jueves, 24 de enero de 2013

¿No sabes quién soy?

De esto que sales por inercia, como sin ganas, más por la presión social que por apetencia. Los amigotes te incluyen en los planes y si no tienes fuerza de voluntad, como es mi caso, acabas siendo arrastrado a la vorágine de la noche con la única pretensión de cazar algo para llevarte a la cama. Sabes perfectamente que las posibilidades de éxito son prácticamente nulas gracias a la horda de acompañantes y los desvaríos etílico-festivos de la velada a los que te sumas como parte del ritual de la tribu. Te dejas llevar, sabes que llevas todas las de perder y confías en que la resaca del día siguiente no sea tan severa como las de aventuras anteriores. Llegas al lugar y es la misma canción de siempre. Los buitres siempre actúan en grupo y te unes al cortejo para ver si agarras algo de carne. Tras la vuelta de reconocimiento, el grupo define el objetivo y se acerca para el ataque. Sin muchas ganas haces la cobertura con las compañeras de la víctima para que el más avezado pueda hacer progresos con la elegida. El principio que nos guía es que si uno triunfa, triunfa el equipo. Intento fallido y repetición de la jugada con otro grupo. Al tercer rechazo ya te planteas si es conveniente seguir con la táctica o desistir. Desistes a pesar de que el grupo sigue intentándolo. Como estás cansado te retiras a la barra para ver si el camarero te rellena el vaso. Las penas con un trago se hacen más pasajeras. ¿O era con pan?

Pan no había y ves que la noche no da para nada, como de costumbre. Mejor te hubieras quedado en casa. Ahí tienes cerveza, internet y puedes fumar tranquilamente. En ese momento, te entran ganas de echar un cigarrillo, pero en el local no se puede. Le das un trago largo a la copa y te sales a consumir tabaco a la calle. Total, tus amigos están a otra cosa, no te van a echar de menos. En la calle, echas mano del paquete, te sacas un pitillo, sacas el encendedor y le echas una calada. Qué bien te sienta. Piensas en la mierda de la ley anti-tabaco que ha acabado con una de las excusas más buenas para ligar en un garito. Como un apestado tienes que retirarte a colmar el vicio y fuera, fuera hace un frío del carajo. Imposible el cortejo, imposible entrar en calor. Pero la nicotina manda y tampoco es que la noche vaya a dar más de sí. Cuando te lo termines, entras, te despides de los colegas y te piras para casa.

- ¿Tienes un cigarro? - me pregunta una mujer que acaba de salir por la puerta de la disco.
- Sí, claro - contestas mientras busco en el abrigo mi tabaco, lo encuentro y le ofrezco un cigarrillo.
- Por casualidad ¿no tendrás fuego? - vuelve a preguntar la mujer, a la que aún no le has visto la cara.
- Sí, cómo no, perdona, que no me he dado cuenta - dices algo cortado mientras buscas el mechero, lo encuentras y le enciendes el pitillo.
- Vaya frío que hace, ¿verdad? - parece que la mujer quiere conversación y como no eres maleducado le sigues el rollo.
- Sí, si que hace frío - contestas secamente.

