viernes, 13 de junio de 2014

Janneth

Otra vez la vida ha dado un giro inesperado. Mi empresa me ha transferido a un nuevo puesto muy lejos de mi país. Esto no sólo supuso el final de mi relación con Marisa, sino también con Raquel. Las relaciones a distancia no son mi fuerte y la mejor solución fue cortar. Afortunadamente no hubo ningún drama. Las relaciones adultas siempre funcionan si hay sinceridad y, honestamente, conociéndome, no había posibilidad de que fuera fiel. Reconozco que hubo cierto enganche, más con Marisa que con Raquel, a quien acababa de conocer. Sin embargo, Esther me había encantado, por su dulzura, por su sentido del humor y por su apertura a descubrir nuevas cosas. Ambas conocían de la existencia de la otra, y sabían que tenía sexo con las dos. Ellas lo aceptaban como parte del juego y aunque en alguna ocasión pude sentir los celos de Marisa por Raquel, habían aceptado que me tendrían que compartir. Marisa tenía su marido y siempre tuve presente que también cogía con él. Raquel, por el contrario, tenía sus amigos y amigas íntimos y a veces desaparecía. Luego me contaba con todo lujo de detalles qué acontecía en esas escapadas. Una vez tuvimos la ocasión de pasar una larga y deliciosa velada con una de sus amigas, pero eso lo contaré otro día.

Entrando en materia y nuevo en la ciudad, tenía que encontrar lugar para vivir. Puse un aviso en el tablón de anuncios de la oficina y no tardé en recibir respuesta. Janneth, una compañera del trabajo me dijo que ella rentaba una habitación en su casa y que me pasara para verla cuando quisiera. Cómo andaba ocupado arreglando los detalles de mi nueva posición, no fue sino hasta el día siguiente cuando fui a conocer su casa. La zona, no tenía buena pinta, aunque habría tiempo de buscar otra cosa más apropiada más adelante. Lo que quería era tener un sitio para dormir, dejar allí las maletas y no tener que seguir en ese hotel cochambroso en el que me habían hospedado. Llegué a la casa, digo, y llamé a la puerta. Aparentemente no había nadie, y cuando dejé de insistir, alguien desde la ventana me dijo que ya abría. Era Janneth, quien debía haber estado duchándose y salió a recibirme en camisón. Un camisón que no dejaba mucho a la imaginación y que miraras por donde lo miraras, dejaba adivinar todas sus curvas.

Uno no es de piedra, y probablemente hubiera llegado a mayores si no hubiera sido porque iba acompañado de otro compañero. Janneth me enseñó la habitación donde dormiría. Estaba limpia y tenía buen aspecto. El inconveniente era que no tenía puerta por lo que no tendría intimidad. Ella me dijo que no habría ningún inconveniente para poner una cortina en lo que compraba una puerta. También me dijo que probablemente agradecería que no hubiera puerta debido al tórrido calor que había en el lugar. Y eso era verdad, desde que llegué no he parado de sudar. Otro de los puntos que también me llamaron la atención es que la puerta contigua a la de mi cuarto pertenecía a la habitación de Janneth y que tampoco contaba con puerta. Si esta mujer acostumbraba a pasearse por la casa de esa manera, íbamos a tener un problema. Bueno, un problema no, pero sí que podría resultar incómodo. Además estaba todo el tema de que éramos compañeros de trabajo y por experiencias anteriores, prefería no arriesgarme. Una vez vista la casa, le agradecí, me despedí y me fui con el otro compañero a buscar otro lugar donde establecerme.

La mala fortuna hizo que las mejores casas estuvieran ya ocupadas, y las que quedaban libres es mejor no hacer ningún tipo de comentario. El lugar tampoco era tan grande y lo mejor era esperar a que alguna de esas casas se desocupara. El hotel seguía siendo un lugar cochambroso, poco cómodo y no me gustaba nada. La mejor opción era ocupar la habitación de Janneth durante un tiempo hasta encontrar algo mejor. Tendría que ser bueno y no hacer de las mías, cosa difícil porque Janneth estaba de pecado mortal. Aún así, puse todo de mi para que la convivencia fuera la más adecuada. Una vez instalado en casa de Janneth, coloqué una persiana en la puerta para que hubiera un poco de privacidad. Ella me decía que no era necesario y que no tenía por qué ponerla, pero yo insistí en que lo hacía para que ella se sintiera más cómoda.

Llegó la noche y llegué a la casa un poco tarde. Janneth, vestía el mismo camisón transparente que había llevado la vez anterior, sólo que con una particularidad. En esta ocasión no llevaba ropa interior. Ella estaba viendo la televisión en la sala y yo, tras el saludo, le dije que me acostaría. Subí al piso de arriba, me desvestí y me preparé una ducha. Hacía mucho calor y había sudado durante todo el día. Una ducha refrescante era lo que mejor me venía. Mientras me duchaba, no pude evitar empalmarme. La visión de Janneth en camisón y sin ropa interior, me había excitado. Me costó un poco evitar masturbarme, sin embargo, lo conseguí con no poco esfuerzo. Una vez duchado y vestido con unos boxers, me fui a la cama. Era tarde y tenía sueño. Janneth seguía viendo la televisión abajo. Creo que era una película, y debía ser erótica pues no paraban de oírse gemidos y jadeos. No me lo iba a poner fácil mi compañera de trabajo, no.

A pesar de las dificultades, conseguí dormir. Estaba realmente cansado por lo que no me costó mucho conciliar el sueño. No debían haber pasado ni un par de horas cuando siento una mano que me acaricia la espalda. Me sobresalté y desperté de inmediato. Podría ser un animal que se hubiera colado en la casa o un ladrón. Claro que un animal o un ladrón tampoco te acarician de esa manera. Me di la vuelta y pude comprobar que era Janneth quien se había subido a la cama y estaba acariciándome de esa manera. "Buenas noches, papito. Vine a comprobar que dormía usted bien y a arroparlo no sea que se me resfríe" - dijo Janneth. Con el calor que hacía no era necesario que me arropara, y comprobar que dormía bien lo podría haber hecho desde la puerta escuchando mis ronquidos. Además tampoco era necesario que se quitara toda la ropa, en este caso ese camisón transparente, para hacer todo aquello que pretendía. Había algo más, estaba claro. Y aunque personalmente quería evitar ese tipo de situaciones, al menos tan pronto; llevé mi mano hasta su cadera y comencé a besarla.

Sus manos siguieron acariciándome, mientras yo hacía lo propio en su recién descubierta anatomía desnuda. Nuestras lenguas se juntaban y Janneth se subió encima de mí. "Papito, usted me gustó desde la primera vez que lo vi entrar en la oficina...". - exclamó Janneth restregándose sobre mi polla únicamente cubierta por mis boxers. "... así, tan grande, tan atractivo, tan blanquito, se ve bien simpático...". Agarraba con mis manos los pechos de Janneth. Sus pezones eran largos y oscuros como buena mujer de su tierra. Quería mamárselos, pero Janneth no me dejaba. Seguía moviéndose sobre mí. "... desde que lo vi, me dije, este man debe culiar rico...". Janneth se incorporó y me arrancó el boxer húmedo por sus flujos, de un tirón. Mi polla salió disparada como un resorte y Janneth la tomó con sus dos manos muy fuerte. "A partir de ahora, esta vergotota me pertenece. Sólo culiará conmigo, ¿entiende? Como le vea vacilando con alguna pelada, se la arranco...". Janneth apretó más, si cabe, mi polla. "Dígame, papito, ¿a quién pertenece esta vergota?". Me la estaba apretando bien fuerte y no pude sino asentir, no me la fuera a arrancar. "Así me gusta, papito, que me obedezca. A partir de ahorita, a nadie se va a coger salvo a mí". Acto seguido se metió mi verga en su boca y comenzó a mamarla como una posesa. "¿De quién es esta cosota rica, dígame?" repetía Janneth a intervalos, cuando no tenía su boca ocupada. La chupaba de maravilla, atendiendo a la cabeza, el tronco y los testículos con una técnica depurada.

Cuando tuvo suficiente, se subió a horcajadas sobre mi abdomen y comenzó a cabalgarme, moviendo para adelante y para atrás sus caderas, con movimientos circulares. "Qué verga tiene papito, qué rico, me está matando..." - los gritos de la compañera eran cada vez más fuertes. Me incorporé para chuparle esas deliciosas tetas y follármela sentado. Un sonoro tortazo me impactó en la cara. Pero, qué demonios le pasaba a esta tipa. "¿Quién le ha ordenado que se pare? Usted va a hacer lo que yo le diga..." Un segundo tortazo casi me volvió a alcanzar la cara. Agarré a Janneth de las muñecas y le pregunté si estaba loca. Janneth trataba de hacer fuerza para zafarse de mí, lo cual era una operación fallida para ella ya que la doblaba en fuerza y en tamaño. Empezó a darme patadas. Estaba loca, fuera de sí. "Cabrón, suéltame", gritaba. Le hice una llave de judo y le sujeté las manos detrás de la espalda con una sola de mis manos. A veces me preguntaba por qué me apunté a judo, ahora tenía una aplicación práctica. Seguía gritando y aquello podría alertar a los vecinos, tenía que callarle la boca como fuera. Llevé la otra mano a su boca y se la tapé. Me mordió y me hizo mucho daño. Le di un manotazo en la cara. La otra no paraba de decir improperios y a decirme que no era hombre. No sé cómo pudo cambiar de opinión en pocos momentos. La tipa estaba como una regadera, estaba claro. La situación me estaba excitando bastante y seguía bien duro. "Hijueputa, no tienes lo que hay que tener" - dijo Janneth.

Podría haber hecho lo que hubiera querido. De hecho eso era lo que estaba buscando ella, imagino. No me hizo mucha gracia la situación y aunque estaba bien excitado, hay cosas por las que no paso. Una de ellas es la violencia, y aunque soy partidario de que entre adultos se puede llegar a cualquier tipo de acuerdo, a mí no me estaba gustando el cariz que estaba tomando la situación. No tenía ninguna gracia, insisto. Lo que tampoco me gustaba es que ella parecía estar un poco, o bastante loca. Ni fueron formas cuando me enseñó su casa, ni las fueron cuando me mudé. Quizás me moví por el morbo, o por lo fácil. Tengo ese defecto, lo sé. Me gusta meterme en los sitios difíciles cuando veo el peligro de antemano.Y la situación era bastante morbosa, quería saber hasta donde podía llegar, y a fe mía que las cosas se salieron de madre. Solté a Janneth, agarré mi ropa y mis maletas y me fui de la casa. La muy loca me persiguió cuchillo en mano amenazándome de muerte. Afortunadamente una patrulla de policía andaba en la calle a esas horas, vio todo el panorama y acudió a asistirme. La tipa ya era reincidente, por eso la metieron en el calabozo. En la comisaría me enteré que era divorciada, que tenía varios hijos y que el ex-marido vivía en la misma ciudad. El divorcio fue traumático, una cosa fea. Al parecer se le cruzaban los cables y tenía ese tipo de reacciones y ya habían sido varios los que habían presentado el parte de lesiones con la respectiva denuncia. Incautos, que como yo, habían sido seducidos por los cantos de sirena. Mal comienzo había tenido en este nuevo país, en esta nueva ciudad. Una malísima experiencia, diría yo. Está claro que no se puede pensar siempre con la polla.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Cita a ciegas al estilo tradicional

Las nuevas tecnologías están muy bien. Te facilitan la vida en muchos aspectos. Otras veces te la complican. La experiencia con Marisa fue altamente satisfactoria al principio, pero con el tiempo se ha ido enfriando. Digamos que no estábamos en el mismo momento vital. Ni yo podía ofrecerle lo que ella necesitaba, ni ella estaba en las condiciones de ofrecerme lo que andaba buscando. Como dos adultos responsables y antes de fastidiar el buen rollo y la complicidad que teníamos, decidimos pisar el freno y dar un giro en nuestra relación. A partir de ahí, seríamos amigos y confidentes, pero nada más. Pocas veces congenias tan bien con una persona, tanto en la cama como en todo lo demás. De ella he aprendido muchas cosas, todas buenas y quién sabe, quizás en el futuro podría funcionar, pero en este momento de la película, no puede ser. Demasiados son los impedimentos. Y sí, hemos reincidido ya que la atracción entre nosotros es bastante fuerte, pero hay cosas que exigen cierta sincronía y por mucho que lo intentáramos, no estábamos en las mismas coordenadas temporales. Ni creo que su marido, si lo supiese, estaría de acuerdo...

