jueves, 11 de julio de 2013

Roommates

Hace más de dos semanas que emprendí este viaje y  tanto en lo laboral como en lo personal está siendo de lo más satisfactorio. En lo laboral porque por fin se reconoce mi labor en el equipo, enviándome como representante de la empresa con plenos poderes para negociar contratos y licitaciones. En lo personal, por toda la gente maravillosa que estoy conociendo, nuestros socios locales, el personal del hotel, Carla (la chica que conocí en el avión), la gente de la embajada, mis paisanos expatriados. En estos días he podido disfrutar de una apretada agenda social, con fiestas, cenas, reuniones, a las que había de asistir pues era el homenajeado o el invitado especial. También he podido socializar con Carla que ha sido mi acompañante en algunas de estas citas. Una bella mujer, interesante, inteligente, con carácter, muy bonita y sensual. Todo lo que pueda decir de ella es poco. Con ella he hecho muy buenas migas, nos llevamos de maravilla. Estoy convencido de que será uno de mis mejores recuerdos de este país y que mantendremos la amistad por muchos años. Ni que decir tiene que el sexo con ella es excelente. Parece mentira, pero es difícil encontrar a alguien con la que te compenetres bien en la cama. En este caso, debo decir que estamos en la misma sintonía y en el mismo nivel de exigencia y ofrecimiento.
 
Para no ponerles los dientes largos, les comunico que mañana viajo al interior del país, a visitar una de las nuevas sucursales que nuestros socios han abierto en el último mes. Estaré allí por una semana y me alojaré en casa de una de nuestras expatriadas, responsable del proyecto en la zona. Por segunda vez en mi vida, compartiré casa con una mujer (salvo cuando me casé, o mientras anduve en casa de mi madre). Todo ello me ha llevado a recordar la época tras la universidad cuando me independicé y entré a vivir en un piso con otra gente, todos varones. Soy un poco especial, más bien estricto, con la limpieza y tras varias semanas de convivencia en aquella pocilga, decidí cambiar de aires y me puse a compartir casa con una chica.

Lo bueno de compartir casa con chicas es que son mucho más ordenadas que los chicos. No me gusta
hacer generalizaciones, pero en este caso creo que encontré un equilibrio bastante grande compartiendo piso con Paula. Limpia, ordenada, independiente. Estos eran unos de los requisitos fundamentales para la convivencia, y ella los cumplía a rajatabla. No tenía queja alguna de ella y sobre todo había la ventaja de que por su trabajo apenas coincidíamos en la casa. Era divertido, cuando yo me iba a trabajar, ella volvía del trabajo y cuando yo regresaba, ella salía. Eso era la mayor parte de los días, ya que muchas semanas trabajaba desde casa y se quedaba encerrada en su habitación. ¿Que cómo era? Paula era una chica alta y delgada, que hubiera podido pasar como modelo de pasarela. Su forma de vestir era elegante cuando salía a trabajar, y gustaba de ir muy ligerita de ropa cuando estaba en casa, al menos así la vi las pocas veces que coincidimos en casa. Se la veía una mujer muy ocupada, sin apenas tiempo para nada. A pesar de ser muy atractiva, nunca intenté nada con ella. Era la compañera de piso perfecta y no quería perderla por nada del mundo, y menos por intentar llevármela a la cama. Por otro lado, y por aquel entonces, amiguitas no me faltaban. De hecho las ausencias nocturnas por motivos laborales de Paula eran la excusa perfecta para llevar visitas a mi casa.

Realmente nunca supe a qué se dedicaba Paula hasta que un día, por motivos que no vienen a cuento, no fui a trabajar porque desperté muy tarde con una resaca tremenda. Dicen que tomar sal de frutas ayuda a pasar la acidez y el mal cuerpo, y con ese motivo, me dirigí a la cocina para prepárame el mencionado remedio. De camino a la cocina, al fondo en el pasillo, desde la habitación de Paula oigo un gemido. Al momento, escucho un segundo gemido acompañado de un: "Oh, sí, papi, dame duro con ésa, tu verga, oh, sí, papi, mmmmm, papi, mmmmm, me estoy viniendo, me estoy viniendo, ahhhhhhhh". Parecía que Paula tenía compañía. Quizás había aprovechado para traerse a algún amigo mientras me creía en el trabajo. Nada reprochable, a fin de cuentas, yo hacía lo mismo con mis amigas. Lo que tenía curiosidad era por ver cómo era el tipo con el que estaba, qué clase de tipos le gustaban a Paula y por qué no decirlo, cómo era ella en la cama. Por lo escuchado, tenía pinta de ser una fiera, sin embargo, no se escuchaba ningún crujido de muelles ni toda la parafernalia que una buena sesión de sexo tiene. Claro, que a lo mejor practicaban sexo tántrico de ese y no tenían que moverse para nada. Pero tampoco tenía mucho sentido aquello de "Oh, papi dame duro con ésa, tu verga". Los tántricos no dicen esas cosas. O sí...

