martes, 11 de septiembre de 2012

Complicándome más

La culpabilidad de saber que estaba engañando a la chica especial no impidió que siguiera frecuentando a mi amiga de la universidad. Otra vez se repetía la historia y volvía a enfangarme más y más en el tema de las relaciones paralelas. Mentiras a una, mentiras a la otra. Complicándome la vida, complicándosela a los demás. Quedaba un día con una y a la otra le decía que tenía trabajo y viceversa. Apagaba el celular cuando me encontraba con ellas, para evitar llamadas incómodas. El resto de la semana me lo pasaba recibiendo mensajes y llamadas comprometedoras de una y otra. No podía continuar así. Habría que decidirse por una,  y lamentablemente herir a la otra. El criterio del sexo no era válido pues con ambas disfrutaba mucho. Por lo que respecta a sus situaciones personales ambas respondían a un mismo perfil, mujeres maltratadas por la vida y que encontraban en mí una especie de equilibrio afectivo. Debía afrontar el asunto o acabaría desquiciado. También me sentía muy unido a ellas, ambas me hacían sentir muy especial, pero al mismo tiempo me sentía un desgraciado por engañarlas. Quizás hubiera sido más fácil decir la verdad, pero no lo hubieran aceptado e irremediablemente las hubiera perdido. También era consciente de que si se enteraban, las perdería igualmente.

En un momento de tensión y de agobio, encontré una tregua. La chica especial tuvo que marchar de viaje por el trabajo y mi amiga de la universidad, aprovechó unos días para visitar a una amiga que vivía en el extranjero. Al menos tendría un par de semanas de descanso, a pesar de que las llamadas de teléfono continuaran. Ese tiempo lo dediqué a valorar quién debía salir de la ecuación, evaluando los pros y los contras y las estrategias para afrontar la situación. El primer fin de semana de soledad llegó y cuando pensé que lo pasaría solo en mi casa, me llegó la noticia de que mi jefe había planeado una cena de empresa para homenajearnos por los buenos resultados obtenidos por la compañía en el último semestre. Quizás, pensé, salir de la rutina de engaños y relacionarme con otra gente, me haría despejarme un poco.

Fue el viernes por la noche, después de la salida del trabajo. Tendríamos que llegar a una sala de fiestas situado en el centro de la ciudad donde se celebraría el evento. Fui a mi casa para cambiarme de ropa. En esta ocasión elegí el traje que tenía para las bodas y que me daría un toque distinto al que solía llevar en mi trabajo, más casual. Llegué al restaurante y vi a mis compañeros que iban llegando poco a poco. Todos iban vestidos de forma muy elegante. Me llamó la atención Carmen, la secretaria de dirección. Una mujer que debía andar por los 40 años y que siempre vestía de una forma muy discreta. Ese día se puso un vestido que dejaba a la vista una figura muy interesante, donde resaltaban sus dos pechos, apenas escondidos bajo un generoso escote. También estaba Maite, la becaria de finanzas, que también lucía un tipazo que dejaba babeando a todos los compañeros.

Habían dispuestas dos largas mesas con todo tipo de canapés y delicias, que cada uno se iba sirviendo. También había una mesa atendida por tres camareros donde se servían los tragos y todo tipo de bebidas. Mi jefe no escatimó en gastos para aquella ocasión. También contrató un dj para amenizar la velada con música y había una pista para aquellos que decidieran bailar. Creo que las copas animaron a más de uno a mover el esqueleto y se veía a los jefes bailando con el resto de empleados. La verdad es que la fiesta estaba de lo más animada y los compañeros se mostraban agradables, relajados y distendidos, cosa bastante diferente a lo que ocurría en la oficina. Yo no me separaba de la mesa de los canapés, con la mirada perdida y pensando en mis historias, mientras los demás se divertían, bebían y bailaban. Silvia, la oficial de planificación me tomó de la mano invitándome a bailar. "Vamos, ven a bailar, que no se diga que eres un aburrido". Lo cierto es que no tenía muchas ganas, y rehusé la invitación. "Tú lo que necesitas es un trago", me dijo llevándome hasta la mesa de las bebidas. Lo cierto es que aún no había tomado ninguna copa y tampoco tenía por qué estar ahí aburrido. Me pedí lo que siempre pido en estas ocasiones, un combinado de bourbon con cola. Silvia, me estuvo dando conversación y se unieron Mario, el de logística y la hermosa Maite. De pronto surgió una conversación entretenida y todas mis preocupaciones se disiparon conforme iba vaciando los vasos de mi bebida.

