jueves, 11 de octubre de 2012

Extrema

El otro día me crucé contigo en la calle. Ibas con alguien agarrada de la mano. No quise molestarte. Te veía contenta, despreocupada. Vestías una falda negra hasta la altura de las rodillas y una camisola que mostraba tu generoso busto. Tan sexy, tan preciosa, como cuando te conocí. Cuando llegué a mi casa, no pude evitar masturbarme pensando en nuestro encuentro hace 3 años.

Fue algo casual, excitante, algo salvaje. Fue en aquella fiesta en la institución en la que trabajabas, a la que acudí invitado por unos amigos, compañeros tuyos, que querían animarme tras una ruptura sentimental. Mi estado de ánimo no era el adecuado, pero igualmente acudí. Cuando llegamos, nos presentaron. Debo reconocer que me gustó la forma en que me miraste, muy pícara, desafiante. También reconoceré que me fijé demasiado en tus dos enormes pechos enmarcados en ese sugerente escote. Me sonreíste y me guiñaste un ojo. Me dijeron que eras la encargada de servicios generales de aquella institución y que habías conseguido ese puesto porque te tiraste al jefe de personal. Se comentaba que también habías tenido alguna aventura con algunos empleados del lugar y que eras bastante liberal. Tampoco hice caso a las habladurías, apenas te acaba de conocer y tampoco me gusta juzgar a las personas sin conocerlas. Me llamó la atención, eso sí, lo divertida y animada que estabas. Supuse que ya tenías unas cuantas copas encima. 

Mis amigos me sirvieron una copa y me puse a hablar con ellos, de mi ruptura, de cómo me encontraba, de mis proyectos, de los suyos. De vez en cuando echaba la mirada para ver si te veía. Cruzamos la mirada en un par de ocasiones. Alguien propuso poner algo de música. Tú eras la encargada de ponerla, pero no sabías como poner en funcionamiento aquello. Yo me presté a echarte una mano. Un par de toques por un lado, y colocando los cables en sus respectivas clavijas y ya teníamos montada una estupenda discoteca en aquel jardín interior de ese edificio antiguo. Las canciones que elegiste eran clásicos del pop rock de los ochenta conformes con tu edad, diez años mayor que yo. Una vez instalado, regresé con mis amigos que me advertían de que ya me habías echado el ojo, que eras demasiada mujer para mí, que andara con cuidado. Seguíamos bebiendo y picoteando los snacks que habían preparado en una mesa. Volví a girar la cabeza, buscándote. Estabas hablando con unas amigas y fumándote un cigarrillo. Encontré la excusa para acercarme a ti y te pregunté si me regalabas uno. "Todos los que quieras, cariño", contestaste, Te encendiste otro y me lo diste a mí. Curiosa manera de insinuarte. Yo te pregunté si querías un trago y me dijiste que te apetecía tomar un destornillador. Al principio no supe que era, pero luego recordé que era vodka con naranja, fui a la mesa, agarré un vaso de tubo, eché tres hielos y serví el vodka. Como no había zumo de naranja, serví Fanta y te lo llevé. Me dijiste que me veías triste y yo te conté que no estaba en mi mejor momento. "Tranquilo, relájate y disfruta de la fiesta", me dijiste. Trataba de mirarte a los ojos, pero estos se me perdían en tu canalillo descaradamente. Me dijiste que las chicas querían bailar y que si yo sabía. No me considero un gran bailarín, pero con el tiempo y mi estancia en América Latina, había aprendido algunas cositas. Te dije que sí, que pusiéramos algo de salsa. Esa idea te entusiasmó y gristaste a las chicas: "Aquí hay un hombre que sabe bailar". Como no sabías qué música poner, te dije que tenía un playlist en youtube con ritmos latinos, salsa, merengue, bachata, reggaeton. Puse el playlist e improvisamos una pista de baile en aquel lugar. En principio bailábamos tú y yo, luego se fueron animando las chicas y algún que otro chico. Sonaba la canción de Marc Anthony, "Tu amor me hace bien" y te diste cuenta de que no era un tronco. Te agarraba de la cintura y te daba la vuelta como una peonza. Una de tus compañeras te dijo que podrías compartirme con ellas. Me miraste a los ojos con aprobación y comencé a bailar con la otra chica otra salsa, mientras tú seguías bailando con las demás mujeres y algún que otro atrevido caballero. Llegó el turno del reggaeton y el perreo. Mientras bailaba con tu compañera, te acercaste por detrás y me pusiste tus manos en la cintura imitando mis movimientos. Sentía tus pechos en mi espalda y me giré, te agarré de la cadera y comencé a bajar y luego a subir, tu imitaste el movimiento mientras tu compañera también seguía los míos. El roce hizo su efecto y despertó en mi una potente erección. Te puse de espaldas frente a mí, colocando mi verga sobre tu falda. Me dijiste que me notabas bien excitado y de forma discreta llevaste tu mano hacia mi polla y me la agarraste al tiempo que nos contoneábamos. Otra compañera también quiso bailar conmigo e hice lo propio.

Tras varios cambios de pareja, necesitaba un respiro y tomar alguna copa, ya que me estaba muriendo de sed. Fui a la barra y me serví mi copa de bourbon con coca-cola. Mis amigos se acercaron y me dijeron que esta noche había triunfado. Yo negaba la evidencia, pero era evidente que me había convertido en el rey de la fiesta, por un momento. Las chicas seguían bailando y reclamando mi presencia en la pista. Sonaba una bachata y copa en mano, enseñé los pasos básicos a cada una de las chicas. Te busqué con la vista y te vi que estabas fumando otro cigarrillo. Me fui en tu búsqueda y me ofreciste otro de la misma manera que el primero. Me excita mucho cuando una mujer me enciende el cigarrillo y me lo da. Creo que sabías eso y lo utilizaste para seducirme. Por supuesto que me dejaba hacer. Me encantó tu atrevimiento durante el baile y me dijiste algo que me erizó la piel. "No sé quién te tiene triste, pero desde luego esta noche te voy a hacer feliz". Uno de mis amigos, vino a por mí. Me dijo que no me convenías, que eras una devora hombres y que yo estaba muy débil para eso.