El caso es que tras beberme la sal de frutas, me eché un momento en el sofá del cuarto de estar, tratando de recuperarme de la resaca. La cabeza aún me daba vueltas. Los domingos no son para irse de farra hasta las tantas con los amigotes. Di no a los cubatas domingueros después del partido de fútbol. Di no a "nos tomamos la última y nos vamos". Siempre di no a "venga, tío, no seas nenaza, tómate la penúltima". Y sobre todo, huye cuando te digan "vamos a ver qué hay abierto a estas horas". Quien busca, encuentra, no digo más. Bien, pues estando en ese estado calamitoso, de repente tengo una maravillosa visión. Mi compañera Paula vestida únicamente con un tanga se dirigía a la cocina. Al verme, se asustó y quedó paralizada, casi al borde de gritar. Yo, aún convaleciente, pero igualmente agradecido por la visión de aquella preciosa mujer casi desnuda frente a mí, sólo acerté a decir que no gritara, que estuviera tranquila. Rápidamente ella agarró un cojín y llena de vergüenza tapó su desnudez pudorosamente y se volvió a su cuarto en carrera y a voz en grito.

Pensé en el tipo que pudiera estar con ella en aquel momento. Ver a tu chica (proyecto de, rollete, novia, o lo que sea), entrando en la habitación corriendo y gritando hace sacar a uno el cavernícola que lleva dentro y en algún momento, el proceso evolutivo se detiene y regresa a la edad de piedra para saltar como un energúmeno a partirle los morros al presunto invasor. Pero allí no se escuchaba nada, ningún ruido. Quizás no hubiera nadie, pero ¿y Papi? Ella había mencionado al tal Papi mientras se corría en un estruendoso orgasmo. Si había un tal Papi, lo mejor era no aparecer por allí, no fuera a reventarme a puñetazos. Pero seguía sin escucharse nada. Avancé, poco a poco, a través del pasillo, como tanteando el terreno, con la visión en la puerta de salida por si tenía que salir por piernas. Llegué a la puerta de la habitación de Paula y eché un vistazo por la rendija de la puerta. No se veía nada, así que toqué la puerta como pidiendo permiso y entré. Me volví a encontrar a mi compañera de piso de la misma guisa, frente a una pantalla con una video-cámara. Ahí entendí todo, creí.

Aún faltaban años para la irrupción de Skype, pero ya eran posibles las video-conferencias con otros programas de mensajería instantánea. Supuse que estaba teniendo una conversación erótico-festiva por video-conferencia  con el susodicho Papi y en medio de la conversación, salió a tomar un vaso de agua y como pensaba que andaba sola en la casa, no le importó salir medio en cueros a la cocina. Cuando me encontró en el cuarto de estar tumbado en el sofá, se pegó un susto y salió disparada hacia la habitación. En ese sentido, tenía suerte, pues el supuesto Papi no saldría de la habitación para meterme una paliza. Sin embargo, podría vivir cerca y venir hasta el apartamento para propinarme un par de hostias bien dadas. Seguía con mis cavilaciones en el sofá del cuarto de estar, cuando Paula, ya enfundada en un escueto batín de seda roja, se sienta a mi lado y me dice que me tiene que contar una cosa. Por un momento pensé que me quería hablar de Papi, pero no, me equivoqué. Tenía algo que ver, pero no era sobre Papi.