Lejos de meterme en un bucle melancólico, (total, nada había perdido, si bien ya no éramos amantes oficialmente, al menos éramos buenos "amigos"); seguí con mi vida normal. Trabajo, afterworking los jueves, salidas con los amigos los viernes y sábados, rollo tranquilo y familiar los domingos. También hay espacio para esas cenas con los amigos donde se debate acerca de lo humano y lo divino acompañados de un buen vino, y por qué no decirlo, algún que otro porrito. En una de esas, en casa de dos buenos amigos, ambos casados, me preguntaron acerca de mi vida sentimental. ¡Qué decir! Quizás ese es uno de los aspectos que más he descuidado en los últimos tiempos, o tal vez debería decir que he abusado de ello. No lo sé, en cualquier caso les hice un pequeño resumen a modo de currículum del último año. Y ante la pregunta de que si me encontraba satisfecho con todo ello, no pude sino contestar que no, que no lo estaba en absoluto. Que me faltaba algo, pero no sabía el qué. Tantas idas y venidas, tanto ir de cama en cama, líos de faldas y algún que otro legging, y al final, ¿qué me quedaba?. ¿Era una relación estable lo que necesitaba? Sinceramente, no. Demasiados malos recuerdos, demasiadas heridas aún sin cicatrizar. No, no me veo solo toda la vida, pero tal vez, en este momento, en este preciso momento no me veo teniendo una relación. Parece contradictorio, pero no me siento bien con ninguna de las dos situaciones.

- "Eso es que no has encontrado a la mujer adecuada" - dijo Susana, la mujer de mi amigo. - "Nos ha jodido, claro que no, si no no estaría así" - pensé yo. Rápidamente mis dos amigos se pusieron a maquinar para proporcionarme una solución, mientras yo, no dejaba de mirar el suculento escote de Susana. No tengo remedio, ni vergüenza. Siempre me había gustado ella, he de reconocerlo y más de una vez he estado tentado de hacerle propuestas indecorosas. Pero no, ella nunca me dio pie. También está Javi, al que quiero mucho y respeto, y no creo que le hiciera ni puta gracia que intentara algo con su mujer. Susana, a la que no solo admiraba por su físico espectacular sino también quería como una buena amiga; ocupaba ese lugar en la agenda que dice: "Se mira, pero no se toca". Seguía deleitándome con la visión hipnótica de las tetas de Susana cuando de repente, mis amigos, me sueltan casi al unísono: - "Tu con quién tendrías que salir es con Raquel" -. ¿Raquel?, ¿quién era Raquel? Según me explicaron, Raquel es una vieja amiga de Susana. Se conocieron en la facultad y cuando terminaron la carrera, cada una tomó un camino distinto. Susana comenzó a salir con Javi y Raquel se fue a vivir al extranjero. Allí conoció al que sería su marido, un apuesto hombre de negocios que al cabo del tiempo terminó poniéndole los cuernos con una chica mucho más joven. Raquel se divorció y regresó al país. La historia me resultaba demasiado familiar, casi tan familiar, que me recordaba mucho a la mía. De pronto me entró la desconfianza, pues sé perfectamente cómo actúa un corazón destrozado. Lo sé porque a mí me destrozaron el mío. Lo sé por cómo he actuado desde entonces.

- "Salir con ella te hará bien" - decía Javi. - "Es una tía estupenda, de verdad" - asentía Susana. -"Haríais una buena pareja" - concluyeron ambos. Lo que más me jode es esa gente que piensa que sabe lo que más te conviene. Supongo que lo harían con buena intención, faltaría más. Pero, ¿qué sabía yo de la tal Raquel aparte de lo que me habían contado Susana y Javi? ¿Cómo sería, qué le gustaría? ¿me gustaría realmente? Además estaba lo de su corazón roto. No es por ser insensible, pero tampoco me apetecía ir sanando el corazón de los demás, toda vez que no sabía qué ocurría con el mío. Huyo de toda esa clase de experimentos, siempre salen mal. No obstante, pedí más referencias, una foto, su Facebook... Resulta que Raquel no tiene Facebook. Es de esas personas que desconfían de las redes sociales. ¿Tendrá algo que ocultar? ¿Acaso es muy fea? - "Que va, tío, Raquel es muy mona" - decía Susana. - "Es una tía súper maja" - dictaminó Javi. Peligro, "mona" y "maja" casi en la misma frase. No me gustan esa clase de descripciones políticamente correctas. Por lo general ocultan la realidad. Si la tal Raquel fuera guapa, hubieran utilizado esa palabra y no la otra. Y por supuesto, lo de maja es un epíteto constante cuando sabemos positivamente que la susodicha no entra dentro de nuestros cánones estéticos. Así de cabrona es la gente. Así de cabrones son mis amigos. - "No se hable más, la llamo y quedáis" - dijo Susana agarrando el teléfono móvil. Tampoco pude evitar mirarle las tetas a Susana otra vez. Lo siento, Javi.

La llamada fue la típica conversación entre dos amigas. Saludos, risas, que si sabes que fulanita ha hecho no sé qué, que qué perra, que a ver si nos vemos y tal... Todo normal hasta que Susana dijo algo como: - "Oye, que tengo un amigo que quiere conocerte". (¿Cómo? Yo no había abierto la boca todavía.) - "Que sí, que es muy majo..." (Horror, la musa de mis pajas no me considera atractivo, ha dicho la palabra que empieza por m.) "...que sí, tía, que te lo vas a pasar muy bien y además, ¿cuánto hace que no sales?" - (Uy, qué mal rollo me estaba entrando. Me estaba imaginando lo peor ¡¡¡Por favor, que no me la pase, que no me la pase!!!) - "Mira, que te quiere a saludar".- (¡Hija de puta!, no me hagas esto). No había escapatoria. Susana me pasó el móvil. Estaba cortado, ¿qué le dices a alguien a quien no estás seguro de querer conocer?. - "Sí, hola Raquel, soy [...], encantado de conocerte. Susana y Javi me han hablado mucho de ti" - dije titubeando, sin mucho convencimiento y mintiendo como un bellaco. "Hola [...], encantada. No les hagas mucho caso a esos dos. Ellos también me han hablado mucho de ti". (Apreciaciones: 1.- voz nasal, casi congestionada, nada sexy; diría que tiene un constipado. Me la imaginaba con una bata y rodeada de pañuelos usados por todas partes; 2.- ¿cómo que le han hablado mucho de mí? ¿acaso ya lo tenían planeado? ¿de verdad le doy tanta pena a mis amigos?). Mientras pensaba todo esto y la tal Raquel me seguía torturando con su voz, Susana me quitó el móvil y concertó la cita por mí. Sería la semana siguiente, un viernes, e iríamos a cenar solos.

La semana siguiente transcurrió con normalidad. Trabajo, partido de Champions League el miércoles con los amigos y afterworking el jueves, que tuvo que ser cancelado a la mitad porque recibí una llamada de Marisa pidiéndome sexo. Mismos apartamentos por horas en el centro, misma excusa de ella a su marido (salida de copas con las compañeras del trabajo). Mucho sexo oral, del hablado y del lamido. Sexo del bueno. Horizontal, vertical, desde arriba, desde abajo, de lado, por atrás. Todo el repertorio que nos permitieron las tres horas del alquiler. Me estoy dejando una pasta, dicho sea de paso, pero Marisa lo amerita. Y no sé cómo acabará  esta historia con ella. Puedo decir que estoy enganchado a ella, y probablemente ella también lo esté de mi, sin embargo, creo que no me conviene. Al menos no así. Ni creo que yo a ella le convenga, habida cuenta de su estado civil. Pero las cosas son como son, y qué demonios, lo estoy disfrutando. Vaya que si lo estoy disfrutando.

Llegó el viernes y si no llega a ser porque me envió un whatsapp, me hubiera olvidado de Raquel. Sí, Raquel, esa especie de marrón en el que me habían embarcado Susana y Javi y del que no tenía escapatoria. Ella se encargó de reservar el restaurante y no era plan de hacerle un feo. De alguna manera me sentía comprometido con mis amigos y vaya, que no creo que fuera a ser tan terrible. O tal vez sí. Sólo lo sabría yendo a la cita, la primera cita a ciegas en mucho tiempo. La primera cita a ciegas al estilo tradicional en mucho tiempo. Y es que en mi trayectoria he tenido unas cuantas, cada una con diferente resultado. Desde la loca psicótica a la que el juez puso una orden de alejamiento hasta la chica viajera con la que mantuve una satisfactoria, aunque corta, relación; pasando por todas las demás con mayor o menor éxito. Como dice la canción, lo que embruja es el riesgo y no dónde ir. Si iba a la cita, en parte era por el riesgo, ver qué me podía encontrar. Lo bueno de una cita a ciegas es que no te obliga a nada, si bien es cierto que las expectativas suelen ser bastante altas. Además, está todo aquello de que no conoces a la otra persona y todo comienza de cero. El secreto está en no tener expectativas y dejarse llevar, aunque, como digo, las expectativas suelen ser altas. El punto, quizás para mí, más interesante está en que por primera vez en mucho tiempo, la cita iba a ser con una compatriota. No es que tenga nada en contra de mis paisanas, a pesar de la fama que me traigo; simplemente es que no se ha dado el caso y punto.

¿Cómo se prepara uno ante una cita a ciegas? Lo habitual es querer dar una buena imagen. Por mi trabajo, siempre tengo que ir arreglado, así que por esa parte no había problema. El único punto que dejo a la improvisación es lo concerniente a mi barba. Me gusta llevar pelo en la cara, si bien es cierto que me hace algo mayor y a algunas mujeres no les gusta en exceso. No es que aquello me importe, pero queriendo dar una buena imagen, opté por afeitarme dejando únicamente la perilla. Una de las razones para que me llamen "el Sultán" es precisamente que mi aspecto recuerda bastante a las personas de Oriente Medio, y la perilla realza esa connotación exótica. También me gusta ir bien aseado y perfumado. No sólo es importante lo que ven los ojos, sino lo que entra por otros sentidos. En mi caso, prefiero los perfumes suaves, con cierto toque a madera, almizcle y a cítricos. En cuanto a mi atuendo, elegí una camisa blanca (nunca falla), pantalones vaqueros negros (un toque informal) y americana tweed (arreglado, pero informal). Zapatos negros, por supuesto. Hasta el último momento estuve tentado de ponerme corbata.

