Buscando por la red encontré este blog de Preciosas Edecanes donde pueden observar a estas hermosas mujeres que se dedican a promocionar productos exhibiendo sus preciosos cuerpos. Allá donde vivía, hace un tiempo, era bastante frecuente encontrar a estas deliciosas mujeres. Ellas ponen rostro y color a las diversas marcas que las contratan para anunciarse. Los vestidos suelen ser minúsculos y muy ajustados, destacando las curvas de las estupendas mujeres que los visten. El reclamo, evidentemente, son los cuerpos de las chicas. Para algunos, esto no es más que el reflejo de una sociedad machista que rebaja y degrada a la categoría de objeto a la mujer. Sin quitarle razón a esa afirmación, también estamos los que creemos que es un trabajo como otro cualquiera y que detrás de esa apariencia despampanante hay una persona con su propia historia, con sentimientos, y con muchas cosas que ofrecer a parte de lo evidente. En mi trayectoria por lejanas tierras, pude conocer a muchas de estas muchachas y debo decir que había de todo. Desde la chica que se lo tenía creído y que utilizaba sus encantos para conseguir todo lo que se proponían, hasta las mujeres más dulces que uno se pueda imaginar y que hacían su trabajo con dignidad. Son precisamente estas chicas con las que me quedo, las que han ocupado muchas de mis fantasías y con alguna he compartido otras muchas más cosas. De hecho, hace tiempo escribí acerca de una experiencia con una de ellas, en la playa.
Al ver a las preciosas edecanes, me llegaron recuerdos de unos años antes, cuando vivía y trabajaba en otro país. Recuerdo aquella primera vez, en una discoteca, que una de éstas se acercó a mí ofreciéndome un trago de una conocida marca de ron del lugar. Me llamó la atención, era una preciosidad, simpática, alegre, divertida. Sí, por un momento pensé que yo le gustaba, pero indudablemente estaba haciendo su trabajo. Tiempo más tarde, volví a coincidir con ella en un centro comercial. En ese momento estaba promocionando una conocida empresa de telefonía móvil. Reconozco que primero me fijé en ella por el generoso escote que lucía, aunque también me acordaba de ella de la discoteca. "Sos la chica del ron", le dije. Ella se sonrió y asintió. "Sos bien bonita", añadí. Me dio las gracias por el cumplido y acto seguido me empezó a hablar de las ventajas de la compañía y que si me cambiaba con ellos, me regalaban un teléfono celular de última generación.
Coincidí con ella en varios lugares más, generalmente discotecas y centros comerciales. Ya nos conocíamos, incluso me aprendí su nombre y aprovechaba la ocasión para saludarla cuando la veía. El conocernos también hizo que me ganara buenas promociones y en alguna ocasión me invitaba a los tragos de la marca que anunciaba. Tiempo después, una Semana Santa, fui con algunos amigos a una ciudad de la costa donde se organizaba un concierto de música electrónica. El país es pequeño y es habitual que las edecanes de la capital, lugar donde vivía, se trasladen a los pueblos cuando hay un evento para anunciar a los patrocinadores del mismo. La marca de ron, principal empresa del país, patrocinaba el concierto de un famoso dj internacional, y allí estaba mi amiga trabajando. Se había convertido en una edecán muy cotizada ya que había protagonizado un comercial de la dichosa empresa de telefonía móvil. Durante el concierto ofrecía copas de las distintas etiquetas de la marca a los que estaban en la zona VIP. A mí, como me gusta más estar en la primera fila, compré la entrada general, aunque antes de comenzar el concierto la vi y la saludé desde lejos. El concierto comenzó y lo pasé genial.
Terminado el concierto, mis amigos y un servidor decidimos ir a tomar unas cervezas a un bar cerca de la playa. Al rato se aparece mi amiga la edecán con varias compañeras vestidas de "civil". Parece ser que el coche que las llevaba de vuelta a la capital había tenido problemas técnicos y no regresarían hasta al día siguiente. Tras verme, tuvo el gesto de venir a saludarme de manera muy afectuosa. Estaba también preciosa sin aquellos vestiditos con que la visten. El caso es que ella y sus compañeras se unieron a mi grupo y pasamos una velada muy agradable. Creo que por vez primera hablamos por bastante rato y se estableció una confianza más allá de la cortesía que habíamos tenido hasta el momento. Me contó acerca de su trabajo, de los tipos que la acosaban por el hecho de ser edecán y vestir de aquella manera, de la falta de respeto de algunos hombres hacia las chicas que hacían un trabajo "como otro cualquiera". Me habló de las propuestas que había recibido por parte de hombres para acostarse con ella y de los derechos que se atribuían algunos tras invitarla a una copa.