Conforme iba pasando la velada, se veía que los participantes estaban más y más entonados, más desinhibidos y con más ganas de juerga. Incluso me animé a echar unos bailes con las muchachas del servicio de limpieza. Pronto se dieron cuenta de mis habilidades con los ritmos latinos y tuve bastantes invitaciones para bailar por parte de las compañeras. En una de estas, se me acerca Mario y me dice que Maite no había dejado de mirarme en toda la noche. Maite era una chica recién licenciada que estaba haciendo prácticas en la empresa. Como dije antes tenía un cuerpazo, era alta, rubia teñida, ojos claros y unas curvas escandalosas. Si no tuviera tanta mierda sobre mi conciencia, tal vez hubiera intentado algo con ella. Al parecer y tal y como se vio después, yo era su objetivo para esa noche y no dejó de insinuarse toda la noche, con caricias furtivas mientras bailábamos, comentarios subidos de tono e incitaciones al sexo. Comencé a agobiarme pues aquello era acoso y derribo por su parte, y de verdad, si hubiera estado en otro momento, no hubiera desaprovechado la ocasión. Me imaginaba que un affaire con alguien de la empresa, podría complicarme más aún la existencia, no sólo en la propia empresa, sino con el resto de mi vida. Andaba con dos estupendas mujeres, razón de mis desvelos e incluir una tercera hubiera sido algo terriblemente complicado. Aún así, acepté su invitación a bailar una pieza de salsa, sabiendo que me metía en un lío. Maite se pegó a mi cuerpo mientras bailábamos, lo cual hizo que pronto tuviera una erección, que ella notó enseguida. "Papi, ya veo que te alegras mucho de verme" - me susurró al oído. Contoneándose se puso de espaldas a mí y aprovechó para restregar su prodigioso trasero sobre mi verga. Ya no era salsa, sino reggaeton. Yo miraba nervioso a todas partes pues no quería que nadie viera lo que estaba sucediendo. Vi a los demás compañeros, jefes incluidos, perrear con las compañeras y por un momento pensé que todos estaban borrachos y cachondos y que nadie se fijaría en mí. Sin embargo, en una de mis barridas oculares por el local, vi a Carmen, la secretaria, que me miró. Maite siguió con su contoneo y aprovechaba la cercanía para tocarme la verga por encima del pantalón. Giró su cabeza y me dijo: "¿Todo eso es para mí?" Esto me estaba excitando más de la cuenta, sin embargo la mirada de Carmen me dejó trastornado. ¿Por qué me miraría así? ¿Se habría dado cuenta de lo que estaba ocurriendo entre yo y Maite?

Maite me agarró la pinga de nuevo, me guiñó un ojo y tomándome de la mano, me dijo de acompañarla al baño. En ese momento ya no era consciente de mis actos y a pesar de toda reflexión anterior, me dirigía con ella al baño donde me la cogería salvajemente como respuesta a sus continuas provocaciones de esta noche. Me imaginaba su cuerpo desnudo, esos pechos maravillosos, redonditos, dispuestos a ser mordidos; esas nalguitas que pedían ser amasadas con deleite; esa concha rosada y palpitante que imaginaba perfectamente rasurada y abierta a mi lengua, mis dedos y mi verga; y esos labios carnosos, voluptuosos y dispuestos a saborear mi leche. En el camino a los baños, Maite, aprovechaba la mínima ocasión para tocarme la polla y darme picos. De repente, unos pasos antes de llegar al baño, apareció Carmen, quien con la cara seria que utilizaba en el trabajo, comunicaba a Maite que el jefe la estaba buscando y que fuera inmediatamente a hablar con él, que era muy urgente y muy importante. Maite, un poco azorada por la excitación del momento y por el aviso de Carmen, que sonaba más a reprimenda que a aviso, salió en búsqueda del jefe reclamante. Carmen se quedó mirando la tremenda erección que se marcaba en mi pantalón fruto de los roces y la insistencia de Maite, mientras se mordía el labio inferior.