Inicias una conversación un tanto desganado mientras acabas el cigarrillo. De alguna manera la mujer consigue que mantengas tu atención sobre ella y sigues hablando con ella. Le ofreces otro cigarrillo y te fumas otro con ella. Comienzas a coger confianza, habláis de las dichosas restricciones de la ley anti-tabaco, de lo mal que está el país, de la dichosa ciclogénesis explosiva y el frío del demonio que está haciendo... Vas por el tercer pitillo y te apetece seguir hablando. La ves y te das cuenta de que ella te suena de algo. Probablemente la conozcas de algún curso, o de la universidad, o quizás del curro, pero no quieres preguntar por no quedar mal. Ella se muere de frío y tú también así que le dices que si le apetece una copa, que la invitas y entráis. Pides lo de siempre, bourbon con cola. Ella es más de gin-tónic. Os sirven y seguís con la conversación entre el ruido general de la sala, la música ratonera y las comandas de los clientes. Se interesa por ti y le cuentas acerca de tu lamentable estado sentimental y de lo duro que ha sido regresar a tu ciudad después de tanto tiempo fuera. Preguntas a la inversa, te habla de su reciente divorcio, de lo gilipollas que era su pareja y lo complicado del mundo editorial. No sabes a cuento de qué te habla del mundo editorial, te imaginas que escribe, pero asientes con la cabeza a todo lo que te está contando. Sientes cierta empatía por lo que relata y te das cuenta de que compartís gustos, aficiones y de que odiáis a muerte a tal político. Tres copas más tarde, la ves con otros ojos. No es tu tipo, pero la mujer es simpática, agradable, buena conversadora y tiene un no se qué en la mirada. También tiene unas tetas en las que te gustaría perderte. Ella ya te está tocando el brazo y se acerca cada vez más a ti para decirte cosas al oído. Es difícil mantener una conversación en un garito por el ruido. Le preguntas si no baila, ella te contesta que no, que no le gusta. "Vaya, te estás perdiendo la oportunidad de bailar conmigo" - le dices como queriendo dar a entender que está perdiendo la oportunidad de su vida. "Así que te gusta bailar" - dice ella coqueta. "Sí, y no se me da mal" - envidas. "Dicen por ahí que los buenos bailarines son también buenos en la cama" - ella envida más. "Cuando el río suena..." - respondes con órdago. A todo esto, ni rastro de tus colegas. Se habrán ido los muy hijos de puta. Al carajo, estás muy a gusto y la noche empieza a prometer. Te sientes en confianza y ya la estás agarrando por la cintura. Ella también hace lo propio, os reís, seguís tonteando. Hace un rato que ella te ha metido la mano en el bolsillo trasero del pantalón. La polla te salta como un resorte. Antes de pensar si es una declaración de intenciones o que se está apoyando en ti porque lleva un ciego que no veas, le sueltas un pico, como a traición. No lo rechaza, buena señal. "¿Otra copa más?" - le preguntas y ella te contesta que mejor salgamos a fumarnos un cigarro. Os ponéis los abrigos y ella te agarra de la mano. Una vez fuera, te mira, te sonríe y te responde el pico con otro. Vía libre. Comenzáis a morrearos, la apoyas contra una pared y ella te empieza a tocar la polla por encima del pantalón. Ni cigarrillos, ni hostias, a su casa que os vais y en el trayecto seguís besándoos y metiéndoos mano a cada esquina.

Ya en la casa, todavía con el frío de la calle y después del faje en el ascensor, te tira al sofá y se sube a horcajadas sobre ti. Mientras te besa, te va quitando la camisa y tú ya tienes tus manos frías bajo el jersey acariciando sus calientes turgencias. Con maestría le quitas toda la parte de arriba y el sujetador. Aunque estás desentrenado, lo desabrochas con diligencia, porque una vez que aprendes a quitar uno, el resto no tiene mucho misterio. Frente a ti se descubren dos grandes pechos con los que se te hace la boca agua y comienzas a lamer, chupar y amasar. Ella se afana en quitarte el cinturón y desabrocharte los botones del pantalón. El resto de la operación es de sobra conocida, te baja el pantalón, te baja los boxer, se pone de rodillas y comienza a comerte la polla. Se la ve experta o al menos sabe cómo complacer a un hombre. Te lame todo el tallo de la verga y la engulle como si le fuera la vida en ello. Se detiene en los huevos, los observa, juega con ellos con la lengua y se los mete en la boca haciendo succión. Estás en la gloria y sientes que de un momento a otro te vas a correr. No quieres acabar la fiesta tan rápido y te levantas, le quitas el pantalón, las braguitas y se la enchufas por detrás de una vez. Está mojadísima y a cada estocada lanza un sonoro gemido que hace retumbar los cristales de la habitación. En tu intento de prologar todo ello, se la sacas y te agachas a comerle el coño desde atrás. Tu lengua traviesa se pasea por su perineo y llega hasta el ano donde tus dedos han comenzado a hacerle una exploración. Ella se acaricia el clítoris mientras con la otra mano intenta sostenerse en el respaldo del sofá. Cuando le metes la lengua en el culo, los gemidos se convierten en gritos de ruego para que le revientes el esfinter. Como eres educado y quieres agradar a la anfitriona obedeces colocando el capullo en la entrada y se la vas clavando centímetro a centímetro conforme va cediendo el músculo. Una vez acoplado y con la polla metida en el intestino de ella, empiezas a demostrarle tus dotes de bailarín moviendo las caderas hacia adelante y hacia atrás. Ella se da cuenta de que lo que le dijiste antes era cierto, que se te da bien el reggaeton. Mientras le partes el culo, ella se está metiendo varios dedos en el coño, diciéndote guarradas. La posición no es cómoda ya que ella es más baja que tú y ya hace un rato que se te están resintiendo los gemelos. Le propones cambiar a otro lugar más cómodo. Casi como con enfado, accede y os vais a la habitación donde una cama os espera. Te tumbas en la cama pero te das cuenta que en el trayecto tu erección ha perdido su fuerza. Tranquilo, todo tiene solución. Ella te agarra la polla y te empieza a masturbar. Cuando recupera el vigor ella no lo puede evitar y se la vuelve a meter en la boca repitiendo la increíble mamada que te dedicó momentos antes. La agarras de las piernas y la subes encima de ti, quedando a tu alcance sus nalgas y su coño que empiezas a comerte con ganas. Ya has perdido la cuenta de las veces que ha dicho "me corro" y tú aún no lo has hecho. Te incorporas y la pones en posición de perrito y se la colocas en el dilatado agujero que permite una entrada limpia y sin resistencia. Aceleras el ritmo de la penetración y llegado el momento se la sacas y te corres sobre su espalda. Caes rendido sobre la cama y ella sobre ti. Os dedicáis besitos mientras os recuperáis y echáis un cigarro comentando la jugada.