Así que con lo puesto, me fui al lugar indicado a la hora indicada. Raquel me esperaría en la puerta del restaurante y la reconocería porque llevaría un pañuelo verde en el cuello. Llegué al sitio y ni rastro de chica, ni de pañuelo. Maldita manía mía de llegar siempre pronto a los lugares. Me saqué un cigarrillo, lo encendí y me puse a esperar. Pasaban los minutos y ni rastro de la tal Raquel, tan sólo una chica rellenita estaba en la puerta, pero no llevaba pañuelo, así que no sería Raquel. Hacía calor, y había sido mala elección ponerme la chaqueta. Me la quité y seguí esperando. Miré el reloj y habían pasado quince minutos desde la hora señalada. A esto que la chica se me acerca y me pregunta la hora. "¿Estás esperando a alguien?" - pregunté.

Ante mi asombro la chica pronunció mi nombre. "¿Raquel?" - contesté con idéntica sorpresa. Ella asintió. "Discúlpame pero no te había reconocido, no llevas el pañuelo verde" - añadí, todavía sorprendido. Raquel me dijo que como hacía calor y se estaba agobiando, lo guardó en el bolso. "Disculpa, no me di cuenta de que estabas esperando a alguien" - dije. "Supongo que no soy lo que estabas esperando" - respondió ella. Y en efecto era así. De todas las combinaciones que de mujeres que había imaginado, nunca pensé que iba a ser así. Y entendámonos, la chica no es fea. Tiene una cara muy bonita, pero quizás nunca habría esperado que fuera así de rellenita. "No, al contrario, no esperaba que fueras tan guapa" - mis reflejos actuaron rápido. "Eso se lo dirás a todas..." - respondió a mi envite. "Sólo se lo digo a las que realmente lo son" - dije acercándome a su cara sonrojada por el cumplido para darle los dos besos del obligado saludo. "Ya me dijeron que eres un ligón" - dijo Raquel. "Las malas lenguas, las malas lenguas... pasemos, ¿te parece?" - dije abriéndole la puerta del restaurante e invitándola a entrar. La mesa estaba reservada a nombre de Raquel. El maître nos llevó hasta la mesa. Nos sentamos y comenzamos a charlar.

Ni qué decir tiene que Raquel es una mujer muy agradable, bromista e inteligente. Al menos es la impresión que me dio durante los primeros minutos de la cita, mientras esperábamos los platos y disfrutábamos de un excelente vino blanco. Hablamos de todo, del tiempo, de trabajo, de nuestros gustos culinarios. Raquel tiene una sonrisa que es capaz de envolverte, una de esas sonrisas fascinantes que te atrapan. Una sonrisa que no desapareció durante toda la cena. "¿Cómo me imaginabas?" - me preguntó. Lo cierto es que la imagen que tenía de ella era la de la bata rodeada de pañuelos y así se lo hice saber. "Pero, ¿físicamente?" - insistió. Creo que me quería llevar al dichoso tema de las apariencias físicas y no, no me daba la gana seguir por ese camino. En efecto, ella es gordita, pero ello no es algo que me desagrade, más bien al contrario si el cuerpo está acompañado de inteligencia, sentido del humor y morbo como era el caso. "Pensé que eras coja, manca y tuerta" - respondí. Una sonora carcajada salió de su boca. "Vaya, y ¿qué te parezco?" - siguió con la encuesta. "Que no eres ni coja, ni manca, ni tuerta" - respondí guiñándole un ojo. Y no, no era coja, ni manca, ni tuerta y conforme iba conociéndola me iba pareciendo más atractiva.

La cena fue deliciosa y la compañía mucho más. Cuando terminamos la invité a tomar una copa a otro sitio. Ella me dijo que le apetecía bailar, así que la llevé a un lugar que hacía mucho tiempo al que no iba. Música latina, una oportunidad buena para conocernos un poco más. Al principio estaba un poco torpe, la falta de entrenamiento, sin embargo, gracias a la paciencia de Raquel y las copas de ron que me tomé, rápidamente volví a desenvolverme bien en el baile. Y no sé qué tiene el baile, que a uno se le suben los calores. Quizás sea el contacto. Si no es agarrado, no es baile. Y sí, agarrado fue, como debe ser. Y claro, las manos van al pan y las miradas se convierten en deseo. Y la delgada línea que separa la cintura de la baja espalda se vuelve invisible, y allí había mucha superficie por la que perderse. Y sucedió que las miradas se alargaron, y los cuerpos se acercaron, y los rostros y nos fundimos en un tórrido y largo beso.

"Vamos a mi casa" - dijo Raquel tras el largo beso - "tengo ganas de follar". Desde ese momento abandonamos cualquier tipo de pudor. No hizo falta decir más, salimos de la discoteca y en menos de diez minutos estábamos en la puerta. Mientras buscaba las llaves, seguíamos besándonos. Era tanto el calor, que comenzamos a transpirar. Sobraba ropa, pero tuvimos la delicadeza de despojarnos de ella una vez dentro de la casa. Las curvas de Raquel son rotundas, poderosas, prietas. Tres dimensiones majestuosas que desafían la dictadura del canon estético moderno y destilan sensualidad por todos sus poros. Provista únicamente de sus zapatos de tacón, subió a la cama y me ofreció su delicioso trasero. Acerqué mi rostro y pude sentir todo su aroma de hembra caliente. Mi lengua no tardó en honrar ese delicioso manjar que se abría ante mí, palpitante, húmedo. Mis manos abrían sus nalgas para tener mejor acceso a sus labios y a su culo. Mis dedos se habrían paso en su estrechez para hacer espacio a lo que vendría después. "Métemela ya, cabrón" - ordenó entre gemidos Raquel. No pude sino obededer y de un golpe le inserté mi verga en su culo. Un grito entre placer y dolor inundó la habitación. Estaba dentro de aquel estrecho culo, se sentía bien rico y comencé a moverme suave al principio y luego más fuerte a pedido de mi compañera de juegos. Quizás la estrechez y tal vez la cachondez del momento, hicieron que me corriera enseguida.

No, no hay que pedir disculpas. Eso es de perdedores. Hay muchas más formas para complacer a una mujer y las exploramos todas hasta que recuperé el vigor de nuevo. Mi boca, mi lengua, mis dientes, mis manos hicieron vibrar a esta deliciosa mujer mientras regresaba el tono vital. Ayudó mucho la lengua juguetona de Raquel. Me encanta sentir sus labios succionando, lamiendo, chupando toda la longitud de mi polla. Me encanta sentir sus senos acariciando mi verga. Adoro como me come los huevos. Y que me corten la cabeza si alguna vez comparo a una mujer con otra, pero Raquel tiene algo que la hace única. Es tremendamente sexy. Esa seguridad en sí misma la convierte en una bomba sexual. Ni que decir tiene que disfrutamos de una noche como pocas, que fue mucho mejor de lo que había pensado en un principio, que fue una suerte que mis amigos me presentaran a esta chica y que fue gratificante la experiencia de una cita a ciegas al estilo tradicional.

lunes, 24 de febrero de 2014

Aplicaciones aplicadas

- Dime, ¿qué te tienta ahora? - dijo Marisa tras dar una calada a su cigarrillo.
Cualquiera en mi estado hubiera preferido descansar después del tercero, pero esto había que aprovecharlo. No todos los días los planes salen tan bien como en el día de hoy y tampoco sabes si se volverá a repetir la experiencia. Con un gesto hice que se recostara sobre la almohada y abriera sus piernas torneadas. Su piel trigueña estaba perlada por las gotas de sudor y una espesa mata de pelo negro señalaba el camino de lo que sería objeto de mis atenciones en los próximos minutos mientras me volvía a poner a tono.

La noche se presentó aburrida, como de costumbre. Cena de trabajo, cero motivación, clientes estúpidos presuntuosos, jefes complacientes haciendo la pelota, sitio caro. Menos mal que pagaba la empresa. Tras una larga discusión acerca de cómo se prepara el confit de pato, eché mano de lo único que tenía disponible en aquel instante, el teléfono móvil. Hacía unos días que alguien me había hablado de cierta aplicación para ligar con personas que se encontraban en la cercanía. Me pareció algo fantasioso, no creía en absoluto en aquellos chismes. Si ya era difícil ligar por chat, no creía que una aplicación de móvil fuera a ser la solución a los males de esta sociedad (se folla poco y mal). Por hacer la gracia, me descargué el invento y aburrido como estaba en aquel momento, creí que podría hacer una prueba. 

Me incorporé y comencé a besarla, lentamente, recreándome en su lengua y en sus labios. Mis manos acariciaban su cuerpo suavemente como queriendo alargar las sensaciones. No hacía falta acelerar las cosas, no era necesario ahora. Poco a poco fui besando ese cuello tras retirar su espléndida melena de color azabache. A cada beso, un suspiro, a cada mordisco un dulce escalofrío que le ponía la piel de gallina. El tacto de sus pechos, suave. Los pezones seguían respondiendo a pesar de que les metí mucha caña en los asaltos anteriores. Duros, enhiestos, oscuros como su cabello y sus ojos. Y su vientre plano, toda una autopista hacia el objetivo que me había marcado, el cual decoré con mi saliva.

Puse en funcionamiento la aplicación. El geolocalizador detectó diez posibles víctimas en menos de 100 metros. Caray, esto está bastante más extendido de lo que pensaba. ¿Será tan fácil? - me preguntaba. Lo complicado viene después ya que hay que lanzar el anzuelo, esto es, dar un aviso a la víctima y que ella vea tu foto, le gustes y acepte la invitación. Tan entretenido estaba mirando las fotos de las candidatas, que no me di cuenta de que había llegado la hora del postre. - ¿Qué va a tomar el señor? - dijo el camarero. - ¿Perdón? - dije con la voz entrecortada por el tremendo susto que me había llevado. - Estos muchachos, están tontos con los telefonitos... - oí a mi jefa decirle a uno de los clientes. - Café solo, con hielos - eso es lo que pedí. De las diez mujeres a mi alcance, hice un primer filtrado y me quedé con aquellas que tenían más o menos mi edad, es decir, un 30%. El resto, por razones obvias, eran demasiado jovencitas en mi opinión. Mandé el mensaje a las tres, a ver si había suerte. En esto llegó el café y el vaso con hielos. Eché el azúcar al café, removí la cuchara y eché el contenido de la taza en el vaso. Mientras esperaba contestación me puse a escuchar una conversación sobre gin-tonics. Ya saben, la última pijada de moda. Ahora todo el mundo sabe de gin-tonics, marcas de ginebra, tónicas, que si con pepino, que si con limón, que si granos de pimienta... Me acordaba de que hace unos años, te pedías un gin-tonic y eras, poco menos que un bicho raro. Ahora, todo el mundo, alucina con los gin-tonics. Donde esté una buena cerveza...

