sábado, 29 de septiembre de 2012

Rollo de una noche

Y me encuentro en la barra ahogando mis penas en la cerveza y pienso en todo lo que ha pasado en los últimos años. Momentos felices y momentos tristes, el largo recorrido de una vida cómoda por momentos e incómoda en ocasiones. En las victorias y en los fracasos, en las tristezas y en las alegrías. Hago balance y me doy cuenta de que me encuentro triste. Bebo buscando consuelo, un consuelo momentáneo, llegar hasta la melopea y quedar inconsciente. Suena música triste, de abandonos, de engaños, de desamor. Me fundo en el desengaño mientras apuro la penúltima cerveza. Porque sé que es la penúltima, siempre será la penúltima. 

Me siento borracho, idiotizado, me tambaleo. Y te veo, al otro lado de la barra. Te pido otra cerveza. Me miras y me preguntas qué estoy celebrando. Te digo que no celebro nada, que estoy lamentando. Me preguntas el por qué, y mis lágrimas te contestan. Me dices que no crees que nada sea tan importante como para que un tipo tan grande como el que tienes enfrente se ponga a llorar. Mientras abres la botella me dices que no te gusta verme así, tan triste, tan hundido. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, me he gastado mucho dinero en ese lugar. Incluso sabes mi nombre, como yo el tuyo. Bebo. Me invitas a hablar, te interesas por mí, quieres saber qué me pasa. No tengo ganas de hablar, pero tu insistencia vence mi resistencia. Te cuento que he perdido mi trabajo, te hablo de la traición de una mujer, te hablo de las otras mujeres, de lo mal que me he portado con ellas y de lo mal que se han portado conmigo. No me juzgas, sólo escuchas. Te hablo de la cama vacía, de mi vacío interior. Sacas un pañuelo y me secas las lágrimas, me acaricias y me dices que no pasa nada. Me tranquilizas. 

Llega la hora de cerrar, sin embargo dejas que siga allí, terminándome la cerveza. Terminas de recoger, echas el cierre, llegas a la barra y sacas dos cervezas. Una para ti y otra para mí. Me dices que invita la casa. Te lo agradezco. Sales de la barra y me acompañas. Las lágrimas siguen brotando de mi cara y pones tu mano sobre mi hombro. Me acaricias. Me miras a los ojos y me abrazas. Quedamos de pie, abrazados. Un abrazo largo, sentido, afectuoso. Siento tu calor y tus latidos. Secas mis lágrimas con tus mejillas. Me besas en la frente. Te sonrío, me sonríes. Besas mi mejilla, yo beso la tuya. Seguimos abrazados. Acaricias mi espalda mientras me miras a los ojos. Siento tu aliento. Acerco mi boca a la tuya y miro a tus ojos buscando aprobación. Cierras los ojos y te ofreces. Nos besamos. Nuestras lenguas se entrelazan como nuestros brazos. Es un beso dulce, delicado. Nos deleitamos con nuestros labios, nuestras lenguas, nuestras manos. Te separas de mí y me dices que espere un momento. Abres la puerta de atrás, me invitas a acompañarte. Cierras el bar y subimos hasta tu casa.

Nos besamos nuevamente, con más pasión, con ansia. Tus brazos rodean mi cuello y los míos se posan en tus caderas, acercándome hacia ti. Quiero sentirte. Tus manos acarician mi espalda y van bajando hasta mis nalgas, las mías hacen idéntico camino. Sientes como mi verga va creciendo bajo los pantalones y te aprietas hacia mí al mismo tiempo que nuestras lenguas siguen su lucha. Me haces sentar en la cama. Me quitas la camiseta. Yo te quito tu camisa de tirantes y observo tus pechos escondidos bajo el brassier. No me dejas que te lo quite. Te lo quitas tú sola y me dejas a la vista tus dos grandes pechos coronados por una aureola rosada. Tus pezones están enhiestos, los toco, me los llevo a la boca, los saboreo, los chupo, los muerdo. Tu gimes y tus manos me acarician la polla sobre el pantalón. Me recuestas en la cama y te subes sobre mí. Te deshaces la trenza y dejas caer tu cabello sobre mi pecho desnudo. Me besas, me besas los labios, el cuello, el pecho. Besas mis pezones, los lames, los chupas, los muerdes. Tus manos luchan con mi cinturón, lo desabrochas. Las mías tocan tus nalgas por debajo de tu pantalón. Desabotonas el mío y me lo quitas. Me ayudas con el tuyo.

Repites la operación con tus besos, recorres cada centímetro de mi piel con tu lengua desde el cuello hasta mi vientre. Acaricio tus pechos. Tu mano se mete debajo de mis calzones y acarician mi verga dura. Bajas y me la besas por encima de la tela, me la muerdes. Me bajas los calzones y te encuentras con mi polla que salta como un resorte. La miras, me miras y la chupas como una paleta desde la base hasta la punta. Eso me gusta. Vuelves a chupar golosa mi miembro hasta que llegas a mis huevos. Los besas, los chupas, te los metes en la boca, los sorbes. Me estremezco. Te metes mi rabo en tu boca y me masturbas con tus manos. Estoy en la gloria. Te quitas las bragas y te subes encima de mi. Entra de un solo y gimes. Me cabalgas como una amazona sobre un potro desbocado. Gimes, jadeas y gritas, te vienes y me besas. Te sales de tu montura y te recuestas a mi lado. Con tu mano me haces acabar y quedamos dormidos, abrazados, satisfechos, agotados.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sin comerlo ni beberlo

Jorge me puso en un compromiso. Me dejó al cuidado de su última conquista mientras pasaba unos días de diversión con las dos rubias que fui a buscar al aeropuerto. Jorge se marchó la mañana del domingo con las dos hermanas y Lucía se apareció en mi departamento esa misma tarde con un par de maletas. Venía llorando y la razón era Jorge. Sabía perfectamente lo que pasaba y no dejaba de llorar porque se sentía traicionada. Se había enamorado de mi amigo y el saber que se iba a pasar unos días a la playa con esas dos mujeres, de las cuales, una era una supuesta novia, no le hacía la menor gracia. Me acusaba de ser su cómplice, de reírme de ella, de engañarla. No sabía qué decir, pues era verdad. Fui el cómplice de Jorge y en cierta medida, la había engañado. Me sentía mal y no sabía qué hacer para consolarla.

Me dijo que no tenía a quién acudir, que había tenido problemas en su casa por llegar tarde, que la habían agarrado con los anticonceptivos que tuvo que tomar después de tener relaciones con Jorge, que sus padres la habían echado de casa. Tampoco podía acudir a sus amigas ya que las había dejado plantadas el día de la discoteca y sin avisar. Su amiga Lisbeth, a pesar de decirme que le gustaba a Lucía, realmente le gustaba Jorge y que Lucía se fuera con mi amigo, la enojó bastante y dejó de hablarle. Lucía estaba sola, solo me tenía a mí, el cómplice del "cabrón que la había engañado", según sus palabras. Tal vez extendiera el adjetivo sobre mí por haberle tapado las espaldas. Ni idea. El caso es que mi amigo, me puso en un compromiso. Le dio mi dirección y mi número sabiendo que Lucía no tenía a nadie a quien acudir.

Ahora era responsable de alguien a quien habían partido el corazón y que no sabía adonde ir. La acomodé en mi cuarto, donde horas antes había estado gozando con las acompañantes de Jorge. Menos mal que soy ordenado y arreglé el cuarto antes de que llegara Lucía. Le di toallas limpias y le dije de llamar por unas pizzas. No tenía ganas de cocinar y fue lo primero que se me ocurrió. Ella me dijo que no tenía hambre y que si no me importaba, que se iría a dormir.

Allí me encontraba yo, en mi apartamento, castigado a dormir en el sofá, por culpa de mi amigo. Me puse la tele y me hice un bocadillo con lo que encontré en la nevera. Cené y me eché a dormir. Cuando amaneció y era la hora de irme a trabajar, entré en la habitación y me encontré a Lucía dormida. Procuré no hacer ruido, me duché y me vestí. Preparé el desayuno y dejé algo para que ella tomara cuando despertara. Dejé una nota explicándole que me iba a trabajar y salí por la puerta.

