viernes, 2 de noviembre de 2012

Amantes

Lucía finalmente se reconcilió con sus padres y volvió a su casa. Bueno, eso fue después de la bronca que tuvimos por culpa de los mensajes que encontró en mi celular. No le hizo gracia saber que tenía una amiguita nueva y aunque no éramos novios ni había ningún compromiso por mi parte, le enojó el hecho de que anduviera tonteando con Sofía, la muchacha que me pidió consejo profesional. Los whatsapps se hicieron frecuentes desde aquel encuentro que tuvimos en su casa, así como su insistencia en quedar de nuevo. Me mandaba fotos insinuantes, a las que respondía con retratos de mi pija dura. Todo este material lo guardaba celosamente en la laptop bajo contraseña. En el intercambio, Sofía me envió un video donde se mostraba masturbándose, con mi nombre escrito en carmín sobre sus pechos. Por casualidad, el video fue visto por Lucía, que trasteaba con mi celular para ver las fotos que teníamos en común. Por descuido olvidé guardar el material en la laptop y quedó en la memoria del smartphone. El resto de la historia se la pueden imaginar, discutimos, lloró, llamó a sus padres, recogió todas sus cosas y se marchó.

De nuevo solo en casa, de nuevo la cama vacía. Quizás sea buena ocasión para invitar a Sofía al departamento o tal vez sea mejor retrasar ese momento. Me apetece estar un tiempo solo, sin que nadie me moleste, sin nadie a quien dar explicaciones. Dedicarme a buscar empleo, escribir y hacer las cosas que me apetecen. Estos meses con Lucía han sido increibles, pero sabía que no iba a ser duradero, quizás por la tendencia que tengo a ser infiel, aunque claro, no se puede ser infiel con alguien con el que no estás. Supongo que algo tendríamos cuando teníamos sexo todas las noches, pero siempre quedamos claros que eso no significaba nada, o al menos es lo que yo entendí. No me pone triste lo de Lucía, tampoco estoy alegre. Pasó, lo pasamos bien y ya está. Alguno dirá que no me preocupa porque tengo a otra en la recámara. Lo de Sofía no es que me entusiasme mucho, la verdad. Se la ve que es muy cría y eso puede traer complicaciones.

Siempre estoy diciendo que no quiero complicaciones, sin embargo no dejo de meterme en problemas, aún sabiendo de los perjuicios que pueden desencadenarse. Todo ello me lleva a recordar una experiencia, que viví intensamente a pesar de saber que me estaba metiendo en problemas. Fue hace unos años, antes de mi gran fracaso sentimental. Vivía en otra ciudad, estaba estudiando becado una maestría y compartía departamento con otros tres muchachos a los cuales solo veía por la noche y regresaban a sus pueblos los fines de semana. Lo cierto es que me costó adaptarme a la ciudad. Allá no conocía a nadie y con los compañeros de la maestría tampoco había mucha afinidad, si bien tampoco la buscaba. También acababa de terminar una relación y estaba bastante tocado y deprimido. Al salir de las clases, me iba al departamento y me encerraba en el cuarto a estudiar o a navegar por internet. Por aquel entonces inicié un blog deprimente contando mis sensaciones y lo sólo que estaba. Al principio no conseguía visitas, pero al empezar a dejar comentarios en otros blogs similares, la gente empezó a dejarme los suyos en el mío. A los dos meses ya contaba con al menos unos 10 seguidores habituales con los que mantenía contacto a través de los blogs. En ese momento era lo que más me gustaba y estaba esperando todo el día para meterme en el blog, publicar y recibir comentarios. En mi soledad, me sentía acompañado. A raíz de un incidente con una compañera de la maestría, escribí un post bastante triste donde me lamentaba de mi mala suerte. Al día siguiente recibí un mail en la cuenta vinculada del blog. Era de una seguidora que preocupada por mi situación, me animaba y me enviaba su dirección de messenger para conversar. No terminé de leer el mail cuando ya la estaba agregando a mi messenger.

