Está haciendo buen tiempo. Parece mentira, pero hace un par de semanas hacía un frío espantoso. Ni qué decir tiene la jodida lluvia, tan necesaria, pero tan engorrosa. Ahora hace calor, no sé por cuánto tiempo, pero hace calor y se nota. Se nota bastante.
Salía de un curso y unos compañeros propusieron la idea de ir a una terraza a tomar algo. La excusa perfecta para no regresar de inmediato a casa, aunque al día siguiente tengas que madrugar para irte al trabajo. No hizo falta que me convencieran, incluso les propuse el lugar. Con el cambio de hora, aún teníamos un buen rato de sol hasta el anochecer. Fue agradable charlar con los compañeros y compañeras del curso mientras tomábamos cervezas. Es una buena oportunidad para conocer a la gente más allá de la mera relación circunstacial, conocer sus gustos, sus vidas, sus historias. En estos cursos hay mucha gente interesante, gente que ha viajado a otros países, que tienen muchas experiencias fuera, gente con la que siento que conecto por las vivencias similares, intereses y gustos.
Estaba haciendo mucho calor. La llegada de las cervezas heladas calmó la sed y la sensación térmica, que estaba comenzando a ser insoportable. Nos habíamos sentado un poco al azar. Quizás no era la distribución habitual de la clase. Daba igual, pensé. Es una buena oportunidad de conocer a la gente. A mi izquierda se sentó S, pelo largo, estatura mediana, buen cuerpo, elegante, coqueta. S. tiene un gran sentido del humor y una sonrisa que derrite a cualquiera. A mi derecha se sentó L, media melena, pequeñita, menudita, aspecto hippie y desenfadado. L. es una mujer de esas que no pasan desapercibidas, todo un carácter, interesante, dicharachera, con mucha experiencia y sobre todo muy viajada. Con ambas estuve hablando todo el tiempo, tanto que casi no nos dimos ni cuenta que poco a poco íbamos quedándonos solos en aquella terraza conforme pasaba el tiempo. Se hizo de noche y los tres seguíamos allí bebiendo cervezas.
De S. hablaré en otra ocasión, ya que aquella noche no ocurrió nada con ella, y me centraré en L. A mi compañera S. se le hizo tarde y tuvo que salir corriendo para alcanzar el último autobús que la llevaba hasta su pueblo. Quedamos L. y yo solos hablando de los lugares en que habíamos vivido, las experiencias, mientras tratábamos de arreglar este mundo que nos ha tocado vivir. Me sentí rápidamente identificado con ella, teníamos muchas cosas en común. Ella fuma como yo. Me fascinan las mujeres que fuman con aires de actriz de cine negro. Ella fumaba así. Ni qué decir tiene que me quedaba embobado mirándola mientras hablaba. Llevaba una camisa de tirantes de esas que dejan ver las tiras del sujetador. Ella tiene poco busto, pero no desentona en absoluto con su cuerpo pequeño y delgado. Tampoco dejaba de ver sus pantalones, de esos de talle bajo que en los descuidos dejan ver las tiras del tanga descansando sobre las caderas. Reconozco que me encantan las colas de ballena, que es cuando se puede ver el triángulo trasero del tanga sobresaliendo del pantalón. Me excita sobremanera y allí me encontraba yo, excitado y un poco tocado por las innumerables cervezas que llevábamos.
La conversación iba girando hacia temas personales, sobre relaciones y esas cuestiones. Quizás por el rato que llevábamos, habíamos cogido confianza. De vez en cuando ella tocaba mi brazo, me acariciaba y una especie de conflicto interno se debatía debajo de mis boxers, queriendo salir y adquirir un mayor protagonismo. No soy un animal, me contuve. El tiempo me ha enseñado a ser paciente, a no anticiparme a los acontecimientos, a esperar que el guiso se vaya cocinando a fuego lento. Cada vez hablábamos más cerca el uno del otro hasta que el camarero vino a informarnos de que iba a cerrar y que debíamos pagar las consumiciones. Menuda clavada, pero como no llevaba la cuenta de cuántas cervezas me había tomado, acepté sin rechistar el pago. Me imagino que pagué las cervezas que se tomaron otros, pero no me importó, recién había cobrado mi paga. Nos levantamos y comenzamos a caminar, como yendo hacia el centro. No sé por qué tomamos esa dirección, porque ninguno de los dos vivía por allí. Tal vez nos dejamos llevar, arrastrados por ese estado cercano a la borrachera pero que todavía controlábamos, en parte, nuestros sentidos.
