lunes, 24 de febrero de 2014

Aplicaciones aplicadas

- Dime, ¿qué te tienta ahora? - dijo Marisa tras dar una calada a su cigarrillo.
Cualquiera en mi estado hubiera preferido descansar después del tercero, pero esto había que aprovecharlo. No todos los días los planes salen tan bien como en el día de hoy y tampoco sabes si se volverá a repetir la experiencia. Con un gesto hice que se recostara sobre la almohada y abriera sus piernas torneadas. Su piel trigueña estaba perlada por las gotas de sudor y una espesa mata de pelo negro señalaba el camino de lo que sería objeto de mis atenciones en los próximos minutos mientras me volvía a poner a tono.

La noche se presentó aburrida, como de costumbre. Cena de trabajo, cero motivación, clientes estúpidos presuntuosos, jefes complacientes haciendo la pelota, sitio caro. Menos mal que pagaba la empresa. Tras una larga discusión acerca de cómo se prepara el confit de pato, eché mano de lo único que tenía disponible en aquel instante, el teléfono móvil. Hacía unos días que alguien me había hablado de cierta aplicación para ligar con personas que se encontraban en la cercanía. Me pareció algo fantasioso, no creía en absoluto en aquellos chismes. Si ya era difícil ligar por chat, no creía que una aplicación de móvil fuera a ser la solución a los males de esta sociedad (se folla poco y mal). Por hacer la gracia, me descargué el invento y aburrido como estaba en aquel momento, creí que podría hacer una prueba. 

Me incorporé y comencé a besarla, lentamente, recreándome en su lengua y en sus labios. Mis manos acariciaban su cuerpo suavemente como queriendo alargar las sensaciones. No hacía falta acelerar las cosas, no era necesario ahora. Poco a poco fui besando ese cuello tras retirar su espléndida melena de color azabache. A cada beso, un suspiro, a cada mordisco un dulce escalofrío que le ponía la piel de gallina. El tacto de sus pechos, suave. Los pezones seguían respondiendo a pesar de que les metí mucha caña en los asaltos anteriores. Duros, enhiestos, oscuros como su cabello y sus ojos. Y su vientre plano, toda una autopista hacia el objetivo que me había marcado, el cual decoré con mi saliva.

Puse en funcionamiento la aplicación. El geolocalizador detectó diez posibles víctimas en menos de 100 metros. Caray, esto está bastante más extendido de lo que pensaba. ¿Será tan fácil? - me preguntaba. Lo complicado viene después ya que hay que lanzar el anzuelo, esto es, dar un aviso a la víctima y que ella vea tu foto, le gustes y acepte la invitación. Tan entretenido estaba mirando las fotos de las candidatas, que no me di cuenta de que había llegado la hora del postre. - ¿Qué va a tomar el señor? - dijo el camarero. - ¿Perdón? - dije con la voz entrecortada por el tremendo susto que me había llevado. - Estos muchachos, están tontos con los telefonitos... - oí a mi jefa decirle a uno de los clientes. - Café solo, con hielos - eso es lo que pedí. De las diez mujeres a mi alcance, hice un primer filtrado y me quedé con aquellas que tenían más o menos mi edad, es decir, un 30%. El resto, por razones obvias, eran demasiado jovencitas en mi opinión. Mandé el mensaje a las tres, a ver si había suerte. En esto llegó el café y el vaso con hielos. Eché el azúcar al café, removí la cuchara y eché el contenido de la taza en el vaso. Mientras esperaba contestación me puse a escuchar una conversación sobre gin-tonics. Ya saben, la última pijada de moda. Ahora todo el mundo sabe de gin-tonics, marcas de ginebra, tónicas, que si con pepino, que si con limón, que si granos de pimienta... Me acordaba de que hace unos años, te pedías un gin-tonic y eras, poco menos que un bicho raro. Ahora, todo el mundo, alucina con los gin-tonics. Donde esté una buena cerveza...

Marisa pensaba que atacaría directamente sobre su sexo. No, todavía no. Aún me quedaban por saborear esas preciosas piernas cuyo tacto me recordaba a la seda. Las descripciones de un cuerpo tan perfecto como el de Marisa, se me hacen cursis, sin embargo el relato mecánico de las acciones sin el adorno de los calificativos queda frío y no refleja en absoluto el sublime momento que disfrutábamos. Trataré de buscar un término medio, aunque es difícil no dejarse perder entre los adjetivos. Así que tras recorrer sus piernas con mis labios y lengua y habiéndome tomado mi tiempo en aquella acción, Marisa reclamó lo que ya estaba esperando desde hacía un buen rato. - Papito, no se olvide de lo que tengo acá... ¡Apúrese! - Cómo me gusta que me llamen de usted cuando estoy follando...