La primera vez estuvimos conversando como cuatro horas. Hubo una muy buena comunicación y mucha confianza. Conocí de ella que estaba casada, que tenía tres hijas y que vivía en otra ciudad cercana a la que yo estaba viviendo. Trabajaba como maestra en una escuela y le gustaba escribir. Dejamos de conversar únicamente porque era tarde y ambos debíamos madrugar al día siguiente. Los siguientes días nos comunicamos y seguimos hablando de todo un poco, de nuestras preocupaciones, deseos y aficiones. Poco tiempo después comenzamos a charlar por el teléfono. Nos hicimos bastante amigos y compartíamos confidencias. De ella me gustó su carácter jovial, a pesar de ser una mujer mayor que yo unos 10 años y también la confianza que me generaba. Ya nos conocíamos por foto y sólo quedaba conocernos en persona.

Quedamos en vernos un día. Yo iría a su ciudad aprovechando un receso en las actividades de la maestría. No iba con más expectativa que la de conocer a alguien con la que me llevaba muy bien. El encuentro fue en la estación de autobuses de su ciudad. Pronto la reconocí y me pareció más guapa que en las fotos. Desayunamos juntos y me enseñó su ciudad. También me llevó a su casa, donde conocí a sus hijas y al marido. Todos eran muy agradables y me invitaron a quedarme a dormir con ellos, en lugar del sitio que había reservado. La confianza que tenía con, llamémosla Elena, y la buena disposición de su familia no me hicieron dudar. Al día siguiente me llevaron de excursión al campo y disfruté de un excelente día con ellos. Me sentía muy a gusto por primera vez en mucho tiempo. Al tercer día me fui de regreso a la ciudad donde estudiaba.

Seguí manteniendo el contacto con Elena, cada vez más frecuente. Con ella no había tema que no hablara, incluso sobre mis líos con muchachas. Ella era muy comprensiva y me aconsejaba con mucha naturalidad. Nos hicimos los mejores amigos. Tras varios meses, un día, Elena me llamó llorando. Le pregunté qué le pasaba. Me dijo que había discutido con el marido y que estaba muy triste. La verdad es que me sorprendió que me contara tal cosa, pues se les veía muy unidos y él se me hacía un tipo muy agradable. La conversación continuó y seguía haciéndome confesiones. Decía que era una situación frecuente en su matrimonio, que llevaban mucho tiempo discutiendo y que estaba pensando en divorciarse. Aquello me dejó anonadado. No sabía qué decirle a esa mujer que se estaba confesando ante mí. Sólo acerté a decirle que la apoyaba y que en mí tenía un amigo para lo que necesitara. Me pidió que si podía alojarse en mi departamento ese fin de semana, que necesitaba alejarse de su casa. Le dije que no había problema, ya que los fines de semana me encontraba solo y podía ocupar mi habitación, mientras yo dormiría en el sofá cama del salón común.

No dudé en echarla una mano, pues la consideraba mi amiga. Sentía lástima por su matrimonio, pues me caía bien su esposo y también pensaba en las niñas. Ella se presentó el viernes por la noche, cuando mis compañeros se habían marchado ya. Cuando me vio, se derrumbó y comenzó a llorar amargamente. Intenté consolarla pero no había cómo. Pensé que sería buena idea sacarla a dar una vuelta y que tomara algo de aire fresco. Salimos y cenamos algo en una terraza. Con la conversación, se tranquilizó y con el vino comenzó a reír. Me fascinaba su sonrisa cálida y amable. Me dijo que hacía muchos años que no salía a cenar fuera, que su marido era un aburrido y que cuando llegaba a la casa únicamente se dedicaba a ver los deportes. Su vida se había convertido en una monotonía y que siempre tenía discusiones con el marido. No se sentía deseada, ni correspondida. Me contó que hacía muchos años que no iba a una discoteca y que le encantaba bailar. Le pregunté si le apetecía ir a bailar y me dijo que le daba un poco de pena, que no iba vestida adecuadamente. La convencí de que iba preciosa y fuimos a una discoteca.

