sábado, 8 de septiembre de 2012

Complicándome

Mi relación con la chica especial seguía su curso, a pesar de mis dudas, de mis miedos. Sin formalizar nada de nada, estábamos saliendo y todo parecía que iría bien hasta que otra persona apareció en mi camino, de forma fortuita. Caminaba después del trabajo hacia mi casa, con mi música, pensando en mis cosas, cuando de repente me choqué con alguien. Fue un golpe fuerte y terminamos ambos en el suelo. Al levantar mi rostro, me di cuenta de que esa cara me sonaba. Habían pasado muchos años y las personas cambian físicamente, pero la mirada seguía siendo la misma. También ella pareció reconocerme y cuando logramos incorpornos nos llamamos por nuestro nombre, casi a la vez, como interrogándonos, como sorprendidos de habernos encontrado en ese momento, en ese lugar. Una vez confirmadas nuestras identidades nos abrazamos por un largo rato. Pude percibir como las lágrimas brotaban de sus ojos e iban a parar a mis mejillas. La última vez que la vi, fue antes de que se fuera de esta ciudad, joven, ilusionada, con ganas de comerse el mundo. Me di cuenta de que esas lágrimas no eran por el encuentro sino por las bofetadas que le había dado la vida. Casi lloro por lo mismo, pero no lo me permití. Ahora estaba más fuerte.

Empezamos a hablar y a hablar. Nos contamos nuestras vidas en breves retazos. Los viajes, las relaciones, los fracasos, las decepciones. ¿Cómo resumir 10 años en un momento? Le propuse que fuéramos a una cafetería, que tomáramos un café. Me dijo que no, que mejor en otro momento, que ya me llamaría. Intercambiamos números y nos despedimos hasta la próxima.

Volví a mi casa en estado de shock. Por la sorpresa, por la alegría de encontrar a alguien que hacía mucho tiempo que no veías y por la que tenías aprecio. Sentí una sensación de lástima. Lo poco que me contó y sus lágrimas me hacían pensar que no estaba atravesando por un buen momento. Me sentí identificado por todo lo experimentado en los últimos tiempos. Tal vez le diera vergüenza, tal vez sintiera pena y no quiso continuar con la conversación. Me imaginé que si me llamaba, sería después de un tiempo, o quizás no lo hiciera. Muchos años habían pasado desde que nos conociéramos en la universidad. También recordé los momentos vividos y la amistad que en algún momento logramos tener. Pensé que con los años, la amistad se habría difuminado y tal vez, no se sintiera en la confianza de hablar de las cosas. Me equivoqué. Al rato de llegar a casa, recibí su llamada. Me pidió disculpas y me invitó a cenar al día siguiente, en su casa.

Me llevé una botella de vino de esas que tengo guardadas en el armario y compré unos pasteles para el postre. Me recibió, ahora sí, con un fuerte abrazo y con una sonrisa en la cara. Abrimos la botella y brindamos por el reencuentro. Cenamos y nos sentamos en el sofá para contarnos nuestras penas. Las lágrimas volvieron a brotar en su rostro y esta vez, también en el mío. Habíamos pasado muchas cosas, cada uno por su lado y teníamos tantas ganas de llorar, que lo hicimos juntos. La abracé y sentí como su cuerpo se apretaba al mío como buscando consuelo. Necesitaba un abrazo y hacía mucho tiempo que nadie la abrazaba. Por un momento nada tenía sentido, más que el abrazo que nos estábamos dando. Juntamos nuestras mejillas, sentíamos nuestras lágrimas en el rostro del otro. Besé su mejilla, beso que correspondió a otro beso por su parte, también en la mejilla. Volvimos a besarnos en las mejillas y separando nuestros rostros nos miramos a los ojos, un instante. De nuevo nos besamos en las mejillas, yo la besé en la frente y ella me besó en la comisura de los labios. Nuestros labios se juntaron y nos dimos un pico, que siguió a otro pico. Nos mirábamos como intentando adivinar qué es lo que pasaba en ese momento. Nunca nos habíamos besado antes y aquello era nuevo. Seguimos besándonos, jugábamos con nuestros labios, nuestras lenguas ya se ofrecían mutuamente y seguíamos abrazados, ahora acariciándonos. La miré de nuevo a los ojos, sentí que su respiración se había acelerado, como la mía. La agarré y la subí sobre mi regazo, continuamos besándonos. No decíamos nada, pero éramos conscientes de dónde acabaría eso.

