viernes, 13 de junio de 2014

Janneth

Otra vez la vida ha dado un giro inesperado. Mi empresa me ha transferido a un nuevo puesto muy lejos de mi país. Esto no sólo supuso el final de mi relación con Marisa, sino también con Raquel. Las relaciones a distancia no son mi fuerte y la mejor solución fue cortar. Afortunadamente no hubo ningún drama. Las relaciones adultas siempre funcionan si hay sinceridad y, honestamente, conociéndome, no había posibilidad de que fuera fiel. Reconozco que hubo cierto enganche, más con Marisa que con Raquel, a quien acababa de conocer. Sin embargo, Esther me había encantado, por su dulzura, por su sentido del humor y por su apertura a descubrir nuevas cosas. Ambas conocían de la existencia de la otra, y sabían que tenía sexo con las dos. Ellas lo aceptaban como parte del juego y aunque en alguna ocasión pude sentir los celos de Marisa por Raquel, habían aceptado que me tendrían que compartir. Marisa tenía su marido y siempre tuve presente que también cogía con él. Raquel, por el contrario, tenía sus amigos y amigas íntimos y a veces desaparecía. Luego me contaba con todo lujo de detalles qué acontecía en esas escapadas. Una vez tuvimos la ocasión de pasar una larga y deliciosa velada con una de sus amigas, pero eso lo contaré otro día.

Entrando en materia y nuevo en la ciudad, tenía que encontrar lugar para vivir. Puse un aviso en el tablón de anuncios de la oficina y no tardé en recibir respuesta. Janneth, una compañera del trabajo me dijo que ella rentaba una habitación en su casa y que me pasara para verla cuando quisiera. Cómo andaba ocupado arreglando los detalles de mi nueva posición, no fue sino hasta el día siguiente cuando fui a conocer su casa. La zona, no tenía buena pinta, aunque habría tiempo de buscar otra cosa más apropiada más adelante. Lo que quería era tener un sitio para dormir, dejar allí las maletas y no tener que seguir en ese hotel cochambroso en el que me habían hospedado. Llegué a la casa, digo, y llamé a la puerta. Aparentemente no había nadie, y cuando dejé de insistir, alguien desde la ventana me dijo que ya abría. Era Janneth, quien debía haber estado duchándose y salió a recibirme en camisón. Un camisón que no dejaba mucho a la imaginación y que miraras por donde lo miraras, dejaba adivinar todas sus curvas.

Uno no es de piedra, y probablemente hubiera llegado a mayores si no hubiera sido porque iba acompañado de otro compañero. Janneth me enseñó la habitación donde dormiría. Estaba limpia y tenía buen aspecto. El inconveniente era que no tenía puerta por lo que no tendría intimidad. Ella me dijo que no habría ningún inconveniente para poner una cortina en lo que compraba una puerta. También me dijo que probablemente agradecería que no hubiera puerta debido al tórrido calor que había en el lugar. Y eso era verdad, desde que llegué no he parado de sudar. Otro de los puntos que también me llamaron la atención es que la puerta contigua a la de mi cuarto pertenecía a la habitación de Janneth y que tampoco contaba con puerta. Si esta mujer acostumbraba a pasearse por la casa de esa manera, íbamos a tener un problema. Bueno, un problema no, pero sí que podría resultar incómodo. Además estaba todo el tema de que éramos compañeros de trabajo y por experiencias anteriores, prefería no arriesgarme. Una vez vista la casa, le agradecí, me despedí y me fui con el otro compañero a buscar otro lugar donde establecerme.

La mala fortuna hizo que las mejores casas estuvieran ya ocupadas, y las que quedaban libres es mejor no hacer ningún tipo de comentario. El lugar tampoco era tan grande y lo mejor era esperar a que alguna de esas casas se desocupara. El hotel seguía siendo un lugar cochambroso, poco cómodo y no me gustaba nada. La mejor opción era ocupar la habitación de Janneth durante un tiempo hasta encontrar algo mejor. Tendría que ser bueno y no hacer de las mías, cosa difícil porque Janneth estaba de pecado mortal. Aún así, puse todo de mi para que la convivencia fuera la más adecuada. Una vez instalado en casa de Janneth, coloqué una persiana en la puerta para que hubiera un poco de privacidad. Ella me decía que no era necesario y que no tenía por qué ponerla, pero yo insistí en que lo hacía para que ella se sintiera más cómoda.

Llegó la noche y llegué a la casa un poco tarde. Janneth, vestía el mismo camisón transparente que había llevado la vez anterior, sólo que con una particularidad. En esta ocasión no llevaba ropa interior. Ella estaba viendo la televisión en la sala y yo, tras el saludo, le dije que me acostaría. Subí al piso de arriba, me desvestí y me preparé una ducha. Hacía mucho calor y había sudado durante todo el día. Una ducha refrescante era lo que mejor me venía. Mientras me duchaba, no pude evitar empalmarme. La visión de Janneth en camisón y sin ropa interior, me había excitado. Me costó un poco evitar masturbarme, sin embargo, lo conseguí con no poco esfuerzo. Una vez duchado y vestido con unos boxers, me fui a la cama. Era tarde y tenía sueño. Janneth seguía viendo la televisión abajo. Creo que era una película, y debía ser erótica pues no paraban de oírse gemidos y jadeos. No me lo iba a poner fácil mi compañera de trabajo, no.

A pesar de las dificultades, conseguí dormir. Estaba realmente cansado por lo que no me costó mucho conciliar el sueño. No debían haber pasado ni un par de horas cuando siento una mano que me acaricia la espalda. Me sobresalté y desperté de inmediato. Podría ser un animal que se hubiera colado en la casa o un ladrón. Claro que un animal o un ladrón tampoco te acarician de esa manera. Me di la vuelta y pude comprobar que era Janneth quien se había subido a la cama y estaba acariciándome de esa manera. "Buenas noches, papito. Vine a comprobar que dormía usted bien y a arroparlo no sea que se me resfríe" - dijo Janneth. Con el calor que hacía no era necesario que me arropara, y comprobar que dormía bien lo podría haber hecho desde la puerta escuchando mis ronquidos. Además tampoco era necesario que se quitara toda la ropa, en este caso ese camisón transparente, para hacer todo aquello que pretendía. Había algo más, estaba claro. Y aunque personalmente quería evitar ese tipo de situaciones, al menos tan pronto; llevé mi mano hasta su cadera y comencé a besarla.

