sábado, 30 de junio de 2012

Lejos de cualquier sitio II

No me hacía mucha gracia abandonar el 4x4, pues quién sabe qué podría ocurrir. Me lo podían robar o con la fuerza que llevaba el torrente que se había formado, quizás se llevara el coche a cualquier otro lado. Por otro lado, estaba mi propia seguridad. Si quedaba en el coche y éramos arrastrados por la fuerza del torrente, quizás podría perder la vida. El ofrecimiento de aquella mujer, de llevarme hasta su casa, se convirtió en la única opción razonable tras mi error de no haber salido antes de aquel lugar. A través de la ventana podía ver que a menos de 50 metros se encontraba una luz encendida, y según me contaba la mujer, allí se encontraba su casa. Traté de asegurar como pude el freno de mano, cerré el vehículo y traté de hacer cuñas bajo los neumáticos con piedras y ramas que encontré alrededor. Acto seguido, seguí a la mujer del chubasquero bajo una intensa lluvia. De lo que le pasara al coche, ya tendría que dar cuenta a la organización que me había prestado el vehículo. Tenía miedo por lo que pudiera ocurrirle al coche, pero antes estaba mi seguridad personal.

Subimos la cuesta donde se encontraba la casa de la señora. El concepto casa, varía de un lugar a otro dependiendo de las costumbres o de la situación económica. La comunidad que había visitado era una comunidad bastante pobre y las casas, si se les podía llamar de esa manera estaban construidas de materiales que los propios habitantes encontraban en su entorno. Caña de bambú, madera, placas de cinc, en algunos casos plásticos y quizás las mejor preparadas, tenían una base de ladrillos de adobe bastante rústicos. La casa de la señora del chubasquero estaba construida de bloques de ladrillo, procedentes de algún proyecto de desarrollo en la zona, y el tejado era de láminas de cinc. En aquellos momentos, lo importante era estar bajo techo y tampoco me fijé en nada más. Una vez dentro de la casa, el ruido de las gotas sobre el tejado, era ensordecedor. En el centro del habitáculo había una hamaca y una bombilla era toda la iluminación que había. Ni que decir tiene que la instalación eléctrica era bastante precaria. Al parecer estaba enganchada de manera ilegal al sistema eléctrico, cosa que era bastante común en aquel lugar. Toda la decoración de la casa eran unos cuantos marcos con fotos, un calendario antiguo con la imagen de una virgen y unos utensilios de labranza.

La señora se quitó el chubasquero y resultó ser una joven de unos veintitantos años. Sus rasgos eran indígenas y vestía una camiseta de algodón y una falda hasta los tobillos. Según me contó, era la casa que compartía con su pareja, que se había ido de "mojado" a los Estados Unidos. Hacía ya varios años que él se había marchado y la última noticia que tenía de él fue una encomienda que alguien le trajo con algo de dinero. La muchacha se ganaba la vida haciendo tortilla de maíz y vendiéndola en la comunidad que acababa de visitar. También tenía un pequeño huerto donde sembraba frijoles, maíz y alguna que otra hortaliza que utilizaba para su propio consumo. También me contó que tenía dos hijos, pero que estos estaban viviendo con sus padres en otra comunidad tierra adentro. No podía mantenerlos y se los dejó a sus padres, mientras ella cuidaba la casa que tenía con su pareja.

Antes de continuar hablando, me hizo quitar la ropa mojada y me ofreció una toalla para que me secara. Sacó de un cajón una vieja camisa de algodón que había pertenecido a su pareja. "Es usted muy grande, pero seguro que esto le quedará", me dijo. Me puse la camiseta y en verdad, me cabía, pero me quedaba muy ajustada. La muchacha colgó de una cuerda mi camisa y mis pantalones y salió a la parte posterior de la casa, donde tenía un fuego en el que estaba preparando café. Me ofreció una taza y me hizo sentar en la hamaca. Después me pidió que no mirara, momento que aprovechó para ponerse una especie de camisón largo y seco y se sentó a mi lado.

"Seguro que tendrá hambre, ¿verdad?", me dijo. No quise ser grosero, y aunque la verdad es que no tenía hambre, pues en la fiesta comí demasiado, acepté su invitación. Volvió a la parte de atrás y sacó un plato con arroz y frijoles con una tortilla encima. Lo cierto es que me sentía mal, porque probablemente le estuviera comiendo lo poco que tenía para ella. Por no hacerle el feo, comí sólo la mitad. "¿No va a querer más? Con lo grande que es usted, debería comer un poco más", me dijo. Le agradecí y le dije que estaba bien, que no tenía más hambre. Ella recogió el plato y se lo llevó atrás de la casa, donde también tenía un lavadero. La miré y ví como se comía el resto. Lo cierto es que me sentí fatal por haber comido su comida dejándole un poco a ella, pero entendí que era parte de la hospitalidad de estas gentes y me sentí muy agradecido. Al poco volvió y me ofreció más café.

Se sentó a mi lado y seguimos hablando. Me contó que había sido madre por primera vez a los 17 años, y que el segundo vino a los 21, que los dos hijos eran del mismo hombre, con el que se fue a vivir cuando se quedó embarazada del primero, dejando los estudios en la escuela. La situación de pobreza, hizo que su hombre emigrara a los Estados Unidos como ilegal. Ella se quedó cuidando la casa, que era la única propiedad que tenía. Incluso me enseñó el título de propiedad en la que figuraba ella con su pareja. Abandonar la casa hubiera significado que otros la hubieran ocupado y les habrían arrebatado la propiedad. También me contaba que probablemente su pareja estuviera allá con otra mujer, lo cual era muy típico en aquella cultura. Que desde que se fue, varios hombres la habían pretendido, pero que nunca había tenido nada con ellos por respeto a su pareja. Contaba que otras vecinas en su misma situación, se prostituían a cambio de alimentos, bebida o dinero. Me señaló un machete el cual no dudaría en utilizar si algún hombre se propasaba con ella.

No dejaba de llover, y de vez en cuando miraba por la ventana para ver si el 4x4 seguía en el mismo sitio o ya se había ido con la corriente. Ella me decía que no me preocupara, que por la mañana dejaría de llover y que llamaría a un vecino amigo suyo para que nos ayudara a sacarlo de allá. Lo cierto es que ya era tarde y a pesar del café, empezaba a tener sueño. Ella lo notó por mis bostezos y me dijo que me recostara en la hamaca. Yo le pregunté que dónde iba a dormir ella y me dijo que en el suelo. No podía permitir eso, y le dije que dormiría yo en el suelo. Me dijo que de ninguna manera y que lo más que podía hacer era compartir conmigo la hamaca.

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