Carmen me dijo que le apetecía un cigarrillo y que si me iba a fumar con ella al jardín. Tal vez un cigarrillo calmara mi excitación, así que me fui detrás de ella. Mientras atravesábamos la pista de baile entre compañeros borrachos y libidinosos que bailaban ritmos procaces, me fijé en el escote posterior del vestido de carmen. Le llegaba asombrosamente casi donde la espalda pierde su nombre y vaya nalgas de 24 kilates que se marcaba la compañera secretaria de dirección. Sus piernas kilométricas eran destacadas por sendas rajas en los costados del vestido de brillos. Una vez fuera, y cuando me ofreció el cigarro, pude ver su magnífico escote en forma de v, que competía en sensualidad con el escote posterior y que apenas escondía dos enormes pechos. Aquella imagen contrastaba con su aspecto recatado y su seriedad en la oficina. "Por mucho que lo busque, no lo va a encontrar aquí. Hace un buen rato que se marchó" - dijo aludiendo a Maite. "Lo que más me fastidia de esta chica es que se cree que comiendo pollas va a ascender en esta empresa" - añadió. "Y claro, como los hombres son idiotas, se dejan hipnotizar por un par de tetas" - concluyó. Se me puso la cara roja como un tomate y no sabía dónde mirar. No solo era Maite, sino cualquier mujer que se me acercara con cualquier tipo de insinuación. Siempre caía en lo mismo. Lo reconozco, soy un mujeriego y me meto en problemas por culpa de mi irresponsable e inconsciente libido.
"No creo que te convenga liarte con la putita del jefe", apuntó Carmen con cierto enojo. "Vamos, que tú puedes hacer lo que te de la gana, pero si me preguntas mi opinión, yo no arriesgaría mi puesto de trabajo por un polvo". "Esta tía se ha propuesto poner celoso al jefe, para que el bobo, por el miedo a perderla, finalmente la haga un contrato en la empresa". No daba crédito a lo que me estaba contando, pero además, el tal Mario, me había dicho que no había dejado de mirarme todo el tiempo. "El Mario ese es quien se la está cojiendo realmente. Han pensado en tu puesto para la puta ésa. Todo estaba preparado para que el jefe os sorprendiera en el baño y tu tuvieras que poner la renuncia. El jefe tendría su putita y el tal Mario se la seguiría cojiendo". Estaba claro que me habían puesto una trampa, pero ¿por qué a mí? ¿por qué Carmen habría evitado todo eso? "Tengo que mirar por mi trabajo, la cosa está muy mal y en cualquier momento, si a esa zorra se le antoja, podría acabar también en la calle".

No podía sino estar agradecido a mi protectora. Si hubiera dado un paso en falso, me habría complicado más las cosas. Sin trabajo y probablemente las dos mujeres con las estaba saliendo, acabarían enterándose del asunto y me mandarían a la mierda. Se me había cortado el rollo y otra vez volvía a pensar en todo lo que ocurría en mi vida. "No te agobies, no tienes nada de qué preocuparte. Además, tu eres un buen trabajador y un chico estupendo. Eres muy valioso para la empresa y me caes muy bien. Nunca hubiera permitido que hicieran algo así" - me dijo. Carmen llevaba en la empresa muchos años y conocía todos sus secretos, manteniendo siempre un comportamiento discreto, como también lo era su atuendo. En cierta medida ella se encargaba de mantener en funcionamiento la empresa y también guardaba las espaldas de nuestro jefe. "Si yo te contara todo lo que sé...". La invité a otro cigarrillo y le dije que si quería tomar otra copa. "Mejor nos la tomamos en otro lado. Aquí ya se ha terminado la fiesta" - contestó Carmen. Sí, era buena opción, aunque la fiesta continuaba, no tenía muchas ganas de seguir allí. Me sentía ridículo.

Era ya tarde y no sabía donde llevar a Carmen a tomar un trago. "No te preocupes, vamos a mi casa. Me he llevado un par de botellas de la fiesta" - dijo señalando su amplio bolso. El hecho de ser la organizadora llevaba consigo algunos privilegios. Así que fuimos para su casa, que estaba cerca del lugar. Al llegar, me dijo que los zapatos de tacón la estaban matando y que iba a ponerse algo más cómodo, que hiciera lo mismo. Mientras se metió en un cuarto, yo me deshice de mi saco y me quité los zapatos. Me senté en el sofá a esperarla. No tardó en regresar, se había cambiado ese espectacular vestido que llevaba y se había puesto una remera de tirantes y unos shorts, que mostraban sus largas y torneadas piernas. Agarró las botellas del bolso y se puso a preparar los tragos. "Sé que te gusta el bourbon con cola". Seguro que se había fijado en que fue lo que tomé toda la noche. Le agradecí y brindamos. Nunca había hablado con ella salvo en el trabajo, donde se mostraba muy profesional. Era muy agradable, con un gran sentido del humor, de esas personas que te hacen sentir a gusto enseguida. Tampoco me había fijado en lo guapa que se veía sin los formales trajes con los iba a trabajar, ni con esas gafas que no dejaban mostrar su rostro. Hablamos de todo un poco, del trabajo, de nuestras vidas. Supe que era divorciada,  que no había tenido hijos y que desde su divorcio había tenido un par de relaciones con algunos tipos con los que acabó bastante mal. Que se encontraba muy bien sola y que estaba estudiando derecho porque quería continuar con el bufete de su padre. Me encontraba muy cómodo e incluso había dejado de pensar en mis líos de faldas.