Sus manos siguieron acariciándome, mientras yo hacía lo propio en su recién descubierta anatomía desnuda. Nuestras lenguas se juntaban y Janneth se subió encima de mí. "Papito, usted me gustó desde la primera vez que lo vi entrar en la oficina...". - exclamó Janneth restregándose sobre mi polla únicamente cubierta por mis boxers. "... así, tan grande, tan atractivo, tan blanquito, se ve bien simpático...". Agarraba con mis manos los pechos de Janneth. Sus pezones eran largos y oscuros como buena mujer de su tierra. Quería mamárselos, pero Janneth no me dejaba. Seguía moviéndose sobre mí. "... desde que lo vi, me dije, este man debe culiar rico...". Janneth se incorporó y me arrancó el boxer húmedo por sus flujos, de un tirón. Mi polla salió disparada como un resorte y Janneth la tomó con sus dos manos muy fuerte. "A partir de ahora, esta vergotota me pertenece. Sólo culiará conmigo, ¿entiende? Como le vea vacilando con alguna pelada, se la arranco...". Janneth apretó más, si cabe, mi polla. "Dígame, papito, ¿a quién pertenece esta vergota?". Me la estaba apretando bien fuerte y no pude sino asentir, no me la fuera a arrancar. "Así me gusta, papito, que me obedezca. A partir de ahorita, a nadie se va a coger salvo a mí". Acto seguido se metió mi verga en su boca y comenzó a mamarla como una posesa. "¿De quién es esta cosota rica, dígame?" repetía Janneth a intervalos, cuando no tenía su boca ocupada. La chupaba de maravilla, atendiendo a la cabeza, el tronco y los testículos con una técnica depurada.

Cuando tuvo suficiente, se subió a horcajadas sobre mi abdomen y comenzó a cabalgarme, moviendo para adelante y para atrás sus caderas, con movimientos circulares. "Qué verga tiene papito, qué rico, me está matando..." - los gritos de la compañera eran cada vez más fuertes. Me incorporé para chuparle esas deliciosas tetas y follármela sentado. Un sonoro tortazo me impactó en la cara. Pero, qué demonios le pasaba a esta tipa. "¿Quién le ha ordenado que se pare? Usted va a hacer lo que yo le diga..." Un segundo tortazo casi me volvió a alcanzar la cara. Agarré a Janneth de las muñecas y le pregunté si estaba loca. Janneth trataba de hacer fuerza para zafarse de mí, lo cual era una operación fallida para ella ya que la doblaba en fuerza y en tamaño. Empezó a darme patadas. Estaba loca, fuera de sí. "Cabrón, suéltame", gritaba. Le hice una llave de judo y le sujeté las manos detrás de la espalda con una sola de mis manos. A veces me preguntaba por qué me apunté a judo, ahora tenía una aplicación práctica. Seguía gritando y aquello podría alertar a los vecinos, tenía que callarle la boca como fuera. Llevé la otra mano a su boca y se la tapé. Me mordió y me hizo mucho daño. Le di un manotazo en la cara. La otra no paraba de decir improperios y a decirme que no era hombre. No sé cómo pudo cambiar de opinión en pocos momentos. La tipa estaba como una regadera, estaba claro. La situación me estaba excitando bastante y seguía bien duro. "Hijueputa, no tienes lo que hay que tener" - dijo Janneth.

Podría haber hecho lo que hubiera querido. De hecho eso era lo que estaba buscando ella, imagino. No me hizo mucha gracia la situación y aunque estaba bien excitado, hay cosas por las que no paso. Una de ellas es la violencia, y aunque soy partidario de que entre adultos se puede llegar a cualquier tipo de acuerdo, a mí no me estaba gustando el cariz que estaba tomando la situación. No tenía ninguna gracia, insisto. Lo que tampoco me gustaba es que ella parecía estar un poco, o bastante loca. Ni fueron formas cuando me enseñó su casa, ni las fueron cuando me mudé. Quizás me moví por el morbo, o por lo fácil. Tengo ese defecto, lo sé. Me gusta meterme en los sitios difíciles cuando veo el peligro de antemano.Y la situación era bastante morbosa, quería saber hasta donde podía llegar, y a fe mía que las cosas se salieron de madre. Solté a Janneth, agarré mi ropa y mis maletas y me fui de la casa. La muy loca me persiguió cuchillo en mano amenazándome de muerte. Afortunadamente una patrulla de policía andaba en la calle a esas horas, vio todo el panorama y acudió a asistirme. La tipa ya era reincidente, por eso la metieron en el calabozo. En la comisaría me enteré que era divorciada, que tenía varios hijos y que el ex-marido vivía en la misma ciudad. El divorcio fue traumático, una cosa fea. Al parecer se le cruzaban los cables y tenía ese tipo de reacciones y ya habían sido varios los que habían presentado el parte de lesiones con la respectiva denuncia. Incautos, que como yo, habían sido seducidos por los cantos de sirena. Mal comienzo había tenido en este nuevo país, en esta nueva ciudad. Una malísima experiencia, diría yo. Está claro que no se puede pensar siempre con la polla.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Cita a ciegas al estilo tradicional

Las nuevas tecnologías están muy bien. Te facilitan la vida en muchos aspectos. Otras veces te la complican. La experiencia con Marisa fue altamente satisfactoria al principio, pero con el tiempo se ha ido enfriando. Digamos que no estábamos en el mismo momento vital. Ni yo podía ofrecerle lo que ella necesitaba, ni ella estaba en las condiciones de ofrecerme lo que andaba buscando. Como dos adultos responsables y antes de fastidiar el buen rollo y la complicidad que teníamos, decidimos pisar el freno y dar un giro en nuestra relación. A partir de ahí, seríamos amigos y confidentes, pero nada más. Pocas veces congenias tan bien con una persona, tanto en la cama como en todo lo demás. De ella he aprendido muchas cosas, todas buenas y quién sabe, quizás en el futuro podría funcionar, pero en este momento de la película, no puede ser. Demasiados son los impedimentos. Y sí, hemos reincidido ya que la atracción entre nosotros es bastante fuerte, pero hay cosas que exigen cierta sincronía y por mucho que lo intentáramos, no estábamos en las mismas coordenadas temporales. Ni creo que su marido, si lo supiese, estaría de acuerdo...