Cuando llegué a mi escritorio, me encontré una nota de Carmen con un escueto "tenemos que hablar, en el almuerzo". Me sorprendió porque Carmen solía almorzar en la oficina y existía el acuerdo de no dejarnos ver juntos por allí. Estuve dándole vueltas a la cabeza toda la mañana hasta que llegó la hora del almuerzo. Fui hasta la oficina de Carmen para buscarla y me pidió que saliéramos fuera. Nos fuimos en su coche y me llevó a un restaurante a las afueras de la ciudad. "Es importante lo que te tengo que decir. Alguien nos ha puesto la zancadilla en la empresa y vas a tener que dimitir". Mi reacción fue de sorpresa, no daba crédito a lo que escuchaba. Carmen siguió con su explicación. Al parecer, Maite, resentida por el acontecimiento de la fiesta, comenzó a investigar todos mis movimientos con Marcos actuando como cómplice. Descubrieron que Carmen y yo teníamos una "relación". Se lo comunicaron al jefe, y éste se mostró muy enojado. La jugada que tenían preparada contra mí les había salido perfecta y sin comerlo ni beberlo, me veía de patitas en la calle. Al parecer no hubo represalias contra Carmen, por su condición de secretaria de dirección y porque sabía demasiados secretos de la empresa y podía poner al jefe en una situación comprometida con su esposa y con la justicia. El sacrificado era yo, aunque no me explicaba el por qué tener una "relación" con una compañera de trabajo era motivo para despedir a alguien. Sé que algunas empresas no dejan tener relaciones personales entre los empleados, pero en la mía no había ninguna norma que lo prohibiese en los reglamentos de régimen interno. Carmen se confesó y me dijo que llevaba varios años siendo la amante del jefe y que se había liado conmigo en venganza por las andadas del jefe con Maite. Aquello era de locos, me sentía engañado, ultrajado, vejado y un montón de cosas más. "Supongo que esto es el fin", dije con rabia aunque guardando las formas. Ella asintió. Terminamos de almorzar y me di el gusto de no dejarla pagar la comida. Me levanté, tomé un taxi y regresé al trabajo dejándola allí sin despedirme. Encontré sobre mi escritorio la carta de despido y un cheque con la indemnización. Ni siquiera me dejaron dimitir, o quizás Carmen hubiera arreglado aquello como compensación. Recogí mis pertenencias y me largué de allí sin despedirme de nadie.

Al llegar a casa, me encuentro a Lucía viendo la televisión. Se veía que había estado llorando. Saludé y me metí en la habitación, me di una ducha y me puse ropa más cómoda. Salí al salón y le pregunté por compromiso cómo le había ido el día. Parecía que tampoco quería hablar. Así que me fui a la calle y me puse a dar un largo paseo y a reflexionar acerca de todo lo que había pasado en los últimos días. Mi relación con la chica especial y los sentimientos de culpa, mi affaire con la antigua compañera de la universidad, la fiesta de la empresa, mi relación con Carmen, la salida con Jorge, los polvos con Carmen, mi primer trío con las rubias de Jorge, la llegada de Lucía a mi casa y mi despido de la empresa. Mi vida se había convertido en una montaña rusa emocional y ahora tocaba empezar de nuevo. Sin comerlo ni beberlo, había pasado de estar solo, a estar acompañado, tener relaciones paralelas, follarme a dos diosas vikingas y ser despedido. Volver a casa no era lo que más me apeteciera en estos momentos, también estaba Lucía. El problema no era ya que tuviera la cama vacía, ya que la tenía ocupada. El problema era que tenía que dormir en el sofá, por mi mala cabeza...

Debo ser fuerte

No puedo dejar de olvidarte. Desde que decidí dejarte volar, he tenido la tentación de volver a comunicarme contigo. Tú no lo has hecho y lo entiendo. Creo que también me dejaste volar o decidiste volar por tu cuenta. Ahora sufro, sufro por tu distancia, sufro porque soy consciente de que tengo la culpa, sufro porque todo lo que me dio ilusión en su día se ha desvanecido. En un momento fui fuerte y tomé decisiones que me llevaron hasta donde estoy ahora, dejando un hogar, abandonando una vida, regresando a otra y sufriendo. No me arrepiento. Lo hice porque creí que era lo que tenía que hacer. Siento todo el daño que provoqué, pero era mi vida la que tenía que vivir y no la de los demás. La única fuerza que me llegaba era de ti. Sé que tú también sufriste, pero se te debió agotar la paciencia o alguien apareció en tu vida y borro de tu recuerdo mi existencia. No te culpo. Ahora sigo aquí, esperando tu llamada, algún mensaje, algo que venga de ti, aunque sé que no va a producirse. He decidido que no tengo que perseguirte más, que no debo arrastrarme más, que todo lo que pasó, forma parte de un pasado del que a medias me siento orgulloso y a medias me produce un profundo pesar. Sé que has desaparecido de mi vida y lloro. Lloro porque sé que te he perdido, que todo lo que me aferraba a esta vida, se ha ido. Y lo siento, lo siento mucho. No puedo seguir así, debo ser fuerte.

martes, 18 de septiembre de 2012

Dejarte volar

Sé que nunca vas a leer esto, pero desde hace mucho tiempo que quería decírtelo. No lo haré en persona, porque ya hace tiempo que decidí dejarte volar, pero sí quiero dejar por escrito todo aquello que nunca fui capaz de expresarte en persona, por correo o por sms.

Te amo. Eso ya lo sabes porque te lo he dicho. Todos los días pienso en ti, también lo sabes porque así te lo he asegurado muchas veces. Nunca te olvidé, nunca dejé de pensar en ti y en mí. Soñaba con que alguna vez volveríamos a estar juntos, con que tus ojos fueran lo primero que viera por la mañana el resto de mi existencia, con sentir tu aroma, tu calor, tu vientre sobre el mío. Todo eso lo sabes, porque te lo he repetido en innumerables ocasiones.

Sé que ya no volveré a verte, que mis labios jamás volverán a besarte, que nunca más compartiremos las sábanas y que el nosotros sólo será un recuerdo que lleve en mi corazón, en mi pensamiento y en mi alma. Un nosotros que será la herida marcada en mi pecho fruto de mi culpabilidad. Mi egoísmo fue lo que me alejó de ti, y me arrepiento. Te busqué cuando me di cuenta. Era demasiado tarde. Regresé de donde estaba. Esa vida ya no la quería. Deseaba la vida que podía tener a tu lado. Te he buscado, te he llamado, seguí creyendo que era posible, y posiblemente tú ya te aburriste. No quiero agobiarte más, he decidido dejarte volar. Quizás debí hacerlo cuando te conocí, quizás debí hacerlo cuando me marché, quizás nunca debí retenerte en mi memoria.

Vuela, sé libre, encuentra tu lugar. Ya nada te ata a mí, despliega tus alas y vuela. Yo seguiré amándote en el recuerdo, seguiré amando el recuerdo de tu imagen. Te amo libre. Te amo, sin más.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Desperté abrazado a ellas

Desperté abrazado a ellas. Boca arriba sosteniendo con mis brazos sus dos cabezas, desnudos los tres, la cama deshecha. La luz del sol que se proyectaba desde las persianas me hacía daño a la vista y sentía un fuerte dolor de cabeza, producto, tal vez, de la resaca. Reconocía la habitación, reconocía la decoración y por supuesto, sabía dónde estaba, pero no sabía cómo había llegado hasta allí, y por supuesto, quiénes eran mis dos acompañantes que yacían, aún dormidas con mis brazos como almohadas.

Me puse a pensar en el día de ayer, mi encuentro con Carmen, la tremenda enculada que le propiné, quedar dormido con ella haciendo la cuchara, despertar, el polvo mañanero y la ducha, el desayuno lamiendo mermelada de arándanos en sus grandes pechos, ella comiéndome la verga untada con mantequilla, ella sentada sobre mí metiéndose mi polla en su culo. De nuevo nos duchamos y volvimos a la cama, descansamos un rato y volvimos a follar. Serían las 12 del mediodía cuando salí de su casa, le dije que tenía cosas que hacer. En realidad estaba agotado y quería irme a casa. Llegué a mi apartamento y comí un sandwich, me eché la siesta. Sonó el móvil y me desperté. Era Jorge, tenía problemas. Lo hecho sin protección y se llevó a Lucía al centro de salud para que le administraran anticonceptivos. Me pidió un favor. El no podía dejar sola a Lucía y venía su novia extranjera con una amiga, debía ir a recogerlas al aeropuerto y tenerlas en mi casa un par de noches, mientras el estaba con Lucía. Menudo compromiso. Tenía 30 minutos para llegar al aeropuerto, me puse lo primero que encontré y tomé un taxi. En el camino pensaba cómo reconocería a las dos desconocidas y cómo les explicaría que Jorge no podía atenderlas por el momento. Llegué al aeropuerto y llamé a Jorge pidiéndole que me diera más instrucciones. Estaba con Lucía y no podía hablarme. Le dije que me enviara un sms al celular. Al rato llegó el mensaje con un nombre. Agarré un cartón que encontré y con un rotulador apunté el nombre. Me puse en la puerta de llegadas con el cartel. Salía mucha gente por la puerta y nadie se daba por aludido. Al rato veo salir dos jóvenes altas y rubias, en shorts y camisetas de tirantes. Una de ellas me señaló. Me preguntaron en inglés dónde estaba Jorge y tuve que inventarme una excusa para tranquilizarlas. Las ayudé con las maletas y tomamos otro taxi de vuelta para mi casa. Las acomodé en mi habitación, les di toallas limpias y preparé una cena rápida mientras ellas se duchaban. Cenamos, nos sentamos en el sofá y charlamos, acompañados de unos tragos...

