Las nuevas tecnologías están muy bien. Te facilitan la vida en muchos aspectos. Otras veces te la complican. La experiencia con Marisa fue altamente satisfactoria al principio, pero con el tiempo se ha ido enfriando. Digamos que no estábamos en el mismo momento vital. Ni yo podía ofrecerle lo que ella necesitaba, ni ella estaba en las condiciones de ofrecerme lo que andaba buscando. Como dos adultos responsables y antes de fastidiar el buen rollo y la complicidad que teníamos, decidimos pisar el freno y dar un giro en nuestra relación. A partir de ahí, seríamos amigos y confidentes, pero nada más. Pocas veces congenias tan bien con una persona, tanto en la cama como en todo lo demás. De ella he aprendido muchas cosas, todas buenas y quién sabe, quizás en el futuro podría funcionar, pero en este momento de la película, no puede ser. Demasiados son los impedimentos. Y sí, hemos reincidido ya que la atracción entre nosotros es bastante fuerte, pero hay cosas que exigen cierta sincronía y por mucho que lo intentáramos, no estábamos en las mismas coordenadas temporales. Ni creo que su marido, si lo supiese, estaría de acuerdo...
Lejos de meterme en un bucle melancólico, (total, nada había perdido, si bien ya no éramos amantes oficialmente, al menos éramos buenos "amigos"); seguí con mi vida normal. Trabajo, afterworking los jueves, salidas con los amigos los viernes y sábados, rollo tranquilo y familiar los domingos. También hay espacio para esas cenas con los amigos donde se debate acerca de lo humano y lo divino acompañados de un buen vino, y por qué no decirlo, algún que otro porrito. En una de esas, en casa de dos buenos amigos, ambos casados, me preguntaron acerca de mi vida sentimental. ¡Qué decir! Quizás ese es uno de los aspectos que más he descuidado en los últimos tiempos, o tal vez debería decir que he abusado de ello. No lo sé, en cualquier caso les hice un pequeño resumen a modo de currículum del último año. Y ante la pregunta de que si me encontraba satisfecho con todo ello, no pude sino contestar que no, que no lo estaba en absoluto. Que me faltaba algo, pero no sabía el qué. Tantas idas y venidas, tanto ir de cama en cama, líos de faldas y algún que otro legging, y al final, ¿qué me quedaba?. ¿Era una relación estable lo que necesitaba? Sinceramente, no. Demasiados malos recuerdos, demasiadas heridas aún sin cicatrizar. No, no me veo solo toda la vida, pero tal vez, en este momento, en este preciso momento no me veo teniendo una relación. Parece contradictorio, pero no me siento bien con ninguna de las dos situaciones.
- "Eso es que no has encontrado a la mujer adecuada" - dijo Susana, la mujer de mi amigo. - "Nos ha jodido, claro que no, si no no estaría así" - pensé yo. Rápidamente mis dos amigos se pusieron a maquinar para proporcionarme una solución, mientras yo, no dejaba de mirar el suculento escote de Susana. No tengo remedio, ni vergüenza. Siempre me había gustado ella, he de reconocerlo y más de una vez he estado tentado de hacerle propuestas indecorosas. Pero no, ella nunca me dio pie. También está Javi, al que quiero mucho y respeto, y no creo que le hiciera ni puta gracia que intentara algo con su mujer. Susana, a la que no solo admiraba por su físico espectacular sino también quería como una buena amiga; ocupaba ese lugar en la agenda que dice: "Se mira, pero no se toca". Seguía deleitándome con la visión hipnótica de las tetas de Susana cuando de repente, mis amigos, me sueltan casi al unísono: - "Tu con quién tendrías que salir es con Raquel" -. ¿Raquel?, ¿quién era Raquel? Según me explicaron, Raquel es una vieja amiga de Susana. Se conocieron en la facultad y cuando terminaron la carrera, cada una tomó un camino distinto. Susana comenzó a salir con Javi y Raquel se fue a vivir al extranjero. Allí conoció al que sería su marido, un apuesto hombre de negocios que al cabo del tiempo terminó poniéndole los cuernos con una chica mucho más joven. Raquel se divorció y regresó al país. La historia me resultaba demasiado familiar, casi tan familiar, que me recordaba mucho a la mía. De pronto me entró la desconfianza, pues sé perfectamente cómo actúa un corazón destrozado. Lo sé porque a mí me destrozaron el mío. Lo sé por cómo he actuado desde entonces.