Comenzó a hacer viento y ella sintió frío. Lo noté porque sus pezones se marcaban en su camisa de tirantes. No sé por qué, pero algo me impulsó a abrazarla para pasarle algo de mi calor. Fue un abrazo tierno, dulce. Nos miramos a los ojos y comenzamos a besarnos, primero tímidamente como pidiéndonos permiso, luego ya de forma más pasional, más salvaje. El problema era que siendo tan bajita, me tenía que agachar para poder besarla, pero pronto lo solucionamos bajándome un escalón. No decíamos nada, tan sólo nos besábamos. Nuestras lenguas luchaban por abrirse paso en la boca del otro. Adoro cuando me agarran de la nuca y con la otra mano me acarician la mejilla. Así son los besos en las películas y la nuestra no acaba sino de comenzar. El viento seguía soplando y comenzaba a hacer frío de verdad. Tomamos un taxi y nos fuimos a su casa.
En el taxi seguíamos besándonos mientras el taxista miraba por el espejo retrovisor. L. se dio cuenta y comenzó a tocarme la polla por encima del pantalón. Empecé a temer por nuestra seguridad porque el tipo no debaja de mirarnos y no se fijaba en la carretera. Suerte que el sitio estaba cerca y llegamos rápido. De nuevo, una clavada de carrera. No había problema, luego tendría premio y qué cojones, había cobrado la paga. Seguimos con los besos de camino a la puerta. Con dificultad logró abrir y nos quedamos en el portal durante un rato. Con nuestras manos explorábamos nuestros cuerpos y ni corta ni perezosa, se agachó, desabrochó el cinturón, bajó mis pantalones, mis boxers y se metió la polla en su boca. La mamada fue espectacular y por momentos creía que me iba a correr. No obstante, la convencí para que dejara algo para luego. Temía que alguien nos viera y ya se sabe que el amor es ciego, pero los vecinos no. Tomamos el ascensor y de nuevo se agachó para continuar con sus atenciones allá abajo.
Con los pantalones en los tobillos entré en su apartamento detrás de ella. Cerró la puerta y nos dirigimos a su cuarto, donde, entre besos, volvimos a abrazarnos y allí fui poco a poco despojándola de la poca ropa que llevaba. Le quité el sostén con una sola mano y dejé al descubierto sus dos pequeños pechos coronados por dos puntiagudos pezones que saboreé como quien toma un helado. L. me dijo entre gemidos que le encantaba que le comieran las tetas. No sería lo único que me comiera esa noche, pensé para mis adentros. Después, la hice subir sobre la cama y la puse en cuatro patas. Le bajé los pantalones y el tanga y comencé a comerle el coño desde atrás, lo cual estaba disfrutando porque no paraba de moverse hacia atrás haciendo que mi lengua se metiera en su coño cada vez más adentro. Cuando creí que L. iba a perder el control, me levanté y se la clavé de un solo de perrito. Se veía que le encantaba pues repetía la misma operación que cuando le estaba dando lengua. No sé por cuánto tiempo estuvimos así, sólo sé que hubo un momento en que me gritó implorando que no parara, que siguiera taladrándola hasta que rompió en un tremendo orgasmo que debió despertar a todo el vecindario, privándoles del sueño horas antes de levantarse para ir a trabajar.
L. se retorcía de placer en la cama y yo me recosté a su lado besando su frente y acariciándole el pelo mientras se recuperaba. Quedó exhausta, me confesó y se lamentaba de dejarme a medias. Me pidió que me quedara a dormir con ella y por la mañana me daría mi recompensa. No puse objeción, aunque al día siguiente tendría que volver al trabajo con la misma ropa. Nos quedamos dormidos.
