martes, 24 de septiembre de 2013

La chica del balcón

Lunes, vuelta a la oficina, miles de emails por contestar. Tengo pereza, estoy cansado del fin de semana y me ha costado levantarme. Transito por las páginas de los diarios en ésa, mi tendencia por la procrastinación que hace que deje para el martes, lo que debería hacer el lunes. No tengo problemas con ello. Mis jefes saben que al final de la semana, todo el trabajo estará realizado. Es algo que tengo que cambiar, lo sé, pero gasto muchas energías durante el fin de semana. Me llega un whatsApp: "Estoy por la zona, ¿tomamos un café?" Y hasta me daría un paseo, pero tengo que trabajar o hacer como que trabajo. No obstante, no estoy haciendo nada y quizás un café me despierte. Contesto el mensaje y voy cerrando el ordenador. "Bajo a tomar un café, enseguida vuelvo".

Me encuentro con R., antiguo amigo de los tiempos en que estudiábamos en la universidad y proyectábamos cómo dominarlos a todos. Conspiraciones de salón que nos entretenían y nos siguen entreteniendo. Nunca llegaremos a nada, lo sabemos, pero no perdemos la ocasión para soñar despiertos, cambiarlo todo tomando café, cerveza o cualquier bebedizo. La mañana es soleada, es una temperatura ideal para tomar el desayuno en una terraza. Café con leche y porras, por mi parte. Café solo, zumo de naranja y una barrita de pan tostado con tomate y aceite, para R. Le pregunto por su trabajo y me cuenta que las cosas están mal, que no le van a renovar, que a partir de año nuevo estará en el paro. Conozco esa situación, pienso en todo el tiempo en que he estado desempleado. Le animo, le digo que no se preocupe y que vea la situación como una oportunidad. Es la misma terapia a la que me sometieron cuando estaba parado. Me doy cuenta, no quiero hundirlo más y cambio de tema. Los resultados de las elecciones alemanas parece un tema con el que calmar la ansiedad. R. comienza con su análisis pormenorizado y sinceramente, tampoco estoy con la cabeza muy allá. Le escucho, asiento con la cabeza, miro a los edificios, a los balcones y de repente... ¡zas! veo que alguien sale al balcón de una casa, es una mujer, pero hay algo raro, no veo ropa. Me doy cuenta de ello porque sus pechos están descubiertos, y al girarse sobre sí misma veo un precioso y bien torneado trasero al aire. "Mira, una tía en pelotas" - digo a R. mientras me explica la consolidación de mayorías en el Bundestag. Sigue a lo suyo, que si el SPD podría formar coalición con los Verdes y Die Linke, que si Steinbrück ha dicho no sé qué. Yo sigo a lo mío, la chica del balcón. Parece que está hablando por el móvil. No sé si se ha dado cuenta de que está desnuda y que la pueden ver, como yo, desde la calle. Tampoco creo que le importe mucho, la verdad. La sigo mirando como conversa despreocupadamente por el móvil...

Y no sé por qué me sorprende ver a una mujer desnuda. No sé por qué me genera esos sentimientos. La desnudez es lo natural y todo lo demás son tonterías que nos hemos marcado los seres humanos a lo largo de la historia. Quizás este desnudo sea poco habitual, quizás esté descontextualizado. Pero me sorprende, me excita, me calienta sobremanera. Mi mente no atiende a los escaños, las coaliciones ni a las mayorías cualificadas que me refiere R. en su exposición. Mi mente está en otros lugares, en la anatomía dulce y delicada de esa preciosidad que asoma desde el balcón y que acaba de encenderse un pitillo. En sus pechos pequeños pero bien puestos, en esas piernas divinas, en su sexo que adivino ligeramente depilado. Son las 11 de la mañana de un lunes, y ella sale al balcón desnuda. Pienso que acaba de despertar, que con la legaña aún en los ojos se está preparando café. Que está acompañada, que hay alguien también desnudo en su cama y que ese alguien soy yo. Imagino que acabamos de follar. No hay forma mejor de comenzar la semana que con un polvo mañanero. En realidad, no hay forma mejor de despertar.

R. me habla de la ley fundamental de Bonn, del pacto federal. De un momento a otro ha cambiado el escenario y me habla del Estado de las Autonomías, del derecho a decidir... yo sigo mirándola mojando la porra en el café. Pura semiótica. Vuelve a coger el teléfono, habla de nuevo, otea el horizonte y cruzamos miradas. Creo que la he cagado, miro para otro lado. El espectáculo ha terminado. R. sigue a lo suyo y habla de la salud del monarca y de que no existe una ley orgánica sobre la Corona. Intento retomar el hilo de la conversación, pero mi mente está en otro sitio. Vuelvo a dirigir mis ojos hacia el balcón y allí continúa, mirándome. Creo que me ha guiñado un ojo o eso es lo que me gustaría a mí. De repente, abre la puerta y se mete en el interior de la casa. Ahora sí que ha terminado la sesión. R. también ha terminado su desayuno y se despide de mí. "¿Te pasa algo? Te noté algo distraído" - me pregunta R. Pienso, el distraído es él que se ha perdido la deliciosa visión de la chica del balcón. Nos levantamos de las sillas y nos damos un abrazo, quedando para otro desayuno. El tira para un lado de la calle y yo voy hacia el otro. Vuelvo a mirar hacia el balcón. Allí sigue, desnuda, la chica del balcón. En sus manos, una tablet y en la pantalla, a modo de marquesina el siguiente mensaje: "¿Quieres tomarte el aperitivo conmigo? 2º D."

Son las 11:30, quizás sea un poco pronto para el aperitivo. Sé que debería ir a la oficina y tal, pero ¡qué demonios!, a quién quiero engañar. No voy a dar ni clavo. Es lunes y no tengo el cuerpo para contestar los emails. Además, sería descortés si rechazara la invitación, ¿no creeis? Subo.

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