- "Salir con ella te hará bien" - decía Javi. - "Es una tía estupenda, de verdad" - asentía Susana. -"Haríais una buena pareja" - concluyeron ambos. Lo que más me jode es esa gente que piensa que sabe lo que más te conviene. Supongo que lo harían con buena intención, faltaría más. Pero, ¿qué sabía yo de la tal Raquel aparte de lo que me habían contado Susana y Javi? ¿Cómo sería, qué le gustaría? ¿me gustaría realmente? Además estaba lo de su corazón roto. No es por ser insensible, pero tampoco me apetecía ir sanando el corazón de los demás, toda vez que no sabía qué ocurría con el mío. Huyo de toda esa clase de experimentos, siempre salen mal. No obstante, pedí más referencias, una foto, su Facebook... Resulta que Raquel no tiene Facebook. Es de esas personas que desconfían de las redes sociales. ¿Tendrá algo que ocultar? ¿Acaso es muy fea? - "Que va, tío, Raquel es muy mona" - decía Susana. - "Es una tía súper maja" - dictaminó Javi. Peligro, "mona" y "maja" casi en la misma frase. No me gustan esa clase de descripciones políticamente correctas. Por lo general ocultan la realidad. Si la tal Raquel fuera guapa, hubieran utilizado esa palabra y no la otra. Y por supuesto, lo de maja es un epíteto constante cuando sabemos positivamente que la susodicha no entra dentro de nuestros cánones estéticos. Así de cabrona es la gente. Así de cabrones son mis amigos. - "No se hable más, la llamo y quedáis" - dijo Susana agarrando el teléfono móvil. Tampoco pude evitar mirarle las tetas a Susana otra vez. Lo siento, Javi.
La llamada fue la típica conversación entre dos amigas. Saludos, risas, que si sabes que fulanita ha hecho no sé qué, que qué perra, que a ver si nos vemos y tal... Todo normal hasta que Susana dijo algo como: - "Oye, que tengo un amigo que quiere conocerte". (¿Cómo? Yo no había abierto la boca todavía.) - "Que sí, que es muy majo..." (Horror, la musa de mis pajas no me considera atractivo, ha dicho la palabra que empieza por m.) "...que sí, tía, que te lo vas a pasar muy bien y además, ¿cuánto hace que no sales?" - (Uy, qué mal rollo me estaba entrando. Me estaba imaginando lo peor ¡¡¡Por favor, que no me la pase, que no me la pase!!!) - "Mira, que te quiere a saludar".- (¡Hija de puta!, no me hagas esto). No había escapatoria. Susana me pasó el móvil. Estaba cortado, ¿qué le dices a alguien a quien no estás seguro de querer conocer?. - "Sí, hola Raquel, soy [...], encantado de conocerte. Susana y Javi me han hablado mucho de ti" - dije titubeando, sin mucho convencimiento y mintiendo como un bellaco. "Hola [...], encantada. No les hagas mucho caso a esos dos. Ellos también me han hablado mucho de ti". (Apreciaciones: 1.- voz nasal, casi congestionada, nada sexy; diría que tiene un constipado. Me la imaginaba con una bata y rodeada de pañuelos usados por todas partes; 2.- ¿cómo que le han hablado mucho de mí? ¿acaso ya lo tenían planeado? ¿de verdad le doy tanta pena a mis amigos?). Mientras pensaba todo esto y la tal Raquel me seguía torturando con su voz, Susana me quitó el móvil y concertó la cita por mí. Sería la semana siguiente, un viernes, e iríamos a cenar solos.
La semana siguiente transcurrió con normalidad. Trabajo, partido de Champions League el miércoles con los amigos y afterworking el jueves, que tuvo que ser cancelado a la mitad porque recibí una llamada de Marisa pidiéndome sexo. Mismos apartamentos por horas en el centro, misma excusa de ella a su marido (salida de copas con las compañeras del trabajo). Mucho sexo oral, del hablado y del lamido. Sexo del bueno. Horizontal, vertical, desde arriba, desde abajo, de lado, por atrás. Todo el repertorio que nos permitieron las tres horas del alquiler. Me estoy dejando una pasta, dicho sea de paso, pero Marisa lo amerita. Y no sé cómo acabará esta historia con ella. Puedo decir que estoy enganchado a ella, y probablemente ella también lo esté de mi, sin embargo, creo que no me conviene. Al menos no así. Ni creo que yo a ella le convenga, habida cuenta de su estado civil. Pero las cosas son como son, y qué demonios, lo estoy disfrutando. Vaya que si lo estoy disfrutando.