- De hecho tu cara me suena, no sé de qué te conozco pero sé que te conozco - dices sin mucha lucidez en un momento de la conversación posterior al polvo.
- De verdad, ¿no sabes quién soy? - te responde ella.
- La verdad que no estoy seguro, pero en cualquier caso estoy encantado de haberte conocido - contestas satisfecho, sin querer profundizar mucho más en el asunto.

La noche no terminó ahí y continuáis con lo mismo varias veces hasta acabar reventados y dormidos. A la mañana siguiente, te despides de ella con la promesa de volverla a ver y te retiras a casa con la satisfacción de una buena sesión de sexo inesperado. Llegas a casa y al rato recibes la llamada de uno de tus colegas de farra preguntándote qué tal con la mujer con la que te habían visto ayer. Como eres un caballero no quieres entrar en detalles pero contestas que muy bien. "Jo, tío, te has follado a la XXXX, ya eres una celebrity" - me dijo el fulano. "¿Qué?" - respondes con sorpresa. No tienes ni idea de quién era la mujer, sólo sabes el nombre de pila y dónde vive, pero nada más. "Sí, tío, la XXXX, la escritora...". No cabes en tu asombro y terminada la conversación, tiras de internet, tecleas el nombre y frente a la pantalla, ves su foto recibiendo un famoso premio literario.

lunes, 14 de enero de 2013

Perder el autobús

Teníamos que hacer una tarea para la universidad y como malos estudiantes, esperando al último momento para ponernos a trabajar. Que si uno había quedado, que si la otra tenía compromisos, siempre había una excusa para evitar el comenzar con el trabajo. La presión y el hecho de saber que el dichoso trabajito era condición indispensable para pasar la asignatura, hizo que fijáramos la sesión de trabajo para el fin de semana anterior a la fecha de entrega. Como ella tenía más dificultades para poder venir a la ciudad, ofreció su casa en las afueras como el lugar donde haríamos el esfuerzo por terminar la tarea pendiente. Lo cierto es que era un engorro, debido a lo mal comunicado que estaba el lugar. Aún así, tomé el autobús a primera hora de la mañana para encontrarme con mi compañera y así hacer lo que teníamos que hacer.

Luisa, así la llamaré, era una compañera más de la facultad. Si bien nos conocíamos de algunas clases en las que coincidimos, no formaba parte de mi grupo de amistades. No teníamos apenas relación y si teníamos que hacer el trabajo juntos era porque así lo dispuso el profesor, quien asignaba las parejas de trabajo para crear vínculos entre los compañeros que no tenían contacto habitual, con el fin de, según él, "nos habituáramos a trabajar con desconocidos pues es lo que os vais a encontrar en la vida real". Ni modo, eran las reglas y había que respetarlas.

