sábado, 30 de junio de 2012

Lejos de cualquier sitio III

Me hice para un lado de la hamaca, tratando de mantener el equilibrio y ella se recostó también tras apagar la bombilla. Continuaba lloviendo y hacía calor. Estaba sudando mucho y me quité la camiseta. Los truenos y relámpagos eran continuos y el ruido era ensordecedor. Iba a ser difícil dormir en aquella hamaca en compañía de la joven, pues pensaba que en cualquier momento podíamos caernos. Traté de cerrar los ojos, pero era imposible quedarse dormido. Ella pareció quedarse dormida enseguida y yo traté de imitarla.

En mitad de la noche, y con el mismo panorama de lluvia, relámpagos y truenos, ella se acurrucó sobre mi con su cabeza sobre mi hombro y su mano sobre mi pecho desnudo. "Tiene usted mucho vello", me susurró. "Mi compañero no tiene nada de vello. Se ve que es usted todo un hombre". Lo cierto es que esa mano sobre mi pecho despertó en mi una tremenda erección que traté de disimular colocando mi miembro entre las piernas. Al rato comenzó a acariciarme todo el pecho. "Es usted fuerte, se nota que hace ejercicio", continuó susurrándome. Lo cierto es que por aquel entonces estaba más delgado ya que acudía al gimnasio y lo primero que se desarrollaron fueron mis pectorales. Continuó con las caricias por mi abdomen, momento que aproveché para acariciar su espalda, gesto que agradeció con un breve y quedo gemido. Sus traviesas manos comenzaron a jugar con la goma de mi slip mientras yo subía su camisón y dejaba al descubierto su ropa interior. Ella continuó con el juego y metió la mano dentro de mi slip encontrando mi polla que estaba a punto de reventar. "Qué verga más grande tiene, papi, debe tener contenta a su señora", me dijo entre susurros cada vez más sensuales. Lo cierto es que no tenía señora, ni nada que se le pareciera. Lo que me estaba haciendo aquella muchacha me excitó sobremanera y también introduje mi mano en sus ya húmedas bragas. Ella alzó la cabeza ofreciéndome su boca que no tardé en devorar, mientras ella me estaba, como dicen allá, jalando la turca. Los susurros se convirtieron en gemidos, mientras me pedía que siguiera acariciándole su sexo. A continuación, se incorporó, se bajó de la hamaca y se desprendió del camisón y de toda la ropa que llevaba, mostrándome unos pechos coronados por dos pezones oscuros y una mata de bello púbico negra como el azabache, que pude distinguir gracias a la luz natural que ofrecía la interminable tormenta eléctrica que estaba teniendo lugar fuera de la casa. Me indicó que me colocara en mitad de la hamaca y se subió encima de mi clavándose mi polla hasta el fondo de sus entrañas. "No sabe cuánto tiempo llevo sin coger, papito. Ya tenía ganas, mi amor", decía entre suspiros y gemidos mientras me cabalgaba. El vaivén de la hamaca me hacía temer lo peor y que de un momento a otro acabáramos en el suelo. "¡Hijueputa, la tenés más grande que el cabrón!" gritaba recordando a su pareja, mientras le agarraba de las nalgas y chupaba y mordía sus deliciosos pezones. Ella también me chupaba y me mordía mis pezones, me arañaba y aullaba de placer. "Me vengo, papi, me vengo... ahhhhh!!", gritaba mientras se corría. Yo también sentía que me iba a correr de un momento a otro y me salí de ella para evitar cualquier tipo de complicación. Ella se recostó en la hamaca, mientras yo me pajeaba para terminar soltando una gran descarga, que me limpié con la camiseta que me había prestado. Ambos estábamos reventados y muy sudados por el sofocante calor y por la humedad del ambiente. Continuaba lloviendo afuera, pero parecía que la tormenta se había ido para otro lugar. Nos abrazamos y quedamos dormidos un rato.