Al llegar, pedimos unos tragos y nos fuimos a la pista de baile. Con la música se transformó y pasó de la tristeza a un estado de euforia. Bailaba muy bien y fueron muchos los que se acercaban a ella para bailar. Se la veía disfrutar bailando, siendo cortejada por varios hombres. Se la veía feliz. Cuando se acabaron los tragos fui a la barra a pedir otros. Cuando me acerqué donde estaba Elena, la vi agarrada a un tipo que la sobaba mientras se besaban. No sé por qué, me sentí celoso, pero ella era una amiga y nada más. Decidí dejarla que disfrutara y me regresé a la barra con los dos tragos. Allí estuve esperando hasta que ella me buscó y me pidió disculpas por lo ocurrido. Le dije que no tenía por qué preocuparse, que por mi todo estaba bien. Me dijo que se iría con el tipo con el que se estaba besando y que al día siguiente me llamaría. Como no había nada que hacer allí, me volví para casa medio enojado. Total, la había sacado para animarla y ella se había ido con el primero que encontró allí. No debía estar así, pero me sentí muy celoso, quizás me había dado cuenta de que Elena me gustaba, pero deseché la ida por todas las complicaciones que conllevaba. Además, se había ido con el tipo aquél.

Al día siguiente, antes de levantarme, me llamó. Decía que estaba en la calle y que estaba perdida, que se sentía fatal por lo que había hecho y que le hiciese el favor de ir a buscarla. No me hizo ninguna gracia, pero en fin, era mi amiga y tenía que hacerle el favor. Me levanté, me puse lo primero que encontré y fui a buscarla. Me la encontré en un parque, toda despeinada y con la cara de haber estado llorando. Me dijo que se sentía una zorra y no sé cuántas barbaridades más. Se sentía mal porque aunque su matrimonio no iba bien, había sido infiel por primera vez. Le dije que esas cosas pasan y que tal vez eso era lo que necesitaba, sentirse deseada. Como vi que estaba muy cansada, le dije de ir a casa y que durmiera. Así hizo y yo aproveché el día para terminar unas tareas. Cuando despertó, tomó una ducha y vino al salón. Le dije si le apetecía salir a comer algo como el día anterior. Me dijo que no, que se sentía mal y que prefería quedarse en la casa. Le propuse pedir unas pizzas y ver una película. Parece que ese plan si que le apetecía. Seguía dándole vueltas a lo de la infidelidad y a lo que había hecho el día anterior.

Por mi parte traté de hacerla sonreír. Llegaron las pizzas y cenamos. Cuando le propuse ver la película me dijo que prefería hablar de lo acontecido el día anterior. Yo le dije que no tenía por qué, si no quería, y ella insistió. Necesitaba sacarlo fuera y yo era su confidente. Me contó que cuando se puso a bailar se sintió muy bien y que cuando todos aquellos hombres se pusieron a mirarla experimentó algo que hacía mucho tiempo que no había sentido, el deseo. Esa sensación la puso muy excitada y cuando me fui a la barra, uno de esos hombres se acercó a ella y la agarró. Se puso a bailar con él muy agarrada y sintió la verga erecta del tipo bajo el pantalón apretando su cuca. Elena llevaba dos meses sin follar con su marido por las continuas discusiones que tenían. El sentir el miembro del tipo, que también la estaba manoseando, la excitó de tal manera que no era consciente ni de donde estaba, cuando el tipo la besó y ella le correspondió con otro beso. Mientras escuchaba eso, volví a sentir celos y quizás se me viera reflejado en la cara. El tipo la invitó a su casa y llevada por el deseo aceptó la invitación, fue cuando me vino a buscar y me dio la noticia. Se fue a casa del tipo y estuvieron cogiendo hasta el amanecer. No quería escuchar más, pero ella siguió dándome detalles sobre cómo de grande la tenía, como se la chupaba, las veces que se vino y las posturas que practicaron. Mi cara debía ser un poema, porque paró y me preguntó si me encontraba bien. Le dije que sí, que no había ningún problema, pero mis ojos no mentían. Sentía un ataque de cuernos sin ser mi pareja. Ella me preguntó si quería decirle algo. Suspiré profundamente y las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.

