viernes, 13 de junio de 2014

Janneth

Otra vez la vida ha dado un giro inesperado. Mi empresa me ha transferido a un nuevo puesto muy lejos de mi país. Esto no sólo supuso el final de mi relación con Marisa, sino también con Raquel. Las relaciones a distancia no son mi fuerte y la mejor solución fue cortar. Afortunadamente no hubo ningún drama. Las relaciones adultas siempre funcionan si hay sinceridad y, honestamente, conociéndome, no había posibilidad de que fuera fiel. Reconozco que hubo cierto enganche, más con Marisa que con Raquel, a quien acababa de conocer. Sin embargo, Esther me había encantado, por su dulzura, por su sentido del humor y por su apertura a descubrir nuevas cosas. Ambas conocían de la existencia de la otra, y sabían que tenía sexo con las dos. Ellas lo aceptaban como parte del juego y aunque en alguna ocasión pude sentir los celos de Marisa por Raquel, habían aceptado que me tendrían que compartir. Marisa tenía su marido y siempre tuve presente que también cogía con él. Raquel, por el contrario, tenía sus amigos y amigas íntimos y a veces desaparecía. Luego me contaba con todo lujo de detalles qué acontecía en esas escapadas. Una vez tuvimos la ocasión de pasar una larga y deliciosa velada con una de sus amigas, pero eso lo contaré otro día.

Entrando en materia y nuevo en la ciudad, tenía que encontrar lugar para vivir. Puse un aviso en el tablón de anuncios de la oficina y no tardé en recibir respuesta. Janneth, una compañera del trabajo me dijo que ella rentaba una habitación en su casa y que me pasara para verla cuando quisiera. Cómo andaba ocupado arreglando los detalles de mi nueva posición, no fue sino hasta el día siguiente cuando fui a conocer su casa. La zona, no tenía buena pinta, aunque habría tiempo de buscar otra cosa más apropiada más adelante. Lo que quería era tener un sitio para dormir, dejar allí las maletas y no tener que seguir en ese hotel cochambroso en el que me habían hospedado. Llegué a la casa, digo, y llamé a la puerta. Aparentemente no había nadie, y cuando dejé de insistir, alguien desde la ventana me dijo que ya abría. Era Janneth, quien debía haber estado duchándose y salió a recibirme en camisón. Un camisón que no dejaba mucho a la imaginación y que miraras por donde lo miraras, dejaba adivinar todas sus curvas.

Uno no es de piedra, y probablemente hubiera llegado a mayores si no hubiera sido porque iba acompañado de otro compañero. Janneth me enseñó la habitación donde dormiría. Estaba limpia y tenía buen aspecto. El inconveniente era que no tenía puerta por lo que no tendría intimidad. Ella me dijo que no habría ningún inconveniente para poner una cortina en lo que compraba una puerta. También me dijo que probablemente agradecería que no hubiera puerta debido al tórrido calor que había en el lugar. Y eso era verdad, desde que llegué no he parado de sudar. Otro de los puntos que también me llamaron la atención es que la puerta contigua a la de mi cuarto pertenecía a la habitación de Janneth y que tampoco contaba con puerta. Si esta mujer acostumbraba a pasearse por la casa de esa manera, íbamos a tener un problema. Bueno, un problema no, pero sí que podría resultar incómodo. Además estaba todo el tema de que éramos compañeros de trabajo y por experiencias anteriores, prefería no arriesgarme. Una vez vista la casa, le agradecí, me despedí y me fui con el otro compañero a buscar otro lugar donde establecerme.