Llegó el viernes y si no llega a ser porque me envió un whatsapp, me hubiera olvidado de Raquel. Sí, Raquel, esa especie de marrón en el que me habían embarcado Susana y Javi y del que no tenía escapatoria. Ella se encargó de reservar el restaurante y no era plan de hacerle un feo. De alguna manera me sentía comprometido con mis amigos y vaya, que no creo que fuera a ser tan terrible. O tal vez sí. Sólo lo sabría yendo a la cita, la primera cita a ciegas en mucho tiempo. La primera cita a ciegas al estilo tradicional en mucho tiempo. Y es que en mi trayectoria he tenido unas cuantas, cada una con diferente resultado. Desde la loca psicótica a la que el juez puso una orden de alejamiento hasta la chica viajera con la que mantuve una satisfactoria, aunque corta, relación; pasando por todas las demás con mayor o menor éxito. Como dice la canción, lo que embruja es el riesgo y no dónde ir. Si iba a la cita, en parte era por el riesgo, ver qué me podía encontrar. Lo bueno de una cita a ciegas es que no te obliga a nada, si bien es cierto que las expectativas suelen ser bastante altas. Además, está todo aquello de que no conoces a la otra persona y todo comienza de cero. El secreto está en no tener expectativas y dejarse llevar, aunque, como digo, las expectativas suelen ser altas. El punto, quizás para mí, más interesante está en que por primera vez en mucho tiempo, la cita iba a ser con una compatriota. No es que tenga nada en contra de mis paisanas, a pesar de la fama que me traigo; simplemente es que no se ha dado el caso y punto.
¿Cómo se prepara uno ante una cita a ciegas? Lo habitual es querer dar una buena imagen. Por mi trabajo, siempre tengo que ir arreglado, así que por esa parte no había problema. El único punto que dejo a la improvisación es lo concerniente a mi barba. Me gusta llevar pelo en la cara, si bien es cierto que me hace algo mayor y a algunas mujeres no les gusta en exceso. No es que aquello me importe, pero queriendo dar una buena imagen, opté por afeitarme dejando únicamente la perilla. Una de las razones para que me llamen "el Sultán" es precisamente que mi aspecto recuerda bastante a las personas de Oriente Medio, y la perilla realza esa connotación exótica. También me gusta ir bien aseado y perfumado. No sólo es importante lo que ven los ojos, sino lo que entra por otros sentidos. En mi caso, prefiero los perfumes suaves, con cierto toque a madera, almizcle y a cítricos. En cuanto a mi atuendo, elegí una camisa blanca (nunca falla), pantalones vaqueros negros (un toque informal) y americana tweed (arreglado, pero informal). Zapatos negros, por supuesto. Hasta el último momento estuve tentado de ponerme corbata.
Así que con lo puesto, me fui al lugar indicado a la hora indicada. Raquel me esperaría en la puerta del restaurante y la reconocería porque llevaría un pañuelo verde en el cuello. Llegué al sitio y ni rastro de chica, ni de pañuelo. Maldita manía mía de llegar siempre pronto a los lugares. Me saqué un cigarrillo, lo encendí y me puse a esperar. Pasaban los minutos y ni rastro de la tal Raquel, tan sólo una chica rellenita estaba en la puerta, pero no llevaba pañuelo, así que no sería Raquel. Hacía calor, y había sido mala elección ponerme la chaqueta. Me la quité y seguí esperando. Miré el reloj y habían pasado quince minutos desde la hora señalada. A esto que la chica se me acerca y me pregunta la hora. "¿Estás esperando a alguien?" - pregunté.