Ya por la mañana, L. me despertó con una deliciosa mamada. Echamos un polvo, nos duchamos, desayunamos y nos fuimos cada uno a nuestros respectivos trabajos. Se me ocurrió encender el móvil para ver si tenía algún mensaje. Lo suelo apagar cuando tengo esta clase de encuentros interesantes para evitar llamadas inoportunas. Tenía varias llamadas perdidas y un sms. Era S., quería verme, pero esa ya es otra historia.
Estaba haciendo mucho calor. La llegada de las cervezas heladas calmó la sed y la sensación térmica, que estaba comenzando a ser insoportable. Nos habíamos sentado un poco al azar. Quizás no era la distribución habitual de la clase. Daba igual, pensé. Es una buena oportunidad de conocer a la gente. A mi izquierda se sentó S, pelo largo, estatura mediana, buen cuerpo, elegante, coqueta. S. tiene un gran sentido del humor y una sonrisa que derrite a cualquiera. A mi derecha se sentó L, media melena, pequeñita, menudita, aspecto hippie y desenfadado. L. es una mujer de esas que no pasan desapercibidas, todo un carácter, interesante, dicharachera, con mucha experiencia y sobre todo muy viajada. Con ambas estuve hablando todo el tiempo, tanto que casi no nos dimos ni cuenta que poco a poco íbamos quedándonos solos en aquella terraza conforme pasaba el tiempo. Se hizo de noche y los tres seguíamos allí bebiendo cervezas.
De S. hablaré en otra ocasión, ya que aquella noche no ocurrió nada con ella, y me centraré en L. A mi compañera S. se le hizo tarde y tuvo que salir corriendo para alcanzar el último autobús que la llevaba hasta su pueblo. Quedamos L. y yo solos hablando de los lugares en que habíamos vivido, las experiencias, mientras tratábamos de arreglar este mundo que nos ha tocado vivir. Me sentí rápidamente identificado con ella, teníamos muchas cosas en común. Ella fuma como yo. Me fascinan las mujeres que fuman con aires de actriz de cine negro. Ella fumaba así. Ni qué decir tiene que me quedaba embobado mirándola mientras hablaba. Llevaba una camisa de tirantes de esas que dejan ver las tiras del sujetador. Ella tiene poco busto, pero no desentona en absoluto con su cuerpo pequeño y delgado. Tampoco dejaba de ver sus pantalones, de esos de talle bajo que en los descuidos dejan ver las tiras del tanga descansando sobre las caderas. Reconozco que me encantan las colas de ballena, que es cuando se puede ver el triángulo trasero del tanga sobresaliendo del pantalón. Me excita sobremanera y allí me encontraba yo, excitado y un poco tocado por las innumerables cervezas que llevábamos.
La conversación iba girando hacia temas personales, sobre relaciones y esas cuestiones. Quizás por el rato que llevábamos, habíamos cogido confianza. De vez en cuando ella tocaba mi brazo, me acariciaba y una especie de conflicto interno se debatía debajo de mis boxers, queriendo salir y adquirir un mayor protagonismo. No soy un animal, me contuve. El tiempo me ha enseñado a ser paciente, a no anticiparme a los acontecimientos, a esperar que el guiso se vaya cocinando a fuego lento. Cada vez hablábamos más cerca el uno del otro hasta que el camarero vino a informarnos de que iba a cerrar y que debíamos pagar las consumiciones. Menuda clavada, pero como no llevaba la cuenta de cuántas cervezas me había tomado, acepté sin rechistar el pago. Me imagino que pagué las cervezas que se tomaron otros, pero no me importó, recién había cobrado mi paga. Nos levantamos y comenzamos a caminar, como yendo hacia el centro. No sé por qué tomamos esa dirección, porque ninguno de los dos vivía por allí. Tal vez nos dejamos llevar, arrastrados por ese estado cercano a la borrachera pero que todavía controlábamos, en parte, nuestros sentidos.