Lejos de meterme en un bucle melancólico, (total, nada había perdido, si bien ya no éramos amantes oficialmente, al menos éramos buenos "amigos"); seguí con mi vida normal. Trabajo, afterworking los jueves, salidas con los amigos los viernes y sábados, rollo tranquilo y familiar los domingos. También hay espacio para esas cenas con los amigos donde se debate acerca de lo humano y lo divino acompañados de un buen vino, y por qué no decirlo, algún que otro porrito. En una de esas, en casa de dos buenos amigos, ambos casados, me preguntaron acerca de mi vida sentimental. ¡Qué decir! Quizás ese es uno de los aspectos que más he descuidado en los últimos tiempos, o tal vez debería decir que he abusado de ello. No lo sé, en cualquier caso les hice un pequeño resumen a modo de currículum del último año. Y ante la pregunta de que si me encontraba satisfecho con todo ello, no pude sino contestar que no, que no lo estaba en absoluto. Que me faltaba algo, pero no sabía el qué. Tantas idas y venidas, tanto ir de cama en cama, líos de faldas y algún que otro legging, y al final, ¿qué me quedaba?. ¿Era una relación estable lo que necesitaba? Sinceramente, no. Demasiados malos recuerdos, demasiadas heridas aún sin cicatrizar. No, no me veo solo toda la vida, pero tal vez, en este momento, en este preciso momento no me veo teniendo una relación. Parece contradictorio, pero no me siento bien con ninguna de las dos situaciones.

- "Eso es que no has encontrado a la mujer adecuada" - dijo Susana, la mujer de mi amigo. - "Nos ha jodido, claro que no, si no no estaría así" - pensé yo. Rápidamente mis dos amigos se pusieron a maquinar para proporcionarme una solución, mientras yo, no dejaba de mirar el suculento escote de Susana. No tengo remedio, ni vergüenza. Siempre me había gustado ella, he de reconocerlo y más de una vez he estado tentado de hacerle propuestas indecorosas. Pero no, ella nunca me dio pie. También está Javi, al que quiero mucho y respeto, y no creo que le hiciera ni puta gracia que intentara algo con su mujer. Susana, a la que no solo admiraba por su físico espectacular sino también quería como una buena amiga; ocupaba ese lugar en la agenda que dice: "Se mira, pero no se toca". Seguía deleitándome con la visión hipnótica de las tetas de Susana cuando de repente, mis amigos, me sueltan casi al unísono: - "Tu con quién tendrías que salir es con Raquel" -. ¿Raquel?, ¿quién era Raquel? Según me explicaron, Raquel es una vieja amiga de Susana. Se conocieron en la facultad y cuando terminaron la carrera, cada una tomó un camino distinto. Susana comenzó a salir con Javi y Raquel se fue a vivir al extranjero. Allí conoció al que sería su marido, un apuesto hombre de negocios que al cabo del tiempo terminó poniéndole los cuernos con una chica mucho más joven. Raquel se divorció y regresó al país. La historia me resultaba demasiado familiar, casi tan familiar, que me recordaba mucho a la mía. De pronto me entró la desconfianza, pues sé perfectamente cómo actúa un corazón destrozado. Lo sé porque a mí me destrozaron el mío. Lo sé por cómo he actuado desde entonces.

- "Salir con ella te hará bien" - decía Javi. - "Es una tía estupenda, de verdad" - asentía Susana. -"Haríais una buena pareja" - concluyeron ambos. Lo que más me jode es esa gente que piensa que sabe lo que más te conviene. Supongo que lo harían con buena intención, faltaría más. Pero, ¿qué sabía yo de la tal Raquel aparte de lo que me habían contado Susana y Javi? ¿Cómo sería, qué le gustaría? ¿me gustaría realmente? Además estaba lo de su corazón roto. No es por ser insensible, pero tampoco me apetecía ir sanando el corazón de los demás, toda vez que no sabía qué ocurría con el mío. Huyo de toda esa clase de experimentos, siempre salen mal. No obstante, pedí más referencias, una foto, su Facebook... Resulta que Raquel no tiene Facebook. Es de esas personas que desconfían de las redes sociales. ¿Tendrá algo que ocultar? ¿Acaso es muy fea? - "Que va, tío, Raquel es muy mona" - decía Susana. - "Es una tía súper maja" - dictaminó Javi. Peligro, "mona" y "maja" casi en la misma frase. No me gustan esa clase de descripciones políticamente correctas. Por lo general ocultan la realidad. Si la tal Raquel fuera guapa, hubieran utilizado esa palabra y no la otra. Y por supuesto, lo de maja es un epíteto constante cuando sabemos positivamente que la susodicha no entra dentro de nuestros cánones estéticos. Así de cabrona es la gente. Así de cabrones son mis amigos. - "No se hable más, la llamo y quedáis" - dijo Susana agarrando el teléfono móvil. Tampoco pude evitar mirarle las tetas a Susana otra vez. Lo siento, Javi.

La llamada fue la típica conversación entre dos amigas. Saludos, risas, que si sabes que fulanita ha hecho no sé qué, que qué perra, que a ver si nos vemos y tal... Todo normal hasta que Susana dijo algo como: - "Oye, que tengo un amigo que quiere conocerte". (¿Cómo? Yo no había abierto la boca todavía.) - "Que sí, que es muy majo..." (Horror, la musa de mis pajas no me considera atractivo, ha dicho la palabra que empieza por m.) "...que sí, tía, que te lo vas a pasar muy bien y además, ¿cuánto hace que no sales?" - (Uy, qué mal rollo me estaba entrando. Me estaba imaginando lo peor ¡¡¡Por favor, que no me la pase, que no me la pase!!!) - "Mira, que te quiere a saludar".- (¡Hija de puta!, no me hagas esto). No había escapatoria. Susana me pasó el móvil. Estaba cortado, ¿qué le dices a alguien a quien no estás seguro de querer conocer?. - "Sí, hola Raquel, soy [...], encantado de conocerte. Susana y Javi me han hablado mucho de ti" - dije titubeando, sin mucho convencimiento y mintiendo como un bellaco. "Hola [...], encantada. No les hagas mucho caso a esos dos. Ellos también me han hablado mucho de ti". (Apreciaciones: 1.- voz nasal, casi congestionada, nada sexy; diría que tiene un constipado. Me la imaginaba con una bata y rodeada de pañuelos usados por todas partes; 2.- ¿cómo que le han hablado mucho de mí? ¿acaso ya lo tenían planeado? ¿de verdad le doy tanta pena a mis amigos?). Mientras pensaba todo esto y la tal Raquel me seguía torturando con su voz, Susana me quitó el móvil y concertó la cita por mí. Sería la semana siguiente, un viernes, e iríamos a cenar solos.

