En los últimos días he estado solo y bastante tranquilo. También he estado haciendo un par de entrevistas de trabajo, una, la última, con buenas perspectivas. Estoy esperando la confirmación, pero creo que tengo muchas posibilidades de que me contraten. La persona que me entrevistó me dijo que el mío era el perfil que estaban buscando y que me darían la respuesta el lunes. Se trata de una empresa nueva, en un sector diferente al que he trabajado hasta ahora, con un personal bastante joven y el puesto es de coordinador del equipo.
Por las últimas experiencias, había decidido ir con cautela y no involucrarme con nadie del trabajo en el momento en el que lo tuviera. Ya saben el dicho, "donde tengas la olla, no metas la polla". No es que al entrar en un nuevo sitio tenga que andar seduciendo a nadie, pero me conozco. El asunto de Carmen me ha hecho pensar mucho en esas cosas y aunque nunca me cierro ninguna posibilidad, de momento prefiero actuar así. Ni jefas, ni subordinadas. El trabajo es trabajo y no puedo ir pensando en donde meterla. De todas formas, no sé de qué estoy hablando, pues aún no he sido contratado, ni tan siquiera he visto a las compañeras (ni siquiera sé si hay mujeres).
Llegó el viernes y como no tenía plan en casa, decidí salir a dar una vuelta por el centro. Me gusta ir a las librerías y ver qué libros tienen. A parte de las mujeres, el tabaco y la pornografía, mi vicio más reconocible y menos culpable son los libros. Tengo una amplia colección en casa, libros que he ido acumulando durante todos estos años y que me han acompañado cada vez que he ido cambiando de domicilio. Algunos de ellos, los he ido regalando, y otros han quedado almacenados en casa de mis padres. Algún día, cuando decida establecerme de verdad en un sitio, tendré que ser una casa que tenga muchas estanterías donde colocar mis preciados tesoros.
Fui a una de mis librerías preferidas, donde me suelo gastar bastante dinero todos los meses y conozco al dependiente. El sabe lo que me gusta y siempre me reserva alguna novedad interesante. En esta ocasión me he llevado unos tres, una novela de un autor norteamericano, un ensayo sobre filosofía y una novela erótica de la que he oído hablar mucho últimamente. Después, decidí ir a tomarme unas cervezas a un bar que suelo frecuentar y donde me quedé a cenar. Tras aquello, decidí irme paseando hacia mi casa. Me gusta ir acompañado de mi mp3, disfrutando de mis grupos favoritos mientras veo como la gente sale de fiesta. Me encanta esa sensación de ir aislado del mundo exterior, como si fuera en una nube y contemplar los comportamientos de la gente, como una especie de antropólogo amateur que estudia las formas de cortejo como observador no participante. Ver como en eso de ligar, no hay nada nuevo y que todo está inventado. También me encanta rememorar historias vinculadas a lugares por los que paseo, portales donde me besé con algunas mujeres, casas donde participé en alguna fiesta, callejones oscuros donde he tenido sexo.
Sumergido en mis pensamientos, me topé de bruces con alguien conocido. Una sonrisa que me era familiar, unos ojos que jamás he podido olvidar y un cuerpo al que en mis momentos de soledad le he dedicado más de una paja. Marisa, a quien no veía desde que regresé a esta ciudad, hace ya más de dos años, se lanzó sobre mí para darme un abrazo. "Pero mira a quién tenemos aquí, el mismísimo desaparecido" - me dijo dedicándome una sonrisa. Yo todavía no salía de mi asombro, ni me había quitado el mp3, ni nada por el estilo. Lo raro es que me hubiera reconocido, ya que ahora llevo barba y estoy mucho más delgado que la última vez que nos vimos. Cuando reaccioné le devolví el abrazo y besé sus mejillas. Era una sorpresa verla allí. La última vez que nos vimos me contó que se había casado y que vivía en otra ciudad. No esperaba verla. Marisa iba acompañada de otras dos chicas bastante atractivas y todas iban vestidas como para salir de fiesta. Después de las presentaciones, me invitaron a acompañarlas y salir a tomar unos tragos. Como no tenía nada mejor que hacer y nunca digo no a una mujer preciosa y menos a un grupo de ellas, me fui acompañándolas cargando la bolsa con los libros.
