sábado, 10 de noviembre de 2012

La playa (dedicado a Martina)

Foto real de Martina
En estos días de frío y lluvia en la ciudad, uno recuerda con nostalgia el calor del verano en otras latitudes. Esos días largos de sol, playa, cervezas bajo el típico rancho playero, la música, los escasos trajes de baño que muestran más de lo que ocultan, la piel bronceada y mojada de aquellas mujeres, el olor de la crema protectora, los bailes sugerentes  y las noches de pasión y sexo desenfrenado.

Fue en la época en la que vivía en otro país, en el apartamento costero donde ocurrieron los sucesos narrados en los relatos "La vecina de enfrente" y "La vecina de enfrente II", unos cuantos meses antes, recién llegado a aquella localidad. La acogida fue bastante buena, la gente muy agradable y los compañeros de trabajo hicieron que pronto me adaptara a los ritmos de aquella ciudad. Los viernes, tras el trabajo solíamos salir a la zona del puerto a cenar y después acudíamos a la zona de copas contigua a la playa a bailar, tomar y pasar un rato divertido. Por lo que respecta a los ligues, no era muy difícil conocer chicas allí. Que acabaran en la cama ya dependía del talento personal de uno y de la disponibilidad de la chica en cuestión. En cualquier caso, eran mujeres muy bellas que debido a la constante exhibición de sus cuerpos en la playa se cuidaban y se mantenían en forma. También destacaban por su fogosidad e implicación en el sexo, cosa que pude comprobar en un par de ocasiones antes de que sucediera lo que a continuación les narraré.

Conocí a Martina una de esas noches de viernes, tras una cargada semana laboral en la que me tuve que desplazar a varios lugares del país. Para no variar el plan de cada fin de semana, me acerqué a la zona del puerto para encontrarme allí con varios compañeros del trabajo, cenar y ver qué ocurría después. Tras dar cuenta de una suculenta cena a base de mariscos, pescados y regada con vino blanco, nos dispusimos a acudir al local de moda por aquel entonces. El sitio estaba repleto de gente y con dificultad llegamos hasta la barra donde nos pedimos nuestros respectivos tragos. Lo acostumbrado era tomar una primera copa en la barra y después salir a la pista a conocer a las chicas que estaban aparentemente sin pareja. Después de los saludos de rigor y un poco de conversación, se las invitaba a tomar una copa y después, cada quien se lo montaba como mejor podía. Unas veces salía bien, otras nos mandaban directamente al carajo y en la mayoría de las ocasiones pasábamos una noche divertida bailando, riendo, comentando las jugadas y aumentando el círculo de amigas y conocidas. Aquella noche no fue distinta de las anteriores y tras tomarnos las copas salimos a la pista buscando mujeres con las que compartir, platicar y bailar. No sé si fue por el cansancio o por el calor, que me empecé a agobiar y dejé a mis compañeros de trabajo en la pista con un grupo de chicas. Regresé a la barra y me pedí otra copa para refrescarme, mientras observaba desde la distancia las evoluciones de mis compañeros de farra. Apoyado en la barra, me di la vuelta y vi a una chica muy atractiva que también estaba pidiendo un trago. Parecía que andaba sola o esperando a alguien. Cruzamos las miradas, nos sonreímos y volvimos cada uno a lo suyo. En la pista, mientras tanto, veía a varios de mis compañeros que estaban ya bailando con las muchachas con las que estaban hablando. Uno de ellos vino a la barra para pedir unas copas. Me preguntó por qué no estaba allá con ellos y le dije que estaba un poco agobiado, que no se preocupase y que cuando me encontrara mejor volvería con ellos.

Seguía en la barra y observaba a la chica atractiva que había visto antes. Ya había terminado su consumición, miraba el reloj y el celular constantemente. Se la notaba preocupada y pensativa. De estatura media, con buenas curvas, con media melena ondulada de color negro y unos preciosos ojos del mismo color, vestía uno de esos vestidos de tirantes que terminaban bastante por encima de la rodilla, que se ajustaba perfectamente al contorno de su preciosa anatomía y dejaban ver un delicioso escote. Lo que se dice un bombón. Al rato recibe una llamada al celular, su cara era un poema. Quien fuera, no iba a acudir a la cita. Unos insultos más tarde colgó el celular y se puso a resoplar. Me acerqué.

Sultán - Disculpa, te he visto que estabas mal, ¿te puedo ayudar?
Martina - Oh, gracias, no, tranquilo, todo está bien.
S - Disculpa que sea un entrometido, pero me pareció oírte enojada, ¿estás bien?
M - No, en serio, estoy bien, muchas gracias.
S - ¿Seguro?
M - Sí, de verdad, seguro, no te preocupes...
S - Bueno, si puedo hacer algo por tí, ya sabes...

Quizás la forma en que la entré fue un poco ridícula, pero igualmente, tampoco sentí ningún tipo de rechazo. Apenas unos minutos después me volví a acercar, invitándola a una copa. Al principio me miró con cara de "qué anda jodiendo este pesado", sin embargo mi sonrisa y amabilidad lograron vencer esa resistencia y aceptó la invitación. Un mojito para ella y lo acostumbrado para mí.