La semana siguiente transcurrió con normalidad. Trabajo, partido de Champions League el miércoles con los amigos y afterworking el jueves, que tuvo que ser cancelado a la mitad porque recibí una llamada de Marisa pidiéndome sexo. Mismos apartamentos por horas en el centro, misma excusa de ella a su marido (salida de copas con las compañeras del trabajo). Mucho sexo oral, del hablado y del lamido. Sexo del bueno. Horizontal, vertical, desde arriba, desde abajo, de lado, por atrás. Todo el repertorio que nos permitieron las tres horas del alquiler. Me estoy dejando una pasta, dicho sea de paso, pero Marisa lo amerita. Y no sé cómo acabará  esta historia con ella. Puedo decir que estoy enganchado a ella, y probablemente ella también lo esté de mi, sin embargo, creo que no me conviene. Al menos no así. Ni creo que yo a ella le convenga, habida cuenta de su estado civil. Pero las cosas son como son, y qué demonios, lo estoy disfrutando. Vaya que si lo estoy disfrutando.

Llegó el viernes y si no llega a ser porque me envió un whatsapp, me hubiera olvidado de Raquel. Sí, Raquel, esa especie de marrón en el que me habían embarcado Susana y Javi y del que no tenía escapatoria. Ella se encargó de reservar el restaurante y no era plan de hacerle un feo. De alguna manera me sentía comprometido con mis amigos y vaya, que no creo que fuera a ser tan terrible. O tal vez sí. Sólo lo sabría yendo a la cita, la primera cita a ciegas en mucho tiempo. La primera cita a ciegas al estilo tradicional en mucho tiempo. Y es que en mi trayectoria he tenido unas cuantas, cada una con diferente resultado. Desde la loca psicótica a la que el juez puso una orden de alejamiento hasta la chica viajera con la que mantuve una satisfactoria, aunque corta, relación; pasando por todas las demás con mayor o menor éxito. Como dice la canción, lo que embruja es el riesgo y no dónde ir. Si iba a la cita, en parte era por el riesgo, ver qué me podía encontrar. Lo bueno de una cita a ciegas es que no te obliga a nada, si bien es cierto que las expectativas suelen ser bastante altas. Además, está todo aquello de que no conoces a la otra persona y todo comienza de cero. El secreto está en no tener expectativas y dejarse llevar, aunque, como digo, las expectativas suelen ser altas. El punto, quizás para mí, más interesante está en que por primera vez en mucho tiempo, la cita iba a ser con una compatriota. No es que tenga nada en contra de mis paisanas, a pesar de la fama que me traigo; simplemente es que no se ha dado el caso y punto.

¿Cómo se prepara uno ante una cita a ciegas? Lo habitual es querer dar una buena imagen. Por mi trabajo, siempre tengo que ir arreglado, así que por esa parte no había problema. El único punto que dejo a la improvisación es lo concerniente a mi barba. Me gusta llevar pelo en la cara, si bien es cierto que me hace algo mayor y a algunas mujeres no les gusta en exceso. No es que aquello me importe, pero queriendo dar una buena imagen, opté por afeitarme dejando únicamente la perilla. Una de las razones para que me llamen "el Sultán" es precisamente que mi aspecto recuerda bastante a las personas de Oriente Medio, y la perilla realza esa connotación exótica. También me gusta ir bien aseado y perfumado. No sólo es importante lo que ven los ojos, sino lo que entra por otros sentidos. En mi caso, prefiero los perfumes suaves, con cierto toque a madera, almizcle y a cítricos. En cuanto a mi atuendo, elegí una camisa blanca (nunca falla), pantalones vaqueros negros (un toque informal) y americana tweed (arreglado, pero informal). Zapatos negros, por supuesto. Hasta el último momento estuve tentado de ponerme corbata.

Así que con lo puesto, me fui al lugar indicado a la hora indicada. Raquel me esperaría en la puerta del restaurante y la reconocería porque llevaría un pañuelo verde en el cuello. Llegué al sitio y ni rastro de chica, ni de pañuelo. Maldita manía mía de llegar siempre pronto a los lugares. Me saqué un cigarrillo, lo encendí y me puse a esperar. Pasaban los minutos y ni rastro de la tal Raquel, tan sólo una chica rellenita estaba en la puerta, pero no llevaba pañuelo, así que no sería Raquel. Hacía calor, y había sido mala elección ponerme la chaqueta. Me la quité y seguí esperando. Miré el reloj y habían pasado quince minutos desde la hora señalada. A esto que la chica se me acerca y me pregunta la hora. "¿Estás esperando a alguien?" - pregunté.

Ante mi asombro la chica pronunció mi nombre. "¿Raquel?" - contesté con idéntica sorpresa. Ella asintió. "Discúlpame pero no te había reconocido, no llevas el pañuelo verde" - añadí, todavía sorprendido. Raquel me dijo que como hacía calor y se estaba agobiando, lo guardó en el bolso. "Disculpa, no me di cuenta de que estabas esperando a alguien" - dije. "Supongo que no soy lo que estabas esperando" - respondió ella. Y en efecto era así. De todas las combinaciones que de mujeres que había imaginado, nunca pensé que iba a ser así. Y entendámonos, la chica no es fea. Tiene una cara muy bonita, pero quizás nunca habría esperado que fuera así de rellenita. "No, al contrario, no esperaba que fueras tan guapa" - mis reflejos actuaron rápido. "Eso se lo dirás a todas..." - respondió a mi envite. "Sólo se lo digo a las que realmente lo son" - dije acercándome a su cara sonrojada por el cumplido para darle los dos besos del obligado saludo. "Ya me dijeron que eres un ligón" - dijo Raquel. "Las malas lenguas, las malas lenguas... pasemos, ¿te parece?" - dije abriéndole la puerta del restaurante e invitándola a entrar. La mesa estaba reservada a nombre de Raquel. El maître nos llevó hasta la mesa. Nos sentamos y comenzamos a charlar.