A partir de ahí, los recuerdos se nublaron. No recordaba ni sus nombres, ni cómo habíamos llegado hasta la cama, ni por supuesto, por qué estábamos desnudos. Mientras estaba pensando esto, noto que la que estaba a mi derecha me estaba masturbando. La miré a los ojos y me dio los buenos días en su idioma. Se incorporó y empezó a jugar con su lengua a lo largo de mi verga. Eso hizo despertar a la otra, que me miró a los ojos, miró a su amiga, se sonrió y me dio un beso húmedo con lengua. Acto seguido recordé que una de ellas era la novia extranjera de Jorge, pero ¿cuál de ellas?. La que me dio el beso se levantó y se sentó sobre mi cara ofreciéndome su vulva palpitante. Estaba perfectamente depilada. Le ofrecí mi lengua, mientras la otra se afanaba sobre mi tranca y mis huevos. Me puse a pensar en Jorge, en qué pensaría si se entera de que me estaba follando a su novia. En realidad seguía sin saber cuál de las dos diosas vikingas era la novia de Jorge. En cualquier caso, daba igual, el se estaría tirando a Lucía, y como dicen acá, "lo comido por lo servido". La que me estaba chupando la polla, se levantó y se sentó sobre ella y comenzó a cabalgarme. La que estaba sobre mi cara se dio la vuelta dejando a la vista su culo y comenzó a besarse con la otra que me estaba follando salvajemente. Pensé en el cabrón de Jorge, en la suerte que tenía, tenía preparado un trío con dos mujeres espectaculares y encima tenía la desfachatez de dejarlas plantadas por follarse a otra que había conocido en una discoteca dos días antes. También pensé en mi suerte del fin de semana. En la noche y la mañana del sábado con Carmen, y posiblemente aquella noche (todavía no recordaba lo que había pasado en la noche) y esta mañana con dos cuerazos bisexuales que me estaban follando. Seguí lamiendo el culo de la que estaba sentada en mi cara. Le metí un dedo, lo cual la encendió más si cabe, mientras lamía los enormes pechos de su amiga. La que estaba sobre mi polla, gemía y gritaba no sé qué herejías en su lengua natal, estaba a punto de correrse. Dio tres embestidas fuertes y estalló en un orgasmo que se debió escuchar en todo el edificio. Se salió de mi pinga e intercambió el sitio con su amiga. El contacto de mi lengua con su clítoris la hizo tener otro orgasmo y su compañera se esforzó por llegar al suyo. Ésta tuvo la delicadeza de anunciarlo en inglés, idioma que comprendía. La otra derramó abundante flujo sobre mi cara, se levantó y se recostó a mi lado con los ojos entornados tratando de recuperarse del orgasmo que había tenido. La amiga quería empatar con su acompañante y siguió cabalgándome hasta que se vino en un orgasmo prolongado y profundo, dejándose caer sobre mi pecho y dándome un beso en agradecimiento. Estábamos exhaustos, sudados, reventados. Me acariciaban el pecho y jugaban con mi verga que había perdido parte de su rigidez. Cuando se recuperaron, una de ellas, la que hablaba en inglés, dijo "Now, it's your turn". Me hicieron pararme sobre la cama y comenzaron a darme una mamada entre las dos. Primero dándome besitos, luego metiéndose cada una uno de mis huevos en sus bocas. Se turnaban para meterse mi tronco en sus bocas y en los cambios se daban besos. Yo las agarraba de las cabezas y las acariciaba. Se me volvió a poner dura como un tronco otra vez y ya estaba a punto de correrme. Una de ellas empezó a jugar con mi ano y me metió el dedo por ahí. Me vine de manera brutal, llenándolas de semen sus bocas, sus caras y sus pechos. Caí de rodillas sobre la cama, mientras veía como se lamían mutuamente los restos de mi descarga.

Me dejaron seco. Me fui a la ducha y dejé que siguieran jugando en mi cama. Me vestí y cuando salí de la ducha, les ofrecí que se ducharan y entraron juntas. Mientras preparaba el desayuno, pensando en nuevas posibilidades  para el día, llaman al interfono. Era Jorge que venía a recoger a las dos. Le abrí la puerta y cuando llegó hasta mi departamento me preguntó dónde estaban las dos chicas. Le dije que se estaban duchando y recé porque no salieran en pelotas para que mi amigo no supiera lo que allí acababa de suceder. Me dio las gracias por el favor, y me contó todas las peripecias con Lucía de ese fin de semana. Yo le dije que si no le importaba que lo oyeran y me dijo que no sabían palabra de español. Le ofrecí una taza de café y nos sentamos. Me pidió que le hiciera un favor. Otro más, no, pensaba yo. Él se marcharía a la playa con las dos rubias y yo tendría que darle cobertura con Lucía durante estos días. Le dijo que tenía que irse por trabajo y que tardaría unos días en volver. Menudo sinvergüenza, pero lo cierto es que se las arreglaba muy bien. Cogía con todas las que se le ponían a tiro y no le daba vueltas a la cabeza, no como uno que yo me sabía. Además, si la cobertura con Lucía resultaba igual de agradable que con las dos rubias, todo era ganancia. Las chicas debían haber acabado de ducharse y estarían vistiéndose. Jorge se acercó a mi oído y me dijo que ambas eran hermanas y que eran bisexuales. Toda una noticia. Además que eran unas golfas de mucho cuidado, y que le consolaba el saber que habían pasado la noche en mi casa y que yo no habría intentado nada. De la noche, no le podía asegurar nada porque seguía sin acordarme, pero de lo que ocurrió en la mañana, preferí guardarlo en secreto. Las dos salieron y fueron a abrazar a Jorge, mientras me guiñaban un ojo. Supongo que ellas también querrían guardar el secreto, pues lo que pasa en la cama, se queda en la cama...

domingo, 16 de septiembre de 2012

Disfrutar el momento

Disfrutar el momento, fueron las sabias palabras de Carmen durante nuestra conversación de la última noche. Había pasado de tener tres compañeras sexuales en poco tiempo a mantener una relación de "fuck-buddies" con alguien que no quería ataduras de ningún tipo. Decir la verdad libera la conciencia de toda culpabilidad. Decir en cada momento lo que se quiere, exime de responsabilidad al que avisa y otorga la capacidad de elección a quien tienes enfrente. Fue toda una liberación y el inicio de una etapa que se prometía más liberadora y menos complicada. A pesar de todo, intenté comunicarme con la chica especial, para ver si podíamos quedar como amigos. No hubo respuesta lógicamente. Habría que dar tiempo al tiempo y ver que sucede. Con mi compañera de la universidad, coincidí en un par de ocasiones para tomar un café, pero nada más. Respetaba su decisión y aunque me sentía engañado, algún mecanismo mental me hizo comprender que había sido pagado con la misma moneda. También pensé en la cuestión del compromiso. Debía ser sincero conmigo mismo y aceptar que todo tipo de relación que implicara compromiso no era lo que yo deseaba en ese momento. Si no me equivocaba, había enlazado relaciones desde hacía diez años, con etapas monogámicas y etapas de relaciones múltiples, siempre abocadas al fracaso porque realmente no estaba preparado para el dichoso compromiso. Sí, he querido, he amado, he disfrutado del sexo, me han hecho daño, yo también he hecho daño. Quizás ahora, debería plantearme el estar solo, disfrutar de mi soledad y no estar pendiente de otra persona, ni que otra persona esté pendiente de mi en todo momento.

Tener a Carmen de fuck-buddy no era la situación óptima. En cierta medida me sentía atado a responder a sus llamados y por su parte, también ella podría sentirse atada a lo mismo. Creo que ambos aprendimos a tolerarnos, y a ofrecernos si realmente nos apetecía. No habrían llamadas, ni mensajes de cariño. Nos prometimos no enamorarnos nunca el uno del otro.  Solo encuentros, furtivos, porque nadie de la empresa debía enterarse de nuestra "relación" sui géneris. Aceptamos también que cada uno podría hacer su vida, sin tener que dar explicaciones al otro, que no nos debíamos nada y que todo lo que ocurriera entre nosotros, quedaba en nuestra intimidad. También acordamos que si necesitábamos hablar, que éramos amigos y que siempre habría un espacio para desarrollar nuestra amistad. De hecho fui presentado como su amigo ante sus amistades, en algunos encuentros que tuvimos en común. Nadie podía sospechar nada, porque no había nada de lo que sospechar. Nuestro perfil era bajo para el exterior y en la intimidad podíamos dar rienda suelta a todo lo que se nos ocurriera. En este sentido también estaban prohibidos los celos, si no hay cariño ni amor, no tienen por qué existir esos celos. Tan solo amistad era lo que nos podíamos ofrecer el uno al otro y dentro de esa amistad, habría lugar para el sexo sin ningún tipo de compromiso. Sólo para disfrutar del momento.

Hasta la fecha hemos tenido varios encuentros, el del día de la fiesta, un día que salimos con todos los de la oficina para ver un partido de fútbol y en el que tras su finalización quedamos de vernos en su casa, saliendo cada uno por su lado, sin dar la mínima pista a los compañeros y lo que ocurrió tras mi última visita. El trato en la oficina fue de lo más cordial y teníamos como consigna el no comunicarnos nada más que para lo estrictamente necesario en el plano laboral.