Marisa pensaba que atacaría directamente sobre su sexo. No, todavía no. Aún me quedaban por saborear esas preciosas piernas cuyo tacto me recordaba a la seda. Las descripciones de un cuerpo tan perfecto como el de Marisa, se me hacen cursis, sin embargo el relato mecánico de las acciones sin el adorno de los calificativos queda frío y no refleja en absoluto el sublime momento que disfrutábamos. Trataré de buscar un término medio, aunque es difícil no dejarse perder entre los adjetivos. Así que tras recorrer sus piernas con mis labios y lengua y habiéndome tomado mi tiempo en aquella acción, Marisa reclamó lo que ya estaba esperando desde hacía un buen rato. - Papito, no se olvide de lo que tengo acá... ¡Apúrese! - Cómo me gusta que me llamen de usted cuando estoy follando...

Llegó lo inevitable, tanto hablar de gin-tonics, que llegó el camarero con la carta. Hice amago de pedirme un patxarán, pero la autoritaria mirada de mi jefa me reconvino y estudié con detenimiento la carta. Ni puta idea. El cliente sentado a mi derecha, viéndome en apuros, me recomendó el más caro. Como no iba a pagar yo, acepté el consejo y se lo pedí al camarero. Ya en la mesa, lo probé y me resultó como aquellos primeros gin-tonics que tomaba cuando empecé a salir y no sabía qué pedir. Amargo como la hiel. Daba igual que tuviera esencia de romero, pimienta del Kilimanjaro y la ginebra más exclusiva, sabía a colonia. Dicen que la miel no está hecha para la boca del asno y yo debo ser el más burro entre los burros, pero bueno, tampoco podía quejarme. Al final le pillé el gusto y me dejé aconsejar por mi vecino de la derecha para una segunda ronda. A todo esto, ni rastro de ninguna de las tres elegidas. ¿Tan feo soy? ¿Acaso la foto que puse en mi perfil no era interesante? Supongo que entre tanto que elegir, otros tendrían más fortuna. Entre tanto, mi jefa me pidió que les relatara mi accidentado viaje de fin de año para ver la aurora boreal. Evidentemente me guardé el detalle de la mochilera sueca para no dar mala impresión ante mis superiores. En medio del relato, en concreto cuando comentaba el retorno a través de los aeropuertos más recónditos de Europa, el vibrador del móvil me avisaba. Había picado una, o eso al menos esperaba.

No me hice de rogar y me abalancé para saborear ese delicioso manjar (otra vez me pongo cursi, pero ya verán por qué) que tenía entre las piernas. Alguna vez leí, o me contaron (ya no me acuerdo), que la mejor manera de comer un coño es hacerlo como si te estuvieras comiendo un mango. Sí, sí, un mango, pero no un mango troceado, sino el mango entero. ¿No lo han probado nunca? Háganlo, es lo más parecido a comerse un coño, con efectos especiales y todo. Cuando me lo dijeron (o lo leí) me hizo gracia, pero una vez que lo probé, nunca ha faltado esa práctica en mi repertorio y con muy buenos resultados, según me han comentado. Y no es por presumir, pero soy un gran comedor de mangos (joder, qué mal suena). El caso es que me centré en comerle el mango, digo, el coño, a Marisa que profería toda clase de obscenidades por su boca, así como alaridos y gemidos por el accionar de mi lengua sobre su henchido clítoris. Otra cursilada.

Cuando terminé de contar la anécdota de mi viaje ante las risas y aplausos de los comensales, me excusé y me levanté para ir al baño para revisar el móvil. Alguien de nombre Marisa había accedido a entablar contacto conmigo y me había escrito: "¿Qué buscas?". Mientras meaba trataba de buscar las palabras que hicieran mantener el interés. Había perdido al menos cinco minutos desde que el móvil vibró, debía contestar ya, pero con cuidado porque podía cagarla. No debía ser ni demasiado cursi, ni demasiado lanzado. Terminé de mear, me lavé las manos, las sequé y envié el siguiente mensaje: "Sexo". Me arrepentí justo cuando le daba a enviar el mensaje, pero ni modo. Ya estaba hecho, sólo había que esperar, que la tal Marisa no se hubiera cansado de aguardar respuesta y que no le hubiera sonado grosero mi ofrecimiento. Lo que no esperaba es que me respondiera antes de salir del baño. "Yo también, ¿dónde estás?". Le envié un Google map (benditas aplicaciones!!!) señalando la ubicación. "Conchesumare, yo también!!!" fue su contestación. Di una mirada de reconocimiento a la sala para ver si era capaz de distinguir a mi posible ligue. Y en efecto, así era. Dos mesas detrás de la mía estaba ella, en lo que adiviné como una reunión de amigas. Lograr el contacto visual no fue difícil, pues ella estaba tratando de localizarme también. Cuando nuestras miradas se cruzaron, primero tuvo un gesto de sorpresa (debo decir que en la foto de perfil llevaba barba y esa noche me había afeitado), luego, me guiñó un ojo y me hizo un gesto lascivo con los labios, toda una declaración de intenciones de lo que vendría más adelante.

Debo confesar que el sabor de Marisa no se parecía en absoluta a tan dulce fruta. Era, digamos, un sabor a coño, aderezado, quizás, con ese regustillo amargo del látex de los tres condones que ya habíamos utilizado. Dos corrieron por cuenta del que escribe (que siempre optimista, lleva un par en la cartera), el tercero y los que siguieran, eran cortesía de la anfitriona. El sexo de Marisa es peludo. Una gran mata de vello negro y suave, como su cabello, que combina y realza su piel dorada. Debajo, dos labios carnosos y palpitantes bajo los cuales escondía una perpetua humedad que facilitó la inserción de mis dedos que iba introduciendo al compás de su movimiento de caderas. Cansado de estar en esa posición, le indiqué que se sentara sobre mi cabeza. Desde ahí tenía una mayor perspectiva y el radio de acción de mi lengua se ampliaba. Seguí con mis atenciones, mientras Marisa, ahora cabalgaba sobre mi cara elevando el volumen de sus gemidos. Gemidos que mutaron en gritos de placer cuando mi lengua comenzó a jugar con su ano.

Una vez en la mesa, sin sentarme, agarré la copa y de un sorbo acabé con su contenido. Me despedí educadamente de cada uno de los comensales aduciendo que se me había hecho tarde para agarrar el transporte público de regreso a casa, que al día siguiente tenía un compromiso y toda esa clase de excusas típicas que uno suelta en esas ocasiones. Agarré mi abrigo, crucé la sala y cuando estuve frente a Marisa le guiñé un ojo. Ella hizo el gesto de que me escribiría un mensaje dándome instrucciones, mensaje que llegó nada más salir a la calle. El contenido, una dirección y una indicación: "Dame 10 minutos". Ni idea de si Marisa utilizó la misma técnica que yo para abandonar a su grupo de amigas. Me dirigí a la dirección indicada que estaba a tres cuadras del restaurante. Me encendí un cigarrillo y me puse a esperar.

En pleno éxtasis, Marisa, extendió sus manos hacia atrás, me agarró la polla y me empezó a pajear. Para aquel entonces, había recuperado la fuerza y la dureza necesarias para otro round. Acto seguido, se dio la vuelta y comenzamos un delicioso 69. Según ella, esa era su especialidad. Sentía auténtica debilidad por las vergas y había adquirido una magistral habilidad en ese menester. La presión adecuada, bien ensálivado. Su lengua parecía una culebra recorriendo toda la extensión de mi polla. Se ayudaba de su mano llegándome a provocar las sensaciones indescriptibles que horas antes había experimentado en el portal de su casa poco después de encontrarnos. Mientras tanto, ahí seguía yo correspondiendo a su sexo encharcado. Mis manos sujetaban sus nalgas y mi dedo índice se entretenía en los alrededores de su esfinter. Marisa, anticipándose a mis intenciones me gritó "Métemela ya, cabrón!!!"

Fueron veinte minutos los que tuve que esperar, pero mereció la pena la espera. Marisa apareció al final de la calle con su abrigo de paño color camel. Debajo, un vestido liso de color azul celeste hasta media pierna, medias de encaje y botas marrones de caña media. Marisa no es muy alta y está delgada, sin embargo, tiene unas buenas curvas, destacando su "trasero paradito", como diría ella. Por su aspecto, podría decirse que es la típica latina, morena, piel trigueña, labios sensuales y abundantes pómulos. Si no fuera porque tiene un toque sofisticado, me recuerda bastante a mi ex (lo sé, no debería pensar en ella). Permanecí quieto mientras ella se acercaba con una sonrisa pícara. No sabía cómo debía saludarla, si con dos besos en la mejilla o ir directamente al grano. Total, la proposición había sido bastante explícita, así que no había nada que temer. No tuve que hacer nada porque nada más llegar a mi altura, me agarró de las solapas de mi abrigo, me empotró contra la pared y comenzó a besarme como si la vida le fuera en ello. Le agarré la cara con mis manos y ella rechazó el gesto y las llevó hasta su trasero. Era excitante ver cómo esa mujer dominaba la situación. Sabía lo que quería e iba a buscarlo. Mientras me comía la boca llevó su mano derecha hacia mi paquete y empezó a sobarlo por encima del pantalón. "Qué rica la tienes, papi". No iba a ser yo menos y llevé mi mano debajo de su vestido. Marisa me paró en seco, agarró mi mano invasora y me llevó dentro del portal. 

No hizo falta lubricante, aquello entraba por sí solo. Desde atrás y en la posición de perrito comencé a bombearla suave al principio y más duro después. Eran las 8 de la mañana, el sol comenzaba a salir. Me había pasado la noche follando con una perfecta desconocida que había conocido a través de una aplicación de mi teléfono móvil. La mano de Marisa se apoyó en mi cadera y me comenzó a tirar dándome a entender cuál era la cadencia que deseaba. Cuando ya no pude más y le anuncié la inminencia de mi corrida, ella comenzó a empujar haciendo sonar sus nalgas buscando su propio orgasmo que tampoco tardó en llegar entre sus roncos gritos de placer (a esas alturas ya estaba afónica). Ambos caímos derrumbados sobre la cama y permanecimos ahí recobrando la respiración. Realmente, cuando me preguntó que qué se me antojaba, sin duda era todo aquello que había pasado esa noche. Dicen que la tecnología está pensada para hacer la vida más fácil a las personas. Sin duda, había cumplido su objetivo esa noche. Benditas aplicaciones.

viernes, 3 de enero de 2014

Casualidades tópicas

Tus manos frías se adentran más allá de la goma de mis boxers. Su simple contacto con mi polla me hace estremecer. Te sorprendes de lo dura que está, pero ya  hace un rato, desde que te metiste desnuda en la cama conmigo, estaba pidiendo guerra. Lo curioso de todo esto, es que apenas hacía un par de horas que nos habíamos conocido en la recepción de aquel hotel. Suena a tópico, lo sé, pero las circunstancias se nos presentaron así. La culpa la tuvo esa tormenta de nieve que nos dejó tirados en aquel aeropuerto en medio de ninguna parte. Subes y bajas tu mano aún congelada por toda la extensión de mi verga y yo me pregunto si esto que me está pasando no es sino la materialización del típico relato erótico donde chico conoce a chica en el lobby de un hotel, en el que sólo queda una habitación disponible y deciden compartirla desatando sus más bajas pasiones. La humedad que emana de tu sexo es lo que me revela que en realidad esto está pasando.