Llegué a su urbanización a eso del mediodía. Lo cierto es que estaba bastante lejos. Ella me recogió en la parada y fuimos para su casa. Antes de empezar a trabajar, me ofreció algo de beber. Le pedí una cerveza y ella sacó otra para ella. Mientras bebíamos, me estuvo enseñando la casa. La casa era el típico chalet rústico, con piscina, amplio jardín y un lugar para hacer una barbacoa. Los padres de ella estaban allí con unos amigos preparando la parrillada típica de los domingos y me invitaron a comer. Estuve charlando con ellos durante la sobremesa y cuando nos quisimos dar cuenta dieron las 20:00 y todavía ni habíamos empezado. Rápidamente nos pusimos a trabajar. Como no daba tiempo, y como malos estudiantes, decidimos agarrar algún trabajo de internet, modificarlo y cumplir el mero trámite. No fue tan sencillo, pues nos tocó editar el texto casi palabra por palabra, darle formato y modificar algunas partes. Finalmente terminamos antes de la media noche. Me tenía que ir de allí porque si no, perdería el último autobús. Me despedí de la familia y Luisa me acompañó a la parada. Cuando por fin llegamos, el último autobús ya había emprendido el viaje y por mucho que corrí detrás de él, no se paró. No había manera de regresar a casa y Luisa me ofreció quedarme a pasar la noche allí.

Al regresar a la casa, fuimos donde la piscina, que era donde estaban los padres con los amigos. Estos estaban tomando copas dentro de la piscina y lo que me pareció extraño fue ver al padre de Luisa abrazando a la amiga y a la madre sentada sobre el amigo. Luisa les informó de la incidencia y los padres le indicaron que sacara la cama supletoria y que la preparara para dormir. Acompañé a Luisa a su cuarto y la ayudé con la cama. Luisa estaba en silencio y no hablaba y le pregunté qué le pasaba. Me confesó que le daba vergüenza que hubiera visto a sus padres de aquella manera. Le dije que no tenía por qué tener vergüenza, que no había visto nada raro. "Tú no comprendes nada, ¿verdad?" - me dijo. Aquella afirmación me dejó un poco a cuadros. Lo único raro fue ver a los padres que estaban con la otra pareja, pero no le di importancia. Luisa me explicó que sus padres practicaban el intercambio de parejas y que aquellos amigos que estaban ahí eran una de aquellas parejas con las que tenían sexo. Al parecer era un secreto que todos conocían, pero que nadie hablaba de ello y que cuando ocurrían esas citas, ella solía salir toda la noche para no ver ni escuchar nada incómodo.

Le dije que no se preocupara, que no estaba incómodo y que no iba a juzgar nada. Le propuse que viéramos una peli allí en su habitación y que nos olvidáramos de que estaban allí sus padres. Eso pareció tranquilizarla y así hicimos. Buscamos una peli en internet y nos pusimos a verla comiendo palomitas y tomando unas cervezas que sacó en un cubo con hielos. La verdad es que tampoco vimos la peli, estuvimos hablando de todo un poco y conociéndonos más. Era una chica muy interesante, incluso me pareció bastante atractiva. Nos liamos unos porros y seguimos hablando como hasta las 3, momento en que decidimos echarnos a dormir, ella en su cama y yo en la supletoria.

Al rato, se oían las voces de los padres y los amigos que entraban en la casa. Se les oía muy alegres y algo borrachos pues tropezaban con los muebles. Lo típico de un día de juerga. Luego se empezaron a oír unos gemidos como si estuvieran follando. Desde la cama supletoria, miré a la cama donde dormía Luisa, quien se tapaba los oídos con la almohada para evitar escuchar lo que sucedía fuera de la habitación. Volví a echarme hacia un lado y seguía el concierto de gemidos que ya eran jadeos, gritos, palmadas y ruidos de muelles rechinando. Confieso que la situación era bastante morbosa y me empalmé. Estaba muy excitado y empecé a tocarme la polla por encima de los boxers. Me di cuenta que me estaba pajeando en la habitación de una compañera de la universidad con la que apenas había hablado hasta ese momento y sentí una especie de corte. Dejé de tocarme y mirar hacia Luisa para ver si me había visto masturbarme. Cuando giré, me la encontré con las manos metidas bajo el pantaloncito de su pijama masturbándose. En la penumbra, nuestras miradas se cruzaron y nos quedamos así un rato, como medio muertos por la vergüenza, medio excitados y no sé qué otras cosas más. Después empezamos a troncharnos de risa, quizás por el efecto de los porros o tal vez por la situación extraña en la que nos encontrábamos. Mientras, la peli porno protagonizada por los padres y sus amigos, seguía oyéndose en estéreo.

