jueves, 22 de agosto de 2013

Paula

- "¡Hola!" -
- "¡Ey!, hola, ¿qué tal?"

Era Paula, la compañera de piso de mi ex. Andaba de farra con mis amigos y fuimos a coincidir con ella en el mismo bar. Tras los dos besos de rigor, las preguntas de reconocimiento, las actualizaciones y todo lo demás, la invité a tomar una copa. No sería la última. Estuvimos dándole a la lengua por más de dos horas y mis amigos terminaron por marcharse dejándome sólo con aquella mujer. También nosotros cambiamos de escenario y acabamos en aquel antro oscuro donde los tragos eran baratos, la música muy alta y había que acercarse más de lo necesario para poder escuchar las palabras del otro. La cercanía propició el contacto físico que ninguno de los dos rehuíamos. La estratégica mano en la cadera y el alcohol en sangre hicieron todo lo demás. Al rato ya estábamos comiéndonos la boca.

A ella la conocía de las veces que me quedaba a dormir en el piso de mi ex. De trato cordial y amable, siempre me saludaba con dos besos bien cercanos a las comisuras de los labios. Yo me hacía el despistado, no fuera a darse cuenta la celosa de mi ex, entonces mi novia. No quería enturbiar la convivencia entre ambas. En más de una ocasión coincidimos en ropa interior en el pasillo yendo hacia el baño. "Esta noche tenéis juerguecita, ¿eh?" - me dijo una vez, plantándome un pico en la boca, como por accidente. Seguirle el juego hubiera sido contraproducente. Era evidente que quería algo conmigo y yo, pillado por mi novia, no quería ningún problema y desde luego, no le iba a dar pie. Desde aquel incidente trataba por todos los medios de evitarla. Un día me llegó a decir: "Tranquilo, que ella no se va a enterar", guiñándome un ojo. Tiempo después, cuando la cosa se calmó, me enteré que mi novia me ponía los cuernos con un tipo de su universidad. Rompí con ella, la mandé al carajo y no regresé más por aquel lugar.

Varias copas más tarde, y después de magrearnos todo lo que quisimos, pagamos la cuenta y nos fuimos de aquel lugar. "¿Adónde vamos?" - pregunté. "Vamos a mi casa" - constestó ella. Me quedé pensando. "Tranquilo, ella no está". Volver al lugar del crimen no me hacía ni puta gracia, pero estaba con un calentón que... en fin, nos fuimos a su casa. Cuando llegamos, nos metimos en su cuarto, un cuarto mucho más grande que la habitación donde vivía mi ex. La cama, también lo era. Ambos caímos en ella para continuar besándonos, ella subida a horcajadas encima de mí. Tardé poco en deshacerme de su blusa y aparecieron ante mi esos dos enormes pechos sostenidos por un delicado sujetador negro de encaje, que tuvo la amabilidad de desabrochar. Una vez liberados de su prisión, me dediqué a lamer esas enormes tetas con pezones del tamaño de una galleta. Eso la puso a mil por hora y comenzó a agarrarme de la polla por encima del pantalón. Me recostó sobre el colchón y comenzó a desabrocharme la bragueta, bajarme los pantalones y los calzoncillos, metiéndose mi verga en la boca. Parecía que llevaba mucho tiempo sin probar una por el empeño que le ponía. "Si sigues así, vas a hacer que me corra" - le imploraba viendo como se acercaba el clímax. "Déjame hacer a mí" - le dije agarrándola de los brazos y levantándola para luego, quitarle el pantalón, el tanga (también negro y de encaje) y dedicarme a explorar con mi lengua lo más profundo de su sexo.