Tengo la puta manía de desaparecer cuando llegan estas fechas. Me deprimen, me agobian y no puedo aguantar más allá de la Navidad. En cuanto salí de la comida familiar, fui hacia casa y compré el primer billete hacia el punto más lejano disponible. La aurora boreal y recibir el año nuevo en el círculo polar ártico parecían la mejor opción para evadirme unos días. También suena a tópico, lo sé, pero fue así. Podría haber tirado hacia el Sur, la verdad. El verano austral es lo menos navideño que uno se puede encontrar, pero una vez más, la cartera manda y opté por la opción más económica del low cost. A tenor de lo que está ocurriendo contigo en este momento, no podría decir que la experiencia fuera un desastre, pero ni de coña se me ocurre otra vez contratar un viaje con una de esas compañías.

Son curiosos los piercings. No a todo el mundo le quedan bien, sin embargo, hay algunos que estratégicamente colocados dan un aspecto sexy y morboso. A mí el que tienes colocado en el labio me está jodiendo la vida. Tengo los labios cortados por el frío y claro que podría haberme echado algo de vaselina, pero yo la vaselina la utilizo para otras cosas. A ver si hay suerte esta noche. Mientras tanto, tú sigues a lo tuyo, practicando la hospitalidad esquimal, piel con piel, masajeándome los huevos y la polla. Y no, no eres precisamente esquimal, eres la típica mochilera norteeuropea trotamundos llena de piercings y tatuajes en busca de aventuras. Más estereotipos, ¿verdad? En algún momento decides darle tregua a mis labios ya en carne viva y emprendes camino hacia mi sexo besando, lamiendo y succionando puntos estratégicos de mi torso. Una vez llegada a tu destino, terminas de retirar mi boxer y sin dejar de masturbarme comienzas a chuparme desde la base hasta el glande, todo lo largo de mi miembro. Algo helado me está haciendo sentir sensaciones desconocidas que me hacen temblar de placer. Es el piercing de tu lengua lo que me vuelve loco. Qué curiosos son los piercings.

En esta especie de arquetípica historia porno que nos estamos montando, no podía faltar la típica amiga bisexual a la que estaría comiendo el coño mientras tú me continúas mamando la verga con inusitada fruición. Claro que eso sólo pasa en las películas así que me remitiré únicamente a lo que está pasando en la habitación del hotel. Era evidente que quería comerme un coño y no me fue difícil colocar tu delgado cuerpo sobre el mío quedando tu sexo encima de mi cara. No entiendo la manía que tenéis algunas de agujerear vuestros cuerpos (que conste que no tengo nada en contra, es sólo que no lo entiendo) y en esta ocasión me entretendría jugando con el piercing que te colocaste en el clítoris. Por supuesto, todo bien depilado y con su correspondiente tatuaje del conejito de Playboy en el pubis.

Ciertamente me estoy fijando mucho en los tópicos y quizás no en lo que está sucediendo en la cama, digno, todo ello, de mención y admiración. Pero es que por mucho que lo pensara, ni siquiera en mis fantasías más recurrentes podría imaginar que algo así fuera posible. La casualidad hizo que nuestro vuelo fuera cancelado, la casualidad también hizo que sólo quedara una habitación. El hecho de que los dos habláramos un más que decente inglés, además de las circunstancias, posibilitó que llegáramos al acuerdo de compartirla. Que estemos haciendo un 69 no es más que el fruto de la casualidad. O quizás si que tuvo que ver la botella de Absolut que compré en Estocolmo y que nos bebimos solidariamente con anterioridad. O tal vez el porro que nos fumamos antes de meternos en la cama. También quiso la casualidad que hubiera sólo una cama, que a ti te guste dormir desnuda bajo el edredón nórdico y que a mi tampoco me importara que lo hicieras. También fue casualidad que apoyaras tu cabeza en mi hombro, echaras tu pierna sobre mi muslo y comenzaras a acariciar mi vientre.

Dicen que es de optimistas llevar un condón en la cartera. Yo no es que sea el más optimista del mundo, pero siempre llevo dos, por lo que pueda pasar. Ahí no hay casualidades que valgan. Adoro como me lo pones con tu boca y subes ronroneando cual gatita sobre mí. Me gusta verte cabalgándome cual valquiria venida del Valhalla, porque claro, eres rubia y tienes los ojos verdes y a eso me recuerdas. Eres el prototipo de mujer de tu país y aunque no entienda en absoluto esa jerigonza que emites por tu boca, creo entender que estás disfrutando, mi diosa vikinga. Lo bueno de ver tantas películas porno es que se adquiere mucho vocabulario en otros idiomas y cuando te escucho que me pides un "doggie style", se que lo que quieres es que te ponga a cuatro patas y te folle desde atrás. Tus deseos son órdenes para mí.

En este momento ni pienso en lo que me trajo hasta aquí. La aurora boreal quedará para otro viaje ya que desde que llegué por estas tierras no ha dejado de nevar. Ni tan siquiera pienso en la putada de que cancelaran el vuelo. Tan sólo me concentro en agarrar tus caderas y en el bonito tatuaje tribal que llevas donde la espalda termina. Lucho por no correrme, estoy tan extasiado por lo que estoy viviendo que hago esfuerzos para no acabar antes que tú. El tópico de los tópicos, el chico tiene que aguantar hasta que la chica tenga un orgasmo. Y si no me lo dices en inglés, tampoco voy a saber si llegas o no...

domingo, 24 de noviembre de 2013

Ésta te la debía

Ni idea de cómo llegaste hasta mi blog. Rastrearlo era difícil porque hasta hace poco, mi perfil no indicaba la dirección de aquél. Probablemente fue casualidad. Tampoco sé cómo te animaste a escribirme directamente a mi correo sin antes dejar un comentario. Recuerdo que hasta tres días antes de recibir tu correo no había puesto la dirección en la columna lateral. También fue casualidad, si tu intención era la de escribirme. El caso es que recibí tu correo y me hizo mucha ilusión. A veces pienso que escribo para mí solo. El contador de visitas no ha avanzado mucho desde que comencé esta aventura y aunque tengo mis comentaristas habituales (mi agradecimiento a todxs vosotrxs!!), tengo la sensación de que lo que escribo es más para autoconsumo que para una supuesta legión de seguidores que jamás tendré. Si bien esto último no me preocupa, estoy satisfecho con lo que hay, y, evidentemente, recibir tu correo me dio mucho ánimo para continuar.

Como bien sabes, estaba fuera del país haciendo mi trabajo. En tu correo me decías que te gustaban mis historias, que te gustaba como escribía y toda una colección de halagos que no sé si merezco realmente. Fue como un chute para mi autoestima. Contesté inmediatamente e iniciamos una relación, digamos, epistolar. No recuerdo si fue al segundo email cuando me hablaste de lo que buscabas y de todos los condicionantes que había en tu vida y que no te dejaban disfrutar plenamente. Fue un correo largo, a veces turbador, de una confianza inusual en este medio y que me acercaba, de forma intrépida, valiente o inconsciente, hacia ti. Toda esa confianza me dio alas para confesarme, para desnudarme metafóricamente ante ti, para contarte cosas que muy pocas personas conocen y que aún siguen siendo para mí motivo de turbación y desasosiego. Poco a poco, a través de los correos, fuimos abriéndonos más y más, compartiendo confidencias, destapando curiosidades, compartiendo canciones y gustos literarios. Cada día volvía del trabajo buscando un nuevo correo tuyo, y cuando lo encontraba, me sentía dichoso.

Antes de regresar, recibí un último correo. Me decías que por tus circunstancias, desaparecerías un tiempo para atender a tus nuevas obligaciones. Entendí y dejé pasar el tiempo, respeté tu espacio y seguí con mi vida. En este tiempo, apenas he podido escribir y cuando lo he hecho ha sido, o bien para lamentarme o bien para no perder la soltura al escribir. Regresé a mi ciudad y me encontré con las mismas dificultades que dejé al partir, la misma propensión a meterme en líos y todo lo que ello conlleva. Pasaron más de tres meses y un día, revisando el correo, me topé con toda la correspondencia que habíamos entablado. Recordé cuál era tu propuesta, así como cuál fue la mía ante tu ofrecimiento. Te dije que nos fuéramos conociendo y que con el tiempo veríamos cuál sería el desenlace. Aceptaste y ese fue nuestro pacto, conocernos y que el tiempo nos sorprendiera, que si teníamos que ser amigos, que lo fuéramos y si tenía que pasar lo otro, nos dejaríamos fluir aceptando los condicionantes y sin ningún tipo de exigencias. Supongo que el hecho de haber dejado la historia inconclusa, me animó a escribirte.

No tardaste en responder, quizás, sorprendida. Creo que habías comenzado a pensar, como yo, que esta historia se había terminado. Desde luego, tu vida había cambiado, pero no el entusiasmo con el que de nuevo me escribías. Tras las sucesivas actualizaciones de nuestros estados y recuperada la ilusión de meses atrás hicimos por conocernos en persona. Fue difícil encontrar el momento y el lugar. Tu nueva vida, y quizás, la vida que yo me encontré al volver a casa, hicieron imposible los varios intentos. Aún así, no quisimos perder la ocasión de poder conocernos más allá de las letras. Fue un lunes, por la mañana, en sitio neutral. Quedamos para desayunar en una cafetería cualquiera. Te las arreglaste para dejar tus ocupaciones y yo busqué alguna excusa para posponer por unas horas las mías. A la hora acordada te esperaba en la puerta de la cafetería fumando un cigarrillo y con el libro de Stanislav Lem que te iba a prestar bajo el brazo. Así podrías reconocerme. Tú vendrías al lugar con el libro de Lois McMaster Bujold del que me hablaste.

Cuando apareciste te sorprendiste de lo alto que soy. Al menos eso me dijiste, a pesar de que te lo había advertido previamente. De ti, me sorprendió tu preciosa carita. Debo reconocer que no me la imaginaba por mucho que me la describieras. Tu cuerpo, ya lo conocía por las fotos que me enviaste. Lo que tenía delante no tenía nada que ver con lo que conocía. Adoro las tres dimensiones, los volúmenes y dimensiones que te adornan. Tras los dos besos de rigor, saludos y mutuos exámenes visuales pasamos a la cafetería, aún repleta pues era la hora del desayuno. Tuvimos suerte de encontrar una mesa vacía y aunque yo soy más de desayunar de pie, nuestro encuentro se merecía el estar sentados. Café solo, con hielos, y una porra para mí y un capuccino con barra de pan y tomate para tí. Comenzamos a hablar. Del tiempo, del blog, de tu nueva condición, de libros... Aunque suene a tópico, parecía que nos conocíamos de mucho tiempo, aunque la realidad es que comenzamos a escribirnos en julio. Ambos nos mostrábamos receptivos y se notaba en el hecho, tan íntimo, de tocarnos las manos. Una de las primeras cosas en las que me fijo de una mujer, quizás sean las manos. De las manos se puede obtener mucha información. Y no, no es que me pusiera a analizar tus manos, es que realmente me encantaba sentir el contacto de tu piel con la mía. Esos dedos largos y finos... me imaginaba como sería recibir tus caricias en la cama. En esos momentos ya estaba muy excitado. No podía dejar de mirarte a los ojos y a los labios. Quería comérmelos en ese instante pero no me atrevía aún, no fuera que mi osadía acabara con tan ese clima de confianza. Mi polla hacía bastante rato que pedía guerra bajo la ropa. Hay que ver qué efecto tienen hasta las más inocentes caricias. O a lo mejor soy yo, que soy muy sensible o impresionable...