Comenzó a hacer viento y ella sintió frío. Lo noté porque sus pezones se marcaban en su camisa de tirantes. No sé por qué, pero algo me impulsó a abrazarla para pasarle algo de mi calor. Fue un abrazo tierno, dulce. Nos miramos a los ojos y comenzamos a besarnos, primero tímidamente como pidiéndonos permiso, luego ya de forma más pasional, más salvaje. El problema era que siendo tan bajita, me tenía que agachar para poder besarla, pero pronto lo solucionamos bajándome un escalón. No decíamos nada, tan sólo nos besábamos. Nuestras lenguas luchaban por abrirse paso en la boca del otro. Adoro cuando me agarran de la nuca y con la otra mano me acarician la mejilla. Así son los besos en las películas y la nuestra no acaba sino de comenzar. El viento seguía soplando y comenzaba a hacer frío de verdad. Tomamos un taxi y nos fuimos a su casa.
En el taxi seguíamos besándonos mientras el taxista miraba por el espejo retrovisor. L. se dio cuenta y comenzó a tocarme la polla por encima del pantalón. Empecé a temer por nuestra seguridad porque el tipo no debaja de mirarnos y no se fijaba en la carretera. Suerte que el sitio estaba cerca y llegamos rápido. De nuevo, una clavada de carrera. No había problema, luego tendría premio y qué cojones, había cobrado la paga. Seguimos con los besos de camino a la puerta. Con dificultad logró abrir y nos quedamos en el portal durante un rato. Con nuestras manos explorábamos nuestros cuerpos y ni corta ni perezosa, se agachó, desabrochó el cinturón, bajó mis pantalones, mis boxers y se metió la polla en su boca. La mamada fue espectacular y por momentos creía que me iba a correr. No obstante, la convencí para que dejara algo para luego. Temía que alguien nos viera y ya se sabe que el amor es ciego, pero los vecinos no. Tomamos el ascensor y de nuevo se agachó para continuar con sus atenciones allá abajo.
Con los pantalones en los tobillos entré en su apartamento detrás de ella. Cerró la puerta y nos dirigimos a su cuarto, donde, entre besos, volvimos a abrazarnos y allí fui poco a poco despojándola de la poca ropa que llevaba. Le quité el sostén con una sola mano y dejé al descubierto sus dos pequeños pechos coronados por dos puntiagudos pezones que saboreé como quien toma un helado. L. me dijo entre gemidos que le encantaba que le comieran las tetas. No sería lo único que me comiera esa noche, pensé para mis adentros. Después, la hice subir sobre la cama y la puse en cuatro patas. Le bajé los pantalones y el tanga y comencé a comerle el coño desde atrás, lo cual estaba disfrutando porque no paraba de moverse hacia atrás haciendo que mi lengua se metiera en su coño cada vez más adentro. Cuando creí que L. iba a perder el control, me levanté y se la clavé de un solo de perrito. Se veía que le encantaba pues repetía la misma operación que cuando le estaba dando lengua. No sé por cuánto tiempo estuvimos así, sólo sé que hubo un momento en que me gritó implorando que no parara, que siguiera taladrándola hasta que rompió en un tremendo orgasmo que debió despertar a todo el vecindario, privándoles del sueño horas antes de levantarse para ir a trabajar.
L. se retorcía de placer en la cama y yo me recosté a su lado besando su frente y acariciándole el pelo mientras se recuperaba. Quedó exhausta, me confesó y se lamentaba de dejarme a medias. Me pidió que me quedara a dormir con ella y por la mañana me daría mi recompensa. No puse objeción, aunque al día siguiente tendría que volver al trabajo con la misma ropa. Nos quedamos dormidos.
Ya por la mañana, L. me despertó con una deliciosa mamada. Echamos un polvo, nos duchamos, desayunamos y nos fuimos cada uno a nuestros respectivos trabajos. Se me ocurrió encender el móvil para ver si tenía algún mensaje. Lo suelo apagar cuando tengo esta clase de encuentros interesantes para evitar llamadas inoportunas. Tenía varias llamadas perdidas y un sms. Era S., quería verme, pero esa ya es otra historia.