Me dejé guiar por ellas y acabamos en una especie de mercado antiguo que han habilitado como zona de bares, con una enorme terraza, que a pesar del frío que comenzaba a hacer en la ciudad, era bastante agradable y se podía fumar. No es que sea muy fanático del house, pero el dj que amenizaba el local acertó con el repertorio, mezclando temas clásicos del pop a 130 bpm, y la música no estaba muy alta, lo cual permitía la conversación. Evidentemente me centré en Marisa, a quien tenía un verdadero afecto. Las otras chicas habían quedado allí con más amigos y estuvieron con ellos. Hablando con Marisa supe que se había divorciado del marido y que había vuelto a la ciudad, donde abrió hace un par de meses un gabinete de fisioterapia del que me dio la tarjeta de visita, prometiéndome descuentos por la segunda contractura que me fuera a tratar allá. Yo también le puse al día sobre mi vida, sobre mi divorcio, la pérdida del trabajo y otras novedades. "Vaya coincidencia, ¿no? La última vez que nos vimos, ambos estábamos casado y ahora divorciados. Qué curioso es el mundo, ¿verdad?" - proclamó Marisa. Le dije que se veía muy bien, que no se la veía afectada por el tema. Me contestó que a mí tampoco me había sentado mal el divorcio, guiñándome un ojo. No sé qué tanto de ciertas tenían sus palabras, pero era evidente que me encontraba mucho mejor después de una temporada bastante triste y a pesar de los últimos acontecimientos. Seguimos bebiendo y recordando anécdotas durante un par de horas más, hasta que llegaron las amigas proponiendo ir a bailar a una discoteca. Y para allá que nos fuimos.
Dejamos los abrigos y la bolsa con mis libros en el ropero y subimos a la planta donde ponen música pachanguera. Marisa se veía espectacular con ese vestido negro que realzaba sus curvas y le hacía una bonita figura. Ella es una muchacha bajita, delgada y con una melena color caoba. Sus pechos no son muy grandes pero tiene un trasero que corta el hipo, realzado por unos zapatos de tacón que la elevaban su estatura hasta la altura de mi cabeza. Las amigas también estaban para comérselas, pero como antes, también nos dejaron solos y se fueron con los otros amigos. Como era imposible conversar, nos pusimos a bailar. Marisa se transforma cuando baila y se pone muy sexy al contonearse. Cuando llegaron los ritmos latinos, en los que me considero un experto, la tomé de la cintura y comencé a mostrarle todo mi repertorio. "No sabía que bailaras tan bien" - me dijo. Me salió la vena sinvergüenza y le dije que también sabía hacer otras cosas bien. Se sonrió y me guiñó un ojo de manera cómplice. "Eso lo tienes que demostrar" - contestó de manera pícara. Le dije que cocinaba muy bien y que planchaba las camisas mejor que nadie en la ciudad. Soltó una carcajada y me dijo que seguía igual de bromista que siempre. Cuando llegó el turno del reggaeton, comenzamos a restregarnos, haciendo eso que llaman perreo. Se colocó de espaldas a mí y con mis manos la sujetaba de las caderas. Mi polla empezó a crecer gracias a a los roces que me propinaba con las nalgas. Creo que se dio cuenta y le gustaba porque cada vez se apretaba más a mí. Giró su cabeza y me miró a los ojos pasando su lengua por el labio superior, mientras su mano traviesa acariciaba mi polla por encima del pantalón. No la imaginé tan zorra, pero como dije antes, bailar la transformaba. "Vamos a tener que hacer algo con eso" - me dijo. Me tomó de la mano y me llevó hasta una esquina. Comenzamos a enrollarnos y a meternos mano como si la vida nos fuera en ello. Sentí lo mojada que estaba cuando introduje mi mano bajo el vestido. Algo me decía que acabaríamos follando en los baños, pero se le ocurrió algo mejor. Iríamos al hotel que hay en frente de la discoteca. Es algo caro, pero cuando uno va así de caliente no repara en gastos.
Agarramos las cosas del ropero y salimos hacia el hotel. Mientras hacíamos el check in en el mostrador, me tocaba la verga. Nos dieron la tarjeta de la habitación y tomamos el ascensor donde nos besamos y metimos mano como momentos antes. En la habitación le quité el vestido de un tirón y la coloqué apoyada en una mesa, me agaché y comencé a comerle el coño peludo tirando hacia un lado las bragas. Como me estorbaban para mi cometido las rasgué y las rompí. "Quiero sentirte dentro" - me decía entre gemidos. Me levanté y metiendo mis dedos en su coño, me fui desabrochando el pantalón, me bajé el boxer y me coloqué un condón. Se sorprendió de mi habilidad de hacer todo con una sola mano, mientras la atendía con la otra. Se la ensarté y comencé a bombearla a lo bestia. Sus gemidos y jadeos debían oírse en todo el hotel. Nunca hubiera imaginado que acabáramos de esa manera, ni tan siquiera cuando la pensaba al hacerme una paja. Mi polla entraba entraba y salía entera en un juego que parecía gustarla mucho. "Joder, me corro, me corro, me cooooooooooorroo!!" - gritaba ella viniéndose en un prolongado orgasmo. Sentía las contracciones de su coño en mi polla en el momento de correrse.