Ante mi asombro la chica pronunció mi nombre. "¿Raquel?" - contesté con idéntica sorpresa. Ella asintió. "Discúlpame pero no te había reconocido, no llevas el pañuelo verde" - añadí, todavía sorprendido. Raquel me dijo que como hacía calor y se estaba agobiando, lo guardó en el bolso. "Disculpa, no me di cuenta de que estabas esperando a alguien" - dije. "Supongo que no soy lo que estabas esperando" - respondió ella. Y en efecto era así. De todas las combinaciones que de mujeres que había imaginado, nunca pensé que iba a ser así. Y entendámonos, la chica no es fea. Tiene una cara muy bonita, pero quizás nunca habría esperado que fuera así de rellenita. "No, al contrario, no esperaba que fueras tan guapa" - mis reflejos actuaron rápido. "Eso se lo dirás a todas..." - respondió a mi envite. "Sólo se lo digo a las que realmente lo son" - dije acercándome a su cara sonrojada por el cumplido para darle los dos besos del obligado saludo. "Ya me dijeron que eres un ligón" - dijo Raquel. "Las malas lenguas, las malas lenguas... pasemos, ¿te parece?" - dije abriéndole la puerta del restaurante e invitándola a entrar. La mesa estaba reservada a nombre de Raquel. El maître nos llevó hasta la mesa. Nos sentamos y comenzamos a charlar.
Ni qué decir tiene que Raquel es una mujer muy agradable, bromista e inteligente. Al menos es la impresión que me dio durante los primeros minutos de la cita, mientras esperábamos los platos y disfrutábamos de un excelente vino blanco. Hablamos de todo, del tiempo, de trabajo, de nuestros gustos culinarios. Raquel tiene una sonrisa que es capaz de envolverte, una de esas sonrisas fascinantes que te atrapan. Una sonrisa que no desapareció durante toda la cena. "¿Cómo me imaginabas?" - me preguntó. Lo cierto es que la imagen que tenía de ella era la de la bata rodeada de pañuelos y así se lo hice saber. "Pero, ¿físicamente?" - insistió. Creo que me quería llevar al dichoso tema de las apariencias físicas y no, no me daba la gana seguir por ese camino. En efecto, ella es gordita, pero ello no es algo que me desagrade, más bien al contrario si el cuerpo está acompañado de inteligencia, sentido del humor y morbo como era el caso. "Pensé que eras coja, manca y tuerta" - respondí. Una sonora carcajada salió de su boca. "Vaya, y ¿qué te parezco?" - siguió con la encuesta. "Que no eres ni coja, ni manca, ni tuerta" - respondí guiñándole un ojo. Y no, no era coja, ni manca, ni tuerta y conforme iba conociéndola me iba pareciendo más atractiva.
La cena fue deliciosa y la compañía mucho más. Cuando terminamos la invité a tomar una copa a otro sitio. Ella me dijo que le apetecía bailar, así que la llevé a un lugar que hacía mucho tiempo al que no iba. Música latina, una oportunidad buena para conocernos un poco más. Al principio estaba un poco torpe, la falta de entrenamiento, sin embargo, gracias a la paciencia de Raquel y las copas de ron que me tomé, rápidamente volví a desenvolverme bien en el baile. Y no sé qué tiene el baile, que a uno se le suben los calores. Quizás sea el contacto. Si no es agarrado, no es baile. Y sí, agarrado fue, como debe ser. Y claro, las manos van al pan y las miradas se convierten en deseo. Y la delgada línea que separa la cintura de la baja espalda se vuelve invisible, y allí había mucha superficie por la que perderse. Y sucedió que las miradas se alargaron, y los cuerpos se acercaron, y los rostros y nos fundimos en un tórrido y largo beso.
"Vamos a mi casa" - dijo Raquel tras el largo beso - "tengo ganas de follar". Desde ese momento abandonamos cualquier tipo de pudor. No hizo falta decir más, salimos de la discoteca y en menos de diez minutos estábamos en la puerta. Mientras buscaba las llaves, seguíamos besándonos. Era tanto el calor, que comenzamos a transpirar. Sobraba ropa, pero tuvimos la delicadeza de despojarnos de ella una vez dentro de la casa. Las curvas de Raquel son rotundas, poderosas, prietas. Tres dimensiones majestuosas que desafían la dictadura del canon estético moderno y destilan sensualidad por todos sus poros. Provista únicamente de sus zapatos de tacón, subió a la cama y me ofreció su delicioso trasero. Acerqué mi rostro y pude sentir todo su aroma de hembra caliente. Mi lengua no tardó en honrar ese delicioso manjar que se abría ante mí, palpitante, húmedo. Mis manos abrían sus nalgas para tener mejor acceso a sus labios y a su culo. Mis dedos se habrían paso en su estrechez para hacer espacio a lo que vendría después. "Métemela ya, cabrón" - ordenó entre gemidos Raquel. No pude sino obededer y de un golpe le inserté mi verga en su culo. Un grito entre placer y dolor inundó la habitación. Estaba dentro de aquel estrecho culo, se sentía bien rico y comencé a moverme suave al principio y luego más fuerte a pedido de mi compañera de juegos. Quizás la estrechez y tal vez la cachondez del momento, hicieron que me corriera enseguida.