El viernes, después de la oficina, le pregunté discretamente si le apetecía salir a tomar algo. Ella me dijo que no, que tenía un compromiso y que tal vez fuera otro día. Luego me enteré que había quedado con alguien que había conocido en internet y que lo más probable fuera que estuviera la noche ocupada. De nuevo, regresé a mi casa después del after-working de los viernes y me encontré la cama vacía. Aquello se me hizo insoportable y aunque sabía del pacto que tenía con Carmen, no pude sino echarme a llorar. Sentía celos o algo parecido, pero por alguna extraña razón, me sentía liberado, podría hacer lo que me diera la gana y sin necesidad de dar explicaciones a nadie. Habría que disfrutar del momento. Miré mi agenda y llamé a un viejo amigo del que no sabía desde hace mucho tiempo, le propuse salir a tomar unas cervezas. Aceptó y nos encontramos en el viejo bar al que solíamos acudir de jóvenes.

Nos lo pasamos muy bien, hablamos de todo y de nada, recordamos los viejos tiempos y prometimos volver a repetir la reunión más seguido. Me propuso que fuéramos a una discoteca. La verdad es que no tenía muchas ganas, pero no tenía otra cosa que hacer y no me apetecía volver a casa y encontrarme de nuevo la cama vacía. 

La discoteca era un local que estaba de moda en la ciudad. Allí acudía gente más joven y gente de nuestra edad. Las chicas iban enfundadas en unos vestidos que no dejaban nada a la imaginación. Mi amigo, al que llamaré Jorge, era un ligón de categoría y yo, tenía mis técnicas. Para qué vamos a engañarnos, formábamos un tandem increíble. No tardamos en formar un grupito con unas cuantas chicas bastante simpáticas y atractivas. El baile era una de mis armas y saqué a bailar a una chavala, de nombre, Lucía. Debía rondar los 25 años, había estudiado ADE y trabajaba en el departamento económico de una empresa. Era muy agradable y simpática y también le gustaba el baile. Me dijo que le gustaba bailar conmigo, que se me daba muy bien. Fui respetuoso y ante todo un caballero, lo cual hizo sentirse muy cómoda. Jorge, también bailaba con las otras dos chicas aunque se dedicaba más a hablar con ellas. Su gran truco era la labia que tenía y que era capaz de encandilar a cualquier mujer. Cuando terminó la canción, nos acercamos al grupo que estaba entusiasmado con los chistes que contaba Jorge. A Lucía le preguntaron que qué tal el baile y ella se mostró satisfecha. Otra de las chicas, quizás con un cuerpo más voluptuoso que Lucía y que se hacía llamar Patty, me pidió otro baile a lo cual acepté. En esta ocasión tocó una bachata, una titulada "Debate a 4", que yo conocía bastante bien y que aproveché a cantarle mientras bailábamos. Patty parecía hipnotizada con mis movimientos y con mis dotes de cantante bachatero. Nos mirábamos a los ojos mientras bailábamos y le apliqué el mismo tratamiento respetuoso y caballeroso que a su amiga. Terminó la canción y me pidió otra, a lo cual no pude negarme. Ahora le tocaba el momento del merengue. Ella parecía disfrutar porque esa música le recordaba a su tierra. No la he descrito, pero era la más guapa de las tres chicas. Era la más alta y tenía un cuerpo que quitaba el hipo. Vestía un vestido ajustado de color fucsia coronado con un bonito escote que dejaba a la vista sus preciosos pechos y dos tiras que se anudaban a la espalda. 

Terminó la canción y volvimos con el grupo. Yo estaba sediento y propuse que nos tomáramos unas copas. Preguntamos a las chicas qué querían tomar y Jorge y un servidor fuimos a la barra a pedir los tragos. Miré a las chicas y andaban cuchicheando entre ellas, supongo que hablando de nosotros, eligiendo quién les parecía más atractivo y tal vez las estrategias a seguir el resto de la noche. En la barra, mientras preparaban los tragos, Jorge me dijo que había detectado un buen feeling entre Patty y yo, aunque también había causado una grata impresión a Lucía. Yo le pregunté por Lisbeth y como me había fijado que no dejaba de reírle las bromas y que aprovechaba la mínima ocasión para tocarle el brazo. Jorge me dijo que le gustaba mucho más Lucía y que iba a intentar algo con ella, que me pedía que le hiciera la cobertura. Bajo la premisa de que si triunfa uno, triunfa todo el equipo, apoyé a mi amigo para que se fuera con Lucía. Llegamos al grupo y repartimos los tragos: Malibú con piña para Lucía, Gin Tonic para Lisbeth, Bloody Mary para Patty, Jorge optó por whiskey y yo mi clásico bourbon con coca-cola.

Empezaron a tocar reggaeton y me llevé a Patty y a Lisbeth a la pista de baile, dejando a Jorge y Lucía a solas. "¿Cómo dejas a Lucía sola con Jorge? - me reprendieron las dos muchachas. Respondí con que me parecía que ambos querían hablar. "Erraste el tiro, papi, a Lucía quién le gustás sos vos" dijo Lisbeth un tanto decepcionada y molesta. "No se preocupen, la noche es joven y aún pasarán muchas cosas, solo les pido que disfruten del momento y que bailemos. Créanme lo pasaremos bien". Comencé a bailar el reggaeton que identifiqué con una de las rolas de Daddy Yankee. Las dos muchachas siguieron mis pasos, despreocupándose de lo que ocurría entre Lucía y Jorge. Ya saben lo que ocurre con el reggaeton, los cuerpos se arriman y los calores suben tal vez producto del alcohol, tal vez de la sensualidad explícita del baile. Respetuoso con ambas no hice nada que antes no me hubieran permitido ambas. Si Patty era un bombón de chocolate, Lisbeth era un dulce de caramelo, pequeñita y con unas curvas apropiadas a su estura, aunque destacaban dos enormes pechos morenos que resaltaban por su vestido blanco. Mientras perreábamos alternando con una y con otra, Jorge y Lucía se encontraban en una mesa hablando. Me fijé que habían pedido nuevos tragos. La táctica de lavado de cerebro y de desinhibición causa del alcohol, iban causando sus efectos sobre Lucía, que cada vez estaba más cerca del seductor de mi brother Jorge. De un momento a otro parecía que se iban a besar. Para evitar el disgusto de Lisbeth, les propuse subir a otra planta de la disco, donde ponían música electrónica. Nos pusimos a bailar. Me fijé en que sus vasos estaban vacíos, y me ofrecí a invitarlas a otro trago. Me fui a la barra y pedí unos tequilas con su sal y limón. Cuando estaban preparados, las llamé para que se acercaran y nos los tomamos según marca la tradición. Acto seguido fuimos a la pista y comenzamos a bailar. Lo cierto es que me lo estaba pasando en grande con las dos chicas y estaba convencido de que ellas dos también. Nos olvidamos de Jorge y Lucía que estarían a lo suyo. Un rato después recibí un mensaje en el celular por parte de Jorge, quien se iba de la discoteca del brazo de Lucía. Me hice el despistado y seguí bailando. Ese Jorge era un encantador de serpientes y rara vez se le escapaba una chica.

Llegó la hora del cierre y propuse a mis dos acompañantes ir a desayunar a un rancho cercano. Lisbeth se encontraba un poco mareada y decidimos llevarla hasta su casa. Patty la acompañó dentro, la desvistió y la metió en la cama. Al rato, salió Patty pidiéndome que la llevara a su casa también, que estaba muy cansada. Sin pensarlo mucho, accedí a su petición y cuando nos encontrábamos en la puerta de su casa, me despidió con un profundo beso con lengua. "Espero que nos volvamos a ver" - dijo ella, anotando mi número en su celular. Esperé a que entrara en su casa y emprendí la marcha hacia mi casa. Si había triunfado uno, había triunfado el equipo, me dije, quizás un poco decepcionado del resultado de la noche. Cuando llegué a mi casa, no hago más que apagar el motor cuando recibo un sms en el celular. Era Carmen, que estaba sola y un poco asqueada por la cita que había tenido con su ciber amigo. Quería que fuera para su casa. Contesté el mensaje y me fui raudo y veloz hasta su domicilio.

Carmen me recibió con una bata con transparencias que dejaba al descubierto sus dos senos un tanga rojo que se escondía entre sus dos nalgas. Me recibió con un beso y me hizo sentar en el sofá. Me sirvió una copa y ella también se sirvió otra. Me explicó que su cita había sido un desastre, que el tipo era un baboso y que no dejó de agobiarla para que tuvieran sexo. "Era un bruto, además no me gustó la forma en que me hablaba. Parecía que solo tenía ganas de echar un polvo, nada de preámbulos ni nada de conversación. Incluso rechazó la cena". Aunque era unos años más joven que ella, tenía más experiencia que ella en esos menesteres y sabía de los peligros que entrañaba esa situación. Le hablé de las psicópatas con las que me había topado y algunas situaciones embarazosas. La abracé y le dije que no se preocupara, que estas cosas pasan. Me dio las gracias por haber acudido a su llamada y me pidió perdón por haber tenido una cita con otro. Yo le dije que no tenía nada que explicar, le recordé de nuestro pacto, de nuestra amistad y de que éramos libres para hacer lo que quisiéramos. Me preguntó qué tal me había ido a mí. Le conté de Jorge, de Lucía, de Patty y Lisbeth. "Vaya, el niño salió a ligar" - dijo Carmen con cierta ironía. Solté una carcajada. Me gustaba esta situación, también Carmen sentía celos. Le dije que no había pasado nada y que me lo pasé muy bien.