La mala fortuna hizo que las mejores casas estuvieran ya ocupadas, y las que quedaban libres es mejor no hacer ningún tipo de comentario. El lugar tampoco era tan grande y lo mejor era esperar a que alguna de esas casas se desocupara. El hotel seguía siendo un lugar cochambroso, poco cómodo y no me gustaba nada. La mejor opción era ocupar la habitación de Janneth durante un tiempo hasta encontrar algo mejor. Tendría que ser bueno y no hacer de las mías, cosa difícil porque Janneth estaba de pecado mortal. Aún así, puse todo de mi para que la convivencia fuera la más adecuada. Una vez instalado en casa de Janneth, coloqué una persiana en la puerta para que hubiera un poco de privacidad. Ella me decía que no era necesario y que no tenía por qué ponerla, pero yo insistí en que lo hacía para que ella se sintiera más cómoda.

Llegó la noche y llegué a la casa un poco tarde. Janneth, vestía el mismo camisón transparente que había llevado la vez anterior, sólo que con una particularidad. En esta ocasión no llevaba ropa interior. Ella estaba viendo la televisión en la sala y yo, tras el saludo, le dije que me acostaría. Subí al piso de arriba, me desvestí y me preparé una ducha. Hacía mucho calor y había sudado durante todo el día. Una ducha refrescante era lo que mejor me venía. Mientras me duchaba, no pude evitar empalmarme. La visión de Janneth en camisón y sin ropa interior, me había excitado. Me costó un poco evitar masturbarme, sin embargo, lo conseguí con no poco esfuerzo. Una vez duchado y vestido con unos boxers, me fui a la cama. Era tarde y tenía sueño. Janneth seguía viendo la televisión abajo. Creo que era una película, y debía ser erótica pues no paraban de oírse gemidos y jadeos. No me lo iba a poner fácil mi compañera de trabajo, no.

A pesar de las dificultades, conseguí dormir. Estaba realmente cansado por lo que no me costó mucho conciliar el sueño. No debían haber pasado ni un par de horas cuando siento una mano que me acaricia la espalda. Me sobresalté y desperté de inmediato. Podría ser un animal que se hubiera colado en la casa o un ladrón. Claro que un animal o un ladrón tampoco te acarician de esa manera. Me di la vuelta y pude comprobar que era Janneth quien se había subido a la cama y estaba acariciándome de esa manera. "Buenas noches, papito. Vine a comprobar que dormía usted bien y a arroparlo no sea que se me resfríe" - dijo Janneth. Con el calor que hacía no era necesario que me arropara, y comprobar que dormía bien lo podría haber hecho desde la puerta escuchando mis ronquidos. Además tampoco era necesario que se quitara toda la ropa, en este caso ese camisón transparente, para hacer todo aquello que pretendía. Había algo más, estaba claro. Y aunque personalmente quería evitar ese tipo de situaciones, al menos tan pronto; llevé mi mano hasta su cadera y comencé a besarla.

Sus manos siguieron acariciándome, mientras yo hacía lo propio en su recién descubierta anatomía desnuda. Nuestras lenguas se juntaban y Janneth se subió encima de mí. "Papito, usted me gustó desde la primera vez que lo vi entrar en la oficina...". - exclamó Janneth restregándose sobre mi polla únicamente cubierta por mis boxers. "... así, tan grande, tan atractivo, tan blanquito, se ve bien simpático...". Agarraba con mis manos los pechos de Janneth. Sus pezones eran largos y oscuros como buena mujer de su tierra. Quería mamárselos, pero Janneth no me dejaba. Seguía moviéndose sobre mí. "... desde que lo vi, me dije, este man debe culiar rico...". Janneth se incorporó y me arrancó el boxer húmedo por sus flujos, de un tirón. Mi polla salió disparada como un resorte y Janneth la tomó con sus dos manos muy fuerte. "A partir de ahora, esta vergotota me pertenece. Sólo culiará conmigo, ¿entiende? Como le vea vacilando con alguna pelada, se la arranco...". Janneth apretó más, si cabe, mi polla. "Dígame, papito, ¿a quién pertenece esta vergota?". Me la estaba apretando bien fuerte y no pude sino asentir, no me la fuera a arrancar. "Así me gusta, papito, que me obedezca. A partir de ahorita, a nadie se va a coger salvo a mí". Acto seguido se metió mi verga en su boca y comenzó a mamarla como una posesa. "¿De quién es esta cosota rica, dígame?" repetía Janneth a intervalos, cuando no tenía su boca ocupada. La chupaba de maravilla, atendiendo a la cabeza, el tronco y los testículos con una técnica depurada.