S - Perdona ser tan maleducado, no me he presentado, me llamo [...]
M - Mucho gusto, [...], mi nombre es Martina.
S - Encantado, Martina, un placer, ¿vienes mucho por aquí? no recuerdo haberte visto.
M - No, la verdad es que no suelo venir por aquí. Había quedado con alguien, pero al final me ha dejado plantada
S - Pues peor para él
M - Jajaja, sí, peor para él

Por fin la veía sonreír. Martina tiene de esas sonrisas que llena la habitación en la que está y una mirada cautivadora que no te dejan indiferente. Hablamos de muchas cosas, del tiempo, del trabajo, de música, de la vida en general. Poco a poco estaba más tranquila y se divertía con mis chistes, bromas y anécdotas. Conforme fue pasando la noche, íbamos agotando los tragos que también hacían su efecto. Cada vez estábamos más arrimados el uno al otro, incluso me había agarrado la mano en un par de ocasiones. Miré a la pista de baile y no había ni rastro de mis acompañantes. Cada uno estaría a lo suyo y allí estaba yo, a lo mío, concentrándome en la preciosa Martina, la cual me cautivaba con su sonrisa, su mirada y su simpatía. Le dije que había sido una suerte encontrar a una mujer tan preciosa y tan agradable y me lancé a darle un abrazo que fue correspondido. "Tú también me has caído bastante bien" - me dijo al oído con su mejilla apoyada en la mía. Sentía sus turgentes senos sobre mi pecho. Sus pezones disparados dejaban señal en su vestido y los podía sentir sobre mí. Así, abrazados, mejilla con mejilla , mi verga comenzó a tomar volumen y conciencia de la situación. Creo que Martina lo notó, si bien no le disgustó y se apretó más contra mí. Separé mi rostro del suyo y llevé mis manos a su cintura. Frente a frente nos miramos, sonreímos y nos fundimos en un beso húmedo y prolongado. Su lengua jugueteaba con la mía, me daba mordiscos con los labios, mis manos acariciaban ya sus nalgas y las suyas las mías. Martina me empujó contra una pared y comenzó a sobarme la polla por encima del pantalón. Con su cuerpo tapaba lo evidente frente a posibles miradas indiscretas. En esto metí mi mano por debajo de su vestido y toqué su sexo empapado por encima del bonito culotte de encaje negro que llevaba. Estábamos recalientes y nos sobraba la ropa, pero no era buena idea ponernos a coger delante de toda esa gente. A pesar del ambiente liberal y lo tolerante de las gentes del lugar, había extremos que no convenía traspasar. Martina encontró una excitante solución sin tener que ir a mi apartamento, lo que habría bajado notablemente el nivel de excitación y la urgencia del momento. "Vayamos a la playa" - ordenó. Obedecí.

Encontramos un lugar apartado donde podíamos tener algo de intimidad. A pesar de lo que nos alejamos de la disco, se oía el bullicio a lo lejos de toda la zona de bares. Tras unas barcas abandonadas, me quité la camiseta y la puse en el suelo para que no nos rebozáramos demasiado en la arena. Martina se quitó el culotte y yo me despojé del pantalón y los boxer. Me coloqué un condón y Martina se subió encima de mi verga comenzando a cabalgarme suave al principio y conforme iban pasando los instantes, poco a poco, cada vez más fuerte. Mientras subía y bajaba mi polla yo la agarraba de las nalgas. Era excitante hacerlo así, bajo la luz de las estrellas, con el sonido del mar ahogando nuestros jadeos. Con mis manos retiré los tirantes para observar sus hermosos pechos rosados, los toqué, los amasé, levanté mi cara para chuparlos, lamerlos, mamarlos. Besé su cuello, lo cual le encantaba y aumentaba su excitación. Aumentó el ritmo de la cabalgada y en un momento pensé que me partiría la polla. Con un fuerte grito anunció el clímax, que coincidió con mi corrida. Con mi verga aún dentro de su palpitante coño, se dejó caer sobre mí y me dio un dulce beso. Descansamos un poco, nos arreglamos y nos fuimos a terminar la noche a mi apartamento.

El resto de la historia, la contaré si Martina me da permiso. Debo agradecerle que me haya dejado compartir con ustedes esta experiencia y que colgara una de sus fotos aquí en mi blog. El relato, sin duda, está dedicado a esa hermosa mujer con la que sigo en contacto. Muchas gracias, Martina, gracias por todo.

2 comentarios:

  1. Bien narrado y bravo por la foto, que muestra casi tanto como lo que deja a la imaginación ;)

    Sabes, el sexo en la playa es uno de mis pendientes. Es lo que tiene vivir lejos de la costa.
    Sin embargo, sin haber tenido aún ocasión, creo que es muy de mi cuerda y que lo disfrutaría mucho.
    Algún día...

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  2. Gracias amigo Tyberias,

    la suerte ha sido obtener el permiso de la dama para publicar la foto, el resto, la habilidad de escribir a una mano sobre los recuerdos. Aparte de un delicioso cóctel, el sexo en la playa es una de las experiencias más gratificantes y morbosas que se pueden vivir (claro está, si la compañía es buena, complaciente e igualmente morbosa)

    Un saludo y espero que pronto puedas disfrutar de tu experiencia playera...

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