Después de un momento de tregua, nos fuimos a la cama y comenzamos de nuevo a besarnos, a tocarnos y a gozarnos. Bajó su cabeza hacia mis piernas y comenzó a besarme y lamerme las pelotas todavía con sabor a ella. Con una mano me retiró el condón y con la otra me limpiaba la verga con las sábanas para quitar el desagradable sabor del látex. Una vez concluida la limpieza comenzó a sacarle brillo a mi sable con deliciosos movimientos de lengua, al tiempo que se acariciaba el clítoris con la mano que le quedaba libre. Estaba en la gloria y de un momento a otro me correría. Marisa, por lo visto experta en esas lides, se dio cuenta y comenzó a ralentizar la mamada, metió la mano en su bolso que había caído en la cama al entrar en la habitación y sacó un condón de sabores. Me lo puso con la boca, se incorporó y se la clavó en el coño, cabalgándome cual amazona en celo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero definitivamente estaba por reventar y le avisé de lo inminente. Me dijo que la esperara que ella también estaba a punto. Repasé los elementos de la tabla periódica, mientras ella se afanaba en insertarse mi miembro cada vez más adentro. Los gritos precursores de su orgasmo hicieron que me corriera disparando cuatro o cinco descargas que debió notar a través de la fina separación del látex. Nos corrimos a la vez y cayó sobre mí sudorosa y jadeante electrificada por los espasmos que se producían dentro de ella.
Tras el descanso, llenamos la bañera del jacuzzi y nos sumergimos en un agradable baño mientras dábamos cuenta de las bebidas disponibles en el mueble bar. No sé cuántas más veces lo hicimos aquella noche. Sólo sé que al despertar, sentimos una vergüenza terrible y casi sin mirarnos desayunamos en el restaurante del hotel como si nada de lo ocurrido hubiera pasado. Quizás hubiera sido un arrebato por mi parte, quizás el despecho del divorcio por parte de ella. Nos sentimos algo incómodos y aunque sabíamos qué había pasado, preferimos no tocar el tema y comportarnos como hasta aquella noche, como los amigos que éramos. Cuando terminamos de desayunar y al cancelar la cuenta del hotel, nos despedimos con un fuerte abrazo. No éramos capaces de articular palabra, tan sólo un escueto, "nos vemos". Cuando se dio la vuelta para tomar el taxi que la llevaría a casa, giró la cabeza y me dijo "Me debes unas bragas" y me guiñó un ojo. Cuando subió al taxi pude ver que iba sin ropa interior, dejando al aire ese coñito peludo que horas antes había sido mío. Regresé a mi casa caminando viendo como abrían las tiendas. Me paré delante del Victoria's Secrets pensando en la próxima adquisición...
Fui a una de mis librerías preferidas, donde me suelo gastar bastante dinero todos los meses y conozco al dependiente. El sabe lo que me gusta y siempre me reserva alguna novedad interesante. En esta ocasión me he llevado unos tres, una novela de un autor norteamericano, un ensayo sobre filosofía y una novela erótica de la que he oído hablar mucho últimamente. Después, decidí ir a tomarme unas cervezas a un bar que suelo frecuentar y donde me quedé a cenar. Tras aquello, decidí irme paseando hacia mi casa. Me gusta ir acompañado de mi mp3, disfrutando de mis grupos favoritos mientras veo como la gente sale de fiesta. Me encanta esa sensación de ir aislado del mundo exterior, como si fuera en una nube y contemplar los comportamientos de la gente, como una especie de antropólogo amateur que estudia las formas de cortejo como observador no participante. Ver como en eso de ligar, no hay nada nuevo y que todo está inventado. También me encanta rememorar historias vinculadas a lugares por los que paseo, portales donde me besé con algunas mujeres, casas donde participé en alguna fiesta, callejones oscuros donde he tenido sexo.