"Perdona por todo esto" - me dijo Luisa. "No tienes que pedirme perdón, es bonito que los padres se sigan queriendo a su edad" - contesté. "Sí, pero se podían cortar un poco..." - replicó ella. "Están en su casa y pueden hacer lo que quieran, ¿no? - le dije. Ella se sentía avergonzada, pero con un par de chistes logré calmarla. Tras un rato de silencio Luisa me dijo: "Parece que tú también te has excitado, ¿verdad?. Le pregunté en qué lo notaba y ella me dijo que me vio pajearme. "Tú también estabas excitada, te estabas haciendo un dedo...". Luisa asintió. "Vamos, que si quieres hacerte una paja, no me importa" - me dijo. "Lo mismo te digo, siéntete como en tu casa", contesté mientras comencé a acariciarme otra vez la polla. Luisa se chupó los dedos y se los metió debajo del short. Seguíamos mirándonos, mientras fuera se oía "me corro, me corro, me corro...". "Si quieres, te puedo ayudar", se ofreció solícita Luisa. "Claro, yo también te puedo echar una mano con lo tuyo", le dije de la manera más desvergonzada. Soltó una carcajada y me tendió la mano para que fuera hacia su cama.

Ya en la cama, la tomé del cuello y comencé a besarla y a acariciarla. Es extraño como comienzan algunas cosas y en aquella ocasión fue la calentura de escuchar a otros follando lo que encendió la mecha para que nos enrolláramos los que hasta el momento habíamos sido unos desconocidos. No tardamos mucho en quedarnos desnudos. Nos tocábamos, nos chupábamos, nos besábamos, casi en silencio. Afuera estaban pasando un buen rato y no queríamos molestar. Adentro estábamos como en otro mundo, disfrutando de nuestros cuerpos.

Aquella ocasión fue el inicio de la relación con la que fuera mi novia durante varios años. El trabajo y el perder el autobús fue el comienzo de otras muchas más aventuras que vivimos durante nuestro noviazgo. Ya hace mucho tiempo que cortamos. Las circunstancias de la vida nos distanciaron y no volvimos a saber el uno del otro hasta hace unos días en que volvimos a contactar. Las cosas han cambiado mucho desde entonces y tenemos vidas diferentes. Entre risas y algo de nostalgia volvimos a recordar todo este episodio que hoy quería compartirles y que va dedicado a ella.

jueves, 3 de enero de 2013

Edecán

Buscando por la red encontré este blog de Preciosas Edecanes donde pueden observar a estas hermosas mujeres que se dedican a promocionar productos exhibiendo sus preciosos cuerpos. Allá donde vivía, hace un tiempo, era bastante frecuente encontrar a estas deliciosas mujeres. Ellas ponen rostro y color a las diversas marcas que las contratan para anunciarse. Los vestidos suelen ser minúsculos y muy ajustados, destacando las curvas de las estupendas mujeres que los visten. El reclamo, evidentemente, son los cuerpos de las chicas. Para algunos, esto no es más que el reflejo de una sociedad machista que rebaja y degrada a la categoría de objeto a la mujer. Sin quitarle razón a esa afirmación, también estamos los que creemos que es un trabajo como otro cualquiera y que detrás de esa apariencia despampanante hay una persona con su propia historia, con sentimientos, y con muchas cosas que ofrecer a parte de lo evidente. En mi trayectoria por lejanas tierras, pude conocer a muchas de estas muchachas y debo decir que había de todo. Desde la chica que se lo tenía creído y que utilizaba sus encantos para conseguir todo lo que se proponían, hasta las mujeres más dulces que uno se pueda imaginar y que hacían su trabajo con dignidad. Son precisamente estas chicas con las que me quedo, las que han ocupado muchas de mis fantasías y con alguna he compartido otras muchas más cosas. De hecho, hace tiempo escribí acerca de una experiencia con una de ellas, en la playa.

Al ver a las preciosas edecanes, me llegaron recuerdos de unos años antes, cuando vivía y trabajaba en otro país. Recuerdo aquella primera vez, en una discoteca, que una de éstas se acercó a mí ofreciéndome un trago de una conocida marca de ron del lugar. Me llamó la atención, era una preciosidad, simpática, alegre, divertida. Sí, por un momento pensé que yo le gustaba, pero indudablemente estaba haciendo su trabajo. Tiempo más tarde, volví a coincidir con ella en un centro comercial. En ese momento estaba promocionando una conocida empresa de telefonía móvil. Reconozco que primero me fijé en ella por el generoso escote que lucía, aunque también me acordaba de ella de la discoteca. "Sos la chica del ron", le dije. Ella se sonrió y asintió. "Sos bien bonita", añadí. Me dio las gracias por el cumplido y acto seguido me empezó a hablar de las ventajas de la compañía y que si me cambiaba con ellos, me regalaban un teléfono celular de última generación.