Ya bien de madrugada, volvimos a hacerlo, esta vez yo levantado y ella tumbada en la hamaca. Me pedía, me suplicaba y me imploraba que le diera más verga. No sé cuantas veces más se corrió y yo terminé, ahora sí, encima de ella, cayendo mi lefa por su vientre y sus pechos. Después volvimos a quedarnos dormidos hasta que amaneció. Con la luz del día, pude observar su cuerpo menudo y su piel trigueña. Era un verdadero ángel. Seguía durmiendo. Miré por la ventana y vi que el 4x4 seguía allí donde lo había dejado la noche anterior. Había dejado de llover.

Aproveché y me vestí, y salí a inspeccionar si había habido algún daño. Parece que la rueda delantera había quedado un poco dañada y habría que cambiarla por la de repuesto. Entré en el coche y puse en marcha el motor. Arrancaba perfectamente y encendí la radio para avisar que estaba bien a la oficina del proyecto. No parecían muy preocupados por mi, así que les dije que llegaría en la tarde. Regresé a la casa y encontré a Itzel (no es su verdadero nombre) preparando café y tortillas para el desayuno. Me enseñó a palmear la tortilla y a prepararla en el comal. Desayunamos y nos duchamos fuera de la casa con ayuda de un barreño, mientras nos enjabonábamos mutuamente. Volvimos a hacer el amor de nuevo, esta vez de forma más suave y relajada, pero igualmente satisfactoria. Nos secamos, nos vestimos y fuimos a buscar al vecino para que nos ayudara a sacar el coche de donde estaba atrancado y a cambiar la rueda. Con ayuda de un caballo, don Guadalupe (tampoco es su verdadero nombre) nos ayudó a sacar las ramas de entre las ruedas del 4x4. Su hijo, me cambió la rueda de repuesto. En agradecimiento les di unos 20 dólares, que probablemente se gastarían en guaro.

Llegaba la hora de marcharme de aquel lugar, lejos de cualquier sitio y no podía más que mirar a Itzel, que estaba comenzando a llorar. Nos abrazamos y le prometí que volveríamos a vernos. Aún debería permanecer más tiempo en aquel país, ya que debía visitar más proyectos.

Al finalizar mi misión y como quedaban unos cuantos días hasta que saliera mi vuelo de regreso a mi país. Decidí alquilar un todoterreno y visitar a aquella bella mujer, que me había salvado la vida aquella noche de tormenta cerrada y con la que gocé de una de las experiencias más hermosas de mi vida. Llegué a la casa de Itzel y vi que estaba cerrada. Recordé dónde vivía don Guadalupe y fui a preguntarle dónde se encontraba la muchacha. El viejo me dijo que al día siguiente de regresar a la oficina, llegó su pareja del extranjero con bastantes billetes, vendieron la casa y fueron a recoger a sus niños, para irse a trabajar a los Estados Unidos donde él, había conseguido el permiso de trabajo y los papeles para llevarse a su familia allá. No fue la primera vez, ni la última en que una mujer con la que había estado, desapareció así de mi vida. En el fondo me hubiera gustado volverla a ver pero también me alegré de saber que ya no estaba sola y que probablemente pudiera llevar una vida mejor que la que le ofrecía aquel lugar, tan lejos de cualquier sitio.

Ser inmigrante, y lo dice uno que lo ha sido, no es nada fácil. Supongo que la vida de Itzel y su familia en los Estados Unidos, tampoco lo sería. Sin embargo, y eso es un consuelo, estaba con toda su familia y podría afrontar todas las dificultades en compañía.

No me marché del lugar sin antes visitar la comunidad donde había sido agasajado en la fiesta del "quinceaños". Les prometí que volvería con material escolar para la escuelita y así hice. De nuevo, y en agradecimiento, volvieron a sacrificar otro cabrito que prepararon con yuca y otros tubérculos que no supe identificar. Una vez terminado el banquete, me despedí de ellos y me fui por donde vine, no fuera que me volviera a sorprender otra tormenta...

2 comentarios:

  1. Seguramente para ella también fue una noche que no olvidará jamás.

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  2. Qué de comentarios, Belkis. Muchas gracias por leerme!!!
    No sé dónde estará ella en estos momentos, pero quiero pensar que tampoco se olvida de mí, como yo nunca me olvidaré de ella

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