Sumergido en mis pensamientos, me topé de bruces con alguien conocido. Una sonrisa que me era familiar, unos ojos que jamás he podido olvidar y un cuerpo al que en mis momentos de soledad le he dedicado más de una paja. Marisa, a quien no veía desde que regresé a esta ciudad, hace ya más de dos años, se lanzó sobre mí para darme un abrazo. "Pero mira a quién tenemos aquí, el mismísimo desaparecido" - me dijo dedicándome una sonrisa. Yo todavía no salía de mi asombro, ni me había quitado el mp3, ni nada por el estilo. Lo raro es que me hubiera reconocido, ya que ahora llevo barba y estoy mucho más delgado que la última vez que nos vimos. Cuando reaccioné le devolví el abrazo y besé sus mejillas. Era una sorpresa verla allí. La última vez que nos vimos me contó que se había casado y que vivía en otra ciudad. No esperaba verla. Marisa iba acompañada de otras dos chicas bastante atractivas y todas iban vestidas como para salir de fiesta. Después de las presentaciones, me invitaron a acompañarlas y salir a tomar unos tragos. Como no tenía nada mejor que hacer y nunca digo no a una mujer preciosa y menos a un grupo de ellas, me fui acompañándolas cargando la bolsa con los libros.
Me dejé guiar por ellas y acabamos en una especie de mercado antiguo que han habilitado como zona de bares, con una enorme terraza, que a pesar del frío que comenzaba a hacer en la ciudad, era bastante agradable y se podía fumar. No es que sea muy fanático del house, pero el dj que amenizaba el local acertó con el repertorio, mezclando temas clásicos del pop a 130 bpm, y la música no estaba muy alta, lo cual permitía la conversación. Evidentemente me centré en Marisa, a quien tenía un verdadero afecto. Las otras chicas habían quedado allí con más amigos y estuvieron con ellos. Hablando con Marisa supe que se había divorciado del marido y que había vuelto a la ciudad, donde abrió hace un par de meses un gabinete de fisioterapia del que me dio la tarjeta de visita, prometiéndome descuentos por la segunda contractura que me fuera a tratar allá. Yo también le puse al día sobre mi vida, sobre mi divorcio, la pérdida del trabajo y otras novedades. "Vaya coincidencia, ¿no? La última vez que nos vimos, ambos estábamos casado y ahora divorciados. Qué curioso es el mundo, ¿verdad?" - proclamó Marisa. Le dije que se veía muy bien, que no se la veía afectada por el tema. Me contestó que a mí tampoco me había sentado mal el divorcio, guiñándome un ojo. No sé qué tanto de ciertas tenían sus palabras, pero era evidente que me encontraba mucho mejor después de una temporada bastante triste y a pesar de los últimos acontecimientos. Seguimos bebiendo y recordando anécdotas durante un par de horas más, hasta que llegaron las amigas proponiendo ir a bailar a una discoteca. Y para allá que nos fuimos.
Dejamos los abrigos y la bolsa con mis libros en el ropero y subimos a la planta donde ponen música pachanguera. Marisa se veía espectacular con ese vestido negro que realzaba sus curvas y le hacía una bonita figura. Ella es una muchacha bajita, delgada y con una melena color caoba. Sus pechos no son muy grandes pero tiene un trasero que corta el hipo, realzado por unos zapatos de tacón que la elevaban su estatura hasta la altura de mi cabeza. Las amigas también estaban para comérselas, pero como antes, también nos dejaron solos y se fueron con los otros amigos. Como era imposible conversar, nos pusimos a bailar. Marisa se transforma cuando baila y se pone muy sexy al contonearse. Cuando llegaron los ritmos latinos, en los que me considero un experto, la tomé de la cintura y comencé a mostrarle todo mi repertorio. "No sabía que bailaras tan bien" - me dijo. Me salió la vena sinvergüenza y le dije que también sabía hacer otras cosas bien. Se sonrió y me guiñó un ojo de manera cómplice. "Eso lo tienes que demostrar" - contestó de manera pícara. Le dije que cocinaba muy bien y que planchaba las camisas mejor que nadie en la ciudad. Soltó una carcajada y me dijo que seguía igual de bromista que siempre. Cuando llegó el turno del reggaeton, comenzamos a restregarnos, haciendo eso que llaman perreo. Se colocó de espaldas a mí y con mis manos la sujetaba de las caderas. Mi polla empezó a crecer gracias a a los roces que me propinaba con las nalgas. Creo que se dio cuenta y le gustaba porque cada vez se apretaba más a mí. Giró su cabeza y me miró a los ojos pasando su lengua por el labio superior, mientras su mano traviesa acariciaba mi polla por encima del pantalón. No la imaginé tan zorra, pero como dije antes, bailar la transformaba. "Vamos a tener que hacer algo con eso" - me dijo. Me tomó de la mano y me llevó hasta una esquina. Comenzamos a enrollarnos y a meternos mano como si la vida nos fuera en ello. Sentí lo mojada que estaba cuando introduje mi mano bajo el vestido. Algo me decía que acabaríamos follando en los baños, pero se le ocurrió algo mejor. Iríamos al hotel que hay en frente de la discoteca. Es algo caro, pero cuando uno va así de caliente no repara en gastos.