Era acerca de su trabajo. Ya de por si los horarios eran bastante raros. Siempre supuse que tenía algo que ver con el ocio nocturno. Pensé que era relaciones públicas de alguna discoteca, quizás camarera o puede que trabajara de gogó. La verdad es que Paula tiene un cuerpazo que no deja indiferente a nadie. Ella comenzó a hablarme de que las circunstancias en su vida no siempre habían sido buenas, que hubo un momento en que se vio en graves problemas económicos. No sé dónde quería llegar con todo esto y qué relación tenía todo ello con su trabajo. Ella continuó relatando que conoció a alguien que le propuso trabajar en una línea caliente (esos servicios telefónicos donde uno puede tener una conversación de contenido erótico con otra persona). Al principio no le hizo mucha gracia, pero urgida por los problemas económicos, accedió. En aquellos años fue el boom de aquel tipo de negocios y Paula ganaba un buen dinero que le permitía sobrevivir, pagar parte de sus deudas y seguir estudiando. Tiempo después a alguien se le ocurrió la idea de que además de escuchar una voz sexy también se pudiera ver a la persona. Fue el nacimiento de las webcams eróticas. Habida cuenta del espectacular cuerpazo de Paula, pronto recibió ofertas para pasarse al nuevo negocio y urgida por la falta de dinero aceptó de inmediato. La cosa era sencilla, una conexión de internet, una vídeo cámara y calefacción en la casa ya que se pasaría la mayor parte del tiempo desnuda. No le fue difícil hacerse un hueco entre las más solicitadas. Meses después le llegó una oferta para trabajar como modelo en un catálogo de lencería y al mes siguiente, querían que participara en una película para adultos. Las ofertas eran tentadoras, podría ganar mucho dinero, pero no tenía nada claro si quería abandonar el anonimato que en cierta medida le permitía la webcam. Finalmente declinó. Durante un tiempo siguió ofreciendo espectáculos eróticos a través de la webcam compaginándolos con sus estudios de Ciencias Empresariales. Ninguno de sus compañeros sabía de su trabajo y podía llevar una vida más o menos cómoda, además de pagar poco a poco su deuda y darse un capricho de vez en cuando.

Su vida se complicó cuando un día, su acreedor, le pidió que saldara su deuda de inmediato, amenazando de muerte a uno de sus familiares más directos. Presionada y queriendo evitar el mal a su ser querido, fue a buscar a aquellos que le habían ofrecido trabajo haciendo el catálogo de lencería y la película porno. Estas personas ya no estaban interesadas en ofrecerle dichos trabajos, sin embargo, si le recomendaban otra posibilidad de hacer dinero de forma rápida. Le propusieron que trabajara como escort para una agencia especializada. Ellos se encargarían de hacer los contactos y ella, de todo lo demás. En principio se vio afectada por el dilema moral de aceptar un trabajo de esas características, pero la urgencia del momento y la posibilidad de que hicieran daño a su ser querido, la empujaron a ejercer dicha profesión.



A estas alturas de su relato, la historia me sonaba bastante familiar. No sabía si había visto la película o había leído esa historia en algún sitio. Qué casualidad que esas historias siempre sean iguales, como cortadas por el mismo patrón. Me podía creer lo de la webcam, que es una forma de ganar un dinero rápido y sin exponerse. Me podía creer hasta que se hubiera metido a escort por falta de dinero, pero siempre tenía que aparecer el elemento trágico para darle verosimilitud a la historia. No me lo tragaba, así que le dije a Paula: "Menos lobos, caperucita". Me miró con cara de estar flipando por mi reacción durante unos segundos y acto seguido comenzó a partirse de risa. Posteriormente me confesó que sí, que vio que aquello era una forma rápida y fácil de conseguir dinero y que gracias a ello podía llevar una vida cómoda y darse sus caprichos, que no la juzgara y sobre todo que fuera discreto. Por supuesto, fui una tumba. Había confianza, incluso los días que coincidíamos en la casa no había problema en que se paseara desnuda (su cuerpo era su herramienta de trabajo y era una delicia verla así). En cuanto a los clientes, nunca los llevaba a casa. Debía tener algún lugar especial (una apartamento, un hotel...) donde los llevaba. Alguna que otra vez fuimos a cenar fuera de casa, y siempre me invitaba ella. De alguna manera comenzamos a tener una amistad. Compartíamos casa, la nevera, confidencias, algunos gustos y gastos y sobre todo mucho, mucho respeto.

Si me preguntan si alguna vez tuve algo con ella, la respuesta inmediata será: "Defíneme algo". Las relaciones no están cortadas por el mismo patrón ni tienen el mismo alcance. Nosotros comenzamos a ser amigos, muy buenos amigos. Es cierto que en un par de ocasiones, copas y otras sustancias mediante, acabamos en la cama, lo cual no modificó en absoluto los términos en los que se había basado nuestra amistad. Seguimos siendo grandes amigos y eso era lo que importaba. Lamentablemente, tras dos años de convivencia, tuvimos que separarnos. Ella se marchó a Hungría a trabajar. No me dijo de qué, pero intuyo que tendrá que ver con la industria del entretenimiento adulto (hay cierta actriz de por allí que tiene un aire bastante parecido). De vez en cuando me escribo con ella. Sé que está bien y que es feliz y yo me alegro mucho. Así es como lo recuerdo, como una experiencia positiva. A saber qué me deparará en la casa de esta chica del trabajo. Ya os contaré...