miércoles, 4 de julio de 2012

Que por qué me llaman el Sultán...

Quizás Sherezade tenga la culpa. Tras unas mil y una noches contándome cuentos para evitar que la ejecutara, se quedó sin voz y tuve que empezar a contarle yo mis cuentos para no perder la costumbre. La gran mayoría son verdad, los otros puras fantasías, pero Sherezade dejó de llamarme por mi nombre impronunciable y comenzó a llamarme el Sultán. Esa es la verdadera historia de cómo adquirí el sultanato y la condición de Sultán en su cama.

Conocí a Sherezade en los tiempos de la facultad. Por aquel entonces no era la clase de persona que soy ahora, ni tampoco tenía la experiencia que tengo. Si hubiera sabido tanto como sé ahora, quizás hubieran sido más las mujeres que hubiera conocido. Pero no me arrepiento. Todo desarrollo personal se basa en la experiencia e inevitablemente hay que pasar por diferentes caminos para llegar al punto en el que uno se encuentra en este momento. Lamentar las ocasiones perdidas, no es tan grave si al menos lo habías intentado. Yo era de eso que lo intentaba por todos los medios, pero fracasaba porque no encontraba a la persona adecuada o porque no sabía rematar la faena, tal vez por bisoñez o porque no era consciente de mis posibilidades.

Con el tiempo, y eso se lo debo a Sherezade, fui desarrollando en mi, ciertas habilidades que jamás pensé que podría tener. El joven impaciente y tímido fue desapareciendo a través del camino que me fue mostrando Sherezade.

La conocí un día que estaba en la cafetería y por culpa de mi torpeza le tiré el café que recién había pedido. De inmediato pedí disculpas y me ofrecí en pagarle una nueva consumición. Aceptó y me dio las gracias. Yo me fui para el cubículo que tenían reservado para los fumadores y ella me siguió. Se me presentó y me preguntó mi nombre. A Sherezade le costaba pronunciar mi nombre. Era gracioso verla tratar de imitarme en la pronunciación de mi nombre. Después me preguntó de dónde venía y yo le dije mi procedencia. Con un guiño, me respondió que a ella lo que más le gustaba era hacer turismo. Lo que no me quedó claro es que si quería venir a conocer de dónde venía yo, o quizás quería conocerme más a fondo.

Volvimos a coincidir en la cafetería una vez más y en esta ocasión ella tenía una propuesta. Quería que fuera con ella a una fiesta solidaria al día siguiente. Habría comida, bebida, actuaciones y era por una buena causa. Fue decirle que sí y se abalanzó sobre mí para darme un beso en la mejilla.

Era viernes y el plan pintaba bien. Una chica me había invitado a salir y era una cosa nueva para mí, que hasta entonces había sido rechazado por cientos y cientos de mujeres. Sherezade tenía la virtud de hacerte sonreír. En cuanto a su físico, era bajita, con curvas y destacaban sus ojos marrones y una larga melena rizada. Cuando llegué al punto de encuentro, me sorprendió la forma en que iba vestida. Una falda larga al estilo hippie y una camiseta blanca de tirantes que podría ser un par de tallas más pequeña que la suya y que hacían destacar sus enormes pechos oprimidos por un sujetador negro. Yo en cambio me decidí por unos clásicos vaqueros gastados y una camisa de cuello Mao a rayas.

1 comentario:

  1. Ahora siento yo una enorme curiosidad por aprender a pronunciar tu nombre.

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