Carmen, aún un poco fastidiada por su cita, me pidió que me quedara en su casa. Yo acepté y para relajar el ambiente, saqué del bolso una bolsita de marihuana y preparé un porro. Lo encendí, di un par de caladas y se lo ofrecí a Carmen, quien estaba nerviosa. "Nunca he fumado marihuana" - me dijo. "No te preocupes, no te daría nada que fuera a sentarte mal". Ella también le dio un par de caladas y me lo pasó. "Umm, no sabía que esto fuera tan fuerte" - contestó. Yo la tranquilicé y le dije que esperara un poco a que comenzaran los efectos, que se iba a sentir mejor. Calada a calada, los efectos iban apareciendo y la risa de Carmen la delató. "Guau, qué bueno es esto". Me hacía gracia la situación, pero me encontraba muy a gusto.  La siguiente calada que di, me acerqué a sus labios y le introduje el humo por su boca para que ella lo aspirara. Ella repitió la operación conmigo y me confesó que eso la ponía cachonda. Un par de veces más y ya la tenía encima de mi, quitándome la ropa y besándome como una posesa. "Vayamos a la cama" - me ordenó con la voz un poco tomada por los efectos del porro. Desnudos en la cama, se mostró como una fiera y no me dejó que la tocara, quería llevar el control. El porro la desinhibió y comenzó a hacerme un traje de saliva. Luego me hizo una mamada en la que pensé que me iba a arrancar la polla y finalmente se puso encima de mi a cabalgarme como una posesa, como si le fuera la vida en ello. Tuvo uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco orgasmos sin desprenderse de mi tranca, cada uno de ellos, más largo y violento. Estaba desatada y los gritos eran brutales. "Quiero que me la metas por el culo" - fue su nueva orden. Se colocó en cuatro y comencé a lamerle el coño y el ano. Poco a poco me fui ayudando de los dedos, primero uno, para pasar a dos dedos y finalmente un tercero, con toda la suavidad que podía. Escupí en la punta de mi polla y la restregué con sus abundantes flujos para aumentar la lubricación. Dirigí la punta de mi verga hacia su agujero y fui entrando de a poco en su orto, conforme su esfinter se iba acomodando al intruso. Cuando la tuve dentro, comencé a bombear rítmicamente recordando el ritmo de la salsa que había bailado horas antes. Ella gritaba mientras se acariciaba el clítoris."Me encanta tu verga, qué verga más grande tienes... me vas a partir en dos" - salían de su boca esas palabras y otras más que podrían ruborizar a cualquiera. Carmen tuvo dos nuevos orgasmos y cayó reventada sobre la cama. Yo aún no había eyaculado y comencé a masturbarme hasta que me vine encima de su espalda y sus nalgas. También caí rendido, todavía bajo los efectos del porro. Quedé dormido abrazado a ella.

Decir la verdad

Decir la verdad, aunque la gente no lo entienda, aunque pueda hacer daño. Decir la verdad para estar tranquilo, con mi conciencia. Después de dos infidelidades con distintas mujeres, hablé con la chica especial. Le dije lo que había ocurrido. La hice llorar. Me insultó, me dijo que me odiaba y que no quería saber nada de mí. Yo me sentí una mierda, pero tenía que hacerlo. Ella salió por la puerta de la cafetería donde le hice mi confesión. Supongo que jamás la veré, pero no me podía permitir hacerla más daño si hubiera prolongado la mentira. 

Aprovechando la inercia de los acontecimientos, pasé por la casa de mi antigua amiga universitaria y le conté lo de las otras dos mujeres. Se echó a reír. Me dijo que ella tampoco había sido honesta conmigo. Que sí, que lo había disfrutado, pero que me había ocultado algo. Realmente estaba sorprendido, pero a la vez sentía una sensación mezclada entre celos y estupidez. Resultaba que después de nuestro primer encuentro recibió la llamada de su ex, con el que quedó. Hablaron de todo lo que había ocurrido en su relación. Finalmente comprendieron que todo podría arreglarse si ambos ponían de su parte. Ella le habló de mí y de lo que había surgido. El le habló de otra relación que había mantenido con otra persona. Coincidieron en que aquello había sido más una venganza que el hecho de enamorarse de otras personas. Me horrorizaba pensar que me había utilizado, pero también pensé que donde las dan las toman y aquel era un justo castigo. Las siguientes veces que compartimos cama fue consecuencia de la confesión de su ex y de no estar segura al 100% de arreglarlo con él. Un día él la llamó y quedaron en verse en otra ciudad. Fue cuando ella me dijo que se iba a ver a una amiga. En ese viaje, arreglaron sus diferencias y decidieron retomar la relación, con la condición de que no volverían a estar con otros. Ahora era yo el que quería llorar. Ella se abrazó a mi y me dijo que fui muy dulce, que me porté muy bien con ella, que la hice sentir bien aquella primera vez, que se sintió de nuevo deseada. Que deseaba seguir siendo mi amiga, pero que ya no nos acostaríamos más. No me consoló, sin embargo dejé de llorar. Le di la mano ayudándola a levantarse. La abracé y le di dos besos en la mejilla. Ella me dio un pico, me guiñó un ojo y me dio las gracias. Me fui de la casa pensando que había perdido la oportunidad de tener conmigo a la chica especial y que la había perdido por no saber comportarme. También pensé que si la hubiera querido más, esto no hubiera tenido lugar. Me sentí mal, pero por lo menos estaba menos agobiado. Aún tenía que hacer una tercera visita.

Llamé a Carmen, que se encontraba en su casa y me dijo que fuera allá a cenar. La última vez que estuve en su casa, durante la siesta, ella me masajeaba el pecho y provocó una fuerte erección en mi. Ya sin calzones, ella pudo observar mi verga en todo su explendor. Acariciaba mi abdomen y se acercaba a la parte de mi cintura, a la cual dedicó unas suaves caricias. Yo estaba entusiasmado y comencé a acariciarla por la espalda y el cuello. Su mano llegó hasta mi enhiesto y duro tronco y empezó a masturbarme con fuerza. Yo besé su rostro, sus mejillas, su boca. Nos fundimos en un largo beso mientras ella seguía haciéndome una paja. Toqué su vagina con mis dedos, buscando su clítoris. Ella emitía gemidos que acompañaban a mis suspiros. Acercó su boca hacia mi polla y se la introdujo entera proporcionándome una mamada espectacular. Se la veía que disfrutaba con aquello y que la experiencia es un grado. Lamió mi tronco, mis testículos y hacía succión con ellos. Con sus dos manos jugaba con mi polla, haciendo movimientos circulares mientras se introducía mi glande y lo acariciaba con su lengua. No me dejó devolverle el favor, quería que se la metiera ya, pues hacía mucho tiempo que no había tenido sexo. Entonces, follamos por largo tiempo. Descubrí que era una mujer complaciente que disfrutaba de su sexualidad y que no tenía ningún tabú. Pasamos todo el fin de semana juntos, sin salir de su habitación. A veces parábamos para comer algo y recobrar fuerzas. Fue delicioso, completamente mágico. Al llegar la noche del domingo, decidí marchar a casa, ya que al día siguiente debíamos acudir al trabajo. Ella me pidió discreción y que siguiéramos encontrándonos.

Al llegar a su domicilio, ella había preparado ya la cena y beberíamos vino. Ella se fijó que mis ojos estaban llorosos y me preguntó cuál era la razón. Le expliqué mi voluntad de decir la verdad y de confesar todo lo que había hecho. Mis lágrimas volvieron a brotar de mis ojos y ella se abrazó a mí. "Creo en todo lo que me dices y te agradezco que seas sincero conmigo. Soy consciente de la situación, no sólo porque soy mayor que tú, sino porque tengo mucha experiencia. Es mejor ponerse una vez colorado, que cien veces amarillo. También soy consciente de que esto es efímero y que alguien de tu edad debe estar con alguien de tu misma edad. Un día te cansarás de mí y te irás con otra. Pero también sé que la vida es efímera y que está plagada de momentos especiales. Tú me has hecho sentir cosas que no sentía desde hace mucho tiempo y te agradezco que las hayas compartido conmigo. No quiero relaciones con ningún hombre, ni tan poco quiero depender de ninguno, tan solo quiero disfrutar los pocos años que me quedan hasta que mi cuerpo envejezca. Mi matrimonio fue demasiado terrible para querer repetir eso. Me casé joven y me perdí muchas cosas. Ahora, estando contigo, sé que puedo disfrutar de todo lo que me privé durante muchos años y no, no quiero ser tu novia, quiero ser tu cómplice, tu amiga, tu amante, pero nada más. No quiero agobiarme, ni que tú te agobies. Quiero disfrutarte y que tú disfrutes de mi. Sin penas, ni lástimas, sin compromisos. El compromiso es una cárcel en la que no quiero vivir y tú, tampoco deberías encerrarte en ello. Tan sólo te pido que seas sincero conmigo, que cuando no quieras más o encuentres a otra persona, me lo digas. No habrá sufrimiento por mi parte y deseo que tampoco lo sea por la tuya. Si hemos de quedar de alguna manera que sea de amigos. No pensemos en el mañana, porque no tiene sentido. Disfrutemos del momento".