No eran gemidos, sino alaridos lo que salía por la boca de Paula. Aquello me recordaba a las sesiones de sexo con mi ex, que tampoco se cortaba en aquellos menesteres y que traía fritos a los vecinos, que me miraban con mala cara cuando los encontraba en los espacios comunes de la finca. Paula, desde luego, nos tenía que oír. Las habitaciones daban pared con pared y la dichosa cama rechinaba con cada una de mis embestidas. Según me dijo Paula, en una de sus insinuaciones, solía masturbarse como una loca cuando nos oía a mí y a mi ex follar del otro lado. Ahora era ella quien tampoco se privaba del concierto estereofónico en dolby sorround, que aumentó en volumen e intensidad en cuanto se la metí por el coño, previamente enfundado con un condón. A diferencia de mi ex, Paula era más expresiva y comentaba la ejecución de la jugada indicando sus preferencias en cuanto a profundidad y dureza. También hubo referencias a Nuestro Señor, a todos los ángeles del cielo y cuando llegó al orgasmo, profirió un sonoro "Joder" que debió oírse más allá de nuestras fronteras. Para no dejarla sola y debido al ímpetu de la señorita en sus artes amatorias, me uní a ella en los gritos, los alaridos y la banda sonora. La cama, que debía ser nueva, no acompañó en el dueto.

Finalizado el primer round, exhaustos y bien sudados, caímos rendidos sobre el colchón. "¿Tienes un cigarro?" - me preguntó. En algún bolsillo de mis pantalones debía tener el paquete. El asunto es que tuve que levantarme a buscarlos y los hallé debajo de la cama. Saqué un cigarrillo y le ofrecí fuego, cosa que rehusó por el momento. Alargó la mano hacia la mesilla de noche, sacó una bolsa con un librillo de papel de arroz, una china de hachís y comenzó a liarse un porro. "Después de follar me gusta fumarme un peta" - me aclaró. Lo encendió, le dio una calada profunda y me lo pasó. Hacía mucho que no fumaba un porro. Mi ex era bastante reacia al uso recreativo de la resina del cáñamo y a causa de ella lo dejé por un tiempo. Tomé una segunda calada y le pasé el humo con mi boca. A ella le pareció divertido el juego y seguimos jugando hasta que se terminó el cigarrillo aliñado. El efecto nos puso cachondos de nuevo y volvimos a follar, ahora entre risas. El segundo polvo fue más tranquilo, menos acelerado que el primero. Disfrutábamos del contacto, de nuestras pieles, de como iba introduciéndole mi polla poco a poco, del ritmo pausado y firme, de las diversas posturas. Volvió a alargar la mano hacia la mesilla y extrajo una bala vibradora con la que empezó a estimular su clítoris. Momentos después me pidió que se la metiera por el culo. Con mi ex eso nunca fue posible. Solía decir que "por ahí, ni el rumor del viento". Ahora Paula me pedía que le practicara sexo anal. Esta chica sí que molaba. Se colocó a cuatro patas mientras yo comencé a comerle el coño desde atrás. Ella seguía con su bala vibradora, pero debió saberle a poco y sacó un nuevo juguete de la mesilla. Un dildo de color rosado que fue introduciéndose en su vulva. Yo seguí con los lengüetazos subiendo más allá de su perineo y acercándome más al objetivo. Con un dedo envuelto en sus jugos y algo de crema lubrificante comencé a rodear su entrada trasera. De nuevo comenzó el concierto y conforme iba introduciendo un segundo dedo, y hasta un tercero. Cuando el orificio estaba lo suficientemente dilatado, dejé entrar la cabeza de mi polla y poco a poco fui introduciéndosela. Una vez dentro, dejé un tiempo para que su cuerpo se adaptara al intruso y comencé a bombearla suave, pero de manera firme. Podía sentir la vibración del dildo a través de sus paredes.

Y allí estaba yo, dándole por el culo a la compañera de piso de mi ex. Aquella que me vacilaba y me ponía en un compromiso cada vez que coincidíamos en la casa. Aquella que había sido objeto de alguna de mis pajas y que era espectadora de excepción de aquellos polvos sonoros que tenía con mi ex. Aquella que me juraba en arameo con cada una de mis embestidas, mezcla de dolor y placer. Aquella que... De repente se oyó la puerta de la casa, era mi ex. Me puse nervioso, no sabía si seguir o salir de allí corriendo. Paula me dijo que continuara, que ahora le tocaba a mi ex escuchar cómo se la follaban. Aquello me supo a venganza, y reconozco que me excitó sobremanera y se me puso bien dura. Aumenté el ritmo con lo que subió el nivel de los decibelios. Mi ex debía estar flipando con aquello, se encerró en su habitación y apagó la luz. Nosotros seguimos con lo nuestro durante un rato más, hasta que terminé corriéndome abundantemente encima de su espalda.