Era ya bastante tarde y me ofreció quedarme a dormir. Como estaba un poco cansado y tampoco me apetecía ir a buscar un taxi, acepté. En ningún momento pensé que estuviera haciendo nada malo. Me ofreció el sofá y me dio una manta. Cuando ya me acosté en el sofá, se agachó para darme un beso de buenas noches. "Que descanses, cariño". Se despidió y se metió en su cuarto. No tardé en quedarme dormido. A la mañana siguiente, desperté algo así como hacia el medio día. Me encontré a Carmen vestida de la misma guisa que el día anterior preparando el almuerzo. "He preparado comida para los dos, no puedo dejar que te vayas con el estómago vacío". Era encantadora y a juzgar por el olor que salía de la cocina, debía ser una buena cocinera. Le dije que si podía ir a comprar un postre en agradecimiento a sus atenciones. "No te preocupes, del postre ya me encargo yo", dijo Carmen guiñándome un ojo.

Comimos y bebimos un excelente vino que tenía guardado en un mueble. "Me encanta el vino" - me decía. La comida era estupenda, quizás algo pesada y yo comí demasiado. Terminada la comida, me recosté en el sofá bastante empanzado y Carmen me dijo que por qué no me echaba la siesta en su cuarto, que tenía aire acondicionado y que pasaría mejor la sobremesa. Aquello me parecía un abuso y le dije que no, que me marcharía. Ella insistió, me dijo que no pasaba nada y que me sintiera como en casa. Acepté y me fui para su cuarto para echar una siesta. Ella entró conmigo y me dijo que por qué no me quitaba la ropa, que así estaría más cómodo. Me sentí algo cortado, pero ella me dijo que estuviera tranquilo, que estaba en mi casa.
Ni corto ni perezoso me quité la camisa y los pantalones y me quedé en calzón. Me recosté en la cama y Carmen puso el aire acondicionado. "Si no te importa, yo también me voy a echar una siesta. Me haces un sitio". Volví a sentarme cortado, pero bueno, era sólo una inocente siesta, no tenía por qué pasar nada. Carmen se sentó en la cama y se quitó el top dejando al descubierto sus pechos. "Espero que no te incomode, pero yo acostumbro a dormir desnuda" - dijo mientras se quitaba el short quedando únicamente con un pequeño culotte de color azul de encaje. La visión de aquella mujer desnuda me puso a mil y era evidente la erección que tenía bajo mi calzón. Ella se recostó, levantó las piernas y se quitó el culotte. Tenía lo que llaman depilación caribeña, un hilo de vello de un dedo de grosor, que a mi me vuelve loco. Me miró a los ojos y me soltó "Bueno, ya veo que te gusta lo que ves, pero no es justo que yo esté desnuda y tú sigas con el calzón". Aquello debía ser el postre, me imaginaba, así que me quité los boxers y liberé mi verga bien dura y parada.

"Bueno, ya podemos dormir un poco". Se acercó a mi boca y me dio un pico. Me quedé pasmado, porque parecía que se iba a quedar en eso. Ella cerró los ojos y ahí no iba a pasar nada de lo que luego pudiera arrepentirme. Yo también cerré los ojos y pensé en cómo sería hacerlo con una mujer mayor que yo. Carmen me sacaba por lo menos 10 años y supuse que también tendría más experiencia. A pesar de su edad, mantenía un cuerpo firme y voluptuoso. Ella se recostó hacia mí y comenzó a acariciarme el pecho...

1 comentario:

  1. Ufff! parece que está claro que eres un mujeriego, y que no sabes decirle que no a una mujer, a pesar de que pueda complicarte la vida, a no ser que sea fea, claro está.
    Lo que me cuesta de creer en esta historia es que te pensases que todo era una siesta inocente.

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