No, no hay que pedir disculpas. Eso es de perdedores. Hay muchas más formas para complacer a una mujer y las exploramos todas hasta que recuperé el vigor de nuevo. Mi boca, mi lengua, mis dientes, mis manos hicieron vibrar a esta deliciosa mujer mientras regresaba el tono vital. Ayudó mucho la lengua juguetona de Raquel. Me encanta sentir sus labios succionando, lamiendo, chupando toda la longitud de mi polla. Me encanta sentir sus senos acariciando mi verga. Adoro como me come los huevos. Y que me corten la cabeza si alguna vez comparo a una mujer con otra, pero Raquel tiene algo que la hace única. Es tremendamente sexy. Esa seguridad en sí misma la convierte en una bomba sexual. Ni que decir tiene que disfrutamos de una noche como pocas, que fue mucho mejor de lo que había pensado en un principio, que fue una suerte que mis amigos me presentaran a esta chica y que fue gratificante la experiencia de una cita a ciegas al estilo tradicional.
- "Eso es que no has encontrado a la mujer adecuada" - dijo Susana, la mujer de mi amigo. - "Nos ha jodido, claro que no, si no no estaría así" - pensé yo. Rápidamente mis dos amigos se pusieron a maquinar para proporcionarme una solución, mientras yo, no dejaba de mirar el suculento escote de Susana. No tengo remedio, ni vergüenza. Siempre me había gustado ella, he de reconocerlo y más de una vez he estado tentado de hacerle propuestas indecorosas. Pero no, ella nunca me dio pie. También está Javi, al que quiero mucho y respeto, y no creo que le hiciera ni puta gracia que intentara algo con su mujer. Susana, a la que no solo admiraba por su físico espectacular sino también quería como una buena amiga; ocupaba ese lugar en la agenda que dice: "Se mira, pero no se toca". Seguía deleitándome con la visión hipnótica de las tetas de Susana cuando de repente, mis amigos, me sueltan casi al unísono: - "Tu con quién tendrías que salir es con Raquel" -. ¿Raquel?, ¿quién era Raquel? Según me explicaron, Raquel es una vieja amiga de Susana. Se conocieron en la facultad y cuando terminaron la carrera, cada una tomó un camino distinto. Susana comenzó a salir con Javi y Raquel se fue a vivir al extranjero. Allí conoció al que sería su marido, un apuesto hombre de negocios que al cabo del tiempo terminó poniéndole los cuernos con una chica mucho más joven. Raquel se divorció y regresó al país. La historia me resultaba demasiado familiar, casi tan familiar, que me recordaba mucho a la mía. De pronto me entró la desconfianza, pues sé perfectamente cómo actúa un corazón destrozado. Lo sé porque a mí me destrozaron el mío. Lo sé por cómo he actuado desde entonces.
- "Salir con ella te hará bien" - decía Javi. - "Es una tía estupenda, de verdad" - asentía Susana. -"Haríais una buena pareja" - concluyeron ambos. Lo que más me jode es esa gente que piensa que sabe lo que más te conviene. Supongo que lo harían con buena intención, faltaría más. Pero, ¿qué sabía yo de la tal Raquel aparte de lo que me habían contado Susana y Javi? ¿Cómo sería, qué le gustaría? ¿me gustaría realmente? Además estaba lo de su corazón roto. No es por ser insensible, pero tampoco me apetecía ir sanando el corazón de los demás, toda vez que no sabía qué ocurría con el mío. Huyo de toda esa clase de experimentos, siempre salen mal. No obstante, pedí más referencias, una foto, su Facebook... Resulta que Raquel no tiene Facebook. Es de esas personas que desconfían de las redes sociales. ¿Tendrá algo que ocultar? ¿Acaso es muy fea? - "Que va, tío, Raquel es muy mona" - decía Susana. - "Es una tía súper maja" - dictaminó Javi. Peligro, "mona" y "maja" casi en la misma frase. No me gustan esa clase de descripciones políticamente correctas. Por lo general ocultan la realidad. Si la tal Raquel fuera guapa, hubieran utilizado esa palabra y no la otra. Y por supuesto, lo de maja es un epíteto constante cuando sabemos positivamente que la susodicha no entra dentro de nuestros cánones estéticos. Así de cabrona es la gente. Así de cabrones son mis amigos. - "No se hable más, la llamo y quedáis" - dijo Susana agarrando el teléfono móvil. Tampoco pude evitar mirarle las tetas a Susana otra vez. Lo siento, Javi.