Tras el segundo round (Paula contó unos cuantos más, según me confesó), quedamos dormidos. A la mañana siguiente, cuando desperté, Paula no estaba en la cama. La oí hablar con mi ex. "Vaya fiestecita te pegaste anoche, rica" - dijo mi ex. "Sí, la verdad es que no estuvo mal" - contestó Paula. "¿Y quién es el afortunado? Tienes que presentarme a ese portento..." - añadió mi ex. "Nada, un viejo amigo" - respondió Paula. "¿Le conozco?" - insistió mi ex. Yo estaba acojonado por si se le ocurría mencionar algo a Paula sobre mí. La verdad es que me daba igual si se enteraba mi ex, pero me daba algo de palo por Paula. No quería que tuviera una movida. "A lo mejor..." - fue la respuesta de Paula. "¿Y dónde vas con toda esa comida? - volvió a preguntar mi ex. "Me voy a encerrar todo el fin de semana con él, nos vemos el lunes..." - concluyó Paula, quien se metió en la habitación y cumplió su palabra.

lunes, 19 de agosto de 2013

Llévame a casa I

- "Llévame a casa, por favor" - me dijo, digámosle, Nicole, en un estado bastante lamentable.
Ese tipo de fiestas siempre acaban de la misma manera, con alguna baja por exceso de alcohol. Y si a eso le sumamos el empeño de la interesada de beber para olvidar, la cosa puede terminar muchísimo peor.
Lamentándolo mucho, pues la noche acababa de ponerse interesante cuando me presentaron a una chica preciosa que trabaja para una organización internacional, tuve que ejercer de héroe de la jornada y llevarme a, digámosle, Nicole, hasta su casa. ¿Y qué pasó con sus amigos? ¿acaso no vino acompañada? ¿Por qué tenía que ser yo quien cuidara de ella si apenas nos habíamos conocido hacía un par de horas? El alcohol, y vete tú a saber qué sustancias más, habían causado estragos entre los que se decían sus amigos. Una pandilla de niñatos que intentaban aprovecharse de sus horas más bajas. Y allí me encontraba yo, el pringado, el apestado, el infeliz, sosteniendo los apenas 50 kg. de aquella insensata al borde del coma etílico, arrastrándola por la calle en la búsqueda de un taxi.
- "¿Dónde vives?" - le pregunté.
- "No sé, por ahí" - contestó
Mal empezábamos. No era capaz de articular palabra y lo peor de todo es que me había hecho responsable de llevarla sana y salva hasta su casa. Otro en mi lugar hubiera pasado, sin embargo un servidor es incapaz de abandonar a una dama en apuros y haciendo de tripas corazón, porque la chica que me habían presentado hacía un rato era muy, pero que muy interesante; me hice cargo de la situación. Como no tenía referencia de dónde se hallaba su domicilio, eché mano de su bolso y busqué su identificación. Lamentablemente, el lugar era bastante lejos. Afortunadamente, conocía la zona donde residía porque era cerca de mi casa. Tomé un taxi, le indiqué la dirección y nos dirigimos para allá.
- "Ha bebido mucho tu amiga, ¿no?" - preguntó curioso el taxista.
- "Sí, la verdad es que sí" - contesté sin mucho ánimo.
- "Vaya, vaya... eso les pasa por no saber beber" - continuó el taxista con la conversación
- "Sí, será eso" - contesté educadamente. No soporto que los taxistas me den la brasa con sus moralinas.
- "No sabes la cantidad de chicas que recojo por las noches en ese estado." - siguió el taxista hablador.
- "Supongo" - contesté secamente para ver si captaba la indirecta de que no tenía ganas de hablar, mientras, digámosle, Nicole, hacía el gesto de querer vomitar.
- "Cuidado, que no me manche la tapicería" - dijo el conductor, parando a un lado de la calle.
Salió, dio la vuelta al taxi y abrió la puerta donde se encontraba la chica.
- "Mejor dejarla que vomite" - sugirió el taxista mientras la ayudaba a salir del coche.
Estaba siendo injusto con el tipo, se estaba portando genial y yo andaba de borde. Salí del coche a ayudarle con, digámosle, Nicole, a sujetarla mientras echaba hasta la primera papilla. A todo esto, saqué tabaco y le ofrecí al taxista. Aceptó y mientras sujetábamos a la chica, continuamos con la plática. Le conté que la había conocido hacía varias horas en la fiesta. Que había llegado con un grupito y entre ellos, uno que parecía su novio. Me los presentó un amigo que tenemos en común. A ella le saludé con los preceptivos dos besos y a él, que parecía que me miraba perdonándome la vida, le estreché la mano sin mucho entusiasmo. Con ella intercambié algunas palabras. A él, la verdad es que ni le hice ni puto caso. Se me hizo el típico chulito gilipollas que se cree la última Coca-Cola del desierto. Un puto mono con zapatos. Un par de risas tontas, dos comentarios frívolos y pronto les perdí de vista. Demasiado divinos para mi gusto. La noche continuaba, caras conocidas, música muy fuerte, salidas a la terraza para echar un pitillo. Entre pitillos, un gran estruendo se hizo en el salón. La parejita divina estaba discutiendo a grito pelado. Digámosle, Nicole, recriminaba al "primate" el haberle sorprendido liándose con otra. El otro negaba lo que había sido evidente y habían visto muchos ojos. Mal asunto. Gritos, golpes, bofetadas, arañazos, brazos que separan a los que se pelean, lágrimas. El conflicto terminó con el homínido dando un portazo y abandonando la fiesta acompañado de la colaboradora necesaria del delito y con, digámosle, Nicole, llorando en una esquina.