Ni qué decir tiene que Raquel es una mujer muy agradable, bromista e inteligente. Al menos es la impresión que me dio durante los primeros minutos de la cita, mientras esperábamos los platos y disfrutábamos de un excelente vino blanco. Hablamos de todo, del tiempo, de trabajo, de nuestros gustos culinarios. Raquel tiene una sonrisa que es capaz de envolverte, una de esas sonrisas fascinantes que te atrapan. Una sonrisa que no desapareció durante toda la cena. "¿Cómo me imaginabas?" - me preguntó. Lo cierto es que la imagen que tenía de ella era la de la bata rodeada de pañuelos y así se lo hice saber. "Pero, ¿físicamente?" - insistió. Creo que me quería llevar al dichoso tema de las apariencias físicas y no, no me daba la gana seguir por ese camino. En efecto, ella es gordita, pero ello no es algo que me desagrade, más bien al contrario si el cuerpo está acompañado de inteligencia, sentido del humor y morbo como era el caso. "Pensé que eras coja, manca y tuerta" - respondí. Una sonora carcajada salió de su boca. "Vaya, y ¿qué te parezco?" - siguió con la encuesta. "Que no eres ni coja, ni manca, ni tuerta" - respondí guiñándole un ojo. Y no, no era coja, ni manca, ni tuerta y conforme iba conociéndola me iba pareciendo más atractiva.

La cena fue deliciosa y la compañía mucho más. Cuando terminamos la invité a tomar una copa a otro sitio. Ella me dijo que le apetecía bailar, así que la llevé a un lugar que hacía mucho tiempo al que no iba. Música latina, una oportunidad buena para conocernos un poco más. Al principio estaba un poco torpe, la falta de entrenamiento, sin embargo, gracias a la paciencia de Raquel y las copas de ron que me tomé, rápidamente volví a desenvolverme bien en el baile. Y no sé qué tiene el baile, que a uno se le suben los calores. Quizás sea el contacto. Si no es agarrado, no es baile. Y sí, agarrado fue, como debe ser. Y claro, las manos van al pan y las miradas se convierten en deseo. Y la delgada línea que separa la cintura de la baja espalda se vuelve invisible, y allí había mucha superficie por la que perderse. Y sucedió que las miradas se alargaron, y los cuerpos se acercaron, y los rostros y nos fundimos en un tórrido y largo beso.

"Vamos a mi casa" - dijo Raquel tras el largo beso - "tengo ganas de follar". Desde ese momento abandonamos cualquier tipo de pudor. No hizo falta decir más, salimos de la discoteca y en menos de diez minutos estábamos en la puerta. Mientras buscaba las llaves, seguíamos besándonos. Era tanto el calor, que comenzamos a transpirar. Sobraba ropa, pero tuvimos la delicadeza de despojarnos de ella una vez dentro de la casa. Las curvas de Raquel son rotundas, poderosas, prietas. Tres dimensiones majestuosas que desafían la dictadura del canon estético moderno y destilan sensualidad por todos sus poros. Provista únicamente de sus zapatos de tacón, subió a la cama y me ofreció su delicioso trasero. Acerqué mi rostro y pude sentir todo su aroma de hembra caliente. Mi lengua no tardó en honrar ese delicioso manjar que se abría ante mí, palpitante, húmedo. Mis manos abrían sus nalgas para tener mejor acceso a sus labios y a su culo. Mis dedos se habrían paso en su estrechez para hacer espacio a lo que vendría después. "Métemela ya, cabrón" - ordenó entre gemidos Raquel. No pude sino obededer y de un golpe le inserté mi verga en su culo. Un grito entre placer y dolor inundó la habitación. Estaba dentro de aquel estrecho culo, se sentía bien rico y comencé a moverme suave al principio y luego más fuerte a pedido de mi compañera de juegos. Quizás la estrechez y tal vez la cachondez del momento, hicieron que me corriera enseguida.

No, no hay que pedir disculpas. Eso es de perdedores. Hay muchas más formas para complacer a una mujer y las exploramos todas hasta que recuperé el vigor de nuevo. Mi boca, mi lengua, mis dientes, mis manos hicieron vibrar a esta deliciosa mujer mientras regresaba el tono vital. Ayudó mucho la lengua juguetona de Raquel. Me encanta sentir sus labios succionando, lamiendo, chupando toda la longitud de mi polla. Me encanta sentir sus senos acariciando mi verga. Adoro como me come los huevos. Y que me corten la cabeza si alguna vez comparo a una mujer con otra, pero Raquel tiene algo que la hace única. Es tremendamente sexy. Esa seguridad en sí misma la convierte en una bomba sexual. Ni que decir tiene que disfrutamos de una noche como pocas, que fue mucho mejor de lo que había pensado en un principio, que fue una suerte que mis amigos me presentaran a esta chica y que fue gratificante la experiencia de una cita a ciegas al estilo tradicional.

lunes, 24 de febrero de 2014

Aplicaciones aplicadas

- Dime, ¿qué te tienta ahora? - dijo Marisa tras dar una calada a su cigarrillo.
Cualquiera en mi estado hubiera preferido descansar después del tercero, pero esto había que aprovecharlo. No todos los días los planes salen tan bien como en el día de hoy y tampoco sabes si se volverá a repetir la experiencia. Con un gesto hice que se recostara sobre la almohada y abriera sus piernas torneadas. Su piel trigueña estaba perlada por las gotas de sudor y una espesa mata de pelo negro señalaba el camino de lo que sería objeto de mis atenciones en los próximos minutos mientras me volvía a poner a tono.

La noche se presentó aburrida, como de costumbre. Cena de trabajo, cero motivación, clientes estúpidos presuntuosos, jefes complacientes haciendo la pelota, sitio caro. Menos mal que pagaba la empresa. Tras una larga discusión acerca de cómo se prepara el confit de pato, eché mano de lo único que tenía disponible en aquel instante, el teléfono móvil. Hacía unos días que alguien me había hablado de cierta aplicación para ligar con personas que se encontraban en la cercanía. Me pareció algo fantasioso, no creía en absoluto en aquellos chismes. Si ya era difícil ligar por chat, no creía que una aplicación de móvil fuera a ser la solución a los males de esta sociedad (se folla poco y mal). Por hacer la gracia, me descargué el invento y aburrido como estaba en aquel momento, creí que podría hacer una prueba. 