La llamada fue la típica conversación entre dos amigas. Saludos, risas, que si sabes que fulanita ha hecho no sé qué, que qué perra, que a ver si nos vemos y tal... Todo normal hasta que Susana dijo algo como: - "Oye, que tengo un amigo que quiere conocerte". (¿Cómo? Yo no había abierto la boca todavía.) - "Que sí, que es muy majo..." (Horror, la musa de mis pajas no me considera atractivo, ha dicho la palabra que empieza por m.) "...que sí, tía, que te lo vas a pasar muy bien y además, ¿cuánto hace que no sales?" - (Uy, qué mal rollo me estaba entrando. Me estaba imaginando lo peor ¡¡¡Por favor, que no me la pase, que no me la pase!!!) - "Mira, que te quiere a saludar".- (¡Hija de puta!, no me hagas esto). No había escapatoria. Susana me pasó el móvil. Estaba cortado, ¿qué le dices a alguien a quien no estás seguro de querer conocer?. - "Sí, hola Raquel, soy [...], encantado de conocerte. Susana y Javi me han hablado mucho de ti" - dije titubeando, sin mucho convencimiento y mintiendo como un bellaco. "Hola [...], encantada. No les hagas mucho caso a esos dos. Ellos también me han hablado mucho de ti". (Apreciaciones: 1.- voz nasal, casi congestionada, nada sexy; diría que tiene un constipado. Me la imaginaba con una bata y rodeada de pañuelos usados por todas partes; 2.- ¿cómo que le han hablado mucho de mí? ¿acaso ya lo tenían planeado? ¿de verdad le doy tanta pena a mis amigos?). Mientras pensaba todo esto y la tal Raquel me seguía torturando con su voz, Susana me quitó el móvil y concertó la cita por mí. Sería la semana siguiente, un viernes, e iríamos a cenar solos.
La semana siguiente transcurrió con normalidad. Trabajo, partido de Champions League el miércoles con los amigos y afterworking el jueves, que tuvo que ser cancelado a la mitad porque recibí una llamada de Marisa pidiéndome sexo. Mismos apartamentos por horas en el centro, misma excusa de ella a su marido (salida de copas con las compañeras del trabajo). Mucho sexo oral, del hablado y del lamido. Sexo del bueno. Horizontal, vertical, desde arriba, desde abajo, de lado, por atrás. Todo el repertorio que nos permitieron las tres horas del alquiler. Me estoy dejando una pasta, dicho sea de paso, pero Marisa lo amerita. Y no sé cómo acabará esta historia con ella. Puedo decir que estoy enganchado a ella, y probablemente ella también lo esté de mi, sin embargo, creo que no me conviene. Al menos no así. Ni creo que yo a ella le convenga, habida cuenta de su estado civil. Pero las cosas son como son, y qué demonios, lo estoy disfrutando. Vaya que si lo estoy disfrutando.
Llegó el viernes y si no llega a ser porque me envió un whatsapp, me hubiera olvidado de Raquel. Sí, Raquel, esa especie de marrón en el que me habían embarcado Susana y Javi y del que no tenía escapatoria. Ella se encargó de reservar el restaurante y no era plan de hacerle un feo. De alguna manera me sentía comprometido con mis amigos y vaya, que no creo que fuera a ser tan terrible. O tal vez sí. Sólo lo sabría yendo a la cita, la primera cita a ciegas en mucho tiempo. La primera cita a ciegas al estilo tradicional en mucho tiempo. Y es que en mi trayectoria he tenido unas cuantas, cada una con diferente resultado. Desde la loca psicótica a la que el juez puso una orden de alejamiento hasta la chica viajera con la que mantuve una satisfactoria, aunque corta, relación; pasando por todas las demás con mayor o menor éxito. Como dice la canción, lo que embruja es el riesgo y no dónde ir. Si iba a la cita, en parte era por el riesgo, ver qué me podía encontrar. Lo bueno de una cita a ciegas es que no te obliga a nada, si bien es cierto que las expectativas suelen ser bastante altas. Además, está todo aquello de que no conoces a la otra persona y todo comienza de cero. El secreto está en no tener expectativas y dejarse llevar, aunque, como digo, las expectativas suelen ser altas. El punto, quizás para mí, más interesante está en que por primera vez en mucho tiempo, la cita iba a ser con una compatriota. No es que tenga nada en contra de mis paisanas, a pesar de la fama que me traigo; simplemente es que no se ha dado el caso y punto.