Después de haber vomitado hasta el alma y haberle limpiado un poco la cara con un pañuelo desechable que le dejó el amable taxista, la volvimos a meter en el coche. Se la veía pálida, frágil, incluso hasta hermosa. La verdad es que era una chica muy atractiva. Ciertamente atractiva. Si no fuera porque a mi me gustan más las chicas morenas. Qué narices, la chica estaba bastante buena y daba igual que tuviera los ojos azules y fuera rubia. Tenía un cuerpazo, unas piernas largas y bien torneadas rematadas en un delicioso culito respingón. Y qué decir de su escote, una maravilla... Una nueva arcada de, digámosle, Nicole, me sacó de la ensoñación.

- "Vaya cogorza que se ha cogido la señorita" - exclamaba jocoso el taxista.

Podría haber utilizado otra expresión menos castiza, pero sí, digámosle, Nicole había pillado una borrachera de campeonato. Tras el espectáculo con el humanoide de su novio, y después del llanto incontenible se acercó a la mesa donde estaban las bebidas y comenzó a beber. Los tragos fueron cayendo uno tras otro. En su desesperación por borrar el mal recuerdo, comenzó a beber de la botella. Como por arte de magia, decenas de buitres se le acercaron para sacar provecho de la pieza malherida. No tuvieron mucho éxito, el alcohol iba a ser su pareja esa noche. Una hora después, en estado de calamidad se acercó a mí y me pidió que la llevara hasta su domicilio.

- "Así que la llevas a casa, ¿eh? - dijo el taxista - Qué cabrón, con lo buena que está. Seguro que te lo agradece..."