Volví donde los hombres y dejé el baile. Aquello me había despertado el hambre y me serví unos cuantos canapés que iba comiendo mientras hablaba con mis amigos. Seguimos con el juego de las miradas y vi como te mordías los labios al tiempo que me guiñabas un ojo. La velada continuó hasta la 1, hora en que debían cerrar el edificio. Ayudé a recoger y cuando terminamos, mis amigos me indicaron que nos fuéramos a otro sitio. Ellos salieron primero, pero yo me quedé para despedirme de ti. Te di dos besos y te dije que me había gustado conocerte. Tu me dijiste que a ver si coincidíamos otra vez. Volví a darte otro beso en la mejilla y el segundo, te lo di en los labios, sin que nadie se diera cuenta. Te pregunté al oído que qué ibas a hacer después. Sonreíste y me dijiste al oído: "En una hora, en tal sitio". Asentí, te abracé y volví a besarte en la boca discretamente.

Mis amigos, que esperaban en la puerta, me invitaron a ir a una discoteca. Les dije que me encontraba cansado y que me iba para casa, que no quería aburrirles. Se quejaron pero comprendieron que no tuviera ganas de marcha y me dejaron solo. Tomé un taxi y me dirigí al sitio convenido. Para hacer tiempo, me metí en un bar y me tomé otra copa, y compré tabaco. A la hora propuesta, salí y te encontré esperándome. Me recibiste con un beso en la boca y me propusiste que nos fuéramos a tu casa. No estaba lejos, así que fuimos andando, agarrados de la mano, besándonos a cada esquina. En una de esas me preguntaste que si no eras demasiado mayor para mí. Puse un dedo en tus labios para que no dijeras nada más. Agarraste mi mano y comenzaste a lamer mi dedo, a chuparlo como si fuera una verga. Te agarré de la cintura y te apoyé en la pared de aquel oscuro callejón, besándote, restregándome sobre ti, tocándote las tetas por encima de la ropa. Tu me agarrabas el culo, besabas mi cuello y mordías mis orejas. Me decías que estabas muy húmeda, que me ibas a dejar seco. Te hubiera follado en aquel mismo sitio.

Llegamos a tu casa bien arrechos, ávidos de sexo. Me tiraste contra el sofá y te subiste a horcajadas sobre mí. Te gusta llevar el control. Me desabotonaste la camisa mientras me besabas, lamías y chupabas. Me ahorraste el trabajo de quitarte la camisola y dejaste al descubierto tus dos enormes pechos que mis manos no eran capaces de abarcar. Escupiste en mis pezones y comenzaste a lamerlos con desenfreno mientras trataba de desabrochar el zipper de tu falda. Golpeaste mis manos, no querías que te desnudara, pues de eso ya te encargabas tú. Seguías lamiéndome cada vez más abajo, te arrodillaste mientras te ibas deshaciendo de la falda. Al llegar a mi pantalón agarraste mi polla por encima de la tela, acercaste tu boca y me diste un mordisco. Te di una bofetada, me habías hecho daño. Me miraste con furia y me dijiste: "Hijo de puta, pégame otra vez". Me quedé en blanco, jamás había golpeado a una mujer y tú me pedías que te diera otra bofetada. Me volviste a morder, ahora más suave y me ordenaste que te volviera a sacudir. Lo hice otra vez, procurando no lastimarte. Me pedías que te diera más fuerte. Abrí la palma de mi mano y te crucé la cara de nuevo. Me agarraste de la polla y me hiciste levantar. Me bajaste los pantalones y me golpeaste la cara. Te agarré y te empujé contra el sofá quedando de espaldas frente a mí. Te rasgué los calzones y te la metí de una vez por tu húmedo coño. Comencé un bombeo frenético al tiempo que tú proferías gritos y maldiciones. Golpeé tus nalgas hasta dejarlas enrojecidas. Me pedías que te la clavara más adentro. Agarré tu boca y te dije que te callaras. Eso te puso más cachonda. Lo sentía porque tus movimientos se aceleraban y tus gritos eran cada vez más fuertes. Te viniste en un fuerte y prolongado orgasmo y caíste reventada en el sofá. Te la saqué de tu coño chorreante y me masturbé hasta que solté chorros de mi leche sobre tu rostro y el sofá.

Me senté a tu lado y comencé a acariciarte tu espalda. Te quedaste profundamente dormida. Te tomé en mis brazos, te llevé hasta tu habitación y te dejé durmiendo en tu cama. Agarré mi ropa, me vestí y salí de tu casa con una sensación extraña. Nunca había golpeado a nadie y nunca hasta ese momento había sentido excitación de esa manera, tan salvaje, tan animal, tan extrema. Tardé tiempo en asimilarlo. No todo el mundo entiende el sexo de la misma manera. Algunas personas les gusta más suave y otras lo prefieren más duro. Condeno la violencia en todas sus manifestaciones, pero lo que surja del acuerdo entre adultos y siempre y cuando el daño proferido no sea grande, me parece totalmente lícito. Aquella experiencia fue muy excitante y siempre la recordaré. Nunca más volví a verte, ni tampoco hice esfuerzo por volverte a encontrar. Hoy te vi y me hiciste recordar esos momentos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hoja de reclamaciones