¿Cómo se prepara uno ante una cita a ciegas? Lo habitual es querer dar una buena imagen. Por mi trabajo, siempre tengo que ir arreglado, así que por esa parte no había problema. El único punto que dejo a la improvisación es lo concerniente a mi barba. Me gusta llevar pelo en la cara, si bien es cierto que me hace algo mayor y a algunas mujeres no les gusta en exceso. No es que aquello me importe, pero queriendo dar una buena imagen, opté por afeitarme dejando únicamente la perilla. Una de las razones para que me llamen "el Sultán" es precisamente que mi aspecto recuerda bastante a las personas de Oriente Medio, y la perilla realza esa connotación exótica. También me gusta ir bien aseado y perfumado. No sólo es importante lo que ven los ojos, sino lo que entra por otros sentidos. En mi caso, prefiero los perfumes suaves, con cierto toque a madera, almizcle y a cítricos. En cuanto a mi atuendo, elegí una camisa blanca (nunca falla), pantalones vaqueros negros (un toque informal) y americana tweed (arreglado, pero informal). Zapatos negros, por supuesto. Hasta el último momento estuve tentado de ponerme corbata.
Así que con lo puesto, me fui al lugar indicado a la hora indicada. Raquel me esperaría en la puerta del restaurante y la reconocería porque llevaría un pañuelo verde en el cuello. Llegué al sitio y ni rastro de chica, ni de pañuelo. Maldita manía mía de llegar siempre pronto a los lugares. Me saqué un cigarrillo, lo encendí y me puse a esperar. Pasaban los minutos y ni rastro de la tal Raquel, tan sólo una chica rellenita estaba en la puerta, pero no llevaba pañuelo, así que no sería Raquel. Hacía calor, y había sido mala elección ponerme la chaqueta. Me la quité y seguí esperando. Miré el reloj y habían pasado quince minutos desde la hora señalada. A esto que la chica se me acerca y me pregunta la hora. "¿Estás esperando a alguien?" - pregunté.
Ante mi asombro la chica pronunció mi nombre. "¿Raquel?" - contesté con idéntica sorpresa. Ella asintió. "Discúlpame pero no te había reconocido, no llevas el pañuelo verde" - añadí, todavía sorprendido. Raquel me dijo que como hacía calor y se estaba agobiando, lo guardó en el bolso. "Disculpa, no me di cuenta de que estabas esperando a alguien" - dije. "Supongo que no soy lo que estabas esperando" - respondió ella. Y en efecto era así. De todas las combinaciones que de mujeres que había imaginado, nunca pensé que iba a ser así. Y entendámonos, la chica no es fea. Tiene una cara muy bonita, pero quizás nunca habría esperado que fuera así de rellenita. "No, al contrario, no esperaba que fueras tan guapa" - mis reflejos actuaron rápido. "Eso se lo dirás a todas..." - respondió a mi envite. "Sólo se lo digo a las que realmente lo son" - dije acercándome a su cara sonrojada por el cumplido para darle los dos besos del obligado saludo. "Ya me dijeron que eres un ligón" - dijo Raquel. "Las malas lenguas, las malas lenguas... pasemos, ¿te parece?" - dije abriéndole la puerta del restaurante e invitándola a entrar. La mesa estaba reservada a nombre de Raquel. El maître nos llevó hasta la mesa. Nos sentamos y comenzamos a charlar.
