de aquel país, que en público se mostraban con cierta mojigatería, en la cama se comportaban como auténticas fieras. Ya saben aquello de a Dios rogando y con el mazo dando... Tal vez, sería una estrategia de supervivencia para retener al varón, que por aquellas latitudes no solía ser muy fiel o quizás mi estereotipo estaba bastante errado, se trataba de mujeres muy calientes que disfrutaban al máximo de su sexualidad.. Tampoco tenía claro si Azu y Silvia eran lesbianas. Lo que me parecía es que a ambas les gustaba el sexo y se habían convertido en cómplices y aliadas, y quien sabe si en época de sequía se consolaban mutuamente.

Estando absorto en mis pensamientos y cavilaciones, Azu se montó en mi verga mientras Silvia hacía lo propio pero sobre mi cara. Ni que decir tiene que el sexo de Silvia emanaba flujo como un torrente y cuyo sabor me parecía el más exquisito de los manjares. Creo que tampoco hace falta ser tan cursi para describir a qué sabía su coño, pero qué duda cabe que me encantaba. Azu me montaba como si le fuera la vida en ello. En dos ocasiones, le tuve que pedir que parara pues veía complicado poder atender a ambas mujeres si seguía con ese ritmo. Otra de las características de aquellas mujeres era que conocían perfectamente su cuerpo y sabían cómo obtener el orgasmo, siendo en su mayoría multiorgásmicas. Y no es que yo tuviera un talento sobrehumano y fuera el mejor amante del mundo, pero obviamente, el conocer cómo se obtiene el placer, ayuda bastante a conseguirlo, no siendo ni una, ni dos, sino tres, las veces que anunció que se venía sobre mí. Exhausta, abandonó mi polla y cayó desmadejada en la cama. Era el turno de Silvia, quien me pidió otra variedad. En este caso quería que se la metiera a cuatro patas. Dicen que es la postura favorita de muchas mujeres porque el pene llega hasta lugares que de otra manera no llegarían. Desde que llegué a estas tierras, nunca me faltó en mi repertorio amanatorio. Cosas culturales, pienso. Ya desde atrás, y habiéndole lamido de nuevo su vagina y su ano, se la clavé de una vez, lo cual la hizo gritar. Fue fácil entrar en ella ya que con mi lengua la había lubricado bastante bien. A partir de entonces fue cuando puse a prueba todo lo aprendido durante el año y medio que llevaba en clases de baile. El movimiento de cadera, que nos parecía estar vedado a los europeos, no era sino una limitación mental que se curaba con la práctica, y puedo jurar que en todo ese tiempo por allí, he movido la cadera bastante, y no es por presumir, en la pista de baile y en la cama.

Hay una norma en los tríos que dice que ninguno de los participantes debe quedar desatendido. Sí, ya sé que me van a venir con que si el hombre acaba antes y todas esas cosas. No son más que limitaciones y estereotipos que en algún momento deben desaparecer en esta sociedad heteronormativa y patriarcal. Azucena abrió sus piernas y mientras me follaba desde atrás a su compañera, ésta le hacía el favor de comerle la concha a su colega.

En algún momento, alguien se cuestionará cómo era posible que aguantara tanto sin correrme. Y no, no les voy a contar nada de la eyaculación interior, ni de los chakras, pastillas, ni nada por el estilo. Lo importante es el entrenamiento, el conocerse a uno mismo (saber identificar cuando uno está a punto de correrse, porque una retirada a tiempo equivale a una victoria, que diría Napoleón), una dieta equilibrada (bueno, lo más equilibrada que se pueda), mucha sandía (no me preguntéis qué demonios tiene la sandía), y el mejor vasodilatador natural que se conoce, que es la menta. Asimismo, descubrí una raíz que se utiliza mucho por estos lares llamada maca, y por supuesto el jugo de borojó, ambos alimentos bastante energéticos que te dan ese puntito extra que necesitas en estas situaciones. Desde que llegué aquí, no he dejado de tomar todas esas cosas, y créanme, han funcionado. O tal vez sea algo mental...

En cualquier caso y después de varios asaltos. (Sí, también me corrí) donde probamos todas las variedades disponibles del sexo (vaginal, oral, anal...), quedamos rendidos poco antes del amanecer. El maldito despertador nos devolvió a la realidad y nos tuvimos que vestir rápidamente para poder volver a nuestra tarea, no sin antes desayunar un delicioso ceviche que nos recuperó.

Terminado el trabajo, Azu y Silvia tuvieron que volver a su pueblo. Yo les había propuesto volver a quedarse a dormir en mi apartamento otra noche más. Las obligaciones profesionales de ambas las obligaban a tener que regresar. Nos despedimos con la promesa de repetir la experiencia, si bien es cierto que nunca más se dio y a cada una la volví a ver por separado. Pero eso ya es otra historia.