Sus manos desabrochaban mi camisa, mientras las mías buscaban su piel bajo su ropa. Logró quitarme la camisa y al mismo tiempo la despojé de su blusa. Se abrazó de nuevo sobre mi pecho desnudo al tiempo que yo acariciaba sus brazos y su espalda. Conseguí quitarle el brassiere y sentí por primera vez el calor de esos pechos grandes, que no habían perdido en absoluto su firmeza. Besaba su cuello y ella respondía con suaves quejidos. Sentí como se estremecía bajo mis brazos en el momento en que mi lengua paseaba por su oreja. Se le erizó la piel mientras luchaba con mi cinturón para abrirlo. Estaba muy excitado y era evidente el bulto que tenía en el pantalón. Ella se incorporó decidida a liberarme de la presión. Desabrochó el botón, bajó el zipper y con facilidad se deshizo de toda mi ropa dejándome completamente desnudo. Se arrodilló y tomó mi polla con ambas manos subiéndola y bajándola en toda su extensión. Me miró a los ojos buscando mi aprobación y la encontró en mi suspiro. Acto seguido comenzó a lamer mi tronco sin dejar de mirarme. Aquello me excitó más si cabe y consiguió que mi erección fuera muy potente. Nunca antes había estado así de grande y dura. Siguió lamiendo, bajando por mi escroto y mis huevos. Yo agarré su cabeza e iba guiándola por aquellos lugares que me producían más placer. Continuó su lengua viajando por mi anatomía, alternándose con besos en mis muslos, llegando a donde nadie había llegado jamás. Me regaló mi primer beso negro mirándome a los ojos. Sentía mucho placer y mis gemidos y su respiración inundaban ya toda la estancia. Tomó mi polla con su mano derecha y se metió uno de mis huevos en la boca, después el otro, succionándolos, apresándolos con su lengua, mientras me masturbaba. Su lengua hizo el camino de regreso y empezó a chupármela como si le fuera la vida en ello. Pensé que de un momento a otro me vendría. Sus ojos seguían mirándome fíjamente mientras se dedicaba con devota fruición a jugar con mi glande. La tomé de las manos y nos levantamos. Nos abrazamos y nos besamos de nuevo.

De la mano me llevó hasta la cama, donde se recostó ofreciéndome sus piernas ahora desnudas. La experiencia me dictaba no ser directo y comenzar mi viaje donde lo había iniciado. En su boca. Me recosté al costado y fui besando su boca, acariciando su piel. Besé su cuello y mis manos amasaban sus pechos grandes coronados por sendos pezones enhiestos y desafiantes. Diligentemente los besé, los lamí y los chupé mientras mi mano ya estaba encontrando el camino por su vientre hasta sus piernas. De nuevo la sentí estremecer cuando acaricié con mi barba su ombligo. Ella pedía, me exigía que hundiera mi cabeza entre sus piernas, pero decidí retrasar el momento para seguir disfrutando de su cuerpo. Besé sus muslos, sus piernas y llegué hasta los pies. Regresé entre gemidos por el mismo lugar que había llegado hasta su vientre. Levanté sus piernas y besé la parte interna de sus muslos. Ella me agarraba la cabeza y me dirigía hasta su entrepierna. Mi lengua recorrió su raja de norte a sur, de este a oeste, buscando salivar cada uno de sus pliegues hasta encontrar su clítoris. Noté como se arqueaba del puro placer mientras succionaba ese punto neurálgico y me ayudaba con dos dedos que hundía en sus entrañas. Estaba bien húmeda y gritaba, gritaba mi nombre, gritaba groserías, me pedía a gritos que se la metiera de una vez. Obediente me subí encima de ella y empecé a jugar con mi polla en la entrada de su coño rasurado. Eso la puso todavía más arrecha. Métemela, me decía, quiero sentirte dentro. No la hice esperar más y se la metí de a poco, para que sintiera como iba introduciéndose centímetro a centímetro, para que sintiera bien rico. Sus piernas me agarraban, para no dejarme escapar mientras se la metía y se la sacaba entera. Puse sus piernas sobre mis hombros y bombeé con más fuerza. Aquello la volvía loca. Después la hice ponerse de a cuatro y se la metí por detrás agarrándola de la cintura. Ella se sujetaba del cabecero de la cama que debido al ímpetu de mis envestidas golpeaba contra la pared. Me obligó a recostarme y se subió encima de mí, ensartándose mi polla de un golpe. Sus pechos se bamboleaban sobre mi cara y los chupaba, mientras me cabalgaba, primero despacio y luego aumentando el ritmo conforme iba acercándose al clímax. Entre gritos, jadeos y gemidos me suplicaba que me viniera dentro de ella. Yo también estaba a punto, cuando se vino en un largo y profundo orgasmo. Las contracciones de su vagina hicieron el resto y yo me derramé dentro de ella. Al sentir mi semilla espesa y cálida dentro de sí, volvió a tener un orgasmo y cayó, a mi lado, totalmente reventada de placer.

Desnudos, nos abrazamos y nos quedamos profundamente dormidos... A la mañana siguiente, cuando despertamos, nos miramos a los ojos y nos dimos cuenta de que habíamos complicado más nuestras vidas. Pensé en la chica especial, en sus sentimientos hacia mí, en lo fácil que soy y en las consecuencias de los actos. Mirándola a los ojos, comprendí que también ella tenía lo suyo y que esto no hacía sino complicar aún más las cosas. Qué manera de complicarse, pensé, sin embargo sucedió y a ambos nos pareció que aquello no había acabado ahí. Volvimos a besarnos y a hacer el amor, complicándonos aún más, explorando sentimientos nuevos y dejando que la vida siguiera su curso...

1 comentario:

  1. ¿Sentir es complicarse la vida? Sí, quizás sí....pero prefiero no creerlo.

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