Ni qué decir tiene que Raquel es una mujer muy agradable, bromista e inteligente. Al menos es la impresión que me dio durante los primeros minutos de la cita, mientras esperábamos los platos y disfrutábamos de un excelente vino blanco. Hablamos de todo, del tiempo, de trabajo, de nuestros gustos culinarios. Raquel tiene una sonrisa que es capaz de envolverte, una de esas sonrisas fascinantes que te atrapan. Una sonrisa que no desapareció durante toda la cena. "¿Cómo me imaginabas?" - me preguntó. Lo cierto es que la imagen que tenía de ella era la de la bata rodeada de pañuelos y así se lo hice saber. "Pero, ¿físicamente?" - insistió. Creo que me quería llevar al dichoso tema de las apariencias físicas y no, no me daba la gana seguir por ese camino. En efecto, ella es gordita, pero ello no es algo que me desagrade, más bien al contrario si el cuerpo está acompañado de inteligencia, sentido del humor y morbo como era el caso. "Pensé que eras coja, manca y tuerta" - respondí. Una sonora carcajada salió de su boca. "Vaya, y ¿qué te parezco?" - siguió con la encuesta. "Que no eres ni coja, ni manca, ni tuerta" - respondí guiñándole un ojo. Y no, no era coja, ni manca, ni tuerta y conforme iba conociéndola me iba pareciendo más atractiva.
La cena fue deliciosa y la compañía mucho más. Cuando terminamos la invité a tomar una copa a otro sitio. Ella me dijo que le apetecía bailar, así que la llevé a un lugar que hacía mucho tiempo al que no iba. Música latina, una oportunidad buena para conocernos un poco más. Al principio estaba un poco torpe, la falta de entrenamiento, sin embargo, gracias a la paciencia de Raquel y las copas de ron que me tomé, rápidamente volví a desenvolverme bien en el baile. Y no sé qué tiene el baile, que a uno se le suben los calores. Quizás sea el contacto. Si no es agarrado, no es baile. Y sí, agarrado fue, como debe ser. Y claro, las manos van al pan y las miradas se convierten en deseo. Y la delgada línea que separa la cintura de la baja espalda se vuelve invisible, y allí había mucha superficie por la que perderse. Y sucedió que las miradas se alargaron, y los cuerpos se acercaron, y los rostros y nos fundimos en un tórrido y largo beso.
"Vamos a mi casa" - dijo Raquel tras el largo beso - "tengo ganas de follar". Desde ese momento abandonamos cualquier tipo de pudor. No hizo falta decir más, salimos de la discoteca y en menos de diez minutos estábamos en la puerta. Mientras buscaba las llaves, seguíamos besándonos. Era tanto el calor, que comenzamos a transpirar. Sobraba ropa, pero tuvimos la delicadeza de despojarnos de ella una vez dentro de la casa. Las curvas de Raquel son rotundas, poderosas, prietas. Tres dimensiones majestuosas que desafían la dictadura del canon estético moderno y destilan sensualidad por todos sus poros. Provista únicamente de sus zapatos de tacón, subió a la cama y me ofreció su delicioso trasero. Acerqué mi rostro y pude sentir todo su aroma de hembra caliente. Mi lengua no tardó en honrar ese delicioso manjar que se abría ante mí, palpitante, húmedo. Mis manos abrían sus nalgas para tener mejor acceso a sus labios y a su culo. Mis dedos se habrían paso en su estrechez para hacer espacio a lo que vendría después. "Métemela ya, cabrón" - ordenó entre gemidos Raquel. No pude sino obededer y de un golpe le inserté mi verga en su culo. Un grito entre placer y dolor inundó la habitación. Estaba dentro de aquel estrecho culo, se sentía bien rico y comencé a moverme suave al principio y luego más fuerte a pedido de mi compañera de juegos. Quizás la estrechez y tal vez la cachondez del momento, hicieron que me corriera enseguida.
No, no hay que pedir disculpas. Eso es de perdedores. Hay muchas más formas para complacer a una mujer y las exploramos todas hasta que recuperé el vigor de nuevo. Mi boca, mi lengua, mis dientes, mis manos hicieron vibrar a esta deliciosa mujer mientras regresaba el tono vital. Ayudó mucho la lengua juguetona de Raquel. Me encanta sentir sus labios succionando, lamiendo, chupando toda la longitud de mi polla. Me encanta sentir sus senos acariciando mi verga. Adoro como me come los huevos. Y que me corten la cabeza si alguna vez comparo a una mujer con otra, pero Raquel tiene algo que la hace única. Es tremendamente sexy. Esa seguridad en sí misma la convierte en una bomba sexual. Ni que decir tiene que disfrutamos de una noche como pocas, que fue mucho mejor de lo que había pensado en un principio, que fue una suerte que mis amigos me presentaran a esta chica y que fue gratificante la experiencia de una cita a ciegas al estilo tradicional.
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