Dos horas más tarde y con la cafetería ya casi vacía, seguíamos hablando. Naturalmente, hablamos de sexo. No sé cómo llegamos al tema, pero de alguna manera era algo que nos unía y que nos motivaba. También le debía motivar al camarero, que no paraba de acercarse para plantar la oreja y escucharnos. O quizás fuera por tu escote. Sí, probablemente fuera eso. Confieso que yo tampoco dejé de mirártelo aunque de manera más discreta. Supongo que te darías cuenta. Las mujeres siempre os dais cuenta de esas cosas, ¿verdad?. Creo que la presencia del camarero moscardón nos incomodó a ambos y decidimos marcharnos del lugar. Pagué la cuenta y salimos a la calle.

Aún faltaban horas para volver a nuestros compromisos y obligaciones. Buscar otra cafetería no tenía sentido, pues probablemente encontraríamos lo mismo que en la otra. Ir a nuestras respectivas casas era imposible. Y quedarnos en la calle, con ese frío, no era plan. En momentos así, hay que decidir rápido. La emoción del momento, quizás la excitación, me hizo proponerte irnos a uno de esos apartamentos por horas donde van las parejas a hacer sus cosas. Que si estoy loco, sabes de sobra que sí. Como siempre dijimos en nuestros emails, no habría obligación de nada. Tan sólo haríamos por conocernos. Lo demás, lo iríamos viendo sobre la marcha y si surgía algo, sería de forma natural. Pareciera que la propuesta iba con segundas intenciones, y desde luego, las había. Me dejaste embobado desde el primer momento en que te vi, sentí una especie de atracción no ya por lo evidente (estás buenísima, cariño), sino por todo lo demás (tu personalidad, tu forma de ser, lo que me hacías sentir con cada uno de tus emails). En ese momento sólo hacía falta saber qué opinabas tú. Temí haberme precipitado, haberla cagado con todo el equipo por mi osadía, pero prefiero decir las cosas que quedarme callado. El que te lo pensaras me hizo pensar lo peor, pero cuando me dijiste que sí, me tranquilicé de alguna manera.

El lugar estaba cerca de donde nos encontrábamos. Un lugar discreto donde llegas, pagas por el tiempo que vas a estar y no tienes que dar más explicaciones. Lo que más me gustó fue la decoración, bastante moderna y sugerente, con todo tipo de comodidades. Quizás fuera un poco pronto para el vino, pero no dudamos en servirnos un par de copas tras supervisar la pequeña nevera bien surtida que había en el apartamento.Tomamos posesión del sofá, brindamos y continuamos con la animada charla sobre sexo que manteníamos en la cafetería. Las copas iban y venían mientras seguíamos hablando. Tu mano acariciaba mi brazo que estaba apoyado en el respaldo del sofá mientras me contabas tus fantasías. De nuevo volví a sentir una fuerte erección que se hacía evidente bajo el pantalón vaquero. Lo viste, sonreíste y me preguntaste si todo ello lo provocabas tú. Evidentemente, sí. Hubiera sido el momento de besarte, pero antes de que lo intentara, te levantaste del sillón para recoger el mando a distancia de la gran pantalla de plasma con que contábamos. "Veamos una peli" - me dijiste. Mientras elegías la película me dispuse a sacar otra botella de vino blanco de la nevera y rellenar las copas. Me senté en el sofá y te recostaste sobre mí desplegando tus piernas por el sofá. Agarraste una manta (los del apartamento piensan en todo!!) y nos cubriste. No sé qué película habías elegido, pero al ver la avioneta sobre el paisaje nevado del principio me dí cuenta de que era "9 songs". Ya la había visto, lo confieso, pero no dije nada porque quería saber hasta dónde nos llevaba tu elección, en mi opinión, nada inocente. Mi mano yacía sobre tu cadera bajo la manta. Conforme iba pasando la película, seguíamos bebiendo e íbamos cogiendo más confianza. Acariciaba tu cintura y tu cadera, mientras tú hacías lo mismo con mi brazo que ibas guiando suavemente.  No recuerdo qué canción sonaba cuando decidí ser un poco más osado y meter mi mano por debajo de tus leggings. Mis dedos se toparon con la cinta de tu tanga y comencé a jugar con ella. Al no haber oposición por tu parte, me adentré un poco más y empecé a masajear tus piernas. Tal vez mi atrevimiento te animó a ti a tomarte la justicia por tu mano devolviéndome las caricias. Al siguiente cruce de miradas no pudimos resistirnos y nos fundimos en un cálido y húmedo beso.

Quizás no era tan difícil pensar que esto podría pasar. Sabíamos que podría pasar. Deseábamos que ocurriera. Si no, ¿por qué después de tantos meses te busqué? ¿por qué después de tanto tiempo contestaste a mi email? ¿Por qué razón quedamos en vernos en aquella cafetería? ¿por qué se me ocurrió que fuéramos a los apartamentos por horas? ¿por qué accediste a mi evidente provocación? ¿por qué narices pusiste esa película tan mala a la que no hacíamos ni puto caso? Y la verdad es que hacía un rato que no le hacíamos caso a la película. Habíamos cambiado de escenario y la cama era el lugar donde, ya desnudos, explorábamos nuestros cuerpos. Al final pude comprobar a qué sabe tu sexo, inquietud y curiosidad que alguna vez te escribí en uno de mis correos buscando provocarte. Y no me quedé en ello, también me deleité con el resto de tu cuerpo de diosa. Besé y lamí cada centímetro de tu anatomía. Tú tampoco te quedaste atrás. Hiciste que me derritiera con tus caricias. Tu boca me condujo al borde del éxtasis en más de una ocasión. Sabías perfectamente cuando detenerte para prolongar mi placer. Y así, revueltos entre las sábanas de aquella cama, estuvimos follando hasta que llegó la hora de abandonar el apartamento.

¿Qué más puedo decir? Fue un sueño el encontrarte, el conocerte. Compartir contigo esa complicidad, esa curiosidad y ese sentimiento. No sé si volveremos a vernos de nuevo. La vida es lo que tiene. Muchas veces nos debemos tanto a la vida que tenemos, que es complicado apartar unos instantes para satisfacer las propias fantasías. Otras veces, la vida te va llevando hacia lugares y situaciones que dificultan el  materializar los deseos. Confío en que a nosotros no nos pase eso. Insisto, no sé si volveremos a vernos, ni si tendremos un delicioso momento como el que compartimos en aquel lugar. Sea como fuere, agradezco a la vida el haberlo propiciado, y así como la vida nos va llevando de un sitio a otro, quién sabe si no lo volverá a hacer...

domingo, 3 de noviembre de 2013

Lo que me pasó

Creo que ya pasó suficiente tiempo como para contarlo sin que me salten las lágrimas. He sufrido mucho. Bastante, diría yo. Dicen que con el tiempo las heridas tienden a cicatrizar, aunque algunas tardan mucho, mucho tiempo. Quizás aún siga rondándome la cabeza el por qué de las cosas y en cierta medida, lo que aconteció ha determinado mi comportamiento posterior.  Tal vez todas esas idas y venidas por las más diversas camas que aquí he relatado no sean más que una forma de tratar de borrar ciertas huellas, pero hay manchas que no se pueden borrar ni con el disolvente más potente. Y créanme, he probado de todo. Ésa ha sido mi cruz y mi tormento desde hace 3 años, aunque como dije antes, ya no me afecta tanto el recordarlo. El tiempo tiende a recomponer las cosas. El tiempo, las sentencias judiciales, los abogados y los especialistas de la salud mental. Hoy escribo desde la necesidad de analizar qué es lo que me pasó.

Para ponerles en antecedentes, estaba trabajando en otro país para un organismo internacional. La vida me iba genial, ganaba bastante dinero y unas buenas perspectivas de futuro. El trabajo me gustaba y también el país donde trabajaba. Era feliz. Sucedió que en una de esas fiestas de expatriados conocí a la que luego se convertiría en mi esposa. Fue un flechazo inmediato. Tres copas y varios bailes después estábamos en mi casa follando como fieras. Había química entre nosotros desde el primer momento. A partir de ahí comenzó una relación que con el paso de los meses se fue afianzando y terminamos por casarnos.

La vida de casados no cambió ni un ápice todo lo que habíamos vivido de novios. Raro era el día que no hacíamos el amor. Cualquier excusa era buena para meternos en la cama o hacer nuestras cosas en cualquier parte de la casa, en la playa, en el cine o en todo lugar que nos diera morbo. Si en el terreno sexual había mucha afinidad, en lo demás también lo había. Podía decir que era muy feliz y que había encontrado a la compañera que me acompañaría por el resto de mi vida.

Un día, en el trabajo, tuve una reunión con mi jefe. Quería proponerme una cosa. Los proyectos que estaba llevando habían tenido excelentes resultados y me habían propuesto como nuevo coordinador de la región, lo cual implicaba un aumento considerable de mi salario, un coche de la organización a mi disposición y algunos beneficios más. Lo mejor de todo es que no tendría que moverme del país ya que el lugar donde trabajaba se convertía en la oficina referente para toda la región. Sólo tenía que aceptar para que el nombramiento se materializara. No había mucho que pensar. Obviamente acepté la oferta e inmediatamente me convertí en el nuevo coordinador regional de los proyectos de aquella organización. Mi jefe me dio la enhorabuena y me dijo que me fuera a casa para celebrarlo con mi esposa. Obviamente tendría que ser por la tarde, cuando ella saliera de su trabajo, también en un organismo internacional.

Salí de la oficina realmente feliz y satisfecho. Decidí no llamar a mi mujer para darle la sorpresa en la cena especial que pensaba prepararle. Me fui al mall a comprar la comida y la bebida para tan especial momento. También me pasé por la tienda de lencería para comprarle un baby-doll sexy con el que aderezar la noche. De camino al carro, pasé frente a una joyería y vi un precioso collar de perlas. Era muy caro, pero en aquel momento, consciente de todo lo que iba a ganar, decidí que a partir de ese instante, le haría regalos de ese tipo. Dejé la cuenta del banco a cero, pero no me importaba. Ella lo merecía...

De camino a casa, iba pensando en lo que ocurriría en la noche. En cómo iba a disfrutar de ese cuerpo de diosa que tenía mi mujer, en cómo me comería esos pechos deliciosos y en las miles de posiciones en que me la follaría. Al doblar la esquina de mi calle observo el carro de ella aparcado en la puerta de mi casa. Era extraño, pues ella no salía de trabajar hasta las cinco, y como era viernes, a veces se quedaba a tomar un café con las compañeras del trabajo con lo que no se la esperaba hasta las siete. Vaya, pensé, la sorpresa se adelantaría. No me importaba, estaba bien caliente y quería celebrarlo por todo lo alto, y cuánto antes, mejor. Parqueé detrás de su carro y entré por la puerta trasera con sigilo. Quería sorprenderla.

Entrando de esa manera, recordaba como en una ocasión, para cumplir una de sus fantasías, planeé un secuestro ficticio. Me puse una máscara y entré en la casa y la agarré por detrás. La até de manos y le puse un antifaz en la cara para que no viera. La metí en una furgoneta que alquilé para la ocasión y me la llevé a un motel donde la obligué a follar con su secuestrador, que era yo. Ella se dio cuenta desde el primer momento de quien estaba detrás de todo eso era yo, pero me siguió el juego y pasamos uno de los fines de semana más deliciosos que recuerdo.

Entré al salón y descubrí que se había despojado de la blusa y también del brassier. La falda y el tanga habían corrido la misma suerte y yacían en el suelo. Era normal, con ese maldito calor húmedo que hacía en ese país, nos pasábamos el día desnudos o con poca ropa en la casa. También escuchaba el zumbido característico del dildo que le regalé por su anterior cumpleaños.  Era evidente que se estaba masturbando, incluso la oía gemir. Todo ello era perfecto, porque al igual que yo, también ella estaba caliente y la tarde prometía muchas cosas buenas.

El mundo se me cayó a los pies cuando comencé a escuchar la voz de un hombre en nuestra habitación.

- Ah, sí mami, qué rico me la chupás...
- ¿Te gusta?
- Me encanta como me comés la verga, seguí así, no parés...

No podía dar crédito a lo que escuchaban mis oídos. Mi propia esposa le estaba comiendo la polla a un tipo en nuestra casa... en nuestra cama!!! Por un momento pensé que mis sentidos me estaban traicionando, y me acerqué al quicio de la puerta para comprobar que la que me estaba traicionando era mi mujer. La hija de puta de mi mujer le estaba haciendo una señora mamada a un tipo mientras se introducía el dildo por el coño. Veía la cara de placer del individuo mientras la zorra de mi esposa le succionaba los huevos. Me quedé de piedra al mismo tiempo que el tipo la levantaba y la ponía a cuatro patas insertándole la polla por el coño provocándole un intenso gemido que me destrozó el alma.

- ¿Te gusta, zorra?
- Me encanta... ah!
- ¿Te gusta la verga, zorra?
- Me encanta la verga... síiiii!!
- ¿Sós una puta?
- Síiiiiiiii, soy una puuuuta!!!
- (El tipo le propinó un azote fuerte en la nalga) No te oí, repetí!!!
- Soy una puuuuta!!!
- (El tipo repitió la operación) Decíme, ¿qué eres?
- Soy una puuuta, soy una puuuta, soy tu puuuuta!!
- ¿El cabrón de tu marido te coge como yo?
- No, no sabe coger...

Me hacen gracia todos esos relatos de gente cuckold que se excitan cuando se están follando a sus parejas e incluso participan de los juegos. Vaya por delante que respeto todo tipo de acuerdos entre adultos y que no entro a juzgar ninguna práctica. Lo que yo sentí en ese momento no sé cómo explicarlo. Sentía rabia, furia, celos y si hubiera tenido a mano el machete me los hubiera cargado en ese momento. Sin embargo me quedé petrificado. No fui capaz de asimilar lo que estaba ocurriendo frente a mis ojos. Veía como mi mujer ahora cabalgaba sobre el individuo en cuclillas jadeando como una perra en celo.

Lo normal hubiera sido dar un portazo o pegar un grito, pero me quedé allí, parado, seco. Tenía ganas de gritar, de liarme a hostias, de llorar al mismo tiempo. Pero no, me quedé allí de pié contemplando como estaban follando los dos. Por mi cabeza pasaban miles de ideas, de recuerdos, de pensamientos. Intentaba buscar la razón para aquello, pero nada tenía sentido. Inexplicablemente mis pies tomaron la dirección del salón mientras de fondo se oían los gritos desenfrenados de ambos.

Me senté en el sofá a esperar después de prepararme un vaso de ron. Sería el último que tomara en mi vida. ¿Qué podía hacer? Quizás muchas cosas, pero juro que no fui capaz. Me quería morir cuando escuchaba a mi mujer correrse. Ese "me vengo, me vengo, me vengo" quedó grabado a fuego en mi mente y ha sido una pesadilla recurrente durante todo este tiempo. En el lapso que va de las 14:30 en que llegué a casa hasta las 17:30, lo escuché un total de seis veces, cada una de manera distinta pero con el mismo mensaje, muriéndome un poco más en cada ocasión.

En algún momento tendrían que parar e irremediablemente tendrían que salir al salón donde esperaba yo, inerte. El momento llegó. Oí los pasos del sujeto que avanzaba por el pasillo mientras aún seguía vistiéndose. Detrás, mi mujer, aún desnuda le seguía. "Buenas tardes" - dije de manera ridícula con una voz casi de ultratumba. Ambos quedaron de piedra. Me levanté del sofá y me dirigí a la habitación mientras escuchaba a mi esposa decir el tan manido "No es lo que parece, amor". Y a mí qué me importaba si no era lo que parecía, lo vi todo. Lo escuché todo. Llegando a la habitación abrí el armario, cogí la maleta, la abrí sobre la cama deshecha y empecé a meter mi ropa en ella. Quizás lo correcto hubiera sido meter la ropa de ella y echarla de la casa, pero no. En mi cabeza sólo estaba el largarme de allí. No quería saber nada de ella, no quería verla más. Me daba asco. Todo mi mundo de felicidad se había ido a la mierda. No quería estar más allí. La cínica de mi esposa me decía que por favor reconsiderara aquello, que me amaba y que todo aquello había sido un accidente. El individuo, que debió quedarse a cuadros observaba la escena desde el pasillo. Cuando terminé de hacer la maleta, salí de la habitación. Me crucé con el tipo que me miraba como un panoli y le metí un cabezazo contra la nariz, lo que le tumbó en el suelo sangrando. Seguí mi camino y salí por la puerta, sin atender a los ruegos de la que había sido mi compañera, mi amante, mi esposa.

Agarré el coche, no sabía dónde ir. No tenía dinero pues me lo había gastado todo en el collar de perlas y el baby-doll. Tomé camino de la oficina y me instalé en una pequeña habitación acondicionada para las visitas de los técnicos de otros países de la región. Suerte que el guarda de seguridad tenía una llave. Apagué el móvil que no paraba de sonar. Eran llamadas de mi mujer, que trataba de reparar lo que ya no tenía arreglo. No me moví en todo el fin de semana de la cama, llorando. El lunes, a la hora en que los compañeros se incorporaban al trabajo, fui a mi despacho a redactar la carta de dimisión que presenté de inmediato ante mi superior. Mi jefe no era capaz de entender por qué razón rechazaba la oportunidad de mi ascenso. Ni siquiera mi relato de lo sucedido le hizo comprender. "Olvidáte de ella y rehacé tu vida acá. Tenés un buen puesto, una carrera impresionante. Sós un buen prospecto, las mujeres se tirarán a tus piés. Reconsiderálo". La decisión estaba tomada y la dimisión era irrevocable. Al final desistió y me deseó buena suerte. Pasé por caja, recogí mi finiquito y me dirigí al aeropuerto. Regresaba a casa, volvía a mi país.

Esto es, a modo de resumen, todo lo que me pasó. Obvio, naturalmente, los detalles que considero más escabrosos del momento de mi partida, que los hubo. Como dije arriba, con el tiempo las heridas se van curando. Ya no lloro. Quizás se me secaron las lágrimas de tanto llorar o quizás con el tiempo me he ido deshaciendo de la pesada losa que llevaba a cuestas. Sirva, el textualizar como forma de conjurar los viejos fantasmas de un pasado que no quiero recordar y que no quiero repetir. Las imágenes que acompañan al relato son parte del extenso archivo fotográfico íntimo que aún poseo de aquella época. Las he modificado un poco con el objetivo de que no se reconozca a la susodicha. Tenía pensado poner otras fotos donde se la reconociera, pero para qué. Como dicen allá en su país. "Me vale verga".


domingo, 6 de octubre de 2013

Sabemos que está mal...


No me sorprendió verte en el balcón después de que yo saliera a fumar. Aunque no fumas habitualmente, sé que gusta echar una caladita si hay tragos de por medio. Y sí que los hubo, bastantes, diría yo. Sé que a tu marido no le gusta que bebas, pero hoy no estaba él y tú pediste que lleváramos algo de beber a la "reunión", y como siempre, fuimos generosos. Te acercas a mi lado y yo ya te estaba ofreciendo un cigarrillo. Con tu mano izquierda apartaste el paquete, y con la derecha agarraste el que yo me estaba fumando. Aspiraste el humo y lo sacaste por la nariz con esa tos de aquellos que no fumáis habitualmente.

"¿No tienes frío?" - me preguntaste mientras posabas tu mano sobre mi hombro. La verdad es que se ha echado muy pronto el otoño, pero aún no hace tanto frío. Se podía soportar. Agarré tu mano en mi hombro y cruzamos las miradas. Aún no había pasado nada, pero éramos conscientes de que algo pasaría. A veces una mirada no dice nada, pero otras veces... otras veces lo dice todo, aunque sólo lo entendiéramos tú y yo. Salieron al balcón un par de invitados más para echar un pitillo y tú volviste para adentro para buscar algo de abrigo.

Terminado el cigarrillo, volví para dentro. Los invitados estaban ya algo afectados por la bebida, riendo, pasándolo bien. Me senté a tu lado en el sofá. No sé de qué estabais hablando, pero parecías muy animada. Bastante más locuaz y desinhibida que de costumbre. Serían los tragos. Poco a poco te arrimabas más a mí y en más de una ocasión deslizaste tu mano por mi muslo. No pude coger el hilo de la conversación pues ya estaba bastante nervioso desde que me tocaste en el hombro en el balcón, consciente de que esa noche pasaría algo que habíamos buscado desde hacía mucho tiempo. No sé cómo, pero la conversación fue derivando hacia el sexo, las parejas liberales, las aventuras de una noche... Hacía un rato que no te cortabas un pelo, y acariciabas mi mano con descaro. En otro momento no me hubiera preocupado, es más, me agradaba, me excitaba que hicieras eso; pero estábamos en tu casa, con tus amigos y los de tu marido y aunque te hubiera follado allí mismo delante de todos, pensaba en que esa situación era bastante comprometida para ti. De todas formas, nadie prestaba atención a lo que me hacías en la mano, estaban todos pendientes de la conversación, incluso una pareja estaba a otras cosas, levantándose y yendo al baño juntos. Supuse que no sería para rezar el rosario.

Con la mano izquierda acariciabas mi espalda y con la derecha me agarrabas la mano mientras escuchabas a una de tus amigas como comentaba el tamaño y desempeño de un negro que conoció en una de esas escapadas consentidas por su pareja a una isla del Caribe. Luego comenzaste tú a hablar de las parejas que habías tenido antes de casarte, de cómo la tenían, de cómo lo hacían y de que a pesar de que querías a tu marido, no te importaría "echar una canita al aire" clavando tus ojos en los míos. Me empecé a poner más nervioso y acalorado, así que me salí a fumar otro cigarrillo al balcón, cruzándome por el camino con los dos recientes usuarios del baño que ya se retiraban, supuse que para culminar el calentón que llevaban encima en otro lugar más cómodo.

Fuera, no podía dejar de pensar en tu marido, al que le tengo mucho cariño, y sé que él me lo tiene a mí. No podía dejar de pensar en lo mucho que te quiere y en el daño que podría hacerle si me acostaba contigo. Quizás no lo conociera tanto, pero tenía la sensación de que por muy moderno que fuera, a él no le iba el rollo liberal. Por otro lado, pensaba en lo mucho que me atraías y en las ganas que tenía de follarte. Menudo dilema tenía en la cabeza mientras apuraba el enésimo trago de la noche y encendía otro cigarrillo... "Te vas a congelar, amigo" - me dijo uno de tus invitados, que salió a despedirse pues ya se marchaba. Entré y parecía que todos se iban a ir. No sabía qué hacer, si quedarme o imitarles, pero ahí estuviste hábil y me pediste que le echara un vistazo a tu ordenador antes de irme. Me despedí de todos y me fui hacia la habitación donde tenías el ordenador, mientras tú despedías a todos los que se iban en la puerta.

Encendí el ordenador aún sabiendo que no le pasaba nada. Era una forma de hacer tiempo, de esperar algo que sabes que va a pasar, pero no sabes cómo va a ser. Sentí que pasó una eternidad y los momentos de duda o atrevimiento se sucedían. Ganas había, por supuesto. Dudas, todas las del mundo. Ya estaba jugando al buscaminas cuando regresaste a la habitación y me sorprendiste con un beso en la boca. Decidida y con determinación, me hiciste levantar de la silla. "Tengo ganas de coger" - dijiste. No hizo falta decir más. Fuimos directos a tu habitación mientras nos comíamos a besos y nos metíamos mano.

Ya en tu cuarto, sentado en la cama y abrazándote de la cintura, comencé a quitarte la blusa. Tú hacías lo mismo con mi camisa. Nuestras lenguas jugaban y nuestras manos no dejaban ni un lugar por recorrer de nuestros cuerpos. Con dificultad, nos deshicimos de los pantalones. Mi polla, que llevaba bastante tiempo dura, asomaba por la ranura de mis bóxers. Te diste cuenta, me miraste a los ojos relamiéndote y me quitaste la prenda. Agarraste mi polla firme, pero suave y comenzaste a masturbarme con delicadeza. Tu mano me acariciaba los huevos y la otra bajaba por mi espalda. Me mordiste el hombro. Te volví a mirar a los ojos, te acercaste y me besaste. "Quiero verga" - dijiste con voz de zorra en celo. Te pusiste en cuclillas arañando mis piernas con tus manos, acariciaste mis huevos  y después recorriste toda la extensión de mi polla con tu lengua. Comenzaste a mamármela con gran deseo, con la maestría de una diosa del sexo. Yo me volvía loco y movía mis caderas al compás de tu mamada. Tus labios rodeaban el perímetro de mi polla, y con tu lengua jugueteabas con mi capullo. Te anuncié que de seguir así no aguantaría mucho más, te levantaste, te quitaste el tanga y te encaramaste sobre mí para agarrar mi polla y clavártela en tu sexo húmedo y depilado.

Sentados en la cama empezamos a follar. En ese momento ni nos acordábamos de tu marido. Realmente no tuvimos consideración por él. Él es un tipo encantador, según yo. Un buen marido y un buen padre, según tú. Descartado, pues, de la ecuación por razones evidentes, tan sólo quedaban nuestros cuerpos desnudos en esa cama que aguantaba nuestras acrobacias. De costado, desde atrás, encima de mí, gemías a cada una de mis embestidas. La cosa, desde luego, no tenía nada que ver con él. Éramos tú y yo los que estábamos allí follando. Eras tú la que entre gritos me decías: "Dame más verga" y yo, más empalmado que nunca, bombeaba desde atrás descargando toda el ansia contenida desde que cruzamos miradas por primera vez. Porque sí, porque desde la primera vez que te vi he tenido ganas de follarte, de comerte el coño. Y reconócelo, tú también ardías en deseos de comerme la polla desde que nuestra amiga común nos presentó. No es que me lo tenga creído, es que nuestra amiga común me tiene al tanto de vuestras conversaciones. No se lo reproches. Si estabas en la cama con las piernas sobre mis hombros explotando en un largo y placentero orgasmo, se lo debes a ella. Si ella no me hubiera dicho nada, yo no me hubiera atrevido a llegar hasta donde he llegado. Nunca hubiera tenido la oportunidad de conocer el sabor de tu coño como lo hice esa misma noche.

Después de tu orgasmo, me salí de ti pese a tus protestas. Besé una de tus piernas que aún colgaban de mis hombros, seguí hasta tus muslos. Subí rápidamente hasta tu coño y empecé a chupártelo con frenesí, más salvajemente. Mientras lo saboreaba, tú querías más. Estabas cada vez más loca, más excitada y gemías poco a poco más alto. Tu respiración se agitaba cada vez más y con tus manos apretabas más fuerte mi cabeza contra tu vagina. Pasaba mi lengua por tus labios, por tu clítoris y eso te hacía retorcerte de placer. "Me vengo, me vengo, papi..." - anunciabas de nuevo tu orgasmo. Me bebí todos tus deliciosos jugos, que me supieron a gloria. Seguí lamiendo, chupando y metiéndote la lengua hasta adentro. Me implorabas que parara, que no podías soportarlo. De arriba a abajo y de abajo a arriba, mi lengua iba explorando toda la longitud de tu coño. En una de esas exploraciones descendentes, mi lengua traviesa llegó hasta la estrechez de tu ano. Te estremeciste, se te erizaron los vellos. Ante mi pregunta de si te gustaba aquello, tu respuesta fue afirmativa. Ni qué decir tiene que probamos llegar hasta el fondo del asunto. Quizás por el cansancio o por los tragos, no pudimos concluir la investigación. No contenta con el resultado de 2 a 0, intentaste una prórroga con tus manos que manejaste con una particular destreza y que consiguieron, finalmente, maquillar el marcador, aunque no hiciera falta. No se trataba de una eliminatoria, ni de una final. Aquí no había trofeos. Podríamos perfectamente acordar un nuevo encuentro "amistoso" en cualquier otro momento.

Sabemos que está mal. Ambos lo sabemos. Pero he de reconocer que me gustó mucho. Si quieres repetir, estaré encantado. Si por el contrario, decides que esto quede como nuestro secreto y no volver a hacerlo, lo respeto. Seré discreto. No te quepa la menor duda.

martes, 24 de septiembre de 2013

La chica del balcón

Lunes, vuelta a la oficina, miles de emails por contestar. Tengo pereza, estoy cansado del fin de semana y me ha costado levantarme. Transito por las páginas de los diarios en ésa, mi tendencia por la procrastinación que hace que deje para el martes, lo que debería hacer el lunes. No tengo problemas con ello. Mis jefes saben que al final de la semana, todo el trabajo estará realizado. Es algo que tengo que cambiar, lo sé, pero gasto muchas energías durante el fin de semana. Me llega un whatsApp: "Estoy por la zona, ¿tomamos un café?" Y hasta me daría un paseo, pero tengo que trabajar o hacer como que trabajo. No obstante, no estoy haciendo nada y quizás un café me despierte. Contesto el mensaje y voy cerrando el ordenador. "Bajo a tomar un café, enseguida vuelvo".

Me encuentro con R., antiguo amigo de los tiempos en que estudiábamos en la universidad y proyectábamos cómo dominarlos a todos. Conspiraciones de salón que nos entretenían y nos siguen entreteniendo. Nunca llegaremos a nada, lo sabemos, pero no perdemos la ocasión para soñar despiertos, cambiarlo todo tomando café, cerveza o cualquier bebedizo. La mañana es soleada, es una temperatura ideal para tomar el desayuno en una terraza. Café con leche y porras, por mi parte. Café solo, zumo de naranja y una barrita de pan tostado con tomate y aceite, para R. Le pregunto por su trabajo y me cuenta que las cosas están mal, que no le van a renovar, que a partir de año nuevo estará en el paro. Conozco esa situación, pienso en todo el tiempo en que he estado desempleado. Le animo, le digo que no se preocupe y que vea la situación como una oportunidad. Es la misma terapia a la que me sometieron cuando estaba parado. Me doy cuenta, no quiero hundirlo más y cambio de tema. Los resultados de las elecciones alemanas parece un tema con el que calmar la ansiedad. R. comienza con su análisis pormenorizado y sinceramente, tampoco estoy con la cabeza muy allá. Le escucho, asiento con la cabeza, miro a los edificios, a los balcones y de repente... ¡zas! veo que alguien sale al balcón de una casa, es una mujer, pero hay algo raro, no veo ropa. Me doy cuenta de ello porque sus pechos están descubiertos, y al girarse sobre sí misma veo un precioso y bien torneado trasero al aire. "Mira, una tía en pelotas" - digo a R. mientras me explica la consolidación de mayorías en el Bundestag. Sigue a lo suyo, que si el SPD podría formar coalición con los Verdes y Die Linke, que si Steinbrück ha dicho no sé qué. Yo sigo a lo mío, la chica del balcón. Parece que está hablando por el móvil. No sé si se ha dado cuenta de que está desnuda y que la pueden ver, como yo, desde la calle. Tampoco creo que le importe mucho, la verdad. La sigo mirando como conversa despreocupadamente por el móvil...

Y no sé por qué me sorprende ver a una mujer desnuda. No sé por qué me genera esos sentimientos. La desnudez es lo natural y todo lo demás son tonterías que nos hemos marcado los seres humanos a lo largo de la historia. Quizás este desnudo sea poco habitual, quizás esté descontextualizado. Pero me sorprende, me excita, me calienta sobremanera. Mi mente no atiende a los escaños, las coaliciones ni a las mayorías cualificadas que me refiere R. en su exposición. Mi mente está en otros lugares, en la anatomía dulce y delicada de esa preciosidad que asoma desde el balcón y que acaba de encenderse un pitillo. En sus pechos pequeños pero bien puestos, en esas piernas divinas, en su sexo que adivino ligeramente depilado. Son las 11 de la mañana de un lunes, y ella sale al balcón desnuda. Pienso que acaba de despertar, que con la legaña aún en los ojos se está preparando café. Que está acompañada, que hay alguien también desnudo en su cama y que ese alguien soy yo. Imagino que acabamos de follar. No hay forma mejor de comenzar la semana que con un polvo mañanero. En realidad, no hay forma mejor de despertar.

R. me habla de la ley fundamental de Bonn, del pacto federal. De un momento a otro ha cambiado el escenario y me habla del Estado de las Autonomías, del derecho a decidir... yo sigo mirándola mojando la porra en el café. Pura semiótica. Vuelve a coger el teléfono, habla de nuevo, otea el horizonte y cruzamos miradas. Creo que la he cagado, miro para otro lado. El espectáculo ha terminado. R. sigue a lo suyo y habla de la salud del monarca y de que no existe una ley orgánica sobre la Corona. Intento retomar el hilo de la conversación, pero mi mente está en otro sitio. Vuelvo a dirigir mis ojos hacia el balcón y allí continúa, mirándome. Creo que me ha guiñado un ojo o eso es lo que me gustaría a mí. De repente, abre la puerta y se mete en el interior de la casa. Ahora sí que ha terminado la sesión. R. también ha terminado su desayuno y se despide de mí. "¿Te pasa algo? Te noté algo distraído" - me pregunta R. Pienso, el distraído es él que se ha perdido la deliciosa visión de la chica del balcón. Nos levantamos de las sillas y nos damos un abrazo, quedando para otro desayuno. El tira para un lado de la calle y yo voy hacia el otro. Vuelvo a mirar hacia el balcón. Allí sigue, desnuda, la chica del balcón. En sus manos, una tablet y en la pantalla, a modo de marquesina el siguiente mensaje: "¿Quieres tomarte el aperitivo conmigo? 2º D."

Son las 11:30, quizás sea un poco pronto para el aperitivo. Sé que debería ir a la oficina y tal, pero ¡qué demonios!, a quién quiero engañar. No voy a dar ni clavo. Es lunes y no tengo el cuerpo para contestar los emails. Además, sería descortés si rechazara la invitación, ¿no creeis? Subo.