martes, 11 de septiembre de 2012

Complicándome más

La culpabilidad de saber que estaba engañando a la chica especial no impidió que siguiera frecuentando a mi amiga de la universidad. Otra vez se repetía la historia y volvía a enfangarme más y más en el tema de las relaciones paralelas. Mentiras a una, mentiras a la otra. Complicándome la vida, complicándosela a los demás. Quedaba un día con una y a la otra le decía que tenía trabajo y viceversa. Apagaba el celular cuando me encontraba con ellas, para evitar llamadas incómodas. El resto de la semana me lo pasaba recibiendo mensajes y llamadas comprometedoras de una y otra. No podía continuar así. Habría que decidirse por una,  y lamentablemente herir a la otra. El criterio del sexo no era válido pues con ambas disfrutaba mucho. Por lo que respecta a sus situaciones personales ambas respondían a un mismo perfil, mujeres maltratadas por la vida y que encontraban en mí una especie de equilibrio afectivo. Debía afrontar el asunto o acabaría desquiciado. También me sentía muy unido a ellas, ambas me hacían sentir muy especial, pero al mismo tiempo me sentía un desgraciado por engañarlas. Quizás hubiera sido más fácil decir la verdad, pero no lo hubieran aceptado e irremediablemente las hubiera perdido. También era consciente de que si se enteraban, las perdería igualmente.

En un momento de tensión y de agobio, encontré una tregua. La chica especial tuvo que marchar de viaje por el trabajo y mi amiga de la universidad, aprovechó unos días para visitar a una amiga que vivía en el extranjero. Al menos tendría un par de semanas de descanso, a pesar de que las llamadas de teléfono continuaran. Ese tiempo lo dediqué a valorar quién debía salir de la ecuación, evaluando los pros y los contras y las estrategias para afrontar la situación. El primer fin de semana de soledad llegó y cuando pensé que lo pasaría solo en mi casa, me llegó la noticia de que mi jefe había planeado una cena de empresa para homenajearnos por los buenos resultados obtenidos por la compañía en el último semestre. Quizás, pensé, salir de la rutina de engaños y relacionarme con otra gente, me haría despejarme un poco.

Fue el viernes por la noche, después de la salida del trabajo. Tendríamos que llegar a una sala de fiestas situado en el centro de la ciudad donde se celebraría el evento. Fui a mi casa para cambiarme de ropa. En esta ocasión elegí el traje que tenía para las bodas y que me daría un toque distinto al que solía llevar en mi trabajo, más casual. Llegué al restaurante y vi a mis compañeros que iban llegando poco a poco. Todos iban vestidos de forma muy elegante. Me llamó la atención Carmen, la secretaria de dirección. Una mujer que debía andar por los 40 años y que siempre vestía de una forma muy discreta. Ese día se puso un vestido que dejaba a la vista una figura muy interesante, donde resaltaban sus dos pechos, apenas escondidos bajo un generoso escote. También estaba Maite, la becaria de finanzas, que también lucía un tipazo que dejaba babeando a todos los compañeros.

Habían dispuestas dos largas mesas con todo tipo de canapés y delicias, que cada uno se iba sirviendo. También había una mesa atendida por tres camareros donde se servían los tragos y todo tipo de bebidas. Mi jefe no escatimó en gastos para aquella ocasión. También contrató un dj para amenizar la velada con música y había una pista para aquellos que decidieran bailar. Creo que las copas animaron a más de uno a mover el esqueleto y se veía a los jefes bailando con el resto de empleados. La verdad es que la fiesta estaba de lo más animada y los compañeros se mostraban agradables, relajados y distendidos, cosa bastante diferente a lo que ocurría en la oficina. Yo no me separaba de la mesa de los canapés, con la mirada perdida y pensando en mis historias, mientras los demás se divertían, bebían y bailaban. Silvia, la oficial de planificación me tomó de la mano invitándome a bailar. "Vamos, ven a bailar, que no se diga que eres un aburrido". Lo cierto es que no tenía muchas ganas, y rehusé la invitación. "Tú lo que necesitas es un trago", me dijo llevándome hasta la mesa de las bebidas. Lo cierto es que aún no había tomado ninguna copa y tampoco tenía por qué estar ahí aburrido. Me pedí lo que siempre pido en estas ocasiones, un combinado de bourbon con cola. Silvia, me estuvo dando conversación y se unieron Mario, el de logística y la hermosa Maite. De pronto surgió una conversación entretenida y todas mis preocupaciones se disiparon conforme iba vaciando los vasos de mi bebida.

Conforme iba pasando la velada, se veía que los participantes estaban más y más entonados, más desinhibidos y con más ganas de juerga. Incluso me animé a echar unos bailes con las muchachas del servicio de limpieza. Pronto se dieron cuenta de mis habilidades con los ritmos latinos y tuve bastantes invitaciones para bailar por parte de las compañeras. En una de estas, se me acerca Mario y me dice que Maite no había dejado de mirarme en toda la noche. Maite era una chica recién licenciada que estaba haciendo prácticas en la empresa. Como dije antes tenía un cuerpazo, era alta, rubia teñida, ojos claros y unas curvas escandalosas. Si no tuviera tanta mierda sobre mi conciencia, tal vez hubiera intentado algo con ella. Al parecer y tal y como se vio después, yo era su objetivo para esa noche y no dejó de insinuarse toda la noche, con caricias furtivas mientras bailábamos, comentarios subidos de tono e incitaciones al sexo. Comencé a agobiarme pues aquello era acoso y derribo por su parte, y de verdad, si hubiera estado en otro momento, no hubiera desaprovechado la ocasión. Me imaginaba que un affaire con alguien de la empresa, podría complicarme más aún la existencia, no sólo en la propia empresa, sino con el resto de mi vida. Andaba con dos estupendas mujeres, razón de mis desvelos e incluir una tercera hubiera sido algo terriblemente complicado. Aún así, acepté su invitación a bailar una pieza de salsa, sabiendo que me metía en un lío. Maite se pegó a mi cuerpo mientras bailábamos, lo cual hizo que pronto tuviera una erección, que ella notó enseguida. "Papi, ya veo que te alegras mucho de verme" - me susurró al oído. Contoneándose se puso de espaldas a mí y aprovechó para restregar su prodigioso trasero sobre mi verga. Ya no era salsa, sino reggaeton. Yo miraba nervioso a todas partes pues no quería que nadie viera lo que estaba sucediendo. Vi a los demás compañeros, jefes incluidos, perrear con las compañeras y por un momento pensé que todos estaban borrachos y cachondos y que nadie se fijaría en mí. Sin embargo, en una de mis barridas oculares por el local, vi a Carmen, la secretaria, que me miró. Maite siguió con su contoneo y aprovechaba la cercanía para tocarme la verga por encima del pantalón. Giró su cabeza y me dijo: "¿Todo eso es para mí?" Esto me estaba excitando más de la cuenta, sin embargo la mirada de Carmen me dejó trastornado. ¿Por qué me miraría así? ¿Se habría dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre yo y Maite?

Maite me agarró la pinga de nuevo, me guiñó un ojo y tomándome de la mano, me dijo de acompañarla al baño. En ese momento ya no era consciente de mis actos y a pesar de toda reflexión anterior, me dirigía con ella al baño donde me la cogería salvajemente como respuesta a sus continuas provocaciones de esta noche. Me imaginaba su cuerpo desnudo, esos pechos maravillosos, redonditos, dispuestos a ser mordidos; esas nalguitas que pedían ser amasadas con deleite; esa concha rosada y palpitante que imaginaba perfectamente rasurada y abierta a mi lengua, mis dedos y mi verga; y esos labios carnosos, voluptuosos y dispuestos a saborear mi leche. En el camino a los baños, Maite, aprovechaba la mínima ocasión para tocarme la polla y darme picos. De repente, unos pasos antes de llegar al baño, apareció Carmen, quien con la cara seria que utilizaba en el trabajo, comunicaba a Maite que el jefe la estaba buscando y que fuera inmediatamente a hablar con él, que era muy urgente y muy importante. Maite, un poco azorada por la excitación del momento y por el aviso de Carmen, que sonaba más a reprimenda que a aviso, salió en búsqueda del jefe reclamante. Carmen se quedó mirando la tremenda erección que se marcaba en mi pantalón fruto de los roces y la insistencia de Maite, mientras se mordía el labio inferior.