Agarramos las cosas del ropero y salimos hacia el hotel. Mientras hacíamos el check in en el mostrador, me tocaba la verga. Nos dieron la tarjeta de la habitación y tomamos el ascensor donde nos besamos y metimos mano como momentos antes. En la habitación le quité el vestido de un tirón y la coloqué apoyada en una mesa, me agaché y comencé a comerle el coño peludo tirando hacia un lado las bragas. Como me estorbaban para mi cometido las rasgué y las rompí. "Quiero sentirte dentro" - me decía entre gemidos. Me levanté y metiendo mis dedos en su coño, me fui desabrochando el pantalón, me bajé el boxer y me coloqué un condón. Se sorprendió de mi habilidad de hacer todo con una sola mano, mientras la atendía con la otra. Se la ensarté y comencé a bombearla a lo bestia. Sus gemidos y jadeos debían oírse en todo el hotel. Nunca hubiera imaginado que acabáramos de esa manera, ni tan siquiera cuando la pensaba al hacerme una paja. Mi polla entraba entraba y salía entera en un juego que parecía gustarla mucho. "Joder, me corro, me corro, me cooooooooooorroo!!" - gritaba ella viniéndose en un prolongado orgasmo. Sentía las contracciones de su coño en mi polla en el momento de correrse.
Después de un momento de tregua, nos fuimos a la cama y comenzamos de nuevo a besarnos, a tocarnos y a gozarnos. Bajó su cabeza hacia mis piernas y comenzó a besarme y lamerme las pelotas todavía con sabor a ella. Con una mano me retiró el condón y con la otra me limpiaba la verga con las sábanas para quitar el desagradable sabor del látex. Una vez concluida la limpieza comenzó a sacarle brillo a mi sable con deliciosos movimientos de lengua, al tiempo que se acariciaba el clítoris con la mano que le quedaba libre. Estaba en la gloria y de un momento a otro me correría. Marisa, por lo visto experta en esas lides, se dio cuenta y comenzó a ralentizar la mamada, metió la mano en su bolso que había caído en la cama al entrar en la habitación y sacó un condón de sabores. Me lo puso con la boca, se incorporó y se la clavó en el coño, cabalgándome cual amazona en celo. No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero definitivamente estaba por reventar y le avisé de lo inminente. Me dijo que la esperara que ella también estaba a punto. Repasé los elementos de la tabla periódica, mientras ella se afanaba en insertarse mi miembro cada vez más adentro. Los gritos precursores de su orgasmo hicieron que me corriera disparando cuatro o cinco descargas que debió notar a través de la fina separación del látex. Nos corrimos a la vez y cayó sobre mí sudorosa y jadeante electrificada por los espasmos que se producían dentro de ella.
Tras el descanso, llenamos la bañera del jacuzzi y nos sumergimos en un agradable baño mientras dábamos cuenta de las bebidas disponibles en el mueble bar. No sé cuántas más veces lo hicimos aquella noche. Sólo sé que al despertar, sentimos una vergüenza terrible y casi sin mirarnos desayunamos en el restaurante del hotel como si nada de lo ocurrido hubiera pasado. Quizás hubiera sido un arrebato por mi parte, quizás el despecho del divorcio por parte de ella. Nos sentimos algo incómodos y aunque sabíamos qué había pasado, preferimos no tocar el tema y comportarnos como hasta aquella noche, como los amigos que éramos. Cuando terminamos de desayunar y al cancelar la cuenta del hotel, nos despedimos con un fuerte abrazo. No éramos capaces de articular palabra, tan sólo un escueto, "nos vemos". Cuando se dio la vuelta para tomar el taxi que la llevaría a casa, giró la cabeza y me dijo "Me debes unas bragas" y me guiñó un ojo. Cuando subió al taxi pude ver que iba sin ropa interior, dejando al aire ese coñito peludo que horas antes había sido mío. Regresé a mi casa caminando viendo como abrían las tiendas. Me paré delante del Victoria's Secrets pensando en la próxima adquisición...
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