Me incorporé y comencé a besarla, lentamente, recreándome en su lengua y en sus labios. Mis manos acariciaban su cuerpo suavemente como queriendo alargar las sensaciones. No hacía falta acelerar las cosas, no era necesario ahora. Poco a poco fui besando ese cuello tras retirar su espléndida melena de color azabache. A cada beso, un suspiro, a cada mordisco un dulce escalofrío que le ponía la piel de gallina. El tacto de sus pechos, suave. Los pezones seguían respondiendo a pesar de que les metí mucha caña en los asaltos anteriores. Duros, enhiestos, oscuros como su cabello y sus ojos. Y su vientre plano, toda una autopista hacia el objetivo que me había marcado, el cual decoré con mi saliva.

Puse en funcionamiento la aplicación. El geolocalizador detectó diez posibles víctimas en menos de 100 metros. Caray, esto está bastante más extendido de lo que pensaba. ¿Será tan fácil? - me preguntaba. Lo complicado viene después ya que hay que lanzar el anzuelo, esto es, dar un aviso a la víctima y que ella vea tu foto, le gustes y acepte la invitación. Tan entretenido estaba mirando las fotos de las candidatas, que no me di cuenta de que había llegado la hora del postre. - ¿Qué va a tomar el señor? - dijo el camarero. - ¿Perdón? - dije con la voz entrecortada por el tremendo susto que me había llevado. - Estos muchachos, están tontos con los telefonitos... - oí a mi jefa decirle a uno de los clientes. - Café solo, con hielos - eso es lo que pedí. De las diez mujeres a mi alcance, hice un primer filtrado y me quedé con aquellas que tenían más o menos mi edad, es decir, un 30%. El resto, por razones obvias, eran demasiado jovencitas en mi opinión. Mandé el mensaje a las tres, a ver si había suerte. En esto llegó el café y el vaso con hielos. Eché el azúcar al café, removí la cuchara y eché el contenido de la taza en el vaso. Mientras esperaba contestación me puse a escuchar una conversación sobre gin-tonics. Ya saben, la última pijada de moda. Ahora todo el mundo sabe de gin-tonics, marcas de ginebra, tónicas, que si con pepino, que si con limón, que si granos de pimienta... Me acordaba de que hace unos años, te pedías un gin-tonic y eras, poco menos que un bicho raro. Ahora, todo el mundo, alucina con los gin-tonics. Donde esté una buena cerveza...

Marisa pensaba que atacaría directamente sobre su sexo. No, todavía no. Aún me quedaban por saborear esas preciosas piernas cuyo tacto me recordaba a la seda. Las descripciones de un cuerpo tan perfecto como el de Marisa, se me hacen cursis, sin embargo el relato mecánico de las acciones sin el adorno de los calificativos queda frío y no refleja en absoluto el sublime momento que disfrutábamos. Trataré de buscar un término medio, aunque es difícil no dejarse perder entre los adjetivos. Así que tras recorrer sus piernas con mis labios y lengua y habiéndome tomado mi tiempo en aquella acción, Marisa reclamó lo que ya estaba esperando desde hacía un buen rato. - Papito, no se olvide de lo que tengo acá... ¡Apúrese! - Cómo me gusta que me llamen de usted cuando estoy follando...

Llegó lo inevitable, tanto hablar de gin-tonics, que llegó el camarero con la carta. Hice amago de pedirme un patxarán, pero la autoritaria mirada de mi jefa me reconvino y estudié con detenimiento la carta. Ni puta idea. El cliente sentado a mi derecha, viéndome en apuros, me recomendó el más caro. Como no iba a pagar yo, acepté el consejo y se lo pedí al camarero. Ya en la mesa, lo probé y me resultó como aquellos primeros gin-tonics que tomaba cuando empecé a salir y no sabía qué pedir. Amargo como la hiel. Daba igual que tuviera esencia de romero, pimienta del Kilimanjaro y la ginebra más exclusiva, sabía a colonia. Dicen que la miel no está hecha para la boca del asno y yo debo ser el más burro entre los burros, pero bueno, tampoco podía quejarme. Al final le pillé el gusto y me dejé aconsejar por mi vecino de la derecha para una segunda ronda. A todo esto, ni rastro de ninguna de las tres elegidas. ¿Tan feo soy? ¿Acaso la foto que puse en mi perfil no era interesante? Supongo que entre tanto que elegir, otros tendrían más fortuna. Entre tanto, mi jefa me pidió que les relatara mi accidentado viaje de fin de año para ver la aurora boreal. Evidentemente me guardé el detalle de la mochilera sueca para no dar mala impresión ante mis superiores. En medio del relato, en concreto cuando comentaba el retorno a través de los aeropuertos más recónditos de Europa, el vibrador del móvil me avisaba. Había picado una, o eso al menos esperaba.

No me hice de rogar y me abalancé para saborear ese delicioso manjar (otra vez me pongo cursi, pero ya verán por qué) que tenía entre las piernas. Alguna vez leí, o me contaron (ya no me acuerdo), que la mejor manera de comer un coño es hacerlo como si te estuvieras comiendo un mango. Sí, sí, un mango, pero no un mango troceado, sino el mango entero. ¿No lo han probado nunca? Háganlo, es lo más parecido a comerse un coño, con efectos especiales y todo. Cuando me lo dijeron (o lo leí) me hizo gracia, pero una vez que lo probé, nunca ha faltado esa práctica en mi repertorio y con muy buenos resultados, según me han comentado. Y no es por presumir, pero soy un gran comedor de mangos (joder, qué mal suena). El caso es que me centré en comerle el mango, digo, el coño, a Marisa que profería toda clase de obscenidades por su boca, así como alaridos y gemidos por el accionar de mi lengua sobre su henchido clítoris. Otra cursilada.