Supuse que lo decía con la intención de avisarme que no iba a conseguir nada a pesar de que ya le había invitado a tomar una copa. Me di cuenta de que quizás estaba coqueteando con ella e inconscientemente trataba de ligármela. Por algún motivo, esa había sido mi conducta hacia todas las mujeres que me habían atraído hasta el momento, o tal vez hacia todas las mujeres. Iba de chico bueno, comprensivo, amable, caballeroso pero no era más que una estrategia para llevármelas a la cama. En algunos casos las mujeres buscan todo lo contrario, sin embargo, algunas veces funcionaba, como me había funcionado a mí. Fui consciente por primera vez que mi forma de actuar era perfectamente detectable por cualquier mujer y que si había funcionado no era por mi desempeño, sino porque la parte contraria había querido. Pretender que esa forma de actuar no era más que pura cortesía era una forma de mentirme. Sentí vergüenza de mi mismo y me corté en mi efusividad el resto de la noche.
Ya cuando amanecía y nos disponíamos a marchar a la casa que habíamos alquilado para pasar el fin de semana, nos despedimos de las edecanes. Laura, la chica del ron, se dirigió a mí preguntándome qué me pasaba. Yo le dije que nada, que estaba bien, que quizás estaba un poco cansado. "Sólo eso, nada más". Laura me dijo que no se lo creía, que cómo era posible que un chico tan encantador, alegre y cariñoso se había apagado de esa manera. Me preguntó si me había molestado algo que había dicho. "No, no es eso" - contesté. "¿Entonces? - reclamó Laura. Entonces le pedí disculpas si la había hecho sentir mal o si la había hecho entender algo que no era. "¿Hacerme entender algo que no era? ¿a qué te referís? - preguntó ella con curiosidad. "Cuando te invité a la copa, lo hice porque quería invitarte, no porque quisiera algo más contigo, no me malinterpretes" - respondí avergonzado. "Pues es una lástima que no quieras algo más conmigo, porque a mí si que me apetecería..." - me dijo mientras me acariciaba la cara y guiñándome un ojo, me dio un beso en la mejilla.
Terminado el concierto, mis amigos y un servidor decidimos ir a tomar unas cervezas a un bar cerca de la playa. Al rato se aparece mi amiga la edecán con varias compañeras vestidas de "civil". Parece ser que el coche que las llevaba de vuelta a la capital había tenido problemas técnicos y no regresarían hasta al día siguiente. Tras verme, tuvo el gesto de venir a saludarme de manera muy afectuosa. Estaba también preciosa sin aquellos vestiditos con que la visten. El caso es que ella y sus compañeras se unieron a mi grupo y pasamos una velada muy agradable. Creo que por vez primera hablamos por bastante rato y se estableció una confianza más allá de la cortesía que habíamos tenido hasta el momento. Me contó acerca de su trabajo, de los tipos que la acosaban por el hecho de ser edecán y vestir de aquella manera, de la falta de respeto de algunos hombres hacia las chicas que hacían un trabajo "como otro cualquiera". Me habló de las propuestas que había recibido por parte de hombres para acostarse con ella y de los derechos que se atribuían algunos tras invitarla a una copa.
Supuse que lo decía con la intención de avisarme que no iba a conseguir nada a pesar de que ya le había invitado a tomar una copa. Me di cuenta de que quizás estaba coqueteando con ella e inconscientemente trataba de ligármela. Por algún motivo, esa había sido mi conducta hacia todas las mujeres que me habían atraído hasta el momento, o tal vez hacia todas las mujeres. Iba de chico bueno, comprensivo, amable, caballeroso pero no era más que una estrategia para llevármelas a la cama. En algunos casos las mujeres buscan todo lo contrario, sin embargo, algunas veces funcionaba, como me había funcionado a mí. Fui consciente por primera vez que mi forma de actuar era perfectamente detectable por cualquier mujer y que si había funcionado no era por mi desempeño, sino porque la parte contraria había querido. Pretender que esa forma de actuar no era más que pura cortesía era una forma de mentirme. Sentí vergüenza de mi mismo y me corté en mi efusividad el resto de la noche.
Ya cuando amanecía y nos disponíamos a marchar a la casa que habíamos alquilado para pasar el fin de semana, nos despedimos de las edecanes. Laura, la chica del ron, se dirigió a mí preguntándome qué me pasaba. Yo le dije que nada, que estaba bien, que quizás estaba un poco cansado. "Sólo eso, nada más". Laura me dijo que no se lo creía, que cómo era posible que un chico tan encantador, alegre y cariñoso se había apagado de esa manera. Me preguntó si me había molestado algo que había dicho. "No, no es eso" - contesté. "¿Entonces? - reclamó Laura. Entonces le pedí disculpas si la había hecho sentir mal o si la había hecho entender algo que no era. "¿Hacerme entender algo que no era? ¿a qué te referís? - preguntó ella con curiosidad. "Cuando te invité a la copa, lo hice porque quería invitarte, no porque quisiera algo más contigo, no me malinterpretes" - respondí avergonzado. "Pues es una lástima que no quieras algo más conmigo, porque a mí si que me apetecería..." - me dijo mientras me acariciaba la cara y guiñándome un ojo, me dio un beso en la mejilla.
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