Carmen me dijo que le apetecía un cigarrillo y que si me iba a fumar con ella al jardín. Tal vez un cigarrillo calmara mi excitación, así que me fui detrás de ella. Mientras atravesábamos la pista de baile entre compañeros borrachos y libidinosos que bailaban ritmos procaces, me fijé en el escote posterior del vestido de carmen. Le llegaba asombrosamente casi donde la espalda pierde su nombre y vaya nalgas de 24 kilates que se marcaba la compañera secretaria de dirección. Sus piernas kilométricas eran destacadas por sendas rajas en los costados del vestido de brillos. Una vez fuera, y cuando me ofreció el cigarro, pude ver su magnífico escote en forma de v, que competía en sensualidad con el escote posterior y que apenas escondía dos enormes pechos. Aquella imagen contrastaba con su aspecto recatado y su seriedad en la oficina. "Por mucho que lo busque, no lo va a encontrar aquí. Hace un buen rato que se marchó" - dijo aludiendo a Maite. "Lo que más me fastidia de esta chica es que se cree que comiendo pollas va a ascender en esta empresa" - añadió. "Y claro, como los hombres son idiotas, se dejan hipnotizar por un par de tetas" - concluyó. Se me puso la cara roja como un tomate y no sabía dónde mirar. No solo era Maite, sino cualquier mujer que se me acercara con cualquier tipo de insinuación. Siempre caía en lo mismo. Lo reconozco, soy un mujeriego y me meto en problemas por culpa de mi irresponsable e inconsciente libido.
"No creo que te convenga liarte con la putita del jefe", apuntó Carmen con cierto enojo. "Vamos, que tú puedes hacer lo que te de la gana, pero si me preguntas mi opinión, yo no arriesgaría mi puesto de trabajo por un polvo". "Esta tía se ha propuesto poner celoso al jefe, para que el bobo, por el miedo a perderla, finalmente la haga un contrato en la empresa". No daba crédito a lo que me estaba contando, pero además, el tal Mario, me había dicho que no había dejado de mirarme todo el tiempo. "El Mario ese es quien se la está cojiendo realmente. Han pensado en tu puesto para la puta ésa. Todo estaba preparado para que el jefe os sorprendiera en el baño y tu tuvieras que poner la renuncia. El jefe tendría su putita y el tal Mario se la seguiría cojiendo". Estaba claro que me habían puesto una trampa, pero ¿por qué a mí? ¿por qué Carmen habría evitado todo eso? "Tengo que mirar por mi trabajo, la cosa está muy mal y en cualquier momento, si a esa zorra se le antoja, podría acabar también en la calle".

No podía sino estar agradecido a mi protectora. Si hubiera dado un paso en falso, me habría complicado más las cosas. Sin trabajo y probablemente las dos mujeres con las estaba saliendo, acabarían enterándose del asunto y me mandarían a la mierda. Se me había cortado el rollo y otra vez volvía a pensar en todo lo que ocurría en mi vida. "No te agobies, no tienes nada de qué preocuparte. Además, tu eres un buen trabajador y un chico estupendo. Eres muy valioso para la empresa y me caes muy bien. Nunca hubiera permitido que hicieran algo así" - me dijo. Carmen llevaba en la empresa muchos años y conocía todos sus secretos, manteniendo siempre un comportamiento discreto, como también lo era su atuendo. En cierta medida ella se encargaba de mantener en funcionamiento la empresa y también guardaba las espaldas de nuestro jefe. "Si yo te contara todo lo que sé...". La invité a otro cigarrillo y le dije que si quería tomar otra copa. "Mejor nos la tomamos en otro lado. Aquí ya se ha terminado la fiesta" - contestó Carmen. Sí, era buena opción, aunque la fiesta continuaba, no tenía muchas ganas de seguir allí. Me sentía ridículo.

Era ya tarde y no sabía donde llevar a Carmen a tomar un trago. "No te preocupes, vamos a mi casa. Me he llevado un par de botellas de la fiesta" - dijo señalando su amplio bolso. El hecho de ser la organizadora llevaba consigo algunos privilegios. Así que fuimos para su casa, que estaba cerca del lugar. Al llegar, me dijo que los zapatos de tacón la estaban matando y que iba a ponerse algo más cómodo, que hiciera lo mismo. Mientras se metió en un cuarto, yo me deshice de mi saco y me quité los zapatos. Me senté en el sofá a esperarla. No tardó en regresar, se había cambiado ese espectacular vestido que llevaba y se había puesto una remera de tirantes y unos shorts, que mostraban sus largas y torneadas piernas. Agarró las botellas del bolso y se puso a preparar los tragos. "Sé que te gusta el bourbon con cola". Seguro que se había fijado en que fue lo que tomé toda la noche. Le agradecí y brindamos. Nunca había hablado con ella salvo en el trabajo, donde se mostraba muy profesional. Era muy agradable, con un gran sentido del humor, de esas personas que te hacen sentir a gusto enseguida. Tampoco me había fijado en lo guapa que se veía sin los formales trajes con los iba a trabajar, ni con esas gafas que no dejaban mostrar su rostro. Hablamos de todo un poco, del trabajo, de nuestras vidas. Supe que era divorciada,  que no había tenido hijos y que desde su divorcio había tenido un par de relaciones con algunos tipos con los que acabó bastante mal. Que se encontraba muy bien sola y que estaba estudiando derecho porque quería continuar con el bufete de su padre. Me encontraba muy cómodo e incluso había dejado de pensar en mis líos de faldas.

Era ya bastante tarde y me ofreció quedarme a dormir. Como estaba un poco cansado y tampoco me apetecía ir a buscar un taxi, acepté. En ningún momento pensé que estuviera haciendo nada malo. Me ofreció el sofá y me dio una manta. Cuando ya me acosté en el sofá, se agachó para darme un beso de buenas noches. "Que descanses, cariño". Se despidió y se metió en su cuarto. No tardé en quedarme dormido. A la mañana siguiente, desperté algo así como hacia el medio día. Me encontré a Carmen vestida de la misma guisa que el día anterior preparando el almuerzo. "He preparado comida para los dos, no puedo dejar que te vayas con el estómago vacío". Era encantadora y a juzgar por el olor que salía de la cocina, debía ser una buena cocinera. Le dije que si podía ir a comprar un postre en agradecimiento a sus atenciones. "No te preocupes, del postre ya me encargo yo", dijo Carmen guiñándome un ojo.

Comimos y bebimos un excelente vino que tenía guardado en un mueble. "Me encanta el vino" - me decía. La comida era estupenda, quizás algo pesada y yo comí demasiado. Terminada la comida, me recosté en el sofá bastante empanzado y Carmen me dijo que por qué no me echaba la siesta en su cuarto, que tenía aire acondicionado y que pasaría mejor la sobremesa. Aquello me parecía un abuso y le dije que no, que me marcharía. Ella insistió, me dijo que no pasaba nada y que me sintiera como en casa. Acepté y me fui para su cuarto para echar una siesta. Ella entró conmigo y me dijo que por qué no me quitaba la ropa, que así estaría más cómodo. Me sentí algo cortado, pero ella me dijo que estuviera tranquilo, que estaba en mi casa.
Ni corto ni perezoso me quité la camisa y los pantalones y me quedé en calzón. Me recosté en la cama y Carmen puso el aire acondicionado. "Si no te importa, yo también me voy a echar una siesta. Me haces un sitio". Volví a sentarme cortado, pero bueno, era sólo una inocente siesta, no tenía por qué pasar nada. Carmen se sentó en la cama y se quitó el top dejando al descubierto sus pechos. "Espero que no te incomode, pero yo acostumbro a dormir desnuda" - dijo mientras se quitaba el short quedando únicamente con un pequeño culotte de color azul de encaje. La visión de aquella mujer desnuda me puso a mil y era evidente la erección que tenía bajo mi calzón. Ella se recostó, levantó las piernas y se quitó el culotte. Tenía lo que llaman depilación caribeña, un hilo de vello de un dedo de grosor, que a mi me vuelve loco. Me miró a los ojos y me soltó "Bueno, ya veo que te gusta lo que ves, pero no es justo que yo esté desnuda y tú sigas con el calzón". Aquello debía ser el postre, me imaginaba, así que me quité los boxers y liberé mi verga bien dura y parada.

"Bueno, ya podemos dormir un poco". Se acercó a mi boca y me dio un pico. Me quedé pasmado, porque parecía que se iba a quedar en eso. Ella cerró los ojos y ahí no iba a pasar nada de lo que luego pudiera arrepentirme. Yo también cerré los ojos y pensé en cómo sería hacerlo con una mujer mayor que yo. Carmen me sacaba por lo menos 10 años y supuse que también tendría más experiencia. A pesar de su edad, mantenía un cuerpo firme y voluptuoso. Ella se recostó hacia mí y comenzó a acariciarme el pecho...

sábado, 8 de septiembre de 2012

Complicándome

Mi relación con la chica especial seguía su curso, a pesar de mis dudas, de mis miedos. Sin formalizar nada de nada, estábamos saliendo y todo parecía que iría bien hasta que otra persona apareció en mi camino, de forma fortuita. Caminaba después del trabajo hacia mi casa, con mi música, pensando en mis cosas, cuando de repente me choqué con alguien. Fue un golpe fuerte y terminamos ambos en el suelo. Al levantar mi rostro, me di cuenta de que esa cara me sonaba. Habían pasado muchos años y las personas cambian físicamente, pero la mirada seguía siendo la misma. También ella pareció reconocerme y cuando logramos incorpornos nos llamamos por nuestro nombre, casi a la vez, como interrogándonos, como sorprendidos de habernos encontrado en ese momento, en ese lugar. Una vez confirmadas nuestras identidades nos abrazamos por un largo rato. Pude percibir como las lágrimas brotaban de sus ojos e iban a parar a mis mejillas. La última vez que la vi, fue antes de que se fuera de esta ciudad, joven, ilusionada, con ganas de comerse el mundo. Me di cuenta de que esas lágrimas no eran por el encuentro sino por las bofetadas que le había dado la vida. Casi lloro por lo mismo, pero no lo me permití. Ahora estaba más fuerte.