Cuando terminé de contar la anécdota de mi viaje ante las risas y aplausos de los comensales, me excusé y me levanté para ir al baño para revisar el móvil. Alguien de nombre Marisa había accedido a entablar contacto conmigo y me había escrito: "¿Qué buscas?". Mientras meaba trataba de buscar las palabras que hicieran mantener el interés. Había perdido al menos cinco minutos desde que el móvil vibró, debía contestar ya, pero con cuidado porque podía cagarla. No debía ser ni demasiado cursi, ni demasiado lanzado. Terminé de mear, me lavé las manos, las sequé y envié el siguiente mensaje: "Sexo". Me arrepentí justo cuando le daba a enviar el mensaje, pero ni modo. Ya estaba hecho, sólo había que esperar, que la tal Marisa no se hubiera cansado de aguardar respuesta y que no le hubiera sonado grosero mi ofrecimiento. Lo que no esperaba es que me respondiera antes de salir del baño. "Yo también, ¿dónde estás?". Le envié un Google map (benditas aplicaciones!!!) señalando la ubicación. "Conchesumare, yo también!!!" fue su contestación. Di una mirada de reconocimiento a la sala para ver si era capaz de distinguir a mi posible ligue. Y en efecto, así era. Dos mesas detrás de la mía estaba ella, en lo que adiviné como una reunión de amigas. Lograr el contacto visual no fue difícil, pues ella estaba tratando de localizarme también. Cuando nuestras miradas se cruzaron, primero tuvo un gesto de sorpresa (debo decir que en la foto de perfil llevaba barba y esa noche me había afeitado), luego, me guiñó un ojo y me hizo un gesto lascivo con los labios, toda una declaración de intenciones de lo que vendría más adelante.

Debo confesar que el sabor de Marisa no se parecía en absoluta a tan dulce fruta. Era, digamos, un sabor a coño, aderezado, quizás, con ese regustillo amargo del látex de los tres condones que ya habíamos utilizado. Dos corrieron por cuenta del que escribe (que siempre optimista, lleva un par en la cartera), el tercero y los que siguieran, eran cortesía de la anfitriona. El sexo de Marisa es peludo. Una gran mata de vello negro y suave, como su cabello, que combina y realza su piel dorada. Debajo, dos labios carnosos y palpitantes bajo los cuales escondía una perpetua humedad que facilitó la inserción de mis dedos que iba introduciendo al compás de su movimiento de caderas. Cansado de estar en esa posición, le indiqué que se sentara sobre mi cabeza. Desde ahí tenía una mayor perspectiva y el radio de acción de mi lengua se ampliaba. Seguí con mis atenciones, mientras Marisa, ahora cabalgaba sobre mi cara elevando el volumen de sus gemidos. Gemidos que mutaron en gritos de placer cuando mi lengua comenzó a jugar con su ano.

Una vez en la mesa, sin sentarme, agarré la copa y de un sorbo acabé con su contenido. Me despedí educadamente de cada uno de los comensales aduciendo que se me había hecho tarde para agarrar el transporte público de regreso a casa, que al día siguiente tenía un compromiso y toda esa clase de excusas típicas que uno suelta en esas ocasiones. Agarré mi abrigo, crucé la sala y cuando estuve frente a Marisa le guiñé un ojo. Ella hizo el gesto de que me escribiría un mensaje dándome instrucciones, mensaje que llegó nada más salir a la calle. El contenido, una dirección y una indicación: "Dame 10 minutos". Ni idea de si Marisa utilizó la misma técnica que yo para abandonar a su grupo de amigas. Me dirigí a la dirección indicada que estaba a tres cuadras del restaurante. Me encendí un cigarrillo y me puse a esperar.

En pleno éxtasis, Marisa, extendió sus manos hacia atrás, me agarró la polla y me empezó a pajear. Para aquel entonces, había recuperado la fuerza y la dureza necesarias para otro round. Acto seguido, se dio la vuelta y comenzamos un delicioso 69. Según ella, esa era su especialidad. Sentía auténtica debilidad por las vergas y había adquirido una magistral habilidad en ese menester. La presión adecuada, bien ensálivado. Su lengua parecía una culebra recorriendo toda la extensión de mi polla. Se ayudaba de su mano llegándome a provocar las sensaciones indescriptibles que horas antes había experimentado en el portal de su casa poco después de encontrarnos. Mientras tanto, ahí seguía yo correspondiendo a su sexo encharcado. Mis manos sujetaban sus nalgas y mi dedo índice se entretenía en los alrededores de su esfinter. Marisa, anticipándose a mis intenciones me gritó "Métemela ya, cabrón!!!"

Fueron veinte minutos los que tuve que esperar, pero mereció la pena la espera. Marisa apareció al final de la calle con su abrigo de paño color camel. Debajo, un vestido liso de color azul celeste hasta media pierna, medias de encaje y botas marrones de caña media. Marisa no es muy alta y está delgada, sin embargo, tiene unas buenas curvas, destacando su "trasero paradito", como diría ella. Por su aspecto, podría decirse que es la típica latina, morena, piel trigueña, labios sensuales y abundantes pómulos. Si no fuera porque tiene un toque sofisticado, me recuerda bastante a mi ex (lo sé, no debería pensar en ella). Permanecí quieto mientras ella se acercaba con una sonrisa pícara. No sabía cómo debía saludarla, si con dos besos en la mejilla o ir directamente al grano. Total, la proposición había sido bastante explícita, así que no había nada que temer. No tuve que hacer nada porque nada más llegar a mi altura, me agarró de las solapas de mi abrigo, me empotró contra la pared y comenzó a besarme como si la vida le fuera en ello. Le agarré la cara con mis manos y ella rechazó el gesto y las llevó hasta su trasero. Era excitante ver cómo esa mujer dominaba la situación. Sabía lo que quería e iba a buscarlo. Mientras me comía la boca llevó su mano derecha hacia mi paquete y empezó a sobarlo por encima del pantalón. "Qué rica la tienes, papi". No iba a ser yo menos y llevé mi mano debajo de su vestido. Marisa me paró en seco, agarró mi mano invasora y me llevó dentro del portal. 

No hizo falta lubricante, aquello entraba por sí solo. Desde atrás y en la posición de perrito comencé a bombearla suave al principio y más duro después. Eran las 8 de la mañana, el sol comenzaba a salir. Me había pasado la noche follando con una perfecta desconocida que había conocido a través de una aplicación de mi teléfono móvil. La mano de Marisa se apoyó en mi cadera y me comenzó a tirar dándome a entender cuál era la cadencia que deseaba. Cuando ya no pude más y le anuncié la inminencia de mi corrida, ella comenzó a empujar haciendo sonar sus nalgas buscando su propio orgasmo que tampoco tardó en llegar entre sus roncos gritos de placer (a esas alturas ya estaba afónica). Ambos caímos derrumbados sobre la cama y permanecimos ahí recobrando la respiración. Realmente, cuando me preguntó que qué se me antojaba, sin duda era todo aquello que había pasado esa noche. Dicen que la tecnología está pensada para hacer la vida más fácil a las personas. Sin duda, había cumplido su objetivo esa noche. Benditas aplicaciones.