Cuando tuvo suficiente, se subió a horcajadas sobre mi abdomen y comenzó a cabalgarme, moviendo para adelante y para atrás sus caderas, con movimientos circulares. "Qué verga tiene papito, qué rico, me está matando..." - los gritos de la compañera eran cada vez más fuertes. Me incorporé para chuparle esas deliciosas tetas y follármela sentado. Un sonoro tortazo me impactó en la cara. Pero, qué demonios le pasaba a esta tipa. "¿Quién le ha ordenado que se pare? Usted va a hacer lo que yo le diga..." Un segundo tortazo casi me volvió a alcanzar la cara. Agarré a Janneth de las muñecas y le pregunté si estaba loca. Janneth trataba de hacer fuerza para zafarse de mí, lo cual era una operación fallida para ella ya que la doblaba en fuerza y en tamaño. Empezó a darme patadas. Estaba loca, fuera de sí. "Cabrón, suéltame", gritaba. Le hice una llave de judo y le sujeté las manos detrás de la espalda con una sola de mis manos. A veces me preguntaba por qué me apunté a judo, ahora tenía una aplicación práctica. Seguía gritando y aquello podría alertar a los vecinos, tenía que callarle la boca como fuera. Llevé la otra mano a su boca y se la tapé. Me mordió y me hizo mucho daño. Le di un manotazo en la cara. La otra no paraba de decir improperios y a decirme que no era hombre. No sé cómo pudo cambiar de opinión en pocos momentos. La tipa estaba como una regadera, estaba claro. La situación me estaba excitando bastante y seguía bien duro. "Hijueputa, no tienes lo que hay que tener" - dijo Janneth.

Podría haber hecho lo que hubiera querido. De hecho eso era lo que estaba buscando ella, imagino. No me hizo mucha gracia la situación y aunque estaba bien excitado, hay cosas por las que no paso. Una de ellas es la violencia, y aunque soy partidario de que entre adultos se puede llegar a cualquier tipo de acuerdo, a mí no me estaba gustando el cariz que estaba tomando la situación. No tenía ninguna gracia, insisto. Lo que tampoco me gustaba es que ella parecía estar un poco, o bastante loca. Ni fueron formas cuando me enseñó su casa, ni las fueron cuando me mudé. Quizás me moví por el morbo, o por lo fácil. Tengo ese defecto, lo sé. Me gusta meterme en los sitios difíciles cuando veo el peligro de antemano.Y la situación era bastante morbosa, quería saber hasta donde podía llegar, y a fe mía que las cosas se salieron de madre. Solté a Janneth, agarré mi ropa y mis maletas y me fui de la casa. La muy loca me persiguió cuchillo en mano amenazándome de muerte. Afortunadamente una patrulla de policía andaba en la calle a esas horas, vio todo el panorama y acudió a asistirme. La tipa ya era reincidente, por eso la metieron en el calabozo. En la comisaría me enteré que era divorciada, que tenía varios hijos y que el ex-marido vivía en la misma ciudad. El divorcio fue traumático, una cosa fea. Al parecer se le cruzaban los cables y tenía ese tipo de reacciones y ya habían sido varios los que habían presentado el parte de lesiones con la respectiva denuncia. Incautos, que como yo, habían sido seducidos por los cantos de sirena. Mal comienzo había tenido en este nuevo país, en esta nueva ciudad. Una malísima experiencia, diría yo. Está claro que no se puede pensar siempre con la polla.

1 comentario:

  1. {Jaja hay que mujer más loca y ese acento de ella me suena como a Colombia o Centroamérica, jaja...bueno amigo aveces por ir por lo fácil salimos trasquilados...saludos y gran historia hasta que se volvió loca la tipa jaja

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