Se acercó a mí y me abrazó. "¿Qué te pasa, bebé?" - me preguntó. Traté de hacerme el fuerte y le dije que nada. Ella insitió con que si estaba molesto por lo del día anterior. Le dije que me sentía celoso y ella me dijo que no entendía por qué. No tuve más remedio que confesar. "Me gustas" - fueron mis palabras. Elena abrió los ojos como platos como sorprendida. Quedamos en silencio, mirándonos a los ojos. Me tomó de las manos, acerqué mis labios a los suyos y nos besamos, primero tiernamente y después con pasión. Entre besos me confesó que yo a ella también le gustaba, pero que no me había dicho nada porque sentía vergüenza. Mis manos acariciaban su espalda y las de ella se agarraron de mi cuello. Estábamos sentados en el sofá y me recosté en él arrastrándola sobre mí. Llevé mis manos a sus nalgas y las metí debajo de su pantalón. Ella comenzó a quitarme la camisa y a desabrocharme el cinturón. Agarró mi pija y se la metió en la boca practicándome una mamada espectacular. Me comió los huevos con esmero y dedicación. El sofá se nos hizo pequeño y la llevé en volandas hasta mi cama. Cogimos durante horas, en todas las posturas, incluso le estrené el culito, cosa que no había hecho el cornudo de su marido, porque según él, le producía asco. No entiendo como una mujer como aquella, tan bonita, con ese cuerpo apetecible y bien cuidado, había aguantado tanta negligencia de su esposo.

Tras la noche y después de dormir un poco, nos duchamos e hicimos cositas en el baño. Después desayunamos y hablamos de lo que había pasado entre nosotros. Ambos nos sentíamos atraídos el uno por el otro y quizás eso lo complicaba todo. Queríamos seguir viéndonos, sin embargo ella me decía que no podía dejar a su marido por sus hijas. Me di cuenta de que aquello era un problema gordo en el que no tenía que meterme, pero a veces el riesgo y el morbo te hace hacer cosas que no tienen sentido. Seguimos en contacto, a veces venía ella a la ciudad donde estaba y otras veces iba yo a la suya. Hablábamos por teléfono y nos decíamos guarradas. Cuando nos veíamos follábamos como salvajes, todo a escondidas, muy sucio, muy animal. Yo no sé si el marido se dio cuenta alguna vez, y si se dio cuenta, era consentidor. En una ocasión tuve la desfachatez de pasar el fin de semana en casa de ellos con él y sus hijas presentes y aprovechábamos la mínima para desatar nuestras más bajas pasiones, en su cuarto, en el baño, en la cocina... Toda esta situación nos daba morbo aunque éramos conscientes del daño que podíamos hacer. También cometí la estupidez de enamorarme poco a poco de ella, y comencé a reclamarle que dejara a su marido. Ella me decía que no podía, que era imposible, lo cual me frustraba y deprimía, y sólo me alegraba con nuestros encuentros sexuales in situ o telefónicos, que por cierto, cada vez iban siendo más esporádicos. Ello se debía a que gracias a mi relación, había ganado en autoestima y comenzó a salir más de casa. En principio salía con amigas, pero luego se fueron añadiendo amigos que conocía en internet y similares. La lejanía, el vivir en dos ciudades distintas, creo que enfrió todo y finalmente me enteré de que se estaba cogiendo a otro tipo que había conocido en un chat. Aquello me dolió muchísimo, corté con ella toda comunicación y tardé mucho tiempo en olvidarla.


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