viernes, 3 de enero de 2014

Casualidades tópicas

Tus manos frías se adentran más allá de la goma de mis boxers. Su simple contacto con mi polla me hace estremecer. Te sorprendes de lo dura que está, pero ya  hace un rato, desde que te metiste desnuda en la cama conmigo, estaba pidiendo guerra. Lo curioso de todo esto, es que apenas hacía un par de horas que nos habíamos conocido en la recepción de aquel hotel. Suena a tópico, lo sé, pero las circunstancias se nos presentaron así. La culpa la tuvo esa tormenta de nieve que nos dejó tirados en aquel aeropuerto en medio de ninguna parte. Subes y bajas tu mano aún congelada por toda la extensión de mi verga y yo me pregunto si esto que me está pasando no es sino la materialización del típico relato erótico donde chico conoce a chica en el lobby de un hotel, en el que sólo queda una habitación disponible y deciden compartirla desatando sus más bajas pasiones. La humedad que emana de tu sexo es lo que me revela que en realidad esto está pasando.

Tengo la puta manía de desaparecer cuando llegan estas fechas. Me deprimen, me agobian y no puedo aguantar más allá de la Navidad. En cuanto salí de la comida familiar, fui hacia casa y compré el primer billete hacia el punto más lejano disponible. La aurora boreal y recibir el año nuevo en el círculo polar ártico parecían la mejor opción para evadirme unos días. También suena a tópico, lo sé, pero fue así. Podría haber tirado hacia el Sur, la verdad. El verano austral es lo menos navideño que uno se puede encontrar, pero una vez más, la cartera manda y opté por la opción más económica del low cost. A tenor de lo que está ocurriendo contigo en este momento, no podría decir que la experiencia fuera un desastre, pero ni de coña se me ocurre otra vez contratar un viaje con una de esas compañías.

Son curiosos los piercings. No a todo el mundo le quedan bien, sin embargo, hay algunos que estratégicamente colocados dan un aspecto sexy y morboso. A mí el que tienes colocado en el labio me está jodiendo la vida. Tengo los labios cortados por el frío y claro que podría haberme echado algo de vaselina, pero yo la vaselina la utilizo para otras cosas. A ver si hay suerte esta noche. Mientras tanto, tú sigues a lo tuyo, practicando la hospitalidad esquimal, piel con piel, masajeándome los huevos y la polla. Y no, no eres precisamente esquimal, eres la típica mochilera norteeuropea trotamundos llena de piercings y tatuajes en busca de aventuras. Más estereotipos, ¿verdad? En algún momento decides darle tregua a mis labios ya en carne viva y emprendes camino hacia mi sexo besando, lamiendo y succionando puntos estratégicos de mi torso. Una vez llegada a tu destino, terminas de retirar mi boxer y sin dejar de masturbarme comienzas a chuparme desde la base hasta el glande, todo lo largo de mi miembro. Algo helado me está haciendo sentir sensaciones desconocidas que me hacen temblar de placer. Es el piercing de tu lengua lo que me vuelve loco. Qué curiosos son los piercings.

En esta especie de arquetípica historia porno que nos estamos montando, no podía faltar la típica amiga bisexual a la que estaría comiendo el coño mientras tú me continúas mamando la verga con inusitada fruición. Claro que eso sólo pasa en las películas así que me remitiré únicamente a lo que está pasando en la habitación del hotel. Era evidente que quería comerme un coño y no me fue difícil colocar tu delgado cuerpo sobre el mío quedando tu sexo encima de mi cara. No entiendo la manía que tenéis algunas de agujerear vuestros cuerpos (que conste que no tengo nada en contra, es sólo que no lo entiendo) y en esta ocasión me entretendría jugando con el piercing que te colocaste en el clítoris. Por supuesto, todo bien depilado y con su correspondiente tatuaje del conejito de Playboy en el pubis.

Ciertamente me estoy fijando mucho en los tópicos y quizás no en lo que está sucediendo en la cama, digno, todo ello, de mención y admiración. Pero es que por mucho que lo pensara, ni siquiera en mis fantasías más recurrentes podría imaginar que algo así fuera posible. La casualidad hizo que nuestro vuelo fuera cancelado, la casualidad también hizo que sólo quedara una habitación. El hecho de que los dos habláramos un más que decente inglés, además de las circunstancias, posibilitó que llegáramos al acuerdo de compartirla. Que estemos haciendo un 69 no es más que el fruto de la casualidad. O quizás si que tuvo que ver la botella de Absolut que compré en Estocolmo y que nos bebimos solidariamente con anterioridad. O tal vez el porro que nos fumamos antes de meternos en la cama. También quiso la casualidad que hubiera sólo una cama, que a ti te guste dormir desnuda bajo el edredón nórdico y que a mi tampoco me importara que lo hicieras. También fue casualidad que apoyaras tu cabeza en mi hombro, echaras tu pierna sobre mi muslo y comenzaras a acariciar mi vientre.

Dicen que es de optimistas llevar un condón en la cartera. Yo no es que sea el más optimista del mundo, pero siempre llevo dos, por lo que pueda pasar. Ahí no hay casualidades que valgan. Adoro como me lo pones con tu boca y subes ronroneando cual gatita sobre mí. Me gusta verte cabalgándome cual valquiria venida del Valhalla, porque claro, eres rubia y tienes los ojos verdes y a eso me recuerdas. Eres el prototipo de mujer de tu país y aunque no entienda en absoluto esa jerigonza que emites por tu boca, creo entender que estás disfrutando, mi diosa vikinga. Lo bueno de ver tantas películas porno es que se adquiere mucho vocabulario en otros idiomas y cuando te escucho que me pides un "doggie style", se que lo que quieres es que te ponga a cuatro patas y te folle desde atrás. Tus deseos son órdenes para mí.

En este momento ni pienso en lo que me trajo hasta aquí. La aurora boreal quedará para otro viaje ya que desde que llegué por estas tierras no ha dejado de nevar. Ni tan siquiera pienso en la putada de que cancelaran el vuelo. Tan sólo me concentro en agarrar tus caderas y en el bonito tatuaje tribal que llevas donde la espalda termina. Lucho por no correrme, estoy tan extasiado por lo que estoy viviendo que hago esfuerzos para no acabar antes que tú. El tópico de los tópicos, el chico tiene que aguantar hasta que la chica tenga un orgasmo. Y si no me lo dices en inglés, tampoco voy a saber si llegas o no...