Empezamos a hablar y a hablar. Nos contamos nuestras vidas en breves retazos. Los viajes, las relaciones, los fracasos, las decepciones. ¿Cómo resumir 10 años en un momento? Le propuse que fuéramos a una cafetería, que tomáramos un café. Me dijo que no, que mejor en otro momento, que ya me llamaría. Intercambiamos números y nos despedimos hasta la próxima.

Volví a mi casa en estado de shock. Por la sorpresa, por la alegría de encontrar a alguien que hacía mucho tiempo que no veías y por la que tenías aprecio. Sentí una sensación de lástima. Lo poco que me contó y sus lágrimas me hacían pensar que no estaba atravesando por un buen momento. Me sentí identificado por todo lo experimentado en los últimos tiempos. Tal vez le diera vergüenza, tal vez sintiera pena y no quiso continuar con la conversación. Me imaginé que si me llamaba, sería después de un tiempo, o quizás no lo hiciera. Muchos años habían pasado desde que nos conociéramos en la universidad. También recordé los momentos vividos y la amistad que en algún momento logramos tener. Pensé que con los años, la amistad se habría difuminado y tal vez, no se sintiera en la confianza de hablar de las cosas. Me equivoqué. Al rato de llegar a casa, recibí su llamada. Me pidió disculpas y me invitó a cenar al día siguiente, en su casa.

Me llevé una botella de vino de esas que tengo guardadas en el armario y compré unos pasteles para el postre. Me recibió, ahora sí, con un fuerte abrazo y con una sonrisa en la cara. Abrimos la botella y brindamos por el reencuentro. Cenamos y nos sentamos en el sofá para contarnos nuestras penas. Las lágrimas volvieron a brotar en su rostro y esta vez, también en el mío. Habíamos pasado muchas cosas, cada uno por su lado y teníamos tantas ganas de llorar, que lo hicimos juntos. La abracé y sentí como su cuerpo se apretaba al mío como buscando consuelo. Necesitaba un abrazo y hacía mucho tiempo que nadie la abrazaba. Por un momento nada tenía sentido, más que el abrazo que nos estábamos dando. Juntamos nuestras mejillas, sentíamos nuestras lágrimas en el rostro del otro. Besé su mejilla, beso que correspondió a otro beso por su parte, también en la mejilla. Volvimos a besarnos en las mejillas y separando nuestros rostros nos miramos a los ojos, un instante. De nuevo nos besamos en las mejillas, yo la besé en la frente y ella me besó en la comisura de los labios. Nuestros labios se juntaron y nos dimos un pico, que siguió a otro pico. Nos mirábamos como intentando adivinar qué es lo que pasaba en ese momento. Nunca nos habíamos besado antes y aquello era nuevo. Seguimos besándonos, jugábamos con nuestros labios, nuestras lenguas ya se ofrecían mutuamente y seguíamos abrazados, ahora acariciándonos. La miré de nuevo a los ojos, sentí que su respiración se había acelerado, como la mía. La agarré y la subí sobre mi regazo, continuamos besándonos. No decíamos nada, pero éramos conscientes de dónde acabaría eso.

Sus manos desabrochaban mi camisa, mientras las mías buscaban su piel bajo su ropa. Logró quitarme la camisa y al mismo tiempo la despojé de su blusa. Se abrazó de nuevo sobre mi pecho desnudo al tiempo que yo acariciaba sus brazos y su espalda. Conseguí quitarle el brassiere y sentí por primera vez el calor de esos pechos grandes, que no habían perdido en absoluto su firmeza. Besaba su cuello y ella respondía con suaves quejidos. Sentí como se estremecía bajo mis brazos en el momento en que mi lengua paseaba por su oreja. Se le erizó la piel mientras luchaba con mi cinturón para abrirlo. Estaba muy excitado y era evidente el bulto que tenía en el pantalón. Ella se incorporó decidida a liberarme de la presión. Desabrochó el botón, bajó el zipper y con facilidad se deshizo de toda mi ropa dejándome completamente desnudo. Se arrodilló y tomó mi polla con ambas manos subiéndola y bajándola en toda su extensión. Me miró a los ojos buscando mi aprobación y la encontró en mi suspiro. Acto seguido comenzó a lamer mi tronco sin dejar de mirarme. Aquello me excitó más si cabe y consiguió que mi erección fuera muy potente. Nunca antes había estado así de grande y dura. Siguió lamiendo, bajando por mi escroto y mis huevos. Yo agarré su cabeza e iba guiándola por aquellos lugares que me producían más placer. Continuó su lengua viajando por mi anatomía, alternándose con besos en mis muslos, llegando a donde nadie había llegado jamás. Me regaló mi primer beso negro mirándome a los ojos. Sentía mucho placer y mis gemidos y su respiración inundaban ya toda la estancia. Tomó mi polla con su mano derecha y se metió uno de mis huevos en la boca, después el otro, succionándolos, apresándolos con su lengua, mientras me masturbaba. Su lengua hizo el camino de regreso y empezó a chupármela como si le fuera la vida en ello. Pensé que de un momento a otro me vendría. Sus ojos seguían mirándome fíjamente mientras se dedicaba con devota fruición a jugar con mi glande. La tomé de las manos y nos levantamos. Nos abrazamos y nos besamos de nuevo.

De la mano me llevó hasta la cama, donde se recostó ofreciéndome sus piernas ahora desnudas. La experiencia me dictaba no ser directo y comenzar mi viaje donde lo había iniciado. En su boca. Me recosté al costado y fui besando su boca, acariciando su piel. Besé su cuello y mis manos amasaban sus pechos grandes coronados por sendos pezones enhiestos y desafiantes. Diligentemente los besé, los lamí y los chupé mientras mi mano ya estaba encontrando el camino por su vientre hasta sus piernas. De nuevo la sentí estremecer cuando acaricié con mi barba su ombligo. Ella pedía, me exigía que hundiera mi cabeza entre sus piernas, pero decidí retrasar el momento para seguir disfrutando de su cuerpo. Besé sus muslos, sus piernas y llegué hasta los pies. Regresé entre gemidos por el mismo lugar que había llegado hasta su vientre. Levanté sus piernas y besé la parte interna de sus muslos. Ella me agarraba la cabeza y me dirigía hasta su entrepierna. Mi lengua recorrió su raja de norte a sur, de este a oeste, buscando salivar cada uno de sus pliegues hasta encontrar su clítoris. Noté como se arqueaba del puro placer mientras succionaba ese punto neurálgico y me ayudaba con dos dedos que hundía en sus entrañas. Estaba bien húmeda y gritaba, gritaba mi nombre, gritaba groserías, me pedía a gritos que se la metiera de una vez. Obediente me subí encima de ella y empecé a jugar con mi polla en la entrada de su coño rasurado. Eso la puso todavía más arrecha. Métemela, me decía, quiero sentirte dentro. No la hice esperar más y se la metí de a poco, para que sintiera como iba introduciéndose centímetro a centímetro, para que sintiera bien rico. Sus piernas me agarraban, para no dejarme escapar mientras se la metía y se la sacaba entera. Puse sus piernas sobre mis hombros y bombeé con más fuerza. Aquello la volvía loca. Después la hice ponerse de a cuatro y se la metí por detrás agarrándola de la cintura. Ella se sujetaba del cabecero de la cama que debido al ímpetu de mis envestidas golpeaba contra la pared. Me obligó a recostarme y se subió encima de mí, ensartándose mi polla de un golpe. Sus pechos se bamboleaban sobre mi cara y los chupaba, mientras me cabalgaba, primero despacio y luego aumentando el ritmo conforme iba acercándose al clímax. Entre gritos, jadeos y gemidos me suplicaba que me viniera dentro de ella. Yo también estaba a punto, cuando se vino en un largo y profundo orgasmo. Las contracciones de su vagina hicieron el resto y yo me derramé dentro de ella. Al sentir mi semilla espesa y cálida dentro de sí, volvió a tener un orgasmo y cayó, a mi lado, totalmente reventada de placer.

Desnudos, nos abrazamos y nos quedamos profundamente dormidos... A la mañana siguiente, cuando despertamos, nos miramos a los ojos y nos dimos cuenta de que habíamos complicado más nuestras vidas. Pensé en la chica especial, en sus sentimientos hacia mí, en lo fácil que soy y en las consecuencias de los actos. Mirándola a los ojos, comprendí que también ella tenía lo suyo y que esto no hacía sino complicar aún más las cosas. Qué manera de complicarse, pensé, sin embargo sucedió y a ambos nos pareció que aquello no había acabado ahí. Volvimos a besarnos y a hacer el amor, complicándonos aún más, explorando sentimientos nuevos y dejando que la vida siguiera su curso...