Coincidí con ella en varios lugares más, generalmente discotecas y centros comerciales. Ya nos conocíamos, incluso me aprendí su nombre y aprovechaba la ocasión para saludarla cuando la veía. El conocernos también hizo que me ganara buenas promociones y en alguna ocasión me invitaba a los tragos de la marca que anunciaba. Tiempo después, una Semana Santa, fui con algunos amigos a una ciudad de la costa donde se organizaba un concierto de música electrónica. El país es pequeño y es habitual que las edecanes de la capital, lugar donde vivía, se trasladen a los pueblos cuando hay un evento para anunciar a los patrocinadores del mismo. La marca de ron, principal empresa del país, patrocinaba el concierto de un famoso dj internacional, y allí estaba mi amiga trabajando. Se había convertido en una edecán muy cotizada ya que había protagonizado un comercial de la dichosa empresa de telefonía móvil. Durante el concierto ofrecía copas de las distintas etiquetas de la marca a los que estaban en la zona VIP. A mí, como me gusta más estar en la primera fila, compré la entrada general, aunque antes de comenzar el concierto la vi y la saludé desde lejos. El concierto comenzó y lo pasé genial.

Terminado el concierto, mis amigos y un servidor decidimos ir a tomar unas cervezas a un bar cerca de la playa. Al rato se aparece mi amiga la edecán con varias compañeras vestidas de "civil". Parece ser que el coche que las llevaba de vuelta a la capital había tenido problemas técnicos y no regresarían hasta al día siguiente. Tras verme, tuvo el gesto de venir a saludarme de manera muy afectuosa. Estaba también preciosa sin aquellos vestiditos con que la visten. El caso es que ella y sus compañeras se unieron a mi grupo y pasamos una velada muy agradable. Creo que por vez primera hablamos por bastante rato y se estableció una confianza más allá de la cortesía que habíamos tenido hasta el momento. Me contó acerca de su trabajo, de los tipos que la acosaban por el hecho de ser edecán y vestir de aquella manera, de la falta de respeto de algunos hombres hacia las chicas que hacían un trabajo "como otro cualquiera". Me habló de las propuestas que había recibido por parte de hombres para acostarse con ella y de los derechos que se atribuían algunos tras invitarla a una copa.

Supuse que lo decía con la intención de avisarme que no iba a conseguir nada a pesar de que ya le había invitado a tomar una copa. Me di cuenta de que quizás estaba coqueteando con ella e inconscientemente trataba de ligármela. Por algún motivo, esa había sido mi conducta hacia todas las mujeres que me habían atraído hasta el momento, o tal vez hacia todas las mujeres. Iba de chico bueno, comprensivo, amable, caballeroso pero no era más que una estrategia para llevármelas a la cama. En algunos casos las mujeres buscan todo lo contrario, sin embargo, algunas veces funcionaba, como me había funcionado a mí. Fui consciente por primera vez que mi forma de actuar era perfectamente detectable por cualquier mujer y que si había funcionado no era por mi desempeño, sino porque la parte contraria había querido. Pretender que esa forma de actuar no era más que pura cortesía era una forma de mentirme. Sentí vergüenza de mi mismo y me corté en mi efusividad el resto de la noche.

Ya cuando amanecía y nos disponíamos a marchar a la casa que habíamos alquilado para pasar el fin de semana, nos despedimos de las edecanes. Laura, la chica del ron, se dirigió a mí preguntándome qué me pasaba. Yo le dije que nada, que estaba bien, que quizás estaba un poco cansado. "Sólo eso, nada más". Laura me dijo que no se lo creía, que cómo era posible que un chico tan encantador, alegre y cariñoso se había apagado de esa manera. Me preguntó si me había molestado algo que había dicho. "No, no es eso" - contesté. "¿Entonces? - reclamó Laura. Entonces le pedí disculpas si la había hecho sentir mal o si la había hecho entender algo que no era. "¿Hacerme entender algo que no era? ¿a qué te referís? - preguntó ella con curiosidad. "Cuando te invité a la copa, lo hice porque quería invitarte, no porque quisiera algo más contigo, no me malinterpretes" - respondí avergonzado. "Pues es una lástima que no quieras algo más conmigo, porque a mí si que me apetecería..." - me dijo mientras me acariciaba la cara y guiñándome un ojo, me dio un beso en la mejilla.