Otra vez me volvía a caer mal el tipo. Dudaba de mis honestas intenciones, de mi solidaridad. Dudaba de mi condición de héroe y aunque la situación podría inducir a pensar que ocurriría algo, no iba a ser yo quien lo iniciara. Creo en el fair-play, en la igualdad de oportunidades. No me parece justo sacar ventaja de una situación así, ni tan siquiera ser el objeto del polvo de la venganza, que puede ser infinitamente satisfactorio por el empeño de la vengadora. "Así no te vas a comer una rosca en la vida" - me decían algunas personas conocedoras de mi quijotesca ética personal. Creo que no me ha ido mal comportándome como un caballero.

Al llegar a nuestro destino y tras pedirle insistentemente al taxista que dejara de tocar las pelotas (el tipo comenzó a hacer proposiciones deshonestas), salimos del taxi e iniciamos el camino a pie hasta la casa de, digámosle Nicole quien continuaba con una tremenda borrachera. Llegamos hasta el portal. Por suerte llevaba la llave, así que entramos en su casa, la ayudé a sentarse en un sofá y entré en la cocina para prepararle un café con sal con la intención de que vomitara todo lo que llevaba dentro. No es lo más recomendable por el peligro de deshidratación, pero habida cuenta del momento y de mis ganas de salir de allí corriendo, opté por aplicarle la "medicina" tradicional. La ayudé a llegar al baño y le di el mejunje para que echara la papilla. No tardó en hacer efecto el remedio y comenzó a vomitar. (Sé que hay géneros en la literatura erótica que abundan en lo escatológico, no es esa mi intención). Tras haberlo soltado todo, digámosle, Nicole, quedó abatida y apoyada en el retrete. Con la cantidad de líquido que había perdido había que tratar de hidratarla. Fui a la cocina mientras ella seguía soltando bilis y busqué con qué asentarla el estómago. Encontré una sopa de sobre y se la preparé. Le ayudé a tomársela y parece que entró en reacción, aunque seguía bastante débil. Su vestido estaba hecho un desastre con restos de vómito y no sé qué otras cosas más. Quizás si se echaba una ducha y se cambiaba la ropa sería lo apropiado, pero en el estado en el que se encontraba, dudo mucho que hubiera sido capaz.

Quitarle el vestido no fue difícil, ¿se imaginan? Lo más difícil fue hacerla entender que aquello no tenía nada que ver con el sexo. Aún medio inconsciente interpretó que al bajarle la cremallera del vestido buscaba algo más, y dispuesta a cumplir venganza contra las afrentas del macaco del novio, se lanzó como posesa a besarme la boca. Aunque lo consiguió, preferí esquivarla y seguir con la "operación ducha". Seguía en mis trece con lo del fair-play, y así, aunque me sobó repetidamente la polla por encima del pantalón conseguí meterla en la ducha desnuda. Y créanme, uno no es de piedra y tener a semejante portento de la naturaleza desnuda y a tu merced, hace que tu naturaleza crezca exponencialmente y la mente se nuble. El agua tibia recorriendo toda su extensión, sus pechos firmes, puntiagudos, desafiantes, su pubis perfectamente delineado en una magnífica interpretación de la depilación caribeña, mis manos que hacían de esponja con el gel dibujando todas sus curvas. Les juro que a punto estuve de saltarme mis propias reglas. Maldito fair-play!!!

Ya duchada, la sequé con una toalla y la llevé hasta donde me dijo que era su cuarto. Debajo de la almohada encontré su pijama y la ayudé a ponérselo. Estaba medio dormida, lo cual era mejor que el estado en el que se encontraba apenas una hora antes. Levanté la colcha y las sábanas y la metí en la cama. Me quedé observándola un momento hasta que se quedó dormida. Era el momento de marcharse y cuando salía por la puerta, con la voz aún ronca y entre sollozos me dijo: "No me dejes sola, por favor". La otra parte del fair-play, la de la caballerosidad, salió a relucir. En lugar de irme a casa como había planeado, me quedé allí, sentado en un sofá, velando el sueño de, digámosle, Nicole, por si me necesitaba. "Así no te vas a comer una rosca en la vida" - repicaba en mi cerebro...