Llegó lo inevitable, tanto hablar de gin-tonics, que llegó el camarero con la carta. Hice amago de pedirme un patxarán, pero la autoritaria mirada de mi jefa me reconvino y estudié con detenimiento la carta. Ni puta idea. El cliente sentado a mi derecha, viéndome en apuros, me recomendó el más caro. Como no iba a pagar yo, acepté el consejo y se lo pedí al camarero. Ya en la mesa, lo probé y me resultó como aquellos primeros gin-tonics que tomaba cuando empecé a salir y no sabía qué pedir. Amargo como la hiel. Daba igual que tuviera esencia de romero, pimienta del Kilimanjaro y la ginebra más exclusiva, sabía a colonia. Dicen que la miel no está hecha para la boca del asno y yo debo ser el más burro entre los burros, pero bueno, tampoco podía quejarme. Al final le pillé el gusto y me dejé aconsejar por mi vecino de la derecha para una segunda ronda. A todo esto, ni rastro de ninguna de las tres elegidas. ¿Tan feo soy? ¿Acaso la foto que puse en mi perfil no era interesante? Supongo que entre tanto que elegir, otros tendrían más fortuna. Entre tanto, mi jefa me pidió que les relatara mi accidentado viaje de fin de año para ver la aurora boreal. Evidentemente me guardé el detalle de la mochilera sueca para no dar mala impresión ante mis superiores. En medio del relato, en concreto cuando comentaba el retorno a través de los aeropuertos más recónditos de Europa, el vibrador del móvil me avisaba. Había picado una, o eso al menos esperaba.

No me hice de rogar y me abalancé para saborear ese delicioso manjar (otra vez me pongo cursi, pero ya verán por qué) que tenía entre las piernas. Alguna vez leí, o me contaron (ya no me acuerdo), que la mejor manera de comer un coño es hacerlo como si te estuvieras comiendo un mango. Sí, sí, un mango, pero no un mango troceado, sino el mango entero. ¿No lo han probado nunca? Háganlo, es lo más parecido a comerse un coño, con efectos especiales y todo. Cuando me lo dijeron (o lo leí) me hizo gracia, pero una vez que lo probé, nunca ha faltado esa práctica en mi repertorio y con muy buenos resultados, según me han comentado. Y no es por presumir, pero soy un gran comedor de mangos (joder, qué mal suena). El caso es que me centré en comerle el mango, digo, el coño, a Marisa que profería toda clase de obscenidades por su boca, así como alaridos y gemidos por el accionar de mi lengua sobre su henchido clítoris. Otra cursilada.

Cuando terminé de contar la anécdota de mi viaje ante las risas y aplausos de los comensales, me excusé y me levanté para ir al baño para revisar el móvil. Alguien de nombre Marisa había accedido a entablar contacto conmigo y me había escrito: "¿Qué buscas?". Mientras meaba trataba de buscar las palabras que hicieran mantener el interés. Había perdido al menos cinco minutos desde que el móvil vibró, debía contestar ya, pero con cuidado porque podía cagarla. No debía ser ni demasiado cursi, ni demasiado lanzado. Terminé de mear, me lavé las manos, las sequé y envié el siguiente mensaje: "Sexo". Me arrepentí justo cuando le daba a enviar el mensaje, pero ni modo. Ya estaba hecho, sólo había que esperar, que la tal Marisa no se hubiera cansado de aguardar respuesta y que no le hubiera sonado grosero mi ofrecimiento. Lo que no esperaba es que me respondiera antes de salir del baño. "Yo también, ¿dónde estás?". Le envié un Google map (benditas aplicaciones!!!) señalando la ubicación. "Conchesumare, yo también!!!" fue su contestación. Di una mirada de reconocimiento a la sala para ver si era capaz de distinguir a mi posible ligue. Y en efecto, así era. Dos mesas detrás de la mía estaba ella, en lo que adiviné como una reunión de amigas. Lograr el contacto visual no fue difícil, pues ella estaba tratando de localizarme también. Cuando nuestras miradas se cruzaron, primero tuvo un gesto de sorpresa (debo decir que en la foto de perfil llevaba barba y esa noche me había afeitado), luego, me guiñó un ojo y me hizo un gesto lascivo con los labios, toda una declaración de intenciones de lo que vendría más adelante.

Debo confesar que el sabor de Marisa no se parecía en absoluta a tan dulce fruta. Era, digamos, un sabor a coño, aderezado, quizás, con ese regustillo amargo del látex de los tres condones que ya habíamos utilizado. Dos corrieron por cuenta del que escribe (que siempre optimista, lleva un par en la cartera), el tercero y los que siguieran, eran cortesía de la anfitriona. El sexo de Marisa es peludo. Una gran mata de vello negro y suave, como su cabello, que combina y realza su piel dorada. Debajo, dos labios carnosos y palpitantes bajo los cuales escondía una perpetua humedad que facilitó la inserción de mis dedos que iba introduciendo al compás de su movimiento de caderas. Cansado de estar en esa posición, le indiqué que se sentara sobre mi cabeza. Desde ahí tenía una mayor perspectiva y el radio de acción de mi lengua se ampliaba. Seguí con mis atenciones, mientras Marisa, ahora cabalgaba sobre mi cara elevando el volumen de sus gemidos. Gemidos que mutaron en gritos de placer cuando mi lengua comenzó a jugar con su ano.

Una vez en la mesa, sin sentarme, agarré la copa y de un sorbo acabé con su contenido. Me despedí educadamente de cada uno de los comensales aduciendo que se me había hecho tarde para agarrar el transporte público de regreso a casa, que al día siguiente tenía un compromiso y toda esa clase de excusas típicas que uno suelta en esas ocasiones. Agarré mi abrigo, crucé la sala y cuando estuve frente a Marisa le guiñé un ojo. Ella hizo el gesto de que me escribiría un mensaje dándome instrucciones, mensaje que llegó nada más salir a la calle. El contenido, una dirección y una indicación: "Dame 10 minutos". Ni idea de si Marisa utilizó la misma técnica que yo para abandonar a su grupo de amigas. Me dirigí a la dirección indicada que estaba a tres cuadras del restaurante. Me encendí un cigarrillo y me puse a esperar.

En pleno éxtasis, Marisa, extendió sus manos hacia atrás, me agarró la polla y me empezó a pajear. Para aquel entonces, había recuperado la fuerza y la dureza necesarias para otro round. Acto seguido, se dio la vuelta y comenzamos un delicioso 69. Según ella, esa era su especialidad. Sentía auténtica debilidad por las vergas y había adquirido una magistral habilidad en ese menester. La presión adecuada, bien ensálivado. Su lengua parecía una culebra recorriendo toda la extensión de mi polla. Se ayudaba de su mano llegándome a provocar las sensaciones indescriptibles que horas antes había experimentado en el portal de su casa poco después de encontrarnos. Mientras tanto, ahí seguía yo correspondiendo a su sexo encharcado. Mis manos sujetaban sus nalgas y mi dedo índice se entretenía en los alrededores de su esfinter. Marisa, anticipándose a mis intenciones me gritó "Métemela ya, cabrón!!!"

Fueron veinte minutos los que tuve que esperar, pero mereció la pena la espera. Marisa apareció al final de la calle con su abrigo de paño color camel. Debajo, un vestido liso de color azul celeste hasta media pierna, medias de encaje y botas marrones de caña media. Marisa no es muy alta y está delgada, sin embargo, tiene unas buenas curvas, destacando su "trasero paradito", como diría ella. Por su aspecto, podría decirse que es la típica latina, morena, piel trigueña, labios sensuales y abundantes pómulos. Si no fuera porque tiene un toque sofisticado, me recuerda bastante a mi ex (lo sé, no debería pensar en ella). Permanecí quieto mientras ella se acercaba con una sonrisa pícara. No sabía cómo debía saludarla, si con dos besos en la mejilla o ir directamente al grano. Total, la proposición había sido bastante explícita, así que no había nada que temer. No tuve que hacer nada porque nada más llegar a mi altura, me agarró de las solapas de mi abrigo, me empotró contra la pared y comenzó a besarme como si la vida le fuera en ello. Le agarré la cara con mis manos y ella rechazó el gesto y las llevó hasta su trasero. Era excitante ver cómo esa mujer dominaba la situación. Sabía lo que quería e iba a buscarlo. Mientras me comía la boca llevó su mano derecha hacia mi paquete y empezó a sobarlo por encima del pantalón. "Qué rica la tienes, papi". No iba a ser yo menos y llevé mi mano debajo de su vestido. Marisa me paró en seco, agarró mi mano invasora y me llevó dentro del portal. 

No hizo falta lubricante, aquello entraba por sí solo. Desde atrás y en la posición de perrito comencé a bombearla suave al principio y más duro después. Eran las 8 de la mañana, el sol comenzaba a salir. Me había pasado la noche follando con una perfecta desconocida que había conocido a través de una aplicación de mi teléfono móvil. La mano de Marisa se apoyó en mi cadera y me comenzó a tirar dándome a entender cuál era la cadencia que deseaba. Cuando ya no pude más y le anuncié la inminencia de mi corrida, ella comenzó a empujar haciendo sonar sus nalgas buscando su propio orgasmo que tampoco tardó en llegar entre sus roncos gritos de placer (a esas alturas ya estaba afónica). Ambos caímos derrumbados sobre la cama y permanecimos ahí recobrando la respiración. Realmente, cuando me preguntó que qué se me antojaba, sin duda era todo aquello que había pasado esa noche. Dicen que la tecnología está pensada para hacer la vida más fácil a las personas. Sin duda, había cumplido su objetivo esa noche. Benditas aplicaciones.

2 comentarios:

  1. hay amigo que decir...primero dar el dato de la App jaja, segundo gran relato...como siempre me superas...y el sexo con una desconocida y con tan buena química no tiene precio....

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  2. La App es Tinder. Gracias por los cumplidos